Los médicos indican que, por rutina, nos deberíamos hacer un hemograma al año. Los más preocupados por su salud ponen el brazo ante la aguja cada 12 meses; los menos, ni siquiera sabemos qué es un hemograma.
Puesto en sencillo, el hemograma nos muestra la “receta” mediante la cual está hecha nuestra sangre.
Miguel Ángel Rodríguez es hematólogo, el especialista que estudia la sangre y los órganos que la producen. A él acudimos para que nos guiara sobre cómo interpretar ese papel con cascadas de números que nos entregan en el laboratorio.
El hemograma es una herramienta de diagnóstico. Puede indicarnos si tenemos anemia o una infección, por ejemplo; y guía a los médicos si nos falla algún órgano como el hígado o la médula.
Rodríguez es muy enfático en aclarar que un hemograma solo debe ser interpretado por un profesional. No obstante, nosotros le insistimos en que nos contara resumidamente cuáles son algunos de los principales indicadores que podemos hallar en nuestra sangre.
En rojo
Las dos grandes secciones en que se divide un hemograma son la serie roja (que se ocupa de los eritrocitos o glóbulos rojos) y la serie blanca (que examina los leucocitos o glóbulos blancos).
A muy grandes rasgos, se puede afirmar que la fórmula roja se utiliza para determinar si el paciente sufre de anemia; mientras que la serie blanca se usa para saber si existen infecciones virales o bacterianas.
Coronando el hemograma, aparecerá el conteo de glóbulos rojos. Estas células transportan la hemoglobina, el segundo valor de la lista, que corresponde a la cantidad de proteína que da el color rojo a la sangre y que distribuye el oxígeno por el cuerpo.
Rodríguez explica que la anemia es un signo de que la hemoglobina está baja, y agrega: “La anemia se manifiesta con cansancio y debilidad, a veces con dolor de cabeza y palpitaciones, pero es un síntoma de otro problema en el organismo”.
En tercer lugar, aparece el hematocrito, que no es el nombre de ninguna sustancia, sino el cálculo de la proporción de glóbulos rojos en la sangre. Normalmente, debe ubicarse entre 42 y 53%.
Seguidamente, encontraremos una serie de tres índices: el volumen corpuscular medio (VCM), la hemoglobina corpuscular media (HCM) y la concentración de la hemoglobina corpuscular media (CHCM). Mediante el análisis de estos índices, el médico puede determinar si un paciente con anemia presenta deficiencia de hierro (anemia microcítica) o bien, una deficiencia de ácido fólico o de vitamina B12 (macrocítica), por ejemplo.
El último valor de la fórmula roja es la amplitud de distribución de eritrocitos (ADE), mediante la cual se puede saber si hay alteraciones en la forma de los glóbulos rojos, lo cual también ofrece pistas para determinar tipos de anemias.
En blanco
La segunda gran sección del hemograma corresponde a la serie blanca, dedicada a los glóbulos blancos o leucocitos (las células de defensa del cuerpo). Como en la fórmula roja, esta sección viene encabezada por el conteo de este tipo de células.
En un 95% de la población, los leucocitos se ubican entre los 5.000 y los 10.000, lo que quiere decir que una de cada 20 personas se desvía levemente por encima o por debajo de esta norma.
Según Rodríguez, un médico le pondrá cuidado a un paciente que tenga un conteo menor a 4.000, sobre todo, si presenta un conteo de neutrófilos por debajo de 500, lo que indicaría que está en riesgo infeccioso.
Los neutrófilos son una de las cinco subcategorías de indicadores que aparecen en la serie blanca, junto con los basófilos y eosinófilos, los monocitos y los linfocitos.
Una alteración de estos últimos podría indicar, entre otros factores, una enfermedad como la leucemia.
En términos generales, una disminución en los glóbulos blancos podría indicar la presencia de un virus en el cuerpo, mientras que un exceso podría sugerir una infección bacteriana.
“Si el paciente tuviera una apendicitis, los leucocitos tienen a subir; mientras que si tuviera el virus del dengue, bajarían, así como las plaquetas”.
Y por último...
En el hemograma, las plaquetas se ubican aparte de las series roja y blanca. Son fragmentos de una gran célula producida en la médula ósea y forman el primer botón para cerrar la ruptura de un vaso capilar.
Sus valores normales están entre 150.000 y 400.000, mas enfermedades como el dengue, el sida o males hepáticos, podrían reducir su número. Por el contrario, estas pueden aumentar en el caso de pacientes con úlceras permanentes (como las varicosas), cuando una persona no tiene bazo, o si tuviera un tumor que favoreciera la producción de plaquetas.
La sangre nos habla y, afortunadamente, hay profesionales que saben traducir sus mensajes. Sin embargo, nunca está de más saber al menos las bases de este idioma extranjero pero íntimo.