Una fiesta en medio de las calles: música, baile, color, juego y diversión. Así se viven las mascaradas en Costa Rica, una costumbre arraigada en el pueblo que se celebra cada 31 de octubre, gracias al Día de la Mascarada Tradicional.
Sin embargo, a las gigantas una sola fecha se les queda corta; por eso, es fácil ver mascaradas recorrer todos los rincones del país a lo largo del año. Se lograron colar en todo tipo de celebraciones, desde cumpleaños, bodas y graduaciones hasta fiestas patronales y actividades de empresas.
La tradición no solo está viva, sino que ha demostrado su capacidad para evolucionar con el paso del tiempo, lo cual queda en evidencia al observar la transformación de los personajes que desfilan en las mascaradas.
En sus inicios, los protagonistas eran exclusivamente figuras se se quiere tradicionales, como la Muerte, el Diablo, los payasos y las y los gigantes; no obstante, se adaptaron y ahora se ven bailar al ritmo del farafarachín a figuras de la televisión y la cultura popular, como Mickey Mouse, Betty Boop o Charles Chaplin.
La inspiración no tiene límite: los personajes nacen dependiendo de la identidad e intereses del pueblo y del mascarero.
Por ello, vale la pena recordar el proceso de confección de una máscara y comprender las dinámicas del popular juego con las vejigas de cerdo que acompañan el baile de las cimarronas en algunas comunidades; así como hacer un pequeño recorrido histórico por el origen de esta tradición en Costa Rica.
Mascareros de Costa Rica toman la palabra
Algunas máscaras están relacionadas con el castigo y el simple hecho de asustar, mientras que otras nacen como burla o representación de figuras públicas, políticos, alcaldes, presidentes y personajes del pueblo.
Así lo cuenta Danis Lara Hidalgo, mejor conocido como Danny, uno de los mascareros de Barva (Heredia), quien carga con orgullo esta profesión y sobresale por su técnica y dedicación. A sus 51 años, ya ha creado más de 70 máscaras a lo largo de casi dos décadas.
Al crecer en este cantón herediano, Lara comenzó a enamorarse del arte de las mascaradas cuando participaba todos los años en las fiestas patronales de San Bartolomé, que se realizan en agosto.
Además, creció en un entorno en el que los niños aprendían a confeccionar máscaras de papel desde la escuela. Según asegura, este arte siempre fue parte de su vida.
Una vez que nació su primer hijo, hace 17 años, Gabriel Lara decidió aventurarse en el arte y crear máscaras para marcar momentos significativos de su vida y la familia. Además ha producido esculturas para su segundo hijo, Tomás (14 años), y para su esposa Yamileth Roldán (53 años).
“(Hacer las máscaras) me ayuda a encontrar la paz. Puedo tardarme horas, pero llego a un estado de relajación. Porque cuando usted se pone a modelar la arcilla y a pegar todo, está como en una pausa en la vida”
— Danny Lara, mascarero de Barva.
Primero hizo personajes como Mafalda o el señor Fredricksen de la película animada Up, los cuales buscaban despertar interés entre sus niños. Después comenzó a interesarse en las figuras de diablos y personas de la vida real, como los icónicos Salvador Dalí y Bob Marley.
Al mismo tiempo, se aventuró en la creación de personajes completamente originales. Uno de sus inventos más notables es “el diablo es puerco”, una fusión entre el personaje tradicional y un cerdo, el cual lleva cabellos reales que le regalaron en un matadero.
Aparte de su pasatiempo como mascarero, Lara también se ha dedicado a investigar el origen de esta tradición en Costa Rica. Ha recopilado investigaciones, opiniones de expertos y cortes de periódicos, por lo que sueña con hacer un compendio de toda esta información y entregársela a la población.
Actualmente, el barveño solo recibe encargos de máscaras para quienes le darán un uso prolongado, ya que sus creaciones conllevan mucho esfuerzo y no están diseñadas para destruirse o dañarse al utilizar en fiestas. El precio de sus creaciones pueden costar entre los ¢60.000 y ¢100.000.
De la idea a la creación: Así se hace una máscara
El proceso de elaboración de una máscara depende de las técnicas de los mascareros. Antes se hacían solo con papel maché; sin embargo, ahora la mayoría se construyen con una base de arcilla.
Usualmente, se comienza con una base para soportar el peso, que puede ser una lata o baldes vacíos de pintura, a la que se le pone arcilla poco a poco hasta formar la estructura del personaje.
Después de moldear la figura a mano, se esculpen los rasgos y los detalles con la ayuda de gubias. Con esto se termina la primera fase, en la que se forma el “molde” de la máscara.
Lo siguiente es forrar este molde con papel maché o fibra de vidrio, para luego dejarlo secar. Posteriormente, se retira la arcilla y se procede a trabajar únicamente en el empastado, el cual se hace con pastas de talco industrial, resina, merula u otros métodos.
Luego lo que hace falta es darle un acabado con lija y el pulido de la máscara, hasta que se logren las facciones anheladas. Finalmente, para llegar a un mayor nivel de detalle y precisión, las figuras se llenan de color con pintura automotriz, acrílico u óleo.
Todo este proceso puede durar desde días hasta meses, dependiendo del tamaño y complejidad de la obra. Incluso, el solo hecho de pintarla con óleo puede tomarse hasta un mes.
Los tamaños de las máscaras pueden ir desde los 40 hasta los 80 centímetros de alto, dependiendo del personaje que se quiera realizar. Sin embargo, hay otros como los gigantes que, como su nombre lo indica, pueden medir hasta dos metros de altura.
Algunas pueden pesar mucho y se crean con el único propósito de recorrer 100 metros en los pasacalles, porque los bailarines no las aguantarán por mucho tiempo.
En cuanto a los tipos de máscaras, se destacan las caretas, las de casco (que también son las más populares en Barva), los cabezudos montados en los hombros y las que tienen un armazón metálico o de madera como estructura.
Incluso, algunos artesanos producen máscaras alteradas, como las marionetas con brazos para poder bailar con facilidad.
“La palabra con las mascaradas no es cambio, sino que es constante transformación. La celebración seguirá transformándose por siempre (...). Pero lo que siempre busca es hacer divertir a la gente y llevar alegría”.
El juego con las vejigas en las mascaradas
Según cuenta Lara, las mascaradas están llenas de juego entre quienes desfilan, bailan y participan en los pasacalles. Justamente estas celebraciones se extienden por zonas de todo el país, como Santo Domingo y San Joaquín de Flores, en Heredia, así como en comunidades josefinas al estilo de Desamparados y Escazú.
Además, esta tradición perdura en Aserrí, La Unión, Palmares y Santa Cruz, entre otros cantones.
Sin embargo, de acuerdo el mascarero, Barva sobresale por tener el juego con las vejigas de cerdo. Si bien no es la única región que las ha utilizado, ya que también hay registros de su uso en Cartago y San José, esta zona herediana se caracteriza por la abundante presencia de este aditamento en sus celebraciones.
En esta comunidad, las vejigas se manipulan como si fuera una masa. A presión, se les introduce agua para estirarlas y finalmente se inflan con aire. Lo que es más peculiar es que se inflan las vejigas como si fueran un globo, soplando con la boca o por medio de una pajilla.
Una vez en las calles, los códigos entre los jugadores es no golpear a personas adultas mayores o a niños que transitan los desfiles, sino tirar uno o dos golpes en las espaldas de los otros participantes.
“El juego es golpear o ser golpeado. Todos los que participan, sobre todo los jóvenes, van dispuestos a estos roles (...). Mientras más atractivo sea, más llega la gente. Tal vez por eso participan miles de personas en Barva, porque la exigencia es cada vez mayor y las máscaras se hacen más atractivas”, agregó el escultor.
El precio para ser parte de este juego no es necesariamente barato, ya que cada participante debe portar al menos 4 o 6 vejigas durante las fiestas. Según Lara, esto es para lucirse entre los desfiles y poder pegarle mejor a los otros participantes. Y si bien su venta es clandestina, por lo general se les consigue en la calle por unos ¢2.000 la unidad.
Incluso, quienes quieren ser protagonistas de los desfiles de Barva también tienen que pagar, explicó Lara, para poder ser un “dedicado”. Esta figura consiste en personas o comercios que otorgan al menos ¢30.000 para que las cimarronas y las mascaradas lleguen a un lugar en específico, para interpretar un mínimo de tres canciones.
En el caso de la organización del cantón herediano, las fiestas patronales está a cargo de un comité asesor. Este grupo consigue los fondos para contar con un mínimo dos o tres horas de cimarrona por día, más la seguridad y el alquiler de los gigantes.
Historia de la mascarada
De acuerdo con la explicación de Lara, los juegos en los pasacalles provienen de las mascaradas traídas desde Europa. En aquel entonces (siglo XX) había juegos de “castigos”, los cuales incluían golpes con vejigas, chilillos, medias cargadas de papel o piedra, cabezazos entre los gigantes o el tipo de corneo entre las máscaras de toritos.
Las mascaradas tradicionales de Costa Rica llegaron al país por influencia de la iglesia católica desde España. Los desfiles con máscaras servían para convocar a la gente a participar en el viacrucis y las procesiones con las imágenes de los santos.
Estos pasacalles surgieron por las fiestas en honor a la Virgen de los Ángeles, en Cartago, y luego se usó con otros patronos.
Según la investigación Máscaras, mascaradas y mascareros del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, el pionero de las mascaradas en el Valle Central fue Rafael Lito Valerín, quien elaboró una serie de personajes populares durante el siglo XX y los utilizó en pasacalles que llegaron hasta Heredia.
Basado en sus estudios, el mascarero de Barva cuenta que en aquella época, los gigantes de las mascaradas recitaban poesía y pedían limosna a cambio de su baile. Debido a esto, las máscaras tienen un espacio entre la estructura y las telas, con el fin de que los participantes pueden ver y hablar.
A partir de entonces, los nombres para las mascaradas han cambiado: mojiganga, los disfraces, los mantudos, las mascaradas e, incluso, diabladas. Lo cierto es que se mantienen como una celebración de unión y creatividad que evoluciona con su población.
“Todo esto no tendría sentido si uno no identificara cuál es la razón de ser de la mascarada. Y esta razón es ser un juego que le permite a las personas ser felices. Para algunos es un juego brusco y primitivo, pero para otros es como la navidad. Porque los chicos esperan tanto las mascaradas como los regalos de fin de año”.