Esta es la casa número 23 en un barrio donde las casas no están numeradas. Adentro vive una mujer que podría no estar viviendo ya, pero que fue sanada con algo que ella y millones de creyentes consideran un milagro obrado por Juan Pablo II siete años después de su muerte.
Desde fuera, se ven unas rejas de clase media popular, unas cámaras de vigilancia y un altar con un retrato enorme del Juan Pablo II que será declarado santo en abril próximo . Pegada en la ventana, sobresale una calcomanía de “Emergencias médicas”, por si acaso. Hay también una imagen de la Virgen de Guadalupe y ese número 23 empotrado junto a la puerta.
Esto es Dulce Nombre de La Unión , el nombre de la comunidad que era prohibido señalar cuando, a mitad de este año, se conoció que El Vaticano estaba intentando probar, con sus propios métodos, la curación de una mujer costarricense cuyo nombre también era secreto en ese momento.
Esa mujer se llama Floribeth Mora Díaz y ahora no solo salió del secreto, sino que saltó a la fama. Vienen turistas a su casa, la llaman periodistas de distintos continentes, sacerdotes de muchas parroquias y los políticos quieren visitarla también. Otros fieles católicos se le acercan y le piden que ore por ellos, que los toque aquí, que los contagie de milagro.
En la puerta hay colgada también una corona navideña que podría resultar insignificante, pero que no lo es. Esa es la corona que aparece en el primer reportaje publicado sobre Flori , cuando la cadena mexicana Televisa publicó, antes que nadie, el rostro ancho de Floribeth y la historia que serviría para que en Roma le dieran categoría de santo a Juan Pablo II.
El reportaje (con la corona) se publicó en México el 3 de julio, mientras decenas de periodistas costarricenses intentaban dar con Mora y su familia, quienes veían a los reporteros afuera desde las pantallas de las cámaras de seguridad instaladas en medio de múltiples adornos e imágenes religiosas. La corona navideña confirmaba que el reportaje había sido grabado en diciembre del 2012, cuando la periodista mexicana Valeria Lasraki vino a Costa Rica como parte de la comitiva de El Vaticano a cargo del caso.
Todo era secreto, porque Floribeth había firmado el silencio frente a abogados, pero el reportaje en México la lanzaba a la fama en el mundo católico y rompía la reserva de nombres y rostros. “Ese reportaje fue una chanchada”, recuerda el sacerdote Donald Solano, el acompañante de la mujer durante el 2012, año en que ella entregó su historia para la causa de la canonización del Papa. Era la historia necesaria para responder al clamor que se escuchó en el funeral de Karol Wojtyla (8 de abril del 2005) cuando la multitud gritaba: “¡Santo súbito, santo súbito!”.
Floribeth, oriunda de Cristo Rey de San José y casada con un exjefe de la Policía, llegaba a sus 50 años en el mes de julio pisando la alfombra roja de la fama en el mundo católico. Este hogar de clase popular, vigilado con cámaras, enrejado y protegido por alambre de navaja, fue desde entonces la morada que aloja a “la mujer del milagro”.
Aquí llegamos nosotros a escuchar su historia repleta de detalles y de fechas, de fe y de experiencias. Relata todo con el llanto al borde y una memoria osada como para reconstruir diálogos completos. Con su voz aflautada, sale a dar la entrevista maquillada, con pulseras y las uñas recién pintadas.
La casa 23
Esta es Floribeth y está sana después de haber tenido un aneurisma fisiforme cerebral. Es decir, una arteria en su cerebro estaba inflamada en su totalidad y llegó a sangrar en algún momento. Era una lesión grave y digna de una cirugía de altísimo riesgo, pero un día se curó sin bisturíes ni quirófanos.
Ese es el milagro, según su relato y según el veredicto final en el proceso en El Vaticano, el cual se consumará el 27 de abril del 2014 en la ceremonia de canonización a la que está invitada Floribeth con su familia.
Habrán transcurrido entonces casi tres años desde aquel 1.° de mayo del 2011, cuando Juan Pablo II era beatificado en Roma mientras su voz, según Floribeth, le hablaba desde el más allá, de manera contundente, aquí en Costa Rica. “Levántate, no tengas miedo” , dice la mujer haber escuchado aquella mañana mientras –cuenta– veía la imagen de Karol Wojtyla salirse de la portada de un folleto, adquirir una tercera dimensión y estirar hacia ella los brazos como animándola a ponerse de pie y caminar para probar que estaba sana. Lo hizo, pero no contó de inmediato.
Después se sintió bien y exámenes médicos descartaron aneurisma alguno. Entonces, lo relató a su marido y lo escribió como un testimonio más en una página en Internet de la organización que postulaba al beato Juan Pablo II como santo.
Ella dice haber llegado a la página por cuenta propia, pero el sacerdote Solano, párroco en Paraíso de Cartago, asegura haberle dado la dirección electrónica para que compartiera el testimonio y así llegara a la Oficina de la Postulación que dirigía en Roma el obispo Slawomir Oder, un religioso polaco que conoció a Wojtyla desde joven.
El caso es que en Roma, entre decenas de testimonios de aparentes milagros, caló el relato de sanación escrito en febrero del 2012 y firmado así al final: “Floribeth, Costa Rica”.
Esta es la mujer que vive en la casa 23, en honor al día de agosto de 1996 en que murió su hijo, Kevin de Jesús.
Lo menciona como un hijo más. Dice tener cinco hijos: los cuatro que viven y aquel nonato que ahora tendría 17 años. Mantiene en su mesa de noche un retablo con la fotografía –ya añosa– del feto de Kevin de Jesús, con su cara enrojecida y envuelto en mantos blancos. Murió a los siete meses de gestación, pero su rostro sigue en el dormitorio de los papás.
Floribeth es la madre de todos ellos y la abuela de cinco pequeños. Es la esposa de Edwin Arce, quien ocupó varias jefaturas en la Policía hasta que prefirió abandonar el Gobierno y montar su propia empresa de seguridad privada y una venta de repuestos, negocios que administra junto con su esposa.
Floribeth nació en Cristo Rey de San José en julio de 1963. Es hija de un zapatero y de la costurera Valeria Díaz, quien todas las noches hacía a sus ocho hijos rezar el rosario para dar al espíritu una sensación de llenura que no siempre tenían en el estómago; cuenta ella.
“Éramos bastante pobres. A veces, si una clienta (de costura) no pagaba, no había comida. Mi mamá compraba masa y hacía el atol de masa para acostarnos llenitos”, cuenta Floribeth antes de soltar varias lágrimas.
Pero de inmediato dice que en su casa había uvas y manzanas para las navidades; su papá las compraba con dinero de la zapatería o con monedas que ganaba jugando bingo. O apostando marcadores de futbol en el Totogol.
Algo de eso le quedó a Floribeth, quien juega el número 23, el de su hijo, en la lotería de los domingos pidiéndole a Dios que le ayude a ganarse algo de dinero, pero también pidiéndole perdón por hacer algo malo. “Yo le digo ‘perdáname, Señor, si Tú no estás de acuerdo con esas cosas. Sé que a Ti no te gustan estas cosas’. Lo hago porque a veces uno juega con la intención de tener un poquito más de plata. Sí juego con algo de culpa”.
También se sentía culpable cuando ocurrió lo de Kevin de Jesús. El hijo mayor se había fracturado la víspera y ella se asustó. El sobresalto afectó al feto, que ya venía enfermo por un supuesto “envenenamiento” por efecto del método anticonceptivo. Floribeth usaba la “T de cobre” como forma de contracepción, un método que la Iglesia considera abortivo.
“En ese momento, me enojé con Dios y le dije ‘¿por qué a mí, Señor?’ y el tiempo me vino a decir que Dios tiene un propósito para todos. Él se llevó a mi ángel para protegernos (...) Siempre le pedí al Señor: ‘Perdóname por enojarme contigo’”. Tenía 36 años entonces.
Floribeth se sobrepuso y al tiempo volvió a quedar embarazada de su hijo Kéynner, el muchacho que, 14 años después, volviendo del colegio, sería abordado por un periodista.
—¿Usted es Kéynner?– preguntó el reportero a mitad de este año, 2013, cuando el secreto del “milagro” estaba haciendo aguas.
Él lo negó, igual que lo hicieron otros familiares. Edwin Arce, el esposo, llegó hasta a inventar que estaba divorciándose, para eludir preguntas. Ahora lo recuerda riéndose mientras escucha sentado todo el relato que su esposa ha repetido quién sabe cuántas veces.
Él ha sido el coprotagonista de esta historia. En el famoso reportaje en Televisa, dijo haber escuchado también una voz del más allá. Él la acompañó a las decenas de citas en el hospital y al viaje –también secreto– que hicieron en octubre del 2012 a Roma, para someterse a exámenes médicos.
El Vaticano se vale de la ciencia para intentar explicar lo que la ciencia no puede explicar bien. Y Floribeth estaba dispuesta a someterse a todo en ese otoño del 2012.
Acogidos por monseñor Oder, Floribeth se internó en el hospital Policlínico Gimelli, en una habitación en el tercer piso donde, casualidad o no, estuvo Juan Pablo II en marzo del 2005, semanas antes de morir, dice ella.
Ahí Floribeth no era nadie especial. Nadie sabía que ella era la posible prueba de la santidad del hombre que, siete años atrás, estaba ahí internado mientras el mundo esperaba en vilo noticias sobre la agonía de esta figura innegable en la religión y la política mundial de la segunda mitad del siglo XX.
Para efectos del personal médico, ella era solo una turista enferma con dolores de cabeza y dispuesta a someterse a procedimientos invasivos y dolorosos sin anestesia alguna, porque es alérgica. Le practicaron una arteriografía cerebral, que consiste en insertarle una sonda por la arteria desde la pierna hasta el cuello, punto donde se libera un tinte que recorre el cerebro para determinar si hay una adecuada circulación.
“Uno siente la sonda que le va quemando y acaba con las pupilas convertidas como en dos bolitas anaranjadas. Es horrible, pero si Dios me da vida a mí, ¿por qué no le voy a dar un poquito de mí?’”.
La prueba confirmó que el cerebro estaba sano y, una semana después, logró salir del hospital, pese a molestias severas, como cuando estuvo enferma, antes del 2011.
Floribeth asegura haberle contado sobre este procedimiento al médico Alejandro Vargas Román, su neurocirujano en el hospital Calderón Guardia. Este, no obstante, sostiene no haberse enterado. El secreto era en serio.
Así volvió ella a Costa Rica en noviembre del 2012, con padecimientos que la obligaron a volverse a internar, pero dos semanas después salió, y ya estaba en San José el personal de El Vaticano para continuar la “verificación”, pues la fase médica ya estaba superada.
El 26 de noviembre, se reunió con ellos –sacerdotes, teólogos, médicos y abogados– en la Curia Metropolitana. Le preguntaron una y otra vez por qué esperó casi diez meses para contar sobre la curación y ella dice haberles contestado fuerte: “¿quién me iba a creer? Si ustedes que son sacerdotes dudan de mí, ¿cómo me iban a creer a mí sola?”.
Hay gente que no le cree la historia, la cual se hizo oficial el pasado 5 de julio. Han llegado a su casa a cuestionarle la veracidad del milagro, pero ella también tiene preparada su respuesta. “Esas son mis creencias y no me interesa si otros no creen. No obligo a nadie a creer lo que a mí me pasó. Verán las grandezas de Dios cuando su corazón cambie”. Y solloza.
Eso le responde a periodistas y a fieles. Eso dijo en México y en Argentina, eso dirá en Miami y en cada entrevista que da por teléfono ya por su cuenta. Su historia ya no depende de permisos ni de dinero de El Vaticano. La va contando donde quieran escucharla, aunque sabe que para algunos, muchos quizás, es solo fantasía y mercadotecnia vaticana en torno a Karol Wojtyla, que tuvo también sus lunares.
Se le acusa de proteger los actos de pederastia del padre Marcial Maciel en México, fundador de la Legión de Cristo, una organización que siempre tuvo el respaldo de Wojtyla. Floribeth pensó que se lo iban a mencionar en México, en una visita reciente en octubre, pero no. “Eso no fue su culpa, fueron errores de un subalterno que alguien aprovecha para serrucharle el piso a la obra de él. Yo no tengo pruebas de nada malo de él”, dice.
Lo suyo es la fe y trata de no meterse en enredos políticos. De hecho, se desmarcó del arzobispo Hugo Barrantes cuando este utilizó su historia para hablar contra los proyectos que buscan legalizar la fertilización in vitro (FIV) en Costa Rica. “Yo no puedo juzgar en eso. No puedo imaginar el sufrimiento de una madre que no puede tener sus hijos”, dice antes de volver a mencionar al hijo fallecido, el del número 23. Entonces, le pide a Edwin, su esposo que le traiga la fotografía del cuarto. Él trae el retablo desteñido con la carita del feto.
Ahora ella es “la mujer del milagro” y debe combinar negocios familiares con su tarea de predicar. Tampoco descuida los estudios de Derecho y pretende hacer un proyecto de ley que proteja a los hombres contra “el abuso de las mujeres”, pues considera abusivo el régimen de pensiones alimentarias y cree que muchas mujeres tienen la culpa de ser acosadas, por su manera de vestir.
Así es la mujer que vive en la casa 23, adonde llegaron candidatos presidenciales y diputados, y adonde se reciben llamadas de cualquier parte de Occidente para que ella cuente, una vez más, cómo fue eso del milagro.