No fue en la contienda de Afganistán, tampoco en la devastación de Haití, ni en otra de las múltiples tragedias de la humanidad que ha atestiguado en sus 57 años. Harris Whitbeck, reportero de guerra, casi muere en la única cobertura de su vida que no tenía presupuestado pasarla mal.
Más bien, era la despedida de aquella vida de oír balazos, llanto y explosiones. Se trataba de los últimos años de la década de los 2000, y habían pasado pocos meses después de que Harris regresara de Irak, aquel epicentro del caos donde efectuó 12 misiones de trabajo de seis semanas cada una, entre el 2003 y el 2008. Ya todo eso quedaba atrás.
Harris no seguiría con CNN, la cadena televisiva que lo había hecho conocer el mundo. En su última cobertura, y casi como un premio, la empresa envió al periodista hasta el paraíso de Río de Janeiro en Brasil, donde cubriría un campeonato de surf.
“Eran las coberturas que todos querían hacer: ir a la playa, tomar cerveza frente al mar y pasarla bien”, recuerda el comunicador, creyendo que el sudor de la supervivencia finalmente era cosa del pasado. Por supuesto, el destino le deparaba algo más.
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Harris Whitbeck, nacido en Guatemala en 1965, llegó a ejercer el periodismo, su sueño de toda la vida, en tiempos complejos para la región.
“Crecí en Guatemala en los años cuando la guerra civil era muy cruda. Escuchaba historias de matanzas y violaciones a los derechos humanos y me preguntaba por qué sucedían esas cosas; desde chiquito empecé a ser preguntón y nunca he dejado de hacerlo”, recuerda.
El muchacho estudió periodismo y cada vez que veía que un corresponsal caía en su país, de inmediato hacía el contacto y le ofrecía su ayuda. De esta forma, estableció contactos con gente que lo apreciaba, al punto de recomendarlo con éxito para que ingresara a CNN a principios de los 90.
En aquel entonces, Centroamérica trataba de detener la guerra que se alzaba, por lo que lo lógico hubiese sido que su ejercicio profesional se quedara en la región.
Sin embargo, como una profecía de lo que sería una vida de trotamundos, el joven Harris fue enviado al otro lado del mapa, al lugar más frío que se caía a pedazos: la disolución de la Unión Soviética.
‘El oficio de narrar sin miedo’, libro publicado por el sello Planeta, navega entre una antología de travesías por el mundo y un ensayo sobre la humanidad y la responsabilidad periodística.
Las memorias de vida que brotan desde aquella primera gran cobertura inundaron la mente de Harris al comienzo de la pandemia, en el 2020. El confinamiento lo hizo pensar que, luego de una vida de aventuras, en la de menos se extendía la posibilidad de escribir y condensar sus reflexiones en torno a la humanidad y tratar de responder un axioma que parece incontestable: ¿de qué estamos hechos los seres humanos?
Así nació El oficio de narrar sin miedo, libro publicado por el sello Planeta que navega entre una antología de travesías por el mundo y un ensayo sobre la humanidad y la responsabilidad periodística. Tal híbrido, naturalmente, no fue sencillo, aún más para un comunicador que había pasado 30 años depurando la técnica del periodismo televisivo y no tanto la prosa.
“Uff”, dice Harris, desde la pantalla de su computadora, en su natal Guatemala. “En verdad fue un reto porque debía, no solo repensar todo lo que había vivido, sino también encontrar narrativas y formas literarias de contar lo que había vivido”.
Harris, disciplinado, estableció un horario de escritura y las memorias fueron brotando desde su mesa de trabajo. El resultado es brillante y muestra aptitudes únicas, justo como su relato de la primera cobertura: aquella época en que la Unión Soviética se disolvía.
“El día de Navidad de 1991 fue oscuro y frío en Moscú”, escribe Harris en dicho capítulo. “Así deben de haber sido todos los inviernos soviéticos. El sol se había puesto a las cuatro de la tarde. Tan solo se habían tenido siete horas de una luz débil. La temperatura se mantenía en los siete grados bajo cero. Sin embargo, hacia el mediodía, cuando el sol hizo una tibia aparición entre la bruma y las nubes altas del cielo moscovita, se elevó a cero grados y se empezó a sentir cierta calidez. La naturaleza suele manifestar cambios más profundos que solo los climáticos”, narra.
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Así se traza su compilación de memorias, una que sus amigos y familiares prácticamente le rogaban que escribiera.
“Yo me resistía porque sentía que no era capaz. Me entrené en el arte de escribir para TV que es otro estilo, lenguaje coloquial, conciso… Tenía un minuto con treinta segundos para contar los eventos de un día entero y lo aprendí a hacer muy bien, pero la idea de hacer un libro se me hacía intimidante”.
La ventaja con la que gozó el reportero chapín fue que había guardado cuadernos y libretas de apuntes desde los años 80. En la pandemia, Harris se quedó mirando sus materiales y recordó lo que su progenitora le advirtió: “Mi mamá me decía bromeando que quería leer ese libro antes de que muriera”.
En ese tiempo, Harris recurrió a un retiro de psicoterapia psicodélica. “Lo hice por curiosidad, porque el tema estaba de moda y se decía que era un viaje terapéutico”, recuerda. El viaje era en Ámsterdam y, como una pomada canaria, sirvió de impulso para que a los cuatro meses tuviera el primer borrador del libro listo.
No era en vano: Harris vio rostros, sangres y ciudades que posiblemente ninguno de nosotros veremos en vida (por suerte).
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El campeonato de surf fue más que lindo, recuerda Harris. Aquel premio que le dio CNN para su despedida se sentía tan dulce como esperaba. El peligro que lo acecharía no estaba esperándolo en alguna tabla de surf ni en algún pleito arbitrario que pudiera salir de alguna decisión del jurado del concurso.
Para nada. Su vida se vería amenazada justo en la última exhalación de la jornada de cobertura. Ya el torneo de surf había acabado y Whitbeck envió su reporte como siempre: preciso, sin problemas. “Un día más en la oficina”.
Cuando acabó de transmitir, dio la petición de que los recogieran para volver a la base. El día que correspondía abandonar la paradisíaca playa brasileña, un avión los esperaba en una pista de aterrizaje que estaba al otro lado del mar. Harris se subió a una embarcación, sus compañeros se subieron y pasaron los minutos para que lo trágico se asomara.
El barco que lo llevaba, el último navío que marcaría su larga carrera en CNN, emitió una alerta. Uno de los motores del barco se desbarató y la marea descarrió la ruta de salida y acechó con dejarlos tendidos en el agua. Harris sudó, volvió a ver su celular y terminó de alertarse: su celular solo tenía una barra de señal y de batería.
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Las andanzas de Harris Whitbeck por el mundo tienen un factor en común: el caos. Whitbeck ha cubierto sucesos como el huracán Mitch en Centroamérica, los tsunamis en Indonesia y Sri Lanka, los disturbios políticos en Haití y Venezuela, las guerras de Irak y Afganistán y la ya mencionada disolución de la Unión Soviética, entre otras historias que se congregan en su libro.
La pregunta es inevitable: ¿por qué siempre volar hacia el sitio donde todos huyen? Harris es contundente: nunca le ha tenido miedo al mundo.
Eso sí: no temerle al mundo es equivalente a no temerle a lo que puede ocasionar el ser humano. Son muchas las perspectivas en torno a un oficio que involucra el contacto con diversas regiones y culturas.
“Tras ver tanto, uno entiende que este oficio no se trata del mundo, sino de la gente”.
—¿Qué le asombra del mundo después de haber visto tanto?
—Creo que hay puntos en común… Una guerra, un desastre natural, una crisis violenta de política o un estallido social tienen ciertos componentes, como que te enseña lo mejor y lo peor del ser humano. Pero solo exponerme a esos dos extremos podía ayudarme a tratar de entender el mundo.
“Por ejemplo, me pasó una vez que hablé con un guerrero en Afganistán que tenía unidades de tanques operadas por jovencitos que hacían de todo... Una cosa horrible, espantosa, pero tratar de entenderlo a él es tan fascinante como tratar de entender al Dalai Lama. Tras ver tanto, uno entiende que este oficio no se trata del mundo, sino de la gente”.
”Al final, debo admitir, ya estaba un poco cansado de estar haciendo lo mismo. Ir a la guerra se empezó a convertir en algo rutinario, como que la vida perdía un poco la pasion y decidí retirarme porque estaba un poco cansado de la rutina”
— Harris Whitbeck, periodista.
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—¿Cómo hacía para no sentirse afectado y poder dormir en las noches?
—No sentía que me afectaba emocionalmente porque esta es mi vocación, es lo que hago yo. Estuve en total como año y medio en Irak, yendo y viniendo. Yo, al final, lo hacía porque era un corresponsal de guerra, pero conforme te vas encaminando con la historia y vas pasando tiempo con personajes, como que tus emociones se cruzan con lo que ves.
”Al final, debo admitir, ya estaba un poco cansado de estar haciendo lo mismo. Ir a la guerra se empezó a convertir en algo rutinario, como que la vida perdía un poco la pasión y decidí retirarme porque estaba un poco cansado de la rutina”.
—¿Cómo fue esa última cobertura como corresponsal de guerra?
—Creo que la última vez que fui a Irak fue en diciembre del 2008. No sé la fecha, pero fue una cobertura particularmente difícil, muy violenta, pero me sentí seguro de lo que hacía y de quién estaba acompañado. Aún así, la historia ya no me apasionaba de la misma manera. Se trataba de un día más de estar informando que murieron 15 marines. Era rutinario y cada vez era más difícil salir a reportear.
“El ambiente era tenso y costaba que te dejaran salir. Al final, me quedaba en el techo de una oficina, haciendo los pases en vivo y había iraquíes que salían a recabar la información. Entonces, ya no le veía sentido por qué estarme jugando el pellejo si al final lo que hacía era pararme en el techo de un edificio.
“Empecé a cuestionarme, aún haciendo buenos trabajos. Por ejemplo, para la Navidad en Irak, logré conseguir permiso para una misa de gallo de la iglesia católica local, una muy perseguida. Pasé Nochebuena con ellos y es uno de los reportajes de los cuales estoy más orgulloso, pero al final del día quería una pausa, un cambio y, al final, puse todo en manos del universo para que pasara lo que tuviera que pasar”.
—¿Y qué pasó?
—Comencé el nuevo año con eso en la mente y a los meses la cadena me dijo que me darían solo un año más de contrato. Yo les agradecí por avisar y, justo en ese entonces, me tocó cubrir una historia donde entrevisté a una gente del mundo de producción de contenido y me dijeron que armáramos algo si yo quería salir de CNN. Era de documentales y, al final, todo se fue dando.
—El periodismo de guerra implica sacrificar la familia y amigos, ¿cómo fue eso para vos?
—Siempre lo tuve presente, pero en mi familia hubo apoyo absoluto y orgullo cuando me veían en la tele. Se preocupaban mucho, pero mientras me veían en la tele sabían que todo estaba bien. Tuvieron mucha comprensión porque falté una infinita cantidad de veces a eventos familiares, ni te puedo contar, pero siempre hubo apoyo absoluto.
—¿Y con tu país? ¿Cómo fue sentirte dentro y fuera de Guatemala?
—Hubo algo particular: cuando pasas décadas enteras siendo alguien de afuera, siendo un corresponsal extranjero o teniendo que asumir el papel de alguien desde afuera porque no te puedes involucrar demasiado, eso llega a afectar tu sentido de pertenencia.
”Yo estaba muy consciente de eso; cuando dejé de ser corresponsal extranjero, mi papel era otro y regresé a Guatemala y me reintegré a la sociedad guatemalteca y me sentí parte de... Fue algo muy rico porque llega a cansar ser el extranjero”.
“Pienso que la humanidad es capaz de absolutamente todo, desde la crueldad hasta el heroísmo. Suena un poco trillado, pero el poder conectarte con esos niveles de intensidad es algo impresionante”.
— Harris Whitbeck, periodista.
—Tras toda tu experiencia, ¿qué pensás sobre la humanidad?
—Pienso que la humanidad es capaz de absolutamente todo, desde la crueldad hasta el heroísmo. Suena un poco trillado, pero el poder conectarte con esos niveles de intensidad es algo impresionante. Creo, sinceramente, que en el fondo tenemos la capacidad de ser muy malos o muy buenos. Podemos decidir la oscuridad o la luz.
—¿Cuál es la expectativa que tenés para quien lea tu libro?
—Esto comenzó como un libro de memorias, que es en parte crónica de viajes, pero resultó siendo mucho más y eso es lo que más me maravilla. Salieron bastantes lecciones que pude dilucidar décadas después de estar en el campo, como estar cara a cara con la compasión, entender lo que es el perdón al ver a monjes budistas de Sri Lanka que le dieron socorro a sus enemigos naturales.
“Ojalá el lector pueda conectar con eso, con las emociones de todas estas aventuras e impresiones, pero lo más importante que me ha dicho la gente es que el libro les resulta absolutamente transparente y para mí ha sido liberador porque ahora mi vida es un libro abierto, literalmente”.
—¿Cuál fue el último sentimiento que te dejó escribir todo esto?
—Me sentí tremendamente emocionado, pero también con cierta melancolía de escribir sobre una vida pasada.
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Después de haber visto el último aliento de vida de su celular, Harris solo deseó no correr con la misma suerte que su teléfono. El mar arreciaba, no había tierra cerca y, cuando oyó los gritos, supo que un motor del barco se había estropeado.
“Sentí impotencia absoluta, como nunca”, rememora. “Como nunca”, repite. En eso, uno de los marineros acató a buscar una lancha. Tomó un pequeño remo y, en seguida, Harris fue en su auxilio. Ambos consiguieron remos, se lanzaron al mar y empezaron con todas sus fuerzas a empujar el bote.
Pero no pasaba nada. “Fue tan extraño, porque sentía la impotencia, pero no estaba desesperado. Muy en el fondo sabía que de nada me servía desesperarme”, recuerda. Harris tenía razón: era como si todo lo que hubiese vivido le pasara frente a los ojos.
Finalmente, su historia como corresponsal de guerra debía acabar con un deus ex-machina: otra embarcación pasó cerca, vio el terror que les acechaba y fue en su auxilio. Harris no sabía qué creer: que fuera posible salvarse de esa forma o que su vida, justo en el término de su oficio como corresponsal de guerra, fuera acechada por la cobertura más inofensiva que jamás hubiese pensado.
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