A José María Villalta Florez-Estrada le hubiese gustado tener varias vidas porque en una sola no le caben tantos sueños. En esta vida, de por sí la única que tiene, anhela dejar huella: llegar a ser Presidente de la República, generar grandes transformaciones, demostrar que se puede hacer un cambio... todo para que, en su vejez, tenga la satisfacción de poder decir que fue coherente y gozarse en el hecho de que no traicionó sus ideales. Si tuviese más vidas, le habría gustado dar grandes conciertos como guitarrista e ir al espacio como astronauta.
A sus 36 años, este abogado le apuesta todo a su candidatura para presidente por el Partido Frente Amplio. “Esto no es una aventura; tengo capacidad y propuestas para gobernar. No acepté para jalar votos a diputado”, asegura sin titubeos en su pequeña y sencilla casa de dos pisos, en Sabanilla.
Su familia y su equipo de colaboradores cercanos atestiguan cuán serio es tal empeño. “Cuando José María Villalta se mete en algo, lo hace en serio”, afirma la comunicadora Laura Chinchilla Alvarado, su pareja desde el 2008 –se dieron su primer beso y salen desde 1998– y la mamá de su hijo Emiliano (2 años). Para ejemplificar qué significa esto, cuenta: “Es obsesivo con el trabajo o con el proyecto en el que se involucra. Ahora es la candidatura; antes, fue la diputación; antes, la lucha contra el TLC; antes, la tesis de licenciatura: un mamotreto que tuvieron que imprimir en dos tomos. Él se mete en serio, no a medias. Es una fortaleza, pero también implica problemas porque a veces le hablo y está en otras o, en la madrugada, me lo encuentro trabajando en los proyectos”.
Sus círculos cercanos lo retratan, además, como un hombre noble, sensible, solidario y que se indigna ante la injusticia y la desigualdad; un papá que está vuelto loco con su pequeño hijo y un compañero que se preocupa por su pareja. También es medio despistado con sus cosas materiales, perfeccionista y exigente.
En el ámbito político, lo describen como eficiente, inteligente, provocador, seguro de sí, buen negociador y muy crítico. Sus detractores lo acusan de confrontativo, de pecar de “ligereza intelectual” en sus tesis económicas, de mostrar un “discurso populista” –dice el socialcristiano Wálter Céspedes– , “faltar a su palabra” –repite insistentemente el liberacionista Fabio Molina– y hasta de ser muy “peleón”.
Él se ve a sí mismo como una persona tenaz, entregada, perseverante, leal, muy sincera, apasionada, idealista, transparente y con un espíritu luchador que aprendió de su mamá. No duda en aceptar que entre sus debilidades está ser “muy jupón” –heredó la terquedad de los Villalta–; “trabajólico” e hipercrítico con su equipo y con él mismo.
En su vida, Laura está omnipresente: es el nombre de su pareja, de su mamá, de su hermana, de su abuela materna y de la presidenta de la República.
Villalta es un político de izquierda. Primero por rebeldía y luego por convicción; el líder más mediático de la izquierda costarricense. Simpatizó con esta ideología cuando estudiaba en la Universidad de Costa Rica (UCR); entonces, muchos creyeron que era solo una etapa y le recetaban esta frase: “Ahora sos de izquierda; es lo normal cuando uno está en Generales, pero ya madurarás”, recuerda entre risas.
Ruptura, no distancia
Fue en aquellos años universitarios cuando definió en qué creía y rompió con la tradición de una familia profundamente conservadora, católica y de derecha. No se alejó de sus seres queridos, pero sí de su forma de pensar. Acogió esta ideología y la convirtió en su medio de lucha.
“Creo que cuando se le trata de imponer con mucha persistencia una determinada escala de valores y forma de pensar a un niño, se corre un alto riesgo de que haga todo lo contrario, primero por rebeldía pero después puede ser por convicción. En mi caso, fueron las dos cosas”, dice.
Aunque todavía estaba lejos de ser el combativo diputado del Frente Amplio –que, según una encuesta de Unimer , es uno de los menos desconocidos y mejor calificados por su trabajo en el Congreso–, aquel universitario acumulaba experiencias de vida que le sembraron no solo una sensibilidad diferente ante las luchas sociales, sino también un fuerte arraigo de valores cristianos.
Junto a su hermano Mario, el travieso niño a quien le costaba quedarse quieto o callado –se salvó de la ritalina porque eran otros tiempos– fue llevado a vivir a Perú por su madre (Laura Florez-Estrada, peruana) tras la separación de su padre (Mario Villalta Salazar, costarricense) y la pelea por la custodia de los hijos.
Su nuevo hogar fue la casa de sus abuelos: una familia de clase media, liderada por el disciplinado y honesto José Miguel Florez-Estrada Gallo, arquitecto español, franquista, del Opus Dei y opositor a cualquier idea de izquierda. “El abuelo José Miguel era un hombre con una personalidad muy fuerte, muy disciplinado, muy recto, puesto que, sin duda alguna, nos inculcó valores como la honestidad, la responsabilidad, la rectitud, decir siempre la verdad, no faltar a la palabra. A pesar de que pudiéramos tener diferencias tan grandes en los temas políticos y religiosos, yo le tenía un gran cariño y aprecio, precisamente porque en un tiempo de mi infancia él fue como un padre para nosotros”, cuenta el nieto.
Perú fue un intenso remezón para Villalta. Recuerda que era una sociedad muy estratificada, con abismales desigualdades, mucho racismo contra la población indígena y una enorme pobreza en las zonas periféricas desérticas alrededor de Lima.
En ese país, él, a quien sus compañeros de escuela llamaban “el gringuito” por su blanca piel, conoció a la Mama Margarita, una mujer que trabajaba en casa de sus abuelos y lo llenó de cariño y de lecciones que marcarían su vida. Ella le dice a José María que es como una segunda abuela, él la ve como su segunda mamá. “La Mama Margarita venía de una familia muy pobre de la sierra peruana; se iba todos los fines de semana a una de las barriadas empobrecidas, a hacer proyectos sociales con la Pastoral de la Iglesia… Mi familia es muy religiosa, muy católica. Era muy marcado el contraste en la misa entre las señoronas emperifolladas, que se echaban todo el discurso y creían que practicar el evangelio era dar una limosna y después veían como basura a la gran mayoría de la población del país, y la Mama Margarita, que practicaba la solidaridad y hacía trabajo de base ayudando a estas comunidades pobres. Ese tipo de contrastes marcaron mi infancia. Era demasiada la desigualdad”, relata.
Homosexualidad:
“Orientación normal que debe respetarse”.
Fertilización en vitro:
“Una opción, un derecho que hay que reconocer”.
Laura Chinchilla:
“Una presidenta a la que no le salieron bien las cosas”.
Estado laico:
“Urgente”.
Daniel Ortega:
“Un presidente que no respeta a Costa Rica”.
Puente bailey:
“Improvisación”.
Marihuana:
“Una sustancia que debería regularse”.
Encuestas:
“Un criterio a tomar en cuenta”.
Abstencionismo:
“Que los mismos de siempre sigan en el poder”.
Partido Frente Amplio:
“Esperanza”.
Johnny Araya:
“Los mismos de siempre”.
Otto Guevara:
“Mercenarios de la política”.
Rodolfo Piza:
“Más de lo mismo”.
Luis Guillermo Solís:
“Una oportunidad perdida”.
‘Trotsko’, ‘chancletudo’:
“Etiquetas”.
La experiencia peruana lo hizo más sensible al sufrimiento humano y a las injusticias sociales, según lo asegura Villalta, lo subraya su página web y da fe de ello María Florez-Estrada, su tía y asesora legislativa.
Sin embargo, aún, Villalta no había dado el golpe de timón hacia la izquierda. Fue un adolescente común, con los enojos, reclamos y conflictos con sus padres divorciados; incluso se burlaba de lo que era diferente y ajeno a sus ideas de entonces. Para su tía María, fue una sorpresa encontrarse a José María en la misma acera ideológica en los años en que ella y su familia fueron sujetos de reproches y burlas por ser abiertamente de izquierda y apoyar a la revolución sandinista.
“Cuando el Frente Sandinista perdió las elecciones, mis tíos y mis abuelos celebraron ese cambio y, pues, yo recuerdo que María y su familia lo sufrieron. Yo llegué y les hice una broma sobre eso y, obviamente, les cayó como un baldazo de agua fría. Ahora, no haría ese tipo de broma”, asegura el más joven candidato a presidente de la campaña electoral.
De regreso en Costa Rica en los primeros años de la década de los 90, fue un buen estudiante en los colegios Metodista y Calasanz, siendo parte de la “clase media pellejeada”, y llegó a los ámbitos universitarios con poca claridad acerca de su vocación.
Su abuela Laura le sugirió que Derecho podría ser lo suyo, ya que era “bueno para discutir” y Villalta se decidió por tal carrera en vista de que podría luchar por la justicia social.
Como es evidente, es idealista y está convencido de que es posible cambiar las cosas; su parte racional lo obliga a partir del peor escenario posible y su ánimo lo conduce hacia el positivismo.
Trascendental ‘U’
Si bien desde que entró como asesor en la Asamblea Legislativa hace diez años, su uniforme es la ropa casual-formal (camisa de vestir de manga corta, pantalón tipo dockers y zapatos que combinen), su estampa cuando llegaba a la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica era dramáticamente distinta: cabello largo, inseparable guitarra al hombro –estudiaba ese instrumento en la Universidad Nacional– y un perenne bolso de manta.
Su mundo universitario no se limitó a los cursos para convertirse en abogado, sino que incursionó en el movimiento estudiantil y hasta fue presentador del programa Era verde , de canal 15. El Villalta político, confrontativo, preocupado por temas ambientales y que levanta la voz en las calles, había emergido y escogido su camino a la izquierda.
Estuvo en las movilizaciones sociales contra el Combo del ICE (2000) y fue un actor activo en el Movimiento del No contra el TLC (2003-2007). Se amparó a la sombra de un destacado líder de la izquierda costarricense: José Merino del Río (1949-2012), quien le enseñó a dialogar con todos, incluso “con sus peores enemigos”; analizar y vivir la política, conservar el sentido del humor y tener “cintura”. “Algunos políticos de izquierda son demasiado tiesos e inflexibles; él tenía capacidad para, sin traicionar sus convicciones, plantear discursos y propuestas que se adaptaran a la realidad y a más sectores”, dijo el político.
No oculta su gratitud hacia Merino, quien lo inspiró al “alzar la voz cuando muchos tenían miedo”. Para Villalta, su aporte fue fundamental por abrir, marcar el camino y recuperar la esperanza en momentos en que la izquierda costarricense andaba sin rumbo y sin esperanza, en que había perdido las utopías. Aunque no recuerda enormes diferencias entre aquel líder y él, sí confiesa que en algunos temas su posición era más intransigente: “Siempre he sido hipercrítico de todo, no me apunto ciegamente a nada; siempre estoy dudando y criticando”.
A este diputado que se ganó un espacio en la Asamblea Legislativa en la elección del 2010, el analista político Constantino Urcuyo le reconoce que ha sido un buen legislador, combativo, estudioso, conocido por la gente y con buena presencia en medios. Sin embargo, algunos diputados lo ven como “el peleón” y le tienen una serie de reclamos.
Víctor Hugo Víquez, del Partido Liberación Nacional y fuerte contendiente de Villalta en el plenario, asegura que el candidato del Frente Amplio es inteligente, pero “abusa de su investidura y lanza ataques muy fuertes contra expresidentes y algunos compañeros”. Opina que eso lo muestra agresivo y revela su falta de madurez política.
“Sí he visto que en la Asamblea Legislativa hay diputados a quienes los enoja muchísimo que diga las cosas sin pelos en la lengua, que les diga sus verdades… Una de las cosas que aprendí de José Merino y cada vez logro ponerla más en práctica, es criticar a las ideas, a las acciones; no atacar a la persona al cuerpo. Creo que en debates acalorados pueden salir frases fuertes, que puedan entenderse como un ataque personal. Sin embargo, cada vez logro circunscribirme a eso: no atacar a las personas, sino a las ideas”, contesta sin perder la calma. Para su asesora legislativa, María Florez-Estrada, José María ha desarrollado mucho sus capacidades de negociación y ha logrado responder con más ecuanimidad a las constantes provocaciones.
Este liguista, amante de las canciones de Bob Marley, The Cure y la música instrumental y étnica, trata de proteger la intimidad de su hogar a toda costa. ¿Por qué? Quien se metió en política fue él; no fue ni su pareja ni su hijo, asegura.
En su cada vez más exiguo tiempo libre, trata de compartir momentos de calidad con Laura y Emiliano; de hecho, no es extraño verlo tirado en el piso jugando con el pequeño de dos años. “Me cuesta no ser alcahueta”, dice derretido al pensar en su niño.
Comparte las labores del hogar con Laura y le encanta cocinar: berenjena con queso y tomate, ceviche, vegetales salteados, picadillos, pescados y carnes. No obstante, en campaña, las labores se han recargado un poco más en su compañera, confiesa. Además, ella es más ordenada.
Es un buen lector, en especial de libros de historia; sin embargo, ahora opta por novelas policiales, de suspenso o lo que caiga en sus manos, sobre todo para distraerse.
Sale poco, en especial ahora que sufre la pérdida de su intimidad por ser una figura pública y siente que está en el trabajo las 24 horas.
Con sus papás, tiene hoy una relación de amistad, la cual lograron tras sanear su pasado y sacar toda la “cochinada” guardada.
El vínculo con su madre es muy horizontal: ambos se ofrecen consejos, además de que ella ama cuidar a Emiliano. Su papá es el de los sermones y el que les ayuda a comprar los víveres en la feria orgánica.
La campaña electoral empieza a atizar y las críticas y epítetos llueven sobre los candidatos... A José María Villalta le dicen “populista”, “come-chiquitos”, “reaccionario”, “trotsko”, “poco profundo”, “gritón” y otros muchos cuestionamientos que este abogado y músico deberá sortear para tratar de convencer al país de que sueñe junto a él.