El 23 de octubre anterior, al salir de su primer gran debate presidencial, Rodolfo Emilio Piza Rocafort no se fue para la casa pensando en lo que hizo bien o mal frente a sus contrincantes. Para él, lo más importante de aquel encuentro poco tuvo que ver con su futuro político.
“Rodolfo, leí tu libro y me encantó”, le dijo el escritor José León Sánchez en medio del molote de asistentes, al final del foro en la Universidad Nacional. Para Piza, ese cumplido a su novela corta A la orilla del Telire fue el punto alto de la noche.
Narrador en construcción, arquitecto frustrado y sabinero devoto: Piza no miente cuando asegura en su campaña que es “un líder diferente”. Como político, ha tenido una carrera bastante apolítica y las pasiones artísticas e intelectuales suelen dominar buena parte de sus pláticas.
En la actual carrera hacia Zapote empezó tarde y de golpe –sin oportunidad de calentar y cofalearse– cuando los otros candidatos ya le llevaban más de una vuelta de ventaja. Tras de eso entró a la pista renqueando, pues antes de hacer campaña debió sanear las deudas que su partido, la Unidad Social Cristiana, arrastraba desde las anteriores elecciones.
¿Cómo entonces alguien que además admite no ser muy conocido para el gran electorado pretende terminar de primero el 2 de febrero del 2014? Para Piza la respuesta es sencilla: toda la vida se ha preparado para esto.
En nombre del padre
Rodolfo Piza, el hijo, sabe que Rodolfo Piza, el padre, aún espera mucho de él. Y es por su papá que hoy este abogado sale a la calle a pedir el voto de la gente que no lo identifica.
“Quisiera calzar los zapatos de él. Yo podría haber dejado esta batalla pero no me atrevería a darle la cara a papá, no podría”, aseguró el hijo en una entrevista semanas atrás, luego de confirmar lo obvio: el padre es su gran referente.
Homosexualidad:
“Condición del ser humano que debemos respetar”.
Fertilización in vitro:
“Yo creo en la vida desde el momento de la concepción y comparto la tesis de mi padre en la sentencia de la Sala Constitucional. También tengo claro que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó una sentencia y que el país tiene que buscar el equilibrio de cómo garantizar en ese proceso lo más posible la vida”.
Laura Chinchilla:
“Una buena persona. Asumo que una gobernante bien intencionada que no supo manejar la sociedad costarricense en el contexto actual”.
Estado laico: .
“El tema está resuelto constitucionalmente”
Daniel Ortega:
“El gobernante de otro país con el que tenemos relaciones diplomáticas y también diferencias”.
Puentes bailey:
“Una opción a la que solo debe acudirse en condiciones de emergencia y excepcionalmente, no como solución permanente”. Marihuana: “Respeto las diferencias sobre el tema. Al país le va a costar mucho dar un paso hacia la apertura en ese campo”.
Encuestas:
“Es un instrumento más para tomar decisiones; no es EL instrumento ni debe ser la guía”.
Abstencionismo:
“Es una expresión del pasotismo que en nada ayuda a la construcción de una sociedad”.
Partido Unidad Social Cristiana:
“Una historia, unos valores y unos principios que vale la pena mantener”.
Johnny Araya:
“El alcalde perpetuo de San José. Un tipo agradable”.
Otto Guevara:
“Un político que ha defendido con consistencia los valores en los que cree”. Luis G. Solís: “Un hombre capaz, un intelectual, un amigo, lo respeto mucho. Me gusta más él que su partido”.
José María Villalta:
“Un legislador joven, consistente con su ideología de izquierda. Ha hecho un buen papel en la Asamblea”.
Rafael Ángel Calderón Guardia:
“Un líder histórico del calderonismo”.
El vínculo entre el hoy candidato de la otrora segunda fuerza política del país y su progenitor, va mucho más allá del nombre y apellido compartidos. Rodolfo Piza Escalante fue el mentor profesional y político de su hijo, y cuando don Rodolfo hablaba en la mesa familiar de las Naciones Unidas, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Asamblea Legislativa o la Sala IV (que él ayudó a fundar), su hijo escuchaba y aprendía.
Fallecido en el 2002, el magistrado Piza se apoyó con frecuencia en su retoño, quien incluso tuvo el particular privilegio de revisar sus borradores de sentencia. “A él le gustaba que yo le hiciera de sparring para prepararse para la gran batalla”, recuerda el hijo, quien a la vuelta de los años también seguiría la ruta paterna hacia el tribunal constitucional, al cual llegó como magistrado suplente en el 2009.
Piza no olvida que un día antes de morir, don Rodolfo no dejaba descansar al juez interior. “Me hablaba de una sentencia que quería terminar de redactar y eso lo tenía acongojado porque sentía que las fuerzas ya no le daban”.
A más de 10 años de su partida, el padre sigue muy presente en la vida del hijo, y es por ese papá, cuyo recuerdo le llena los ojos de agua, que Rodolfo Piza dio el paso al frente cuando todas las miradas cayeron sobre él.
Candidato de cambio
Piza no fue en primera instancia la opción predilecta de los socialcristianos para el 2014. El abogado de gran hoja de vida perdió el proceso interno de su partido ante un médico de eterna gabacha y con mejor feeling para las cámaras y las conferencias de prensa.
Según las cifras del PUSC, Piza no pudo contra el carisma del estetoscopio y perdió de modo apabullante en una convención marcada aún por visiones del “ellos” contra el “nosotros”. Sin embargo, el exjerarca de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) no hizo berrinche y aceptó ser candidato a la vicepresidencia, al lado del buen doctor.
Lo que vino después tomó al país por sorpresa: el médico renunció a la candidatura, luego renunció a la renuncia y al final renunció a la renuncia de la renuncia, reclamando puñaladas por la espalda y traiciones de parte de adversarios a los que nunca identificó. Y fue en medio de esa polvareda que todos los micrófonos se volvieron hacia Piza.
“Cuando asumí la vicepresidencia, sabía que podría enfrentar un reto de estos y tomar las riendas que otro traía, aunque no tan pronto”. Así, sin mucho drama, el hoy aspirante da por cerrado el inusual proceso que lo tiene con su rostro en la papeleta presidencial.
Para meterse como candidato de cambio, Piza planteó como condición a las facciones internas del PUSC que se pusieran de acuerdo y los asambleístas le dieran apoyo unánime. Así ocurrió el 12 de octubre y desde ese día la jornada de trabajo de este hombre se estiró para cubrir 18 horas. Cuando llega a la primera reunión, a las 8 a.m., ya lleva tres horas levantado y todos los titulares de prensa nacional y extranjera masticados. A su agenda no le cabe una cita más y no es sino hasta cerca de la medianoche que recobra el aliento... aunque sea por pocas horas.
Montarse a media carrera en una campaña hecha a imagen y semejanza de otro no ha sido sencillo, y Piza sabe que el PUSC resentirá en las encuestas el cambio de candidato. Sin embargo, cuando se le pregunta sobre su vida en el 2014, el padre de tres hijos no duda que la banda presidencial le cruzará el pecho.
Es con él que, según sus cálculos, la casa socialcristiana volverá a su anterior prestigio, después de una década de escarnio público causado por los líos judiciales de dos de sus expresidentes.
A dar la cara
Conversador ameno y cortés, Piza toma otro tono más enérgico cuando se le consulta que por qué él, que ninguna relación tuvo con los escándalos que hundieron al PUSC, debe ahora dar la cara por las broncas de otros. “Cuando sea presidente, voy a asumir todas las broncas del país que no son mías. Cómo voy a pretender presentarme ante el electorado pidiendo dirigir a este país que tiene broncas históricamente más complejas, si no soy capaz de asumir un partido que, sé, tiene broncas, pero mucho más pequeñas”.
La historia socialcristiana que a él le interesa rescatar abarca un período de tiempo amplio y que se inició muchísimo antes de las páginas negras de Caja-Fishel e ICE-Alcatel. Son nombres como Mario Echandi, José Joaquín Trejos y Rodrigo Carazo los que Rodolfo Piza usa como referentes de la bandera rojiazul. “Yo no puedo olvidar esa historia, la más importante, y levanto la bandera por ella”.
El arquitecto
Ser candidato de rebote tiene sin cuidado a Rodolfo Piza. Dicen los amigos de este hombre alto y de frases cargadas de citas textuales que toda su vida ha sido una continua preparación para algún día ser quien ponga orden en y desde Zapote.
Si bien sus dotes de contador de chistes son incuestionables, Piza por lo general termina hablando de reforma del Estado, de sus planes y modelos para destrabar al país, de cómo rescatar a la CCSS, institución que encabezó entre 1998 y el 2002 y cuya crisis no puede ocultar el coraje que le genera.
“No se puede improvisar una candidatura, y el estar pensando muchos años en el Estado y qué se puede hacer, requiere esfuerzo. Creo que sé lo que se puede y debe hacer para mejorar esta sociedad; sin falsa modestia creo que tengo la visión y la concepción”, explica el integrante de la junta de notables convocada por la administración Chinchilla para arrojar luces sobre el camino a tomar como país.
Su necesidad casi obsesiva de rediseñar el rumbo nacional se puede explicar por su pasión hacia la arquitectura, carrera que probó antes de pasarse a las leyes. Piza es buen dibujante y sin mayor esfuerzo crea planos y renueva barrios, ciudades y países. “No me hice arquitecto porque soy estructurado y para ser artista hay que desestructurarse; los artistas tienen que ser desordenados”.
Aún en su estructuración, el aspirante socialcristiano ha sabido divertirse. Desde joven tuvo oportunidad –gracias a su familia española y a los trabajos en el extranjero de su padre– de darse sus buenos gustazos musicales: no es cualquiera el que puede rajar de haber visto en vivo a Bob Marley y ABBA.
Piza no reniega de su pasado farandulero (y cita a Luis Alberto Monge al recordar que “la bohemia humaniza, si uno no exagera”) y se ríe al recordar cuando lo invitaron a un bar en Nueva York donde estuvo a pocos pasos de Robert De Niro, Mike Tyson y Eddie Murphy.
Su iPod es demasiado ecléctico como para evidenciar tendencias, aunque Creedence Clearwater Revival, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina destacan entre sus favoritos. De hecho, Piza se define, con orgullo, como “sabinero” y parte de un grupo de amigos que comparte la misma admiración por el flaco trovador español.
Autor de siete libros publicados y con más textos esperando ver la luz algún día, Rodolfo Piza también tiene vena de deportista: de joven jugó baloncesto y fútbol; hoy se conforma con el tenis.
Gracias a la vida
Venido de una familia que no pasó necesidades, Piza es agradecido con las oportunidades que tuvo, unas que él sabe no se le presentaron a mucha de esa gente a la que hoy le pide su voto. “He tenido en la vida mucha suerte y si bien en mi casa no sobraba el dinero, tampoco pasamos necesidades. Uno no puede presentarse como lo que no es y pretender que desde sus ventajas se juzgue a aquellos que no las tuvieron”.
Buscar los equilibrios es primordial para el esposo (en sus segundas nupcias) de Ana Eugenia Loría. Él no se ve en el extremo de los cambios violentos ni tampoco en dejar las cosas como están. “Debemos encontrar acuerdos, no perder la meta pero entender que otros grupos tienen sus propias metas. Buscar la acción y la reacción, la revolución y la contrarrevolución”.
Eso sí, el candidato no está dispuesto a venderle el alma al diablo con tal de ser el próximo presidente. “Yo me veo ganando las elecciones pero no a cualquier precio. Tengo que hacer campaña para ganar, pero no a costa de que el camino me impida hacer un buen gobierno”.
Sin promesas incumplibles, sin besar bebés, sin un rostro reconocible y sin un estetoscopio para mostrar en las fotos: Rodolfo Piza Rocafort se metió a la carrera de último e igual asegura tener lo necesario para llegar de primero. El candidato notable aún no ha terminado de acomodarse en la pista pero al menos ya le ve la espalda a los otros corredores que marchan hacia Zapote. Por algo se empieza.