La tradición siempre nos dicta que los verdaderos amigos están en las buenas y en las malas. James José, conocido en Costa Rica por ser un perro de terapia, fue a todas las fiestas de cumpleaños de su amiga, una perrita que falleció el 28 de febrero. Por supuesto que James José acompañaría a su compañera de juegos en su última estadía física en este mundo.
María José Vargas, la dueña del peludo y esponjoso James José, asistió a la vela de la perrita (a quien su dueña pidió no identificar) porque sabe que fueron muchos los lindos momentos que las mascotas compartieron.
“Tuvimos la dicha de verla a ella el miércoles de pura casualidad. Pudimos darle un beso, transmitirle buenas vibras. Jamás pensamos que ese sería el último día que se iban a ver. Siempre íbamos a todas las fiestas de ella, mis antiguos perros, quienes ya cruzaron el arcoíris (fallecieron) también iban a todas las fiestas”, contó María José mientras sostenía al obediente James José.
La noche del viernes 28 de febrero se realizó la primera vela de un perro en Costa Rica. Lo anterior no quiere decir que antes no hubiese otros dolidos dueños que organizaran sentidos actos para despedir a sus mascotas, sino que la de aquella noche fue la primera ocasión en que un servicio de este tipo se organizó en un establecimiento privado y especialmente acondicionado para esos propósitos fúnebres.
Se trata de Memorial Pets, donde además del servicio de cremación para animales (el cual está igualmente disponible en otros establecimientos) también se ofrece un espacio especial para velación de mascotas, el cual se inauguró en noviembre del 2019 en el Paseo Colón, San José. La sala en la que se veló a la perra está capacitada para recibir a 20 personas, también hay un cuarto con espacios para que los perros visitantes puedan reposar o comer.
Está primera vez fue más que especial. La perrita fallecida era muy apreciada por muchos, lo que provocó que algunos asistentes tuvieran que hacer fila para despedirse y externar sus sinceras condolencias a la dueña que perdió a quien consideraba su hija. En la sala también había perros grandes y otros más pequeños que fueron llevados por sus amos para decirle adiós a la perra con la que compartieron sesiones de fotos, juegos, fiestas de cumpleaños y diferentes reuniones.
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En la parte principal de la sala, en cuyo fondo se aprecia una pared con un enorme dibujo que muestra a varios animales viendo un atardecer, estaba un pequeño féretro blanco en el que reposaba el cuerpo del animal. Como tributo, alrededor había varios retratos de la mascota, arreglos florales y globos que reflejaban lo querida que ella fue en vida. Los adornos celebraban la inocencia de la criatura.
Cuando toca despedirse de un ser querido los abrazos que reconfortan aparecen, los recuerdos se musitan y las lágrimas no se contienen. En esta vela fue igual: los presentes se comportaban con solemnidad y las caras enrojecidas evidenciaban que el dolor y el duelo se habían manifestado con llanto.
Un libro estaba abierto antes de entrar en el cuarto de velación. Allí quienes querían podían escribir un mensaje de amor o de solidaridad. En otro espacio del lugar estaban preparadas unas mesas altas con elaborados bocadillos, jugo y café para atender a los dolientes. Una de las colaboradoras del lugar, que contó con todo su personal para realizar este primer velorio, repartía snacks a los perros presentes.
Homero, un pomeranian conocido por sus múltiples fotos en Instagram, degustó una de las galletas cuando estaba en uno de los pasillos del recinto. Él y sus dueños María Jesús y Diego Valverde habían estado antes en la sala en la que se despidieron de la perrita y en la que todas las sillas estaban ocupadas. Ellos decidieron salir y dar espacio para que otras personas ingresaran.
“Homero y ella se conocieron en varias reuniones. Se tomaban fotos juntos. Realmente esto es muy difícil”, comentaron los hermanos dueños de Homero.
Homero fue vestido con un chaleco con gorro de color negro. La prenda le servía para la ventosa noche, sin embargo, el propósito de su ropa era evidenciar el luto, contó su dueño.
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Milly, una dulce french poodle, llegó en brazos de sus amos quienes también cargaban una maceta con flores blancas que parecía era un detalle de Milly para despedir a su amiga. Ella también llegó vestida: usó un vestido y encima un chaleco de peluche que luego le quitaron porque con tanto calor humano se podía sofocar.
Pasadas las 8 p. m. más personas empezaron a presentarse. Algunas lamentaban no haber llevado a sus perros cuando topaban con los canes y sus dueños que llegaron juntos a apoyar.
En otra sala había mesas y sillas para quienes ya habían dado el pésame y querían permanecer en el lugar como muestra de afecto. Allí los humanos conversaban y tomaban café, mientras algunos de los perros compartían tranquilamente.
Los ojos de una sigilosa criatura monitoreaban cada movimiento. Quien miraba curioso era Memo, un gato bebé que vive en el establecimiento. Él fue chineado por muchos de los asistentes que a simple vista son unos enamorados de los animales. El pequeñísimo felino experimentó una de sus noches más movidas, pues en todo el tiempo que tiene de vivir en el lugar siempre había visto desde una ventana alta, asomando la cabeza y sosteniéndose con las patas delanteras, a los dueños que llegaban a dejar el cuerpo de una de sus mascotas para que fuera incinerada, mas nunca había estado en una vela. Esa fue la primera vez que permaneció entre tantas personas juntas y perros muy grandes. Su comportamiento fue bueno, según comentaban entre sí los trabajadores del lugar y quienes lo cuidan durante el día.
Afuera el frío era intenso. En el interior todo era calidez: no solamente corporal, sino sentimental. Los presentes entendían que lo que estaba ocurriendo allí no era descabellado. A un ser amado se le despide lo mejor que se pueda.
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La vela de la mascota se realizó entre las 6 p. m. y las 9 p. m. Después de esa hora ella iba a ser cremada por solicitud de su dueña. Las cenizas del animal se colocarían en una pequeña urna adornada con el nombre de la perra y una foto que probablemente reposará en un rincón especial de la que fue su casa por varios años. Esta despedida le costó a “la mamá perruna" poco más de ₡400.000, pues ella solicitó varios servicios como fue la preparación del cuerpo y que a los asistentes se les sirvieran bocadillos VIP. Usualmente las tarifas en esta sala de velación para animales inician en los ₡200.000. El precio depende de lo que se incluya en el paquete fúnebre y del peso del perro, especificó María José Arguedas, vocera de Memorial Pets.
Gloriana Carvajal, gerente del grupo al que pertenece esta particular sala de velación, explicó que el espacio se creó porqué en los últimos tiempos hay muchas familias que acogen a las mascotas como miembros de su núcleo y que hay quienes para despedirlas quieren hacerles “un homenaje de amor”.
Durante la actividad, los perros no ladraron y se mantuvieron cercanos y atentos a las indicaciones de sus amos. Parecía que ese buen comportamiento era la forma de decir adiós a su amiga, quien para tranquilidad de los que más la quisieron ahora sonríe al otro lado del arcoíris.