Son las 10 de la mañana de un inofensivo lunes, par de semanas atrás, cuando Hernán Jiménez García acude puntual al área de jardín de un café en Barrio Escalante, para una conversa kilométrica. Luce sorprendentemente relajado, sin ojeras, rejuvenecido y con la piel del rostro humectada y sin surcos. Apenas 12 horas antes, esta criatura terminó una frenética maratón de 35 presentaciones, en cinco semanas, con la asistencia de unas 63 mil personas, y ya al cierre, el fin de semana anterior a nuestro encuentro, tuvo hasta doble show diario en el Melico Salazar. Lo veo tan fresquito y relajado, a pesar de que sé que una tanda de funciones de su calibre y duración habría dejado hecho trizas a cualquiera, que le espeto con el efusivo abrazo: “¡Diay hueón, pasó toda la noche con la jacha envuelta en baba de caracol, qué brutooo, se ve como si viniera de vacaciones por el Caribe”.
Nos fundimos en cariño y risas, somos amigos desde hace unos 11 años pero, aún así, hasta ese día que me propuse hacerle una entrevista a profundidad por cuenta de su exitoso último monólogo Se despichó Tere y de su gigantesco próximo proyecto a estrenarse, la película Elsewhere, en la que dirige a verdaderas vacas sagradas de Hollywood, me percaté de que, a pesar de lo mucho que sé de él, quizá era más lo que no sabía.
Mientras nos ponemos cómodos en un café al aire libre, lo observo detalladamente. De verdad, parece una lechuga fresca, sonriente, imperturbable.
–Maee y qué ¿estás bien?
– Sí mae, contento, feliz– dice con el tenor de haber regresado del más allá, posiblemente después de más de un susto pero, finalmente, entero, satisfecho y dispuesto a desconectarse con su más ansiado proyecto personal: 10 días en una isla casi desierta, regalo de cumpleaños (cumplió 39 el 22 de abril ) y junto a 10 de sus mejores amigos de toda la vida.
Lo primero que descubro es que hay un vacío tremendo de información... lo conocí cuando salió de la nada, básicamente, para inaugurarse –e inaugurar en el país– el género de ‘One man show’, una especie de teatro en solitario, (como el preludio de lo que luego serían los monólogos o el stand up comedy) que se llamaba Hablando se entiende la gente.
Conste, nunca fui a ver el show, fueron unas cuantas fechas y nadie conocía a Hernán Jiménez por entonces. Pero como una premonición del calibre de comunicador que parece tener poseído su espíritu, lo recuerdo más por la forma en que se distanció de los cientos de mensajes que nos llegan a los periodistas todos los días: en el “asunto”, un tal Hernán Jiménez me apelaba directamente con un cálido: “Yuri ¿le robo dos minutos?”.
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Y acto seguido, en un par de párrafos espléndidos en fondo y en forma, me hablaba de su arte y nos invitaba a los de La Nación a ir a verlo “aunque fuera para despedazarlo”.
No recuerdo si en la sección de Espectáculos se le dio cobertura, pero hubo alguien que sí se fijó en aquellos emails y que, a juicio del titán en el que en menos de una década se ha convertido Hernán Jiménez, sí se contagió del arrojo de aquel muchachillo de 26 años que se atrevía a lanzarse en solitario y en una hamaca medio suicida, a un tipo de showbiz desconocido en el país.
Se trataba del férreo crítico de teatro de La Nación, el legendario Andrés Sáenz , docto, culto, respetado y malquerido por su riguroso criterio y el tosco tono de sus críticas. En cambio, por una razón que nunca sabremos (Andrés falleció en el 2013), el crítico llegó a ver a Hernán en aquel quasimodo de experimento local... y bueno, al día de hoy, entre los muchos agradecimientos que se guarda uno de nuestros trapitos de dominguear como artista, Hernán Jiménez, está el apartado para Andrés Sáenz.
Pero, antes de llegar a este punto, en esa mañana de café gourmé y licuado de moras, con un San Pedro calmo y los pajaritos cantando, avisorando ya la llegada del bipolar abril, logré desnudar a Hernán como el entrevistado, no como el amigo.
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--Ve... yo siento un gran vacío entre el momento en que vos nos contactaste por email para presentar Hablando... y lo que hubo antes. Me estoy percatando de que yo no sé ni dónde naciste, ni dónde estudiaste, ni de dónde diantres saliste haciendo lo tuyo sin pasar por el proceso normal de casi todos los demás, la escuela de Lucho Barahona, por ejemplo, aunque ya vos para ese momento estabas desfasado, como en un limbo (por tu juventud) en síntesis ¿de dónde sale Hernán Jiménez, el Hernán Jiménez que conocemos hoy?
-- Vamos a comenzar de atrás para adelante, yo creo que desde el cole el humor siempre fue como mi escape, puede sonar cliché pero quizá era mi manera de sobrellevar problemas familiares, alivianar la tensión y de sobrevivir a mi adolescencia... sí era extrovertido y sí tenía fama como de payaso, era el que imitaba a todos los profesores, era siempre como el autor intelectual de bromas prácticas y carajadas así. Hubo un hecho que me marcó a los 14 años, estaba en octavo y en el cole (estaba en el Metodista) nos llevaron a ver una obra que montaba un grupillo del colegio, era en la Carlos Durán, que tenían como un teatrillo ahí, y recuerdo que al ver yo ese bus del colegio lleno de carajillos bajándose y ver a otros estudiantes pararse en un escenario y hacernos reír y yo me dije “maeee, ¡yo quiero hacer eso!”, a partir de ahí me picó el gusanillo de la actuación y después de eso se sucedieron un montón de circunstancias que me insistieron en que eso estaba bien como alternativa de vida. Creo que también topé con muchísima suerte porque soy el muy menor de una familia y nunca encontré resistencia a esa idea, somos cuatro y la menor me lleva 10, fue un golazo en ese sentido porque mi familia me proporcionó como una red de apoyo y cuido sobre todo en años fundamentales, cuando nadie te garantizaba nada. Mi mamá, por ejemplo, fue un pilar fundamental para que yo creciera en todo sentido, porque qué mamá deja a un güila irse del país a los 16 años... Siento que eso fue un gran espaldarazo para mí.
– ¿O sea, ya desde la pura adolescencia sabías que el teatro o algo relacionado era lo tuyo?
--Esta parte me cuesta mucho verbalizarla. Desde que yo tenía 15 años estaba con una inquietud de jalar, no me preguntés por qué, mis papás se habían divorciado y eso me afectó mucho, ya de por sí la familia estaba como desmembrada porque mis hermanos eran muy grandes, cada quién estaba en otras, entonces era un güila muy solo. Le tenía mucha admiración a mi hermano que se había ido como en ese telele, y una vez llegó una señora al cole a hablarnos sobre una vara rarísima que se llamaba bachillerato internacional y que era como una escuela experimental, apliqué con mucho temor porque yo no era un estudiante excepcional ni mucho menos, era bastante mediocre, sin embargo ellos le daban prioridad a otras cualidades de los aplicantes, tu manera de expresarte, tus intereses, inquietudes, estímulos… la cosa es que me gané la beca… eso me cambiaría la vida para siempre ¿vos te imaginás, era un niño y que a los 16 años te monten en un avión y te mandan a ese colegio que quedaba cerca de Vancouver, viviendo juntos en un bosque con 200 güilas de 85 países diferentes con las hormonas despichadas … estábamos demasiado güilas, como esponjas. Yo llegué tiernito tiernito a un lugar en donde entre los profesores había todo tipo de referentes, el proceso de selección había sido muy riguroso para básicamente reunir gente con sensibilidades muy similares, entonces además la fantasía se retroalimenta a sí misma porque te ves rodeado de 200 personas que básicamente piensan como vos… ese proceso me reafirmaba todas las noches que si a mí me daba la gana ser artista, no solo podía si no que debía y eso es un privilegio que muy poca gente tiene. ¿A qué güila de 16 sus tutores le dicen que estudie menos matemática para que le dedique un poco más de tiempo a escribir y pensar? Eso me cambió la vida no solo de orden académico, estructural o lo que sea, yo me atrevería a decir aún hoy que fueron, por mucho los dos años más felices de mi vida.
–Y justo se acabó cuando ya frisabas los 18, hermoso pero también complicado, supongo, tu regreso al mundo.
–¡¿Cómooo?! Mae me enamoré pero perdidamente de una güila neozelandesa que se llamaba Miriama y cuando el colegio terminó… digamos, tengo 38 años y puedo decir que fue el evento más desgarrador de mi vida, digamos que después de esos dos años te agarran, te montan en un bus y te dicen “largate de nuevo al mundo”… ¡me fui con esta güila para Nueva Zelanda! A mis 18 años estaba básicamente como casado con esta güila divina, viviendo en el otro lado del mundo, sin Skype y prácticametne sin Internet. En el 98, y estando allá decidí que tenía que regresar a Costa Rica, así lo hice y diay, fueron los tres años más oscuros de mi vida, no te puedo explicar el nivel de depresión que sentí, digamos que de haber sido revolcado por unos estímulos de semejante magnitud, a regresar a un San José en donde había cortado vínculos, donde todos mis compañeros se habían graduado sin mí, sin saber muy bien qué putas quería hacer con mi vida, sin saber adónde o cómo quería estudiar y absolutamente desvinculado de todo aquello que me había hecho profunda y estructuralmente feliz en la definición más literal de la felicidad que vos te podás imaginar… así pasé tres o cuatro años de mi vida…
–¿Y cómo retomaste tu cable a tierra?
– Diay decidí que quería estudiar actuación, además, afuera, nuevamente conseguí irme a una escuela en Montreal, vos sabés, Canadá con sus rides socialistas, subvencionado por el gobierno y estimulaban la atracción de estudiantes extranjeros. Era impagable pero con una beca y la incondicional ayuda de mi familia logré meterme ahí, tenía 21 años y me agarraron y nuevamente me revolcaron… yo siento que todo en mi vida, hasta mi salida a ese colegio que me fui ha sido una búsqueda desesperada de otro ambiente, así de intenso… pensándolo bien, así es una temporada de stand up, así es una filmación, así fue mi escuela de teatro, era una escuela militar y yo iba clases 12 horas al día, 6 días a la semana durante tres años y medio, básicamente me reconstruyeron y además conocí a mis hermanos y hermanas de la vida, que hasta la fecha son de mis amigos más cercanos. En esa escuela de Montreal, más que actores estaban formando artistas realmente para ser autosuficiente en el área que vos eligieras, pero bueno, ahí viene una nueva crisis: cuando terminé me dije “Diay ahora qué putas hago, ya soy actor y ahora qué, adónde, qué demonios?”.
– Y otra vez para Costa Rica…
– Exacto. A mis 24 años me devolví para San José y nuevamente la misma desazón, yo imprimía mi currículum con fotos y todo y me iba a los teatros a dejarlos, a todos, fui al de Lucho Barahona, a la Compañía Nacional de Teatro, a donde Oscar Castillo a pulsearle que me diera brete en La Pensión, traté de que me convalidaran algunas materias en la Escuela de Teatro de la UCR y me dijeron que si quería ser actor tenía que cursar toda la carrera desde el principio, vieras qué duro, yo me sentía totalmente aislado del ambiente… me acuerdo que en ese momento también Hilda Hidalgo y Laura Pacheco estaban haciendo la peli de García Márquez, Del amor y otros demonios, me hicieron una audición y estuve practicando el acento español durante tres meses a ver si me permitían un papel, pero qué va… ¡Hasta que Oscar Castillo me llamó para participar en un capítulo de La Pensión! Para mí aquello fue lo máximo, pero vieras qué difícil seguía todo, me metí a dar clases de inglés y por ese tiempo me contactaron de Repretel, Grettel Alfaro, porque una tía mía le habló de mí… Estaban armando Giros y me metieron pero no me pagaban nada, dizque a ver qué, porque a mí dizque me interesaba la producción y yo entré ahí y yo veía que la gente decía “Mae, ¿quién es ese carajillo?”, los técnicos como que no te tratan muy bien… además aquello es frenético, la televisión… entonces tuve una idea y le pedí permiso a mi hermana para comprar con su tarjeta una cámara de video, que en aquella época eran carísimas, y decidí que en lugar de seguirla pulseando ahí a ver qué me ofrecían, iba a hacer unos videíllos, entonces empecé a hacer capsulitas como el retrato de un carnicero, o el de un vendedor de chances, o el que está vendiendo café aquí… se llamaba Así somos los ticos, agarré cinco, los edité en la compu y se los llevaron al productor, que era José Mairena, y le encantaron, entonces me contrataro. Vos me entendés que yo durante año y medio hacía cápsulas de maquillaje, las filmaba, las editaba, yo no aparecía, pero entonces llamaban las doñitas para decir que ese hijueputa paso a paso de maquillaje no servía para nada porque yo lo editaba como un video de MTV, maeee, le metía colores y carajadas y las doñitas tratando de apuntar y la vara se salía de las manos… hacía cosas de consejos de compras, nos íbamos con el chef del programa, Erick Zumbado, y él le decía a la gente qué tipo de lechuga era mejor comprar… no creás que estaba muy feliz, pero bueno estando ahí hice mi primer documental y aquello fue como un drama, porque mucha gente se preguntaba “¿Y este hijueputa carajillo qué se cree, viene y nada más nos trae los cassettes, y cómo es que no lo está haciendo el departamento de Producción?
– Presumo que esa experiencia también duró poco...
Sí, me fui de Giros y en eso me llamaron de La Media Docena, les llevé mi trabajo, videos, documentales, estaban encantados, estuve breteando con ellos por tres temporadas, vieras que agradecido vivo con ellos y con Gloriana Sanabria, la productora, fueron realmente increíbles conmigo. Imaginate lo que era llegar a los 25 años a dirigir un programa completamente colonizado por un crew, un grupo de técnicos que tenía hasta 40 años de estar breteando ahí, breteándola realmente, fue una experiencia preciosa… el agradecimiento que yo tengo con Teletica; todo el mundo fue tan tuanis conmigo, tan respetuoso del brete que yo realizaba… pero ya al tiempo yo sentía muchos llamados creativos y artísticos de mi propia voz que había dejado de lado por completo, y ahí fue cuando empecé a escribir mi primera película, A ojos cerrados.
Ya estaba casi listo para renunciar pero no me atrevía, hasta que un día cualquiera iba para mi casa, vivía ahí por el Cristo de Sabanilla, y aquella presa, aquella lluvia, eran como las 4 de la tarde y ahí llegamos al principio de esta conversación, di la vuelta y me vine para El Observatorio, yo conocía al dueño y le conté que había un nuevo tipo de arte que se llamaba ‘One man show’, y que me diera chance o que cuánto me cobraba por el chante o cómo hacíamos. La vara es que montamos Al derecho y al revés, que ya fue mi segundo espectáculo de stand up comedy, eran siete personajes, todos interpretados por mí, el escenario era negro, simplemente con unos props, tazas, cuchillos, una escopeta… y ahí es donde te digo que Andrés Sáenz, el crítico, marcó un punto de inflexión en mi vida, porque yo hice esa obra muy temeroso, era básicamente haciendo stand up pero uno de los personajes era yo, Hernán Jiménez, hablándole directamente al público sobre los otros personajes, un guarda de un minisúper, un gondolero de supermercado, un mensajero, un actor, un host de televisión. La cosa es que no sé cómo Andrés se dio cuenta y fue a verme, yo me enteré de que iba a ir y estaba aterrado porque me habían dicho que él destazaba a todo el mundo, y no tenés idea de la hermosura de texto que escribió en su crítica, a veces lo leo y me conmueve hasta las lágrimas… y bueno ya hubo un antes y un después de eso.
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Hernán Jiménez, la figura
Tras el sabroso anecdotario en el que Hernán cuenta cómo comenzó todo (por cierto, lo hace como si estuviera hablando en uno de sus stand up, con gracia, vehemencia y a veces hasta tristeza, todo mezclado), en una segunda conversación telefónica entramos en una metralla de preguntas más a quemarropa... de otra manera, posiblemente todavía estaríamos hablando en aquel acogedor café de Barrio Dent.
– Sin siquiera haber cumplido 40 años, tenés a tu haber un recorrido en el mundo de las artes que no tiene parangón en el país. Lo que has hecho en cine como actor y como director, pensaría uno, ya es muchísimo, pero además tus temporadas de stand up comedy se han vuelto todo un fenómeno masivo en el país... ¿cómo te las arreglás para haber hecho tanto en tan pocos años?
Todo depende del lente con que se mire, ¿no? A mí me angustia haber hecho poco, y constantemente lamento que el recorrido de cada película sea tan lento. Me queman las manos por practicar y dirigir más, y sin embargo es un ejercicio de paciencia. Pero entiendo por qué podría parecer mucho a los demás. Lo que hay detrás es empeño, claro, pero también es fruto de fenómenos menos virtuosos. Soy tremendamente ansioso, y durante mucho tiempo pensé que en el hacer estaba un posible refugio al fantasma de la ansiedad. Y de cierta forma sí, aunque también haya aprendido a apreciar la belleza del descanso y la pausa. Creo que también mi obra es reflejo de mucha confusión, de las miles de preguntas que merodean mi cabeza y el corazón, que luego se convierten en intentos torpes por responderlas: historias, documentales, obras de teatro, chistes, películas... Como un disparadero de anhelos y suposiciones a ver si con alguna pego.
– Yo supongo que ponerte a elegir entre actuar, dirigir o los shows en vivo, debe ser como poner a alguien a elegir cuál es el favorito entre varios hijos. ¿Es así? Si es así, describime qué retos y sensaciones, realizaciones, satisfacciones, te genera cada uno.
En realidad sí tengo hijos favoritos, y no me da pena reconocerlo. Aunque amor sí me da para todos. A los shows en vivo les huyo con furia, porque me generan un desgaste físico y emocional muy difícil de describir. Me agotan, me vacían por completo. No quiero sonar más dramático de la cuenta, pero para que un show funcione, la entrega debe ser total en cuerpo y alma. Conectar con 3.000 personas en una noche — al menos desde el lugar en que yo sé hacer comedia— requiere de un derroche de amor y terror tan pero tan aplastante, que termino mareado. Llego a mi casa como si hubiese corrido una maratón, no puedo comer, no puedo dormir, y el bajón de adrenalina me deja extenuado. He encontrado formas de mitigarlo —todo lo que mis detractores calificarían como divismos: como cosas deliciosas, salgo disparado a descansar, busco un equipo de gente cálida y amorosa que me cuide, me llevan arte y luz y chocolates al camerino, encuentro silencio en mi casa o algún hotel, medito y estiro, y veo alguna serie que me transporte a un mundo aparte, y me anestesie la cabeza un poquito.
Lo más irónico, eso sí te digo, es que hacer stand up es lo que me resulta más natural.
Actuar me da bastante pereza, honestamente. Además, no fotografío muy bien y me angustia cada vez más verme en cámara, aunque estoy escribiendo otro proyecto para mí. La pasión y el reto más profundo está en escribir y dirigir. A eso dedicaría el resto de mi vida, si pudiera. Pero me resulta tan, tan, tan difícil. Estoy convencido de que hacer una buena película –buena en toda su más redonda y profunda y multidimensional acepción– es lo más difícil del mundo. Me frustra hasta las lágrimas ver mis películas terminadas, siento como si estuviera jugando basket y todas las bolas merodearan la canasta sin entrar nunca. Algunas van a dar a la pared de atrás, otras ni llegan. Otras sí entran, la verdad, y me dan ánimos para seguir intentándolo. Así que, más allá del placer y el reto, es un ejercicio brutal de humildad para mí. Y sueño con hacer películas que me hagan sentir muy orgulloso, algún día.
– Les llegaste a unas 63.000 personas en el último tirón del stand up. Uno puede decir que vos sí sos profeta en tu tierra. Hacé una introspección ¿a qué se debe que Hernán Jiménez provoque este fenómeno?
No sé. Y creo que si lo supiera a ciencia cierta, algo mágico moriría instantáneamente. Entonces no dedico mucha energía a entender el fenómeno. Pero sí te puedo dar fe de una cosa, y sospecho que en algo influye: todo mi trabajo es brutalmente honesto. Por supuesto que esconde mentiras y vanidades, pero en la medida de lo humanamente posible, es transparente. Por eso me duelen tanto esos shows, por eso termino hecho mierda, porque cuento mis verdades más íntimas y vergonzosas. Y bueno, todos llevamos intimidad y vergüenza adentro, quizá haya una alquimia hermosa en sentirnos acompañados por alguien que lo grita amplificado e iluminado en un escenario. El mundo está lleno de mentiras y manipulación. Yo sospecho que cualquier cosa que huela a ligera honestidad genera atención y empatía. Como los videos de perros y gatos en YouTube.
– ¿Qué de lo que hacés, es más complejo, o mejor dicho, más retador?
– Creo que escribir es lo más difícil. Cada vez lo hago mejor. Ahora me falta entender cómo se dirige. Ese es un brete de años. Pero ahí voy. Lo estoy entendiendo por partes. Hay algunas que ya domino, otras no.
– ¿Cómo va el proceso de Elsewhere?
– Ese proceso, en lo que a mi trabajo respecta, ya concluyó. La película está terminada y lista para ser vista. Ahora vive en los suampos de la distribución, y están buscando la forma más viable de exhibirla en Estados Unidos.
– La vida de Hernán Jiménez es una especie de misterio en muchos sentidos, por ejemplo, ¿dónde vivís?, ¿siempre andás itinerante, según en lo que estés trabajando?
– Jajaja, ¿por qué un misterio? Soy esquivo y ermitaño, porque amo mi trabajo y mi trabajo requiere de silencio. Y porque amo tanto a mis amigos y mi familia, que el poco tiempo que me queda lo dedico a ellos. Pero no hay misterio. Vivo en San José y Los Angeles. Divido mi tiempo y hago un esfuerzo enorme porque esa dualidad sea cada vez menos tema, voy y vengo con soltura y con frecuencia, tengo un pequeño jardín aquí y otro allá, y cada ciudad me permite entender la otra con más amor y más sabiduría. En ambos lugares viven amigos entrañables y necesarios. En ambos lugares viven mis dichas y mis angustias. Y en ambos lugares me gusta trabajar.
– Ningún cuerpo aguanta tanto trajín, cuando hablás de hibernar entre cavernas... ¿a qué te referís?
– Cavernas, islas, playas, montañas, jardines... Con el tiempo he aprendido que es mi cuerpo el instrumento que me da de comer. Sé que suena a hablada, pero si mi corazón y cabeza y alma no están alineados y lúcidos, no puedo escribir. Si no puedo escribir, no puedo dirigir ni hacer stand up. Si no dirijo y hago stand up, me quedo sin trabajo. Entonces soy muy diligente en mi forma de cuidarme. Hiberno en donde sea que encuentre paz y plenitud. La mayor parte del tiempo eso ocurre en mi casa, pero bueno, también hay lugares hermosos en el mundo que nos ayudan a reconectar con lo que importa, y siempre que puedo, voy.
– En un mundo hipercomunicado, quienes nos dedicamos a la comunicación estamos todavía más sometidos a esta locura, a este frenesí de todo a un clic. Vos ni para qué, cada quien busca su detox, ¿cuál es el tuyo?
Mi jardín. Creéme, no es nada sofisticado, pero mis plantas me han regalado una ventana a un mundo distinto, más sabio y más paciente que yo, y aunque no soy experto, sí me vuelco en amor hacia ellas. También escribo mucho. Para mí, de todo y de nada, y eso me ayuda a reconectar con mis propias inquietudes. Corro y camino, camino y corro. Y bueno, dios te salve, Netflix, lleno eres de gracia.
– Volviendo al tema de tu juventud y todo lo que has logrado hasta ahora, ¿ya definiste cuál será tu próximo gran reto? No solo laboralmente hablando, la pregunta vale también para la parte personal.
– En el ámbito profesional estoy escribiendo varias películas. Con eso tengo para una década. En la parte personal, el reto es sencillo: estar bien. ¿Para qué “éxito”, llenazo o dinero si no hay plenitud? ¿Para qué la mejor película del mundo si uno se siente maltratado o maltrataste a los demás? ¿Para qué stand up si no hay amor? Yo a lo que aspiro es a tener días llenos de paz y simpleza. Lo que todos queremos, en el fondo. Un desayuno perfecto. Un almuerzo conversado. Un café con galletas. Una noche mágica.
– A menudo hablás de tus inseguridades y angustias, en guasa, en los 'shows’. ¿Qué tanto de esto permea tu vida, la que desde fuera muchos juzgamos como muy exitosa?
–Es curioso como yo constantemente trato de abstraerme por completo del hecho de que quizá hay mucha gente, sobre todo en el arte y sus afluentes, que quizá puede ver en mí o en mi trayectoria un ejemplo que me incomoda mucho... como cuando alguien me dice “Yo te admiro”... es algo que me genera una especie de picazón extraña... mucho es una cuestión de personalidad, tuve la suerte de que mis papás me convirtieran en una persona que no se nutre de eso, y cuando pasa me hace sentir un poco fraudulento, porque yo constantemente vivo abordado y abordando un territorio tan fértil para las dudas y para el autocuestionamiento y la inseguridad, que a veces me incomoda que en esa imagen pública pueda existir la percepción de que todo lo tengo resuelto o de que no me atacan la inseguridad o las dudas.... es al contrario, mucho de lo que la gente ve son procesos terriblemente tempestuosos y llenos de lluvia y neblina y claro que también hay días clarísimos y hermosos y lúcidos, pero existe por supuesto todo lo demás, y yo creo que no me gustaría que fuera de ninguna otra forma, pero sí angustia. A veces es fácil hacerse la idea de que todo llega sin dolor y que todo llega sin preguntas y yo creo que la vida nada más no es así.
– Tenés una legión gigante de seguidores y, como vos mismo decís, también una horda de ‘haters’. ¿Qué pensás de los unos y de los otros?
– Con mi público se me desborda el agradecimiento. Es difícil conceptualizar un sentimiento hacia tanta gente, o de tanta gente para vos, porque los vínculos que interiorizamos son los personales. Entonces trato de canalizarlo por medio de gente individual que me dice cosas, o me escribe cosas que me conmueven profundamente. A veces la catarsis llega de maneras insospechadas. Hace poco me escribió alguien a decirme “mae, sí, muy chiva su show, pero lo que más me gustó fue como me trató la gente que trabaja con usted.” Eso me llena de una alegría distinta, porque me saca un poquito a mí de la ecuación, y me hace recordar que de lo que aquí se trata es dar, dar, dar. Y cuando la gente recibe amor, ya sea desde mi micrófono o desde un acomodador, ya todo está resuelto.
Los haters son normales. Y son gente que en su día a día también es plena. Es natural que al mover 60.000 personas en una dirección, se generen resistencias, y bueno, hoy esas resistencias tienen altavoces fuertes en redes. Todo bien. Yo no soy ningún Buda, obviamente cuando leo cosas horribles sobre mí me nace mandarlos a la mierda. Pero qué más da, sigo viviendo y trabajando, igual que ellos, todos detrás de lo mismo: ser queridos.
– En esta batahola de pelis, dirección, monólogos, shows privados, aviones van, aviones vienen... ¿cómo te chineás? ¿Qué te saca del ride, como qué tipo de situaciones o momentos te generan paz de esa que uno podría describir como de felicidad?
– Ir al mar. Honestamente, yo sí encuentro felicidad en el café de la mañana. Mucha.
– La pregunta del millón. ¿Cómo anda ese corazón? Tenés centenares de admiradoras, quienes te manifiestan lo que les generás abiertamente, en redes, imagino que por mensaje privado ni para qué. Vos bromeás mucho con eso y te salís por la tangente con frases como “ni se embarquen” o “si me conocieran”. ¿Cómo anda la vida romántica de Hernán Jiménez?
– ¡Pero no es una tangente! Es una verdad. Digo, yo entiendo. Todos tenemos fantasías de quién es tal o tal artista, y pensamos que lo conocemos, porque nos ofrecen pequeñas ventanas al alma. Pero hasta ahí: son fantasías. A mí me dan mucha risa esas declaraciones de amor, porque sé que llegan con cariño, pero ninguna es en serio, no realmente. El amor es otra cosa. Algo enorme, lo más grande que existe, y yo siempre estoy abierto a encontrarlo. No creo que yo sea la persona más fácil de querer, pero nadie lo es. Somos seres hermosamente complejos. Y se trata de saber si estamos dispuestos a entrar en ese laberinto. Yo me siento más listo que antes, pero hay muchas otras cosas en mi vida que me hacen dichoso, y no tengo prisa alguna.
– ¿Qué tan subjetivo es el amor, en tu criterio? ¿Existe el enamoramiento real, te has enamorado? ¿Te has llevado algún reventón amoroso?
– ¡Claro que existe! Digo, no creo que exista un estado espiritual, físico y químico más perfecto en la condición humana. Es literalmente lo mejor que podemos sentirnos, ¿no? ¡Y claro que me he enamorado, perdidamente! No le encuentro mucho sentido a negarnos semejante placer. Aunque entiendo por qué también nos genera tanto miedo: claro que me he llevado golpes, de los más traumáticos de mi vida. Pero eso es amar. Es un laberinto sin la garantía de nada. Pero, ¿no es eso la vida también?
– Me dijiste en la primera parte de la entrevista, cuando nos vimos en San Pedro, que te ibas a perder del mapa unos días. ¿Se puede saber dónde estás?
– Estoy en una isla desierta con poco Internet. Ese fue mi regalo de cumpleaños. Venirme una semana a una isla desierta con mis amistades más cercanas. Diez almas que harían lo que fuera por mí y yo por ellas — di mae, anoche mientras me cantaban me propuse pedir un deseo, y a medio soplo me percaté de que el presente mismo era la materialización de lo que más quiero. Se me adelantaron. Eso es lo que más vale de los últimos 20 años de mi vida... una cosecha hermosa y delicada de amigos. No hay mucho más en la vida, no lo creo.