Chirripó, Turrialba
Durante varios días, la fotógrafa Nicole Alpízar y el periodista Alessandro Solís se internaron en las montañas de Chirripó, un distrito de Turrialba, en donde conviven unas 65 comunidades cabécares. El resultado de la visita fue este reportaje, que explora temáticas como la educación, las costumbres tradicionales y la influencia del mundo exterior en la vida de los ditsö, como prefieren que se les diga.
Sin embargo, el material fotográfico resultó tan masivo y con tanta calidad que no podíamos dejar esas imágenes podrirse en los archivos fotográficos del periódico. A continuación, conozca más de cerca las caras, el día a día, y la vida que llevan los ditsö de un lugar que es opacado por otro lugar que lleva el mismo nombre.
Esta es una serie de imágenes del territorio indígena de Chirripó ordenadas por bloques semi-temáticos, con sus respectivas historias y detalles resumidos después de cada combo fotográfico.
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Christian Brenes fue nuestro guía en Chirripó, por decirlo así. Es el hombre detrás de la computadora que muestra el único mapa que existe de la zona. Ese mapa lo hizo él. A veces nos dio la impresión de que toda su existencia tiene una única misión: ayudarle a los ditsö a actualizarse con educación y tecnología, pero no permitir que sus tradiciones se vayan a la basura.
Christian todas las semanas entra, encadena las llantas del carro y entra a las montañas más remotas del territorio, hasta que encuentra a una familia sentada en un rancho que lo reciba para conversar. En algún momento del viaje, nos admitió que su sueño es eventualmente irse a vivir a Chirripó, en especial si la Universidad de Costa Rica (donde es profesor) abre una sede pequeña cerca de la comunidad.
Uno ve las montañas y jamás piensa en lo que en ellas se esconde. Estamos tan acostumbrados a la dinámica y distribución de nuestros pueblos y ciudades, que nos saca de nuestra zona de confort saber que si ponemos verdadera atención a la flora monumental que se iza desde lo más profundo de la tierra vamos a encontrar las casas, las almas y las vidas de ditsö como Urbano Jiménez, con su sombrero y su camiseta de rayas, siempre moviéndose sobre esos cerros, de un lado para el otro, de arriba hacia abajo.
Tanto las escuelas como las casas e incluso las iglesias que conocimos de Chirripó son tremendamente diferentes a las que habíamos conocido fuera de la reserva y en otros territorios indígenas. Quizá lo más interesante de esto fue ver los mensajes que colgaban en las paredes de las escuelas, como el de la paloma que no sabe qué es el dinero y sin embargo es feliz, o los dibujos que hizo la hija de un ditsö que cambió todas sus tradiciones espirituales por el cristianismo y ahora es pastor.
Los ditsö de Chirripó no solo están escondidos y en algunos casos prácticamente incomunicados con el mundo exterior, sino que sus cédulas son de factura muy reciente. Antes de este milenio, no tenían documento de identificación; ahora, muchos mayores necesitan la cédula no tanto para papeleos y trámites, sino más para saber cómo escribir sus nombres.
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La frase que se lee en una puerta en una escuela es la síntesis del conocimiento que obtuvimos en este viaje: no solo hay quienes creen que es posible que los ditsö mantengan sus tradiciones y su identidad al mismo tiempo que se incorporan a los servicios básicos de la sociedad fuera del territorio indígena; hay quienes creen que ese es el único camino posible.
La cabécar es una de las pocas poblaciones en los que la mujer tiene mayor valor que el hombre, especialmente en cuanto a la toma de decisiones del hogar. Además, las mujeres son las encargadas de los ranchos, donde siempre hay algún fuego encendido y donde se transmiten todas las tradiciones culturales de los ditsö.
Todo es muy grande en Chirripó, pero hay mundos pequeños dentro de ese gran planeta que es el hogar de los cabécares. Los niños pintan las piedras de colores similares a los que usan sus padres para pintar las casas; los niños juegan a veces solos en clase porque sus compañeros tienen semanas de no venir; y el clóset (con todas sus prendas diminutas y grandes, a todos colores) nunca está dentro de la casa.
Uno de los principales objetivos de la Unidad de Educación Indígena del Ministerio de Educación Pública es que los indígenas obtengan una enseñanza especializada, con un plan de estudios diseñado únicamente para ellos, en el que aprenden a ver el mundo de adentro hacia afuera: primero desde la historia de sus antepasados y sus tradiciones y luego poniendo a los niños en contexto con el distrito, el cantón, la provincia, el país, el continente, el planeta y el universo.
Caminar es cosa de todos los días para los ditsö. De pronto la madre tiene que llevar al niño a Grano de Oro a una cita médica, o su hijo del medio tiene que ir a comprar un gallo para llevarlo a la casa. Recorridos comunes y normales para cualquiera, hasta que se tienen que hacer a pie, durante horas, bajo la lluvia y en un terreno que si llueve se enloda y que si es de noche tiene alta población de serpientes.
Si bien la sociedad cabécar está muy bien organizada en cuanto a cultura, espiritualidad y costumbres, y se le enseña a los niños desde muy pequeños cuál es el bien y el mal para ellos, la influencia de otras prácticas externas es inevitable. Por ello, hay decenas de iglesias cristianas en el territorio indígena de Chirripó (el ditsö Rodolfo Salazar, en la segunda foto, por ejemplo, es el pastor de una de esas iglesias) y en las afueras del territorio hay símbolos como el del Ché Guevara que para ellos no tienen significado alguno.
Los ditsö no rezan. Sus cantos no son plegarias. Sus dioses no solo no son alabados sino que de ellos no existe ningún tipo de representación física. No hay siquiera dibujos de sus dioses. La espiritualidad nace en los ranchos, diseñados de esa forma para que se unan el submundo de los espíritus, la tierra de la vida y el cielo. No obstante, iglesias como la de los Testigos de Jehová han sumado adeptos ditsö a sus iglesias de la zona e incluso han transcrito la Biblia a cabécar y reciben donaciones de los feligreses convertidos.
En Grano de Oro, un centro de espera para indígenas es donde los ditsö descansan antes de ir al hospital o regresar a sus casas. Las condiciones precarias del mismo probablemente los podrían enfermar de nuevo, o más. El centro de salud de la Caja Costarricense del Seguro Social, en Grano de Oro, trabaja en las mañanas y en las tardes, y está ubicado a numerosas horas (o incluso días) para los indígenas que deben caminar largos trechos para tratar sus enfermedades.
Si bien los ditsö tienen una relación muy íntima y universal con la tierra y la naturaleza, de la cual se sienten parte, es común ver en las trochas o en los zacatales algo de basura de los productos que consumen en las pulperías o incluso de prendas de vestir de las que se deshacen. Son uno con uno con la naturaleza y el medio ambiente pero no por ello tienen la consciencia ambiental que en Occidente procuramos tener, quizá porque la información que nosotros recibimos al respecto no hace eco allá.