Alberto López y su novia Paola echaron a su camioneta todo lo que pudieron. Eran las 5 a. m. y había que partir pronto, no fuera que los claros del día los pusieran en evidencia y provocaran que centenares de costarricenses hambrientos, la policía y hasta desalmados delincuentes interrumpieran su desesperada huida a la selva.
Para el escape solo empacaron lo necesario: comida, artículos de supervivencia, armas, equipos de seguridad y la infaltable gasolina, al menos la suficiente para que el carro de Alberto llegara a su selvático destino y pudiera devolverse en caso necesario.
¡Entonces todo listo! El 24 de abril, en plena cuarentena por el covid-19, Alberto y su pareja imaginaron el peor escenario y se echaron al agua en un singular simulacro. Como si Costa Rica se estuviera “quemando”, tipo The Walking Dead o Guerra Mundial Z (solo que sin zombis), ambos partieron entre penumbras por caminos no tradicionales, evitando en lo posible todo contacto con la civilización.
“Nos fuimos en plena época de restricción vehicular. Evadiendo posibles retenes policiales, tal cual como podría suceder en una situación extrema, o bloqueos de caminos por parte de ciudadanos o de grupos irregulares. La idea era practicar, como sortear todo eso”, comentó Alberto, tico de 38 años que es experto en maniobras de supervivencia y se considera un prepper (o persona preparada para sobrevivir en un posible colapso del sistema social).
Un recóndito refugio ubicado en Bahía Drake, en la Península de Osa, era su destino final. Está a casi 300 kilómetros de San José y tanto Alberto, como su novia, tenían claro que no podían detenerse hasta llegar, pues podría ser “peligroso exponerse".
“Incluso no paré para rellenar el tanque de gasolina. No planeaba hacerlo, porque en el caso de un hecho extraordinario o las gasolineras están cerradas o tienen desabastecimiento. Por eso hice lo cálculos necesarios para poder llegar y metí en el carro una ‘pichinga’ extra, por aquello”, añadió Alberto.
¿Pero qué perseguía Alberto con esta ‘loca’ y singular aventura?
Sin pelos en la lengua, desafiando a muchos de sus colegas preppers, Alberto sorprendió con esta frase: “la mayoría de preppers nos pasamos en Facebook tonteando, alardeando del equipo de que tenemos para sobrevivir, que tenemos la mejor mochila, el mejor cuchillo y el montón de alimentos almacenados, pero eso no es todo lo que se necesita".
“¿Qué hacemos con tener todos los chunches si no practicamos nuestros planes?. El supervivencialismo es una cuestión de habilidades, de tener la mentalidad correcta. El equipo que uno tiene, no es lo principal”, añadió convencido.
Pero más allá de sus teorías, Alberto pudo comprobar la realidad de forma vivencial. Once días pasaron este costarricense y su pareja en un selvático refugio y la experiencia no fue fácil: mal clima, frío, hambre y hasta cazadores furtivos complicaron su temeraria andanza.
Un ‘prepper’ de toda la vida
No cualquiera podría hacer lo que Alberto López. Antes de seguir narrando su aventura en la selva, es importante insistir en que este costarricense tiene muchos años de “patear el monte” y enseñar maniobras de supervivencia a preppers aprendices alrededor del mundo.
Por eso, no es recomendable que usted se confine en un traicionero bosque para poner a prueba sus habilidades. Al menos no sin supervisión. Considere que Alberto, como el Mowgly que dibujó de Disney en su afamada película, creció en la selva y se considera un supervivencialista curtido desde la infancia.
Cuando apenas tenía unos ocho años, los padres de Alberto se mudaron a San Juan del Norte, en Nicaragua, con la intención de vincularse a un negocio de turismo. Esa experiencia, sin duda, le cambió la vida.
En esos lares, Alberto se familiarizó con la tribu indígena Rama, quienes sin hacer preguntas le habrían heredado mucho del conocimiento que hoy posee.
“Ellos (los Rama) viven en la costa del Caribe, al otro lado de la Barra del Colorado. Yo iba a cazar con ellos desde chiquillo y nos hicimos muy cercanos. Mi papá tenía muy buena química con los locales y por eso yo me involucré tanto”, contó Alberto, quien lidera un segmento de supervivencia en el programa Outdoors TV Costa Rica, que transmite TD+2.
“Por eso yo digo que tengo casi 30 años de ser prepper. Aunque debo decir que en los últimos 10 años no solo he venido acumulando cosas para sobrevivir, sino que me he venido preparando en temas de defensa y comunicaciones fuertemente”, añadió.
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Posted by Outdoors TV on Friday, May 22, 2020
Además, Alberto tiene una Escuela de Supervivencia (Costa Rica Survival), una nuevo nicho de turismo que, sobre todo, capta a extranjeros deseosos de aprender a hacer fuego frotando bambú, trampas hechizas para cazar, tomar agua potable del tallo de una planta o hacer vasijas con arcilla para cocinar si no se tienen utensilios a mano.
Alberto, para quien no lo conoce, es una especie de Cocodrilo Dundee moderno, con gorra en vez de sombrero, pantalones de explorador y un afilado machete en la mano. Un personaje jovial y muy colaborador, a quien la pandemia por el nuevo coronavirus lo hizo cuestionarse su entorno social y económico, dejar por un rato su comodidad citadina y agarrar camino para Drake en una madrugada de abril.
“Es que no es solo por el coronavirus. Para mí la quiebra del Estado es un hecho matemático y nos va a tener problemas más pronto que tarde. Tenemos una economía estancada y el desempleo creciendo. Es decir, la receta está lista”, comentó Alberto, justificando su escape a la selva.
“Quizá ahorita la gente no lo sienta, pero la verdad es que esa paz es un factor psicológico. Estamos en la etapa en que la gente se rehúsa a ver los cambios radicales que estamos sufriendo para no salir de su estado de confort. Aceptarán la crisis ya cuando la tengan encima”, agregó.
A Alberto le preocupa que el desempleo traiga un aumento en la delincuencia, que el hambre provoque saqueos y que la policía quede diezmada por un brote de covid-19 o, peor aún, tire la toalla tras ver que todo se le salió de las manos.
¿Muchas películas apocalípticas o Alberto estará en lo cierto? Juzgue usted.
La ‘fuga’ se complica
Después de nueve horas de recorrido, Alberto y Paola están cerca de llegar a su destino, “el lugar más alejado que pudieron encontrar”, según el criterio del supervivencialista.
Hasta ahora, los imaginados retenes no han sido problema, pero sí las lluvias que azotan la zona. Son las 2 p.m. y ríos crecidos amenazan la misión.
Un contacto le indica a Alberto que el último río es un potencial peligro, por lo que las alarmas se encienden y el traslado se torna un poco más lento.
Pero todo bien, la prueba es superada y, al ser las 7 p.m., Alberto y Paola ya están en la zona de su campamento.
“La noche está lluviosa, aquí no hay luz y muy poca señal, lo cual limita mi habilidad de comunicarme y recibir información para tomar buenas decisiones. Debo buscar maneras de solucionar esto”, analiza Alberto, quien sin embargo encuentra el lado positivo a su aislamiento.
“Estar tan lejos tiene un precio, pero en una situación catastrófica, prefiero evitar todo contacto posible fuera del círculo de colaboradores”, añade.
Esa noche prenden la fogata y comen arroz cocinado en bambú junto con una porción de carne. Ha llegado la hora de descansar, pero a Alberto lo inquieta un pensamiento profundo.
“Al acostarme pienso que sería muy difícil vigilar esta zona durante la noche. ¿Cómo puedes defender tus recursos de personas desesperadas que los quieren a toda costa? ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer?”, se cuestiona Alberto.
Ante esa reflexión, resulta imposible no imaginarse una balacera, violentos forcejeos, o peores escenarios que hemos visto en las series apocalípticas de Netflix. Pero lo que para nosotros es ficción, para Alberto es una posibilidad latente, un riesgo que permeó sus sueños aquella oscura y helada noche.
Despertar
No hay tiempo qué perder. Al día siguiente, después de desayunar, Alberto y Paola hacen un reconocimiento general del lugar.
La pareja analiza dónde podrían colocar gallineros, zonas para la siembra de alimentos y se preguntan qué otros tipos de animales podrían criar allí. Saben que generar su propio alimento es clave para sobrevivir, pues en una emergencia real sus suministros apenas les alcanzarían para unos pocos días.
Previendo la situación Alberto tuvo una idea: un negocio redondo con los dueños de la finca.
“A cambio de refugiarme allí hice un acuerdo. Les propuse que les podría ayudar a sembrar más y tener más animales para crianza. Para eso llevé unos insumos desde San José. La idea de refugiarse en la montaña sin tener recursos a largo plazo es una mala idea”, acotó.
Pero las horas pasan y el hambre apremia. El río, que ya ha bajado su nivel, ofrece peces y camarones como recurso alimenticio de primera calidad, por lo que Alberto aprovecha para practicar sus técnicas de pesca primitiva.
Llegada la noche temen que aparezca una serpiente, lo que hace pensar a Alberto que huir, sin un médico a bordo, sería un problema.
“Aquí no hay acceso rápido a servicios médicos y si hubiera un colapso no habría tales servicios de todos modos. Necesito un médico en mi equipo, pues aunque tengo conocimiento básico a largo plazo no sería suficiente”, medita el prepper, aunque no por mucho tiempo.
A las 10 p.m., con mucho frío y solo con la luz de una linterna, Alberto debe encender la fogata, para finalmente limpiar y cocinar los pescados. La noche no acaba temprano en la montaña.
¿Hambre en el pueblo?
Alberto lo tenía claro y se lo dijo a Paola: “este campamento debe ser lo más sigiloso posible”, por temor a posibles acechadores.
Pero la misión es difícil. Una noche Alberto escuchó ruidos de motos y comenzó a preocuparse.
−Está raro esto, ¿quiénes serán?−, se dijo atormentado.
En el caso de un colapso social, un elemento que podrían enfrentar estos supervivencialistas es el ataque de cazadores o ciudadanos locales. Ellos irían por los pocos recursos que quedan y Alberto, hasta esa noche, no había sido tan consciente de eso.
“Eran varias motos entrando a la montaña, lo cual pareció sospechoso. Al rato salieron de vuelta y tiempo después nos dimos cuenta de que resultaron ser personas desempleadas convertidas en cazadores ilegales, que comerciaban con la carne de animales silvestres”, recordó el prepper.
Efectivamente, a principios de mayo, la Asociación de Desarrollo Rural de Bahía Drake denunció la caza ilegal de dantas, monos y chanchos de monte en la zona.
“Es completamente inaceptable que si todos vivimos del turismo en esta zona, nos prestemos para organizar grupos y destruir nuestra naturaleza, en medio de la crisis en la que estamos”, expresó Karolina Fallas, presidenta de la asociación en Ameliarueda.com.
Pero Alberto y su novia no solo escucharon las motos. Al otro día divisaron personas extrañas recorriendo la zona, por lo que decidieron ocultarse en la maleza hasta que los intrusos se fueran. Hubo miedo y no lo niegan, pero la aventura no podía parar.
A pesar de los riesgos, la pareja instaló un campamento a lo interno del bosque, alimentándose por primera vez de raciones preparadas o MRES (Meals Ready to Eat). Además, los siguientes días pasaron explorando el boscoso territorio, practicando técnicas de supervivencia y repasando conocimientos sobre plantas medicinas y comestibles.
El agua no era problema, tenían una fuente cerca, pero no tenían jabón para asearse ni una letrina para hacer sus necesidades.
Entonces Alberto y Paolo hicieron dos cosas: construyeron una letrina improvisada y fabricaron jabón en la montaña.
“La letrina la tapábamos con tierra cada vez que la usábamos, mientras que el jabón lo hicimos utilizando lejía y manteca animal. Es un proceso lento y meticuloso, pero había que lograrlo en esas condiciones”, explicó Alberto, mientras recordaba la molestia que les significaron los insectos, el riesgo de las serpientes y el frío insoportable.
“Son muchos los riesgos, pero hay que tener la mente fuerte. Esto de la supervivencia es 100% mental. La idea es estar tranquilo frente a la incertidumbre”, acotó.
Fue extrayendo sal del mar para consumo propio, picando leña y haciendo utensilios de cerámica con arcilla selvática, la manera en que los supervivencialistas pudieron despejar su mente y no pensar en las pocas raciones de comida que les quedaban al final de los 11 días.
“No es tan fácil como parece. Todo lo teníamos que realizar de forma manual y estar muy activos durante el día. No puedo imaginar todo lo que puede pasar por la mente de una persona en una situación real: seguro pensaría cómo le cambió la vida y todo lo que dejó atrás”, reflexionó.
Lección aprendida
Alberto nunca se fiado de sus vastas habilidades, pero ahora que se escapó con su novia y vivió como un salvaje en la montaña confía mucho menos. Lejos de sacar pecho por la experiencia y en un muestra de sorprendente humildad, este ‘prepper’ dijo a Revista Dominical que “todo fue un error”.
No es que la experiencia en la montaña haya sido mala, pues le dejó cientos de enseñanzas, sino que Alberto comprendió que en pareja no es tan buena idea emprender la huida y enfrentar en solitario los estragos de un posible colapso social.
“Con mi pareja, en una situación real, esto no hubiera sido bueno. Comprendí que el trabajo en comunidad es esencial, poder delegar funciones y diversificar talentos es la forma correcta”, explicó.
“Con Paola todo bien. Ella, como mujer, me hizo ver cosas y detalles que yo como hombre no podía ver y soportó con fuerza todo lo que se vino. Pero eso no alcanza en la selva, ni para ella ni para mí”, añadió Alberto.
Alberto comprendió que, en un escape real, debe hacerse acompañar de un grupo más robusto de personas, en el que preferiblemente existan especialistas en diversos campos. No solo se trata de enlistar a un médico, pues además hará falta un mecánico para arreglar el carro en caso de que se averíe en la fuga y un especialista en manejo de armas sería indispensable.
“Es que hay que pensar algo. Cuando suceda el caos, ojalá me equivoque, no será para ir a quedarse 11 días, será por mucho tiempo más”, finalizó el prepper, quien ya ha iniciado procesos para articular a otros preppers en su proyecto supervivencialista.
El 4 de mayo, con decenas de estrategias y métodos de evacuación que modificar, Alberto y Paola regresaron sanos y salvos a San José. Al llegar constataron que la capital estaba intacta y sus planes de escapar −cuando "Costa Rica estalle”−, pues también.