“Yo no soy excombatiente”, afirma don Rodolfo Acuña Herrera con una sonrisa amable y algo tímida.
Quizá él sea el no tiene una pensión de guerra, una cachucha o que no tuvo que usar armas durante los enfrentamientos armados de 1948, pero su participación durante la guerra fue igual de importante.
Don Rodolfo cuenta que él concordaba con los ideales de José Figueres Ferrer y no con el de los “mariachis”, el bando afín al mandatario Teodoro Picado Michalski y al expresidente Rafael Ángel Calderón Guardia.
Calderón, quien escribió su propia página en la historia del país luego de que en su mandato (entre 1940 y 1944) se dieran, entre otros logros, la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social y la Universidad de Costa Rica, además de la promulgación del Código de Trabajo y las Garantías Sociales, contó con múltiples detractores, siendo Figueres Ferrer el más visible. Prueba de ello, en 1942 denunció irregularidades del gobierno en un discurso radiofónico y fue apresado allí mismo (y, posteriormente enviado al exilio).
Años más tarde, entre el 12 de marzo y el 14 de abril de 1948, cuando Figueres ya estaba de regreso, se originó el conflicto armado que fue consecuencia de las polémicas elecciones de febrero de ese año, cuando se anuló el triunfo en las votaciones del candidato Otilio Ulate Blanco por un supuesto fraude electoral apelado por Calderón Guardia, quien alegaba la supuesta quema de papeletas presidenciales en un incendio.
Para aquel entonces don Rodolfo, conocido en esa época como Cartago, tenía 25 años y trabajaba en un garaje de chapulines en Palmar, en una finca bananera, en la Zona Sur. Su labor habitual consistía en limpiar y preparar los automotores. Ya se hablaba de una guerra civil, sin embargo, no había estallado el conflicto aún.
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“Un muchacho de apellido Matamoros, que vendía chances, llegó al garaje y mi jefe, Óscar Romero —a quien le decíamos Pupa―, le dice: ‘hombre, Matamoros, ¿cómo va la cosa?. Y le responde: ‘Ya estalló la guerra en San Isidro General a las 12 mediodía’”, recuerda don Rodolfo. Era el 12 de marzo de 1948.
Unos días después de la noticia, Pupa lo dejó solo y se fue a pelear con los mariachis, dejándolo a él a cargo del garaje.
Estando refugiado allí, por temor a que le pasara algo, un día entró un hombre de apellido Lizano, afín al bando revolucionario, y le preguntó: “¿Usted es de los nuestros?. Él le dijo que sí, entonces le entregó “un puño de papeles”. Todas las hojas tenían el mismo contenido. Se trataba de una circular enviada por Figueres en la que explicaba por qué iban a pelear.
Según cuenta este señor de 99 años, el mensaje impreso era muy claro: “Costarricense, ¿está usted dispuesto a que sigan jugando con nosotros? Nosotros estamos luchando para botar los comunistas a la calle y para fundar la Segunda República”.
El texto cerraba con la firma de José Figueres Ferrer y la intención era que las hojas se repartieran entre los simpatizantes figueristas y los ciudadanos en general sigilosamente, pues si uno de esos papeles caía en las manos del bando contrario, la vida de don Rodolfo correría peligro.
“En la guerra del 48 yo cooperé con mi intelecto, porque repartí esas hojas y tenía que tener mucho cuidado porque había muchos comunistas trabajadores que creían que ganando ese car’e barro iban a ganar ellos también.
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“Entonces, yo tengo un ramito de excombatiente, porque yo tuve que repartir esas hojas arriesgándome a que me mataran”, afirma.
De todas formas don Rodolfo, quien el 20 de marzo del 2023 cumplirá 100 años, asegura haberlo tenido todo claro: “yo sabía quiénes eran los míos y a quién le tenía que dar las hojas”.
Así fueron pasando los días de esa época convulsa. El trabajo dentro del garaje lo mantenía a salvo pese a que frecuentemente entregaba la circular de forma discreta para comunicar el mensaje de su líder. Además, diariamente se enteraba que alguien nuevo fallecía producto de los enfrentamientos armados, incluso hubo víctimas que estaban en la hora y el lugar equivocados.
“Me acuerdo que había un señor que se llamaba Venancio Zamora que vivía con dos viejitas. Un día andaba tomando guaro y de repente lo agarraron y se lo apearon… vieras, pobrecitas las viejitas. Nosotros cooperábamos para ayudarlas a ellas.
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“También, luego de que se llevaron a todos los cusucos -así le decían a las personas que trabajaban arreglando las líneas del tren- vi muchas mujeres que estaban llorando porque se habían llevado a sus esposos… fuimos pocos los que nos salvamos y nos lo capeamos porque estábamos ahí al lado del mar. Pero sería yo un mentiroso si yo dijera que tuve que pelear, porque a mí no me tocó ir”, comenta.
Por ello, aunque Pupa le dejó dos armas en el garaje para que las usara si fuera necesario, nunca las tocó. No obstante los revólveres, que eran tan codiciados en aquella época, tampoco sobrevivieron a la guerra.
Un día, tres hombres ingresaron al garaje desesperados buscando armas y no le dieron opción.
“Eran tres carajos envenenados liberacionistas quienes me dijeron: ‘denos esos revólveres porque vamos a ir a buscar Braulio, un señor que vivía en un terreno anexo a la bananera. Yo les decía que no y ellos insistían en que sí; y yo cometí el error de dárselos sin permiso de Pupa. Entonces se fueron y lo encontraron en una hamaca al viejo ese…”, relata.
Así vio muchas otras escenas: trenes llenos de hombres con cachuchas, cazadoras que llevaban soldados que armaban tiroteos repentinos, e incluso le tocó huir una vez, pues lo estaban persiguiendo.
Hoy, más de siete décadas después de aquellos meses llenos de angustia, a don Rodolfo le gusta compartir sus anécdotas, pues considera que aquellas batallas permitieron construir la Costa Rica de hoy.
“Gracias a Dios aquello ya pasó y nos permitió crear esta Costa Rica tan linda y tan buena. La mejor república de todo el continente americano, una Costa Rica sin armas y sin ejército… vivimos bien en este país… ¡Qué país más lindo tenemos!”, finaliza.