Lo hizo en la noche, en la calle vieja de Tres Ríos. Las manos le temblaban, su corazón se le quería fugar del pecho.
Topan nunca ha tenido tanto miedo en la vida como ese día, hace ya seis años, cuando trazó su primer grafiti. “Lo que pinté no me quedó muy bien, pero esa sensación de adrenalina, ¡uf!”, relata, emocionado. Él es administrador de empresas y estudiante de Finanzas.
Desde entonces, Topan no ha parado; en su currículo hay unos 300 grafitis.
El muchacho, de 23 años, es uno de los grafiteros que ha contribuido a que muchos consideren un arte el acto de pintar paredes con spray .
La ciudad se ha vuelto un lienzo. Cada vez más, los grafitis son aceptados, cada vez menos, se los considera como vandalismo. Ya Topan no tiene que esconderse en la noche ni sentir miedo –al menos no tanto– a la hora de pintar un muro, aunque la adrenalina sigue presente.
Libertad, expresión, rebeldía… son los tonos con que se pintan los dibujos que bañan los muros. No se trata de los trazos que hacen los miembros de la barras Ultra ( seguidores del Saprissa) o La 12 (aficionados liguistas) ni de los mensajes políticos que escriben los indignados en contra de los recortes al presupuesto de Cultura ; sino de creaciones abstractas y estéticas, llenas de color y forma.
Para algunos, estas intervenciones le dan vida a la ciudad; aunque para muchos otros, evoca una imagen turbia y desordenada.
Mush, el grafitero más emblemático de la escena, reconoce que cada intervención depende del ojo subjetivo del espectador: “No sé si estamos embelleciendo la ciudad, el concepto de belleza es relativo, a unos les gustará, a otros no… Lo que sí es cierto es que no es lo mismo pasar frente a una pared gris, a hacerlo por una que te lanza colores, que te hace pensar en el concepto de la imagen, en su mensaje”, detalla.
El grafiti (concebido como los trazos de color hechos con spray en lugares públicos) apareció en los años 60 en los barrios afroamericanos de Nueva York. En Costa Rica no tardó en llegar, pero fue hasta la década pasada cuando se empezó a fortalecer como movimiento. Uno de sus principales precursores es Mush.
El Hongo
Mush es el diminutivo de Mushroom, seudónimo de un grafitero de 30 años que prefiere no publicar su nombre; no porque se esconda, alega, sino porque no quiere figurar más de la cuenta. “Poneme Mush, todo el mundo que está en esto me conoce por Mush”, dice.
El apodo tiene que ver con el elemento común en sus obras: los hongos. Si usted ve en la calle alguna intervención urbana que tenga un hongo, su autor probablemente es Mush.
“Yo empecé cuando estaba en el cole, le robé un spray a mi padrastro y me fui a buscar paredes”.
El grafitero cuenta su historia mientras pinta un muro del Centro Cultural de España, en barrio Dent. Armado con 73 latas de pintura en aerosol, Mush le da vida a una figuración tradicional mesoamericana con aspecto futurista.
“Conocí gente que hacía lo mismo, hay todo una cultura alrededor del grafiti. Fuimos aprendiendo, compartiendo conocimientos. Esto se convierte en una pasión, en una necesidad”, recuerda el artista.
Mush empezó a organizar actividades para reunir a los grafiteros, exponer este tipo de arte y promover la conversación entre los exponentes. Se destacan, por ejemplo, los festivales Buscando la Raíz, y Casa y Calle.
Esto contribuyó a que se ordenara el movimiento, se trabajara de manera coordinada y se impulsara la formación de nuevos artistas. De igual forma, las organizaciones no gubernamentales, la empresa privada y las entidades públicas le abrieron las puertas al arte urbano y contrataron a los artistas para que realizaran sus obras. De tal forma, los grafiteros pasaron de ser perseguidos a ser pagados.
En San Pedro de Montes Oca, en las cercanías del antiguo Consejo Nacional de Producción, en barrio La California y en varios parques y barrios de Tres Ríos se pueden apreciar algunos de los grafitis más representativos.
Por lo general, los grafiteros se agrupan en crews , equipos de cinco y diez artistas con estilos similares. Entre los grupos se apoyan y establecen alianzas, mas si alguno “tacha” (pinta encima) una intervención de otro, pueden surgir rencillas y enemistades.
Actualmente, se calcula que hay unos 20 crews y más de 200 personas que hacen grafitis. La mayor cantidad de exponentes se concentra en San José , aunque también hay grupos grandes en San Ramón y Cartago.
Esencia
El grafiti originalmente tiene un espíritu contestatario, de reclamo, de protesta. Esta puede ser explícita o implícita, contra los esquemas económicos o como una exhortación a una vida libre.
Las intervenciones de Mush, por ejemplo, tienen como fin contrarrestar la contaminación visual producto de la publicidad. “Nos bombardean con anuncios, vallas comerciales…, no hay regulación para esto, queremos darle otra cara a la ciudad, una más estética”.
El artista de los hongos añade que, por medio del grafiti, ha logrado comprender y acercarse a las realidades sociales del país.
“Un día estoy en la mañana haciendo un grafiti para la escuela de Los Cuadros de Purral, en la que me dan el almuerzo en la soda, y en la tarde le estoy pintando el cuarto a unos chiquillos de plata en una mansión en Escazú. La primera es una donación; la segunda, obviamente que es cobrada. Así de contrastante es esto”.
Topan, por su parte, señala que el grafiti es una manifestación de libertad, de invitar a las personas a que vivan la vida sin imposiciones, a que sigan sus sueños y a que rompan esquemas.
Paradójicamente, Topan estudió una carrera que pareciera encajar en esos moldes que critica: Administración, y ahora saca una especialidad en Finanzas, algo que también simpatiza con los convencionalismos.
“Si fuera por mí pasaría pintando todo el día, nunca descansaría, pero hay que tener los pies en la tierra. Tal vez no se pueda vivir del arte, es muy duro, por eso estudio y trabajo con los números, que es algo que también me gusta”, cuenta.
Como muchos grafiteros, Topan divide su vida entre el arte urbano y un trabajo común. Pese a que hay quienes se dedican exclusivamente al arte –como el caso de Mush–, la mayoría requiere de recursos para costear las pinturas que le dan vida a sus obras. Cada spray cuesta entre ¢2.500 y ¢5.000.
Topan se llama Jonathan, y no quiere que pongamos su apellido, pues no sabe cómo reaccionarían sus jefes de oficina ante la noticia de que es un artista urbano. El apodo lo lleva desde la infancia, se lo pusieron en su barrio, en la urbanización Montúfar de Tres Ríos. Allí, todos lo conocen, y admiran su trabajo.
El amor no podía faltar entre las fuentes de inspiración de los grafiteros. Prueba de ello, las obras de Maurice Nicolaas , conocido en el mundo del arte urbano como Rústico.
Él viaja en bicicleta con un salveque, estilo mochilero, cargado de botes de pintura, en busca de una pared para dejar su marca. Sus intervenciones están dedicadas a las mujeres que han marcado su vida, amores y desamores del camino.
Rústico, de 28 años y estudiante de Diseño Publicitario, también procura expresarle su amor a la ciudad de San José.
Esto lo hace, sobre todo, desde que está vinculado al colectivo Chepecletas , el cual procura embellecer los espacios públicos para que la gente se apropie de ellos.
“Hay un trasfondo social positivo en el arte urbano. Se cambia la cara de los espacios abandonados, se rompe con ese color plano que no te dice nada. El grafiti te saca de la rutina, la calle cobra vida, y todo eso es en beneficio de la gente”, expresa.
Con o sin permiso
Rústico empezó a pintar paredes hace cuatro años, inicialmente de forma clandestina. Tomaba el carro de su papá, lo cargaba con pintura, y, en compañía de un par de amigos, se iba en las noches a buscar lugares para intervenir. Su primer spot fue un muro en el Centro Comercial del Sur.
No obstante, luego se decantó por hacer sus obras con autorización, o en lugares públicos.
Así lo hacen la mayoría de artistas urbanos. Sin embargo, hay ocasiones en las que prefieren pedir perdón antes que pedir permiso, pese a que ello signifique exponerse a una sanción.
El artículo 387 del Código Penal establece que se impondrá de diez a sesenta días multa a quien dibuje, escriba, trace dibujos o emblemas en la parte exterior de una construcción, un edificio público o privado, una casa de habitación... o en cualquier otro objeto ubicado visiblemente, sin permiso del dueño o de la autoridad.
Son muchas las historias de pintura decomisada, partes legales y hasta juicios que han tenido que afrontar los grafiteros; pero, la visión restrictiva de las autoridades (tanto agentes de la Fuerza Pública como oficiales de seguridad de las instituciones) se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, y poco a poco se han vuelto permisivos con el arte urbano.
Así lo evidencia el primer ArtUrbano celebrado el 15 de noviembre. La actividad (organizada por Chepecletas) consistió en un recorrido por diferentes puntos de la capital en los que hay intervenciones callejeras. Además, hubo artistas creando obras en plena vía pública, mientras se daba el paseo.
En muchos de los puntos donde se hicieron las intervenciones –en las que participaron Topan, Rústico y Mush–, no se contaba con la autorización respectiva. Mas nadie se inmutó, nadie dijo nada.
Mush explica que la gente entiende que la finalidad no es destruir sino crear, y que los propios policías comprenden eso. “Llegan, preguntan y, por lo general, se portan bien con uno, hasta se han tomado fotos con los grafitis. Es obvio que si llevo tres días bajo un puente con un montón de pintura y un boceto, no estoy haciendo vandalismo”, señala.
Rústico, por su parte, asegura que basta con explicarle al policía o al guarda lo que se planea hacer para que le den el visto bueno. Así fue como logró que le permitieran pintar una pared del costado sur de la antigua estación de trenes al Atlántico. La obra la trazó al tiempo que respondió las preguntas de esta entrevista.
No obstante, pese al panorama promisorio que pintan los grafiteros, el discurso oficial de la Policía es el de aprehender y poner a disposición de las autoridades judiciales a todo aquel que raye una pared sin autorización.
Así lo señala el subdirector de la Fuerza Pública , Nils Ching: “No podemos ir en contra de lo que dicen las normas, debemos hacer cumplir la ley, sin excepciones”.
Muralismo
Para Mush, pintar en la calle es una forma de tener su arte en una galería al aire libre, en el que todos, seguidores y detractores, pueden mirarlo. Él vaticina que el movimiento seguirá creciendo y ganando espacios y adeptos. De hecho, el próximo año organizará una competencia de grafiteros en el que se evaluarán elementos de técnica y de composición
El Hongo prevé que, en corto, el arte del grafiti mutará a un muralismo y que se intervendrán edificios de varios pisos. Ya tiene un boceto hecho en su cabeza. La paredes grises, según él, tienen los días contados.