Narra la leyenda de la mitología griega que Ifigenia, hija de los reyes Agamenón y Clitemestra, fue sacrificada para calmar la ira de la diosa Artemisa, y así Agamenón y su tripulación pudieran continuar con su viaje a la guerra de Troya.
Uno de los primeros temas que provocó la curiosidad de Ifigenia Quintanilla cuando era una niña fue conocer cuál era el origen de su nombre tan particular. Fue en la mitología griega donde descubrió la respuesta. Esa inquietud evolucionó después a una pasión por la lectura y, posteriormente, el amor por los libros la llevó a encontrar nuevos mundos, a estimular su imaginación y a generar un interés muy intenso por aprender y nunca parar de hacerlo.
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Esa niña curiosa, que lleva con orgullo el nombre de la princesa griega es, a sus 57 años la nueva directora del Museo Nacional. De aquella chiquilla que se escapaba de su casa en Santa Ana para pasar las tardes en el Museo de Jade y leer en las bibliotecas josefinas, todavía queda mucha necesidad por aprender e investigar. Todo ese ímpetu, ahora Ifigenia lo aprovechará para llevar por buen camino a la institución que tiene a cargo el resguardo de la historia y de la memoria de la sociedad costarricense.
Quintanilla es antropóloga y arqueóloga. Sus estudios, principalmente destacados en las esferas precolombinas, la han llevado a ser considerada toda una institución en el campo. Ahora, la apasionada arqueóloga, tiene ideas que desea implementar para que el Museo Nacional no sea considerado solo como una casa donde se guardan objetos, sino que los costarricenses lo aprecien y lo cuiden como lo que es: el guardián de nuestra historia.
Pero conozcamos más sobre Ifigenia y sobre sus propuestas para acercar más al pueblo costarricense al museo.
Niña inquieta
Oriunda de Pozos de Santa Ana, nacida en una familia humilde y con nueve hermanos, Ifigenia tenía todas las esperanzas de la familia puestas en ella. Sus parientes la imaginaban convirtiéndose una abogada o una ingeniera; pero su espíritu inquieto la llevó por el camino de la antropología, algo que sus padres no entendían bien.
“Somos una familia grande, totalmente de campo. En ese tiempo Pozos era sumamente rural, yo casi que fui la primera que iba a la universidad. Para mi papá fue un shock decirle que iba a estudiar antropología”, narró.
De sus recuerdos de juventud guarda con mucho cariño a doña Elsie, la bibliotecóloga del colegio donde Ifigenia estudió. “Nos íbamos de vacaciones y ella nos prestaba los libros de la biblioteca. Había mucho libro de mitología y cosas griegas, y como mi nombre es griego empecé a leer las tragedias, toda la mitología, y de ahí fui llegando a Troya. Por ese lado tenía ese amor desde la lectura hacia otros temas”, narró Quintanilla.
“Somos una familia grande, totalmente de campo. En ese tiempo Pozos era sumamente rural, yo casi que fui la primera que iba a la universidad. Para mi papá fue un shock decirle que iba a estudiar antropología”
— Ifigenia Quintanilla, directora del Museo Nacional.
En el camino de la educación, Ifigenia se topó con la profesora Ofelia Vargas, de filosofía. Ella siempre les hablaba de su hija Giselle Chang Vargas, quien es antropóloga y fue una de las primeras profesionales de este campo en el país.
A partir las historias de Chang, Ifigenia se enamoró aún más de la profesión.
Quintanilla siempre se sintió diferente. Confesó que en sus años de juventud, cuando muchos buscan fiesta y entretenimiento, sus escapadas de casa eran para pasar las tardes en el Museo del Jade, ubicado en el edificio del Instituto Nacional de Seguros, en San José.
“Recuerdo la vista a San José y a la Escuela Metálica. Me fascinaba ver el patio con los niños. Además, en el museo había una colección de ocarinas, me encantaba ir a verla. Disfrutaba sentarme frente a un ventanal y después de ver la colección caminar por San José. Tenía unos 14 o 15 años”, recordó con cariño.
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“Terminé el colegio a los 15 años. Cuando todo el mundo estaba haciendo locuras yo estaba en otras cosas. Los museos para mí eran como un espacio de aislamiento, ahí yo estaba en mi lugar, me encantaban porque era un espacio de libertad para mí”, agregó.
Con apenas 16 años, Ifigenia entró a la Universidad de Costa Rica. Cuando ingresó a la carrera de antropología buscó los cursos de arqueología y, desde entonces, empezó el vínculo que la ha unido desde hace muchos años al Museo Nacional. Pasó que cuando empezó sus estudios superiores, al mismo tiempo inició en jornales con el museo, eso fue en el año 1983.
“Empecé como jornales en un sitio que se llama Agua Caliente. Inicié mi formación académica en antropología y arqueología al mismo tiempo que en el museo hacía excavaciones”, contó con emoción.
A los 18 años ya había acumulado bastante experiencia, pues el Museo Nacional fue su escuela de campo y donde adquirió más conocimiento profesional. En dicha institución pasó por distintas etapas hasta convertirse en funcionaria de la entidad, entre 1990 y 1998.
Curiosamente, cuando empezó a ir a las giras y a las investigaciones tuvo ciertas discusiones con su padre. “Cuando le conté que me habían nombrado como funcionaria de planta en el museo, pero que escogí irme al sur a trabajar a Palmar y a Sierpe, fue durísimo. Papi fue peón bananero y su idea de las mujeres allá era que eran cocineras o que estaban relacionadas a la prostitución. La idea de papi de las mujeres en la bananera es que no les iba nada bien; él no lograba entender por qué teniendo yo una plaza en propiedad me iba para un lugar de donde él se había ido”, recordó.
El regreso de la hija pródiga
La carrera de Ifigenia la llevó a ser la jefa de antropología del Museo Nacional, pero por diferentes razones personales y profesionales dejó el puesto. Después de esto el camino de la vida la llevó hasta Barcelona, España, donde comenzó a hacer estudios de doctorado y a formarse en gestión del patrimonio.
“Es curioso, porque en España no hice arqueología, aunque pude haberlo hecho, pero yo no me veía haciendo romanos o arqueología de los iberos. Siempre me estuve formando en gestión del patrimonio y creando un perfil para volver a lo que se necesitaba en Costa Rica”, explicó.
De su paso y sus estudios por España, Quintanilla cosechó diferentes títulos como el diploma de postgrado en Gestión y Políticas Culturales en la Universidad de Barcelona, así como en el Programa de doctorado en Arqueología Prehistórica de la Universidad Autónoma de Barcelona. Además, hizo una especialización en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid y un curso de alta especialización del Programa de Investigación en Tecnologías para la conservación y revalorización del Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Actualmente, Quintanilla está estudiando un doctorado en Arqueología Prehistórica en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Para mí las esferas representan mucho porque le aportan a los pueblos indígenas la reivindicación. Me siento orgullosa de haber contribuido, a través de las investigaciones que he hecho luego de un trabajo en el museo, y de manera independiente de socialización del conocimiento, para que la gente se apropiara de ellas”.
— Ifigenia Quintanilla
Su vida en Barcelona la dedicó a los estudios y también a la enseñanza, ya que fue profesora de arqueología de América durante seis años. “Eso me permitía acercarme a América, aprendí cómo enseñar en Europa nuestra arqueología (...) Cuando enseñaba América yo misma la descubría”, enfatizó.
Sin embargo, el corazón de Quintanilla siempre estuvo en Costa Rica, tanto así que en el año 2013 volvió. En un principio, situaciones familiares la hicieron regresar, pero decidió quedarse por la pasión por su profesión. “Yo soy de la arqueología y de la familia”, sentenció con orgullo.
Unos años después de dedicarse a su familia, especialmente al cuidado de su madre luego de que su padre falleciera, Ifigenia retomó las riendas y se dedicó de lleno a la arqueología costarricense, específicamente a dar consultorías en gestión del patrimonio, evaluación del impacto ambiental y también como profesora en la Universidad de Costa Rica. Además formó su propia empresa de recorridos educativos por sitios arqueológicos.
“Hacía arqueología de Costa Rica a través de los museos o con recorridos educativos de las esferas de piedra. La idea era entender las esferas más allá del sitio de patrimonio mundial”, explicó.
Durante muchos años se enfocó a lo que ella califica como su “locura y pasión”, que es es el trabajo con las comunidades por medio de las charlas.
“He trabajado una línea del patrimonio desde el afecto y el amor. No hay ley que valga si uno no tiene afecto hacia eso. Las definiciones de patrimonio se construyen, pero primero hay que tenerles amor y aprecio. Esa ha sido mi línea con los recorridos educativos y todo el tema de sensibilización patrimonial, porque no es amanezando que se cumple la ley.
”La sensibilidad del patrimonio empieza desde compartir el conocimiento, no desde una relación de que yo sé y usted no, sino de que caminemos, hablemos y vamos aprendiendo la sensación del descubrimiento y la experiencia de estar con el especialista”, afirmó.
En ese camino Quintanilla desarrolló una relación muy cercana e importante con el movimiento ecologista, ya que para ella ambos ámbitos de estudio y protección van de la mano. “El tema cultural histórico es parte del ambiente, de los paisajes. Defender el ambiente implica la defensa del patrimonio”, dijo.
Las esferas de piedra, un amor
-Hay un tema que no se puede dejar por fuera y es su relación con las esferas de piedra. ¿Cómo explica ese amor que usted aplicado para presentarlas a los costarricenses y al mundo desde muchas perspectivas?
-Yo, conforme pasa el tiempo, me siento más privilegiada de haber tenido la oportunidad de haber encontrado sitios arqueológicos con esferas de piedra, que en el momento no era algo que yo buscaba. (...) He tenido el privilegio de poder investigar y haber generado un cambio en la concepción de las esferas como decoración de jardines, como objetos estéticos, y de haber encontrado esferas en contexto y hacer investigación en relación con otros elementos como la arquitectura, la cerámica y otras esculturas.
”El tema no está tanto en las esferas, sino en el sur de Costa Rica. Las esferas han podido visibilizar la arqueología del Pacífico Sur de Costa Rica que era una de las más abandonadas”.
La especialista confirmó que las esferas de piedra representan un orgullo y una reivindicación de los pueblos indígenas del sur de Costa Rica. “Si lo vemos, (las esferas) no son de gente que estaba pasiva, que no estaba generando conocimiento, que no estaban innovando, creando o generando pensamiento matemático y astronómico. (...) Es algo importante, porque siempre se pensaba que el sur de Centroamérica no tenía nada relevante aparte de los objetos que se coleccionaban”, explicó.
“Para mí las esferas representan mucho porque le aportan a los pueblos indígenas la reivindicación. Me siento orgullosa de haber contribuido a través de las investigaciones que he hecho, luego de un trabajo en el museo y de manera independiente de socialización del conocimiento, para que la gente se apropiara de ellas”, enfatizó.
Tras esta afirmación, la arqueóloga agregó que a los pueblos indígenas se les debe de ofrecer disculpas por el despojo, la negación y invisibilización. “En cierta manera hay como una vergüenza colectiva sobre el pasado indígena que no es el de las pirámides”, aseveró.
Desde su perspectiva, las esferas de piedra enseñan la creación y la creatividad desde el trabajo colaborativo, en comunidad.
Su visión del museo
Gracias a su conocimiento y experiencia, además de la relación tan fuerte y cercana que tiene Quintanilla con el Museo Nacional, la nueva directora asumió el puesto con muchas ideas y nuevas perspectivas para la institución.
Lo que cuidamos debemos de hacerlo bien, para que cuando la familia venga se lo podamos enseñar. es como ir a ver las joyas de la abuela, que todos tengan derecho a verlas”.
— Ifigenia Quintanilla, directora del Museo Nacional
“La noticia me llegó de noche. Me llamaron para decirme que necesitaban definir la dirección del museo, que les parecía una institución muy importante, de mucho peso en este país, y que conocían mi trayectoria y experiencia. Querían que yo aceptara a pesar de no estar vinculada al movimiento político. A los cinco minutos ya tenía la respuesta , dije que sí porque me lo estaban ofreciendo por mi currículum, por mis méritos, no por un favor”, recordó.
Otro factor que sumó para aceptar la dirección del museo es que Quintanilla mantiene una agenda de trabajo propia, no impuesta. “Además tenía muy claro mi diagnóstico sobre el Museo Nacional, siempre pensando lo que a mí me parecía que debía ser la línea del museo en su universo tan amplio. El museo es una institución muy compleja, muy grande, que abarca muchas cosas y tiene responsabilidades enormes. Su principal responsabilidad es la de resguardar, pero también debe de compartir de distintas maneras eso que resguarda, que no son solo cosas, sino conocimiento”, explicó.
Para la arqueóloga, el trabajo en colaboración con el movimiento ecologista y generar un vínculo con las comunidades es de suma importancia. Es relevante que los pueblos no sientan que el museo llega a despojarlos de sus tesoros.
Para cerrar, Quintanilla hizo una metáfora sobre lo que significa para ella el Museo Nacional:
“El museo es una casa grande que debemos tener ordenada para que haya muchos invitados compartiendo. Debe de ser una casa viva, limpia, ordenada y moderna, no un templo. Lo que cuidamos debemos de hacerlo bien para que cuando la familia venga se lo podamos enseñar, es como ir a ver las joyas de la abuela, que todos tengan derecho a verlas”, concluyó.