En el Centro de Estudio de Meteoros de la Universidad Estatal de Arizona existe un recinto al que solo se puede ingresar bajo las más estrictas medidas de limpieza. En uno de sus contenedores, el hidrógeno mantiene en bajísima temperatura una trozo de materia venida del espacio exterior que se cuida como un tesoro invaluable... y lo es. El científico que lo custodia lo muestra con una imborrable expresión de felicidad, describiendo las calidades increíbles de que aquella roca cósmica, y con algo de humor recalca que incluso se le pueden notar algunos de los pelos del perro sobre cuya casa aterrizó el bólido.
El perro que se salvó por centímetros de ser víctima de un meteorito es tico, un zagüate anónimo del que nunca supimos su nombre o pedigrí. El hecho se dio la noche del 23 de abril del 2019, cuando una destello verde iluminó el cielo sancarleño y cientos (¿miles?) de meteoritos cayeron en potreros, charrales, casas y sí, también en la perrera en cuestión, en los distritos de La Palmera y Aguas Zarcas. Las semanas siguientes fueron frenéticas y divertidas en esas comunidades, cuando científicos y coleccionistas venidos de distintas partes del mundo se presentaron con los bolsillos llenos de dólares para hacerse con alguno de los souvenir espaciales. El meteorito de la casa del perro fue de los más comentados, aunque en realidad pocos costarricenses pudieron verlo pues quienes lo hallaron lograron venderlo casi de inmediato.
Es ahora, gracias a Fireball, el nuevo documental de Apple TV+, que finalmente tenemos oportunidad de ver al que ahora toda la comunidad científica planetaria llama “el meteorito de la casa del perro”. Clive Oppenheimer, reconocido geólogo y vulcanólogo británico, tuvo el privilegio de observarlo, sostenerlo y, especialmente, olerlo: el aroma orgánico de aquella piedra habla del origen de nuestro sistema solar y de la vida misma. Para cualquier efecto, el meteoro sancarleño es un rockstar en todos los sentidos.
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Por segunda ocasión, Oppenheimer unió sus fuerzas con las del laureado y respetadísimo cineasta alemán Werner Herzog (Aguirre; Nosferatu; Grizzly Man; Fitzcarraldo; Cobra Verde) para retratar la fascinación de la humanidad con fuerzas incontenibles de la naturaleza. Tras el éxito de su primer documental como equipo, el aplaudido y volcánico Into the Inferno (disponible en Netflix), el dúo vuelve a la carga con Fireball: Visitors from Darker Worlds, documental de hora y media de duración en el que sus cámaras recorren el mundo para explicar la milenaria relación que nuestra especie ha creado con los meteoritos: ya sea en las planicies heladas de la Antártica; en la playa de una remota isla del Pacífico Sur; en el observatorio espacial del Vaticano; en un maizal de Francia o bien en las entrañas de un cenote de Yucatán, Herzog y Oppenheimer entrevistan a los expertos más renombrados y a viejos guardianes de tradiciones orales y artísticas para entender las muchas maneras en que estos objetos venidos del espacio han alterado y moldeado la vida en nuestro planeta.
Fireball: Visitors from Darker Worlds se estrenó a mediados de noviembre en Apple TV+, servicio de streaming que está disponible en Costa Rica. Para más información de cómo disfrutarlo puede visitar https://www.apple.com/la/apple-tv-plus/.
Como parte de la promoción del filme, Herzog y Oppenheimer han dado en las últimas semanas entrevistas a medios de todo el mundo, incluida La Nación. Este es un extracto de la conversación sostenida con ambos, vía Zoom, el 24 de noviembre. Los codirectores se mostraron complacidos de hablar sobre Costa Rica, país con el que los une una afinidad sincera, pues los dos tienen incorporado el uso del “pura vida” (Clive lo ve desde el punto de vista más feliz; Werner a partir de la crudeza más absoluta de la vida en su estado puro), y el científico incluso se apuro a señalar que el volcán Poás es un viejo conocido.
Clive: Mi primer trabajo de campo fue en el Poás, cuando era un estudiante de doctorado. Así que pasé un buen tiempo en Costa Rica, tengo buenos amigos ahí, buenos colegas. Y tienen maravillosos volcanes.
Werner: Tu país es hermoso y bendecido con los más maravillosos volcanes y junglas.
De inmediato les aclaro que la ciencia no es mi área de trabajo, sino el entretenimiento. Y Herzog, el maestro del cine, no me deja terminar de disculparme...
Werner: Nosotros estamos en entretenimiento también. La ciencia presentada en la manera en que es accesible para alguien de 6 años y para alguien de 96 años es algo que hemos tratado de establecer y nunca ser didácticos. Tiene que haber un sentido de asombro, un sentido de intensa curiosidad, así que lo que haces en el show business no es muy diferente de lo que nosotros hacemos.
- Al ver su documental una aparición inesperada fue la del meteoro “de la casa del perro”, que cayó en Costa Rica el año pasado y que, en medio de la locura que se desató, se vendió muy rápido, sin que el país pudiera apreciarlo. Su película es para muchos de nosotros la primera oportunidad de verlo. ¿Qué nos pueden decir de su valor e importancia?
Clive: No solo fue la oportunidad de verlo y sostenerlo, sino de olerlo. Es sorprendente el olor que tiene, está lleno de moléculas orgánicas...
Werner: Aclaremos una cosa: no es el olor del perro al que casi golpea; es el olor de medio billón de años en el pasado, así es como el universo olía 400, 500 millones de años en el pasado.
Clive: Y tiene razón con lo de la locura, pues acompaña a los meteoritos cuando caen debido a los coleccionistas y compradores. Pero la importancia de esta roca es que es un meteorito rico en materia orgánica, bastante raro, probablemente es el hallazgo más importante de un meteorito rico en materia orgánica desde 1969, así que hubo mucha emoción por él.
Como sucedió hace poco, en abril del 2019, el trabajo científico apenas está empezando pero ya está siendo analizado en el laboratorio que visitamos en Arizona; ya publicaron un trabajo preliminar sobre el hallazgo de muchas moléculas orgánicas, y tiene diferencias interesantes con la roca de 1969, cada una de estas rocas revela pequeños secretos sobre los primeros estados de formación del sistema solar y desde luego que la materia orgánica puede hablarnos sobre los orígenes de la vida en la Tierra y otros lugares del universo.
- Como sucedió con la lluvia de meteoritos de Costa Rica, su documental deja claro que estas rocas espaciales moldean la vida de los lugares que impactan. ¿Hubo otros sitios con buenas historias de meteoritos que debieran dejar por fuera?
Werner: Hay muchas, muchas. Cuando empezamos con el proyecto ya habíamos identificado 34 áreas de impacto y sabíamos que terminaríamos con 10 en nuestras película. Dejamos más de 30 localidades por fuera y filmamos en 11 sitios y fue una decisión sabia porque no queríamos volvernos aburridos ni una enciclopedia o didácticos. Hay hasta 100 eventos más pero los dejamos por fuera aunque algunos sí son mencionados como Costa Rica y el de la casa del perro, que es demasiado bueno para creerlo.
- Uno de los momentos más emotivos de Fireball es cuando el equipo coreano encuentra un gran meteoro en la Antártica, y los científicos son dominados por la emoción. La gente tiende a creer que el trabajo científico es silencioso y tranquilo pero en realidad está lleno de estos episodios de felicidad absoluta. En su película todos los expertos entrevistados lucen realmente felices, ¿esto fue coincidencia o sí hubo un interés por mostrar esa faceta de la comunidad científica?
Clive: Creo que tienes razón en que se rompe el mito de que los científicos son observadores sin pasión cuando sí son muy apasionados, gente que quiere entender el cosmos desde las muchas ramas de la ciencia, y es inevitable que estas emociones se muestren cuando tienes conversaciones apasionantes con otra gente sobre las fronteras del conocimiento. Fuimos muy afortunados de encontrar esta variedad de científicos porque aparte de Simon Schaffer, a quien conocía de Cambridge, no conocíamos a nadie de nuestro elenco hasta que nos presentamos con la cámara. Lo que se ve en el documental sale de esa emoción de conocernos los unos a los otros y empezar a tener una conversación.
- En el documental se ve que Clive tuvo su propio momento de gloria cuando encontró un meteorito sobre el hielo de la Antártica al acompañar a los científicos coreanos. Hablemos de esa experiencia.
Clive: Fue una gran emoción. Como dijiste habíamos conocido a los coreanos, ellos nos invitaron a Antártica donde cada año van a buscar meteoritos...
Werner: Antes de que continúes debo decir que si mandas a Clive a un casino en Las Vegas terminará perdiendo, si juegas póker con él pierde...
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Clive: Soy tan perdedor que si voy al mall, al escoger la fila para pasar a la caja a pagar siempre escojo en la que está la señora con 58 cupones para cambiar, así que no estaba esperando encontrar un meteorito. Tan solo estar en la planicie polar excede cualquier expectativa que pudiera tener sobre lo cinematográfico que se vería porque se extiende más allá de donde alcanza el ojo y tiene este extraordinario color azul, por la luz que refleja este hielo glaciar de 100.000 años. Vas caminando, viendo de lado a lado, y lo más notable es que cualquier piedra que encuentres ahí es un meteorito porque estos glaciares no han erosionado la base de rocas, dos kilómetros abajo, por lo que todas estas piedras cayeron de los cielos. Nunca había encontrado un meteorito en mi vida y ese día, con unas horas de búsqueda, vi dos al mismo tiempo, uno de mayor tamaño, así que no solo estaba emocionado como geólogo ante este descubrimiento, al saber que encontré algo de 4 y medio billones de años de antigüedad, sino que estaba aún más feliz de saber que nuestro cinematógrafo estaba arriba en el helicóptero con la cámara rodando, así que fue un momento maravilloso.
- Uno de los personajes más interesantes del documental es un músico noruego de jazz, quien recolecta micrometeoritos, a quien ustedes llaman ciudadano científico. Después de ver Fireball es posible que otros ciudadanos empiezan a poner más atención a los cielos. ¿Era ese un objetivo para ustedes?
Werner: No tanto poner atención a los cielos, sino despertar la curiosidad. Clive y yo siempre decimos que con solo un niño que al verlo diga “esto es emocionante” y quiera convertirse en científico, entonces habremos cumplido nuestra tarea.
Clive: Uno de mis motivos desde el inicio fue reconectarnos con el cielo nocturno, porque muchos de nosotros, y me incluyo, no vemos más de una docena de estrellas en la noche. Vivimos en ambientes urbanos y aún si estamos fuera de la ciudad hay luces de seguridad en los patios, en los caminos... la noche ha sido colonizada por la luz artificial. Así que quería reconectarnos con el cosmos por medio de esta película, pensar cómo el cielo nocturno era importante para culturas antiguas, que no tenían luz artificial, para navegar, para medir las estaciones, para saber cuándo plantar y para dictar sus rituales.
- Después de producir dos documentales juntos, ¿hay planes para una nueva colaboración?
Werner: Este es nuestro proyecto en este momento pero creemos que esto debe ser una trilogía.
Clive: Nuestra primera colaboración fue cuando hice una aparición en Encounters at the End of the World pero en realidad hemos hecho solo dos películas juntos y esto debe seguir, definitivamente.