Ser arqueólogo implica ser detective. Cada pedazo de tierra, cada manto acuático, puede esconder tesoros invaluables. Más allá de lo que uno ve, en cada metro del planeta hay una historia sobre las civilizaciones que poblaron territorios tiempo atrás.
Para desencriptar esos secretos del pasado, el Departamento de Antropología e Historia del Museo Nacional de Costa Rica emprende una búsqueda constante, visitando sitios de hallazgos arqueológicos y trabajando para procesar las piezas que emergen del suelo. Con 16 personas en sus filas, un grupo de fiebres por la historia van tras los pasos de quienes estuvieron antes que nosotros, aquí mismo.
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Costa Rica tiene mucho por descubrir
Enclavados en selvas densas, montañas escarpadas y largas costas, los sitios arqueológicos de Costa Rica son tesoros ocultos que narran la historia de las civilizaciones que poblaron la región. Los arqueólogos costarricenses son los modernos aventureros que se adentran en estas tierras, guiados por la pasión por la historia y el anhelo de descubrir posibles misterios cuyas pistas son, únicamente, restos del pasado.
¿Cómo es que estas personas encuentran estos restos? Cuando se hace un hallazgo arqueológico, sea en un rincón remoto del país o en medio de un suceso de la vida cotidiana (como, por ejemplo, algún objeto encontrado en una construcción), comienza el ciclo de trabajo del arqueólogo.
Por ejemplo, si una persona halla en su patio una pieza “extraña”, le debe notificar al Departamento de Arqueología del Museo Nacional (ya sea enviando un correo electrónico o simplemente mediante una llamada telefónica) para que un grupo de especialistas vaya por esas pistas del pasado.
Para llevar a cabo una evaluación precisa y efectiva, se utiliza un formulario especialmente diseñado. En este documento se recopila información crucial sobre el hallazgo, que incluye detalles generales, ubicación, contexto y cualquier otro dato que pueda arrojar luz sobre la importancia del descubrimiento. Este paso inicial es necesario para establecer una base sólida para la evaluación y las acciones futuras.
Una vez que la comunicación sobre el hallazgo llega al Departamento de Arqueología, la jefatura toma las riendas. En un lapso de 10 días hábiles, se nombra a un profesional calificado para abordar la solicitud de inspección. Este especialista se sumerge en el terreno y lleva a cabo una evaluación minuciosa del hallazgo, considerando su contexto e importancia histórica.
“Cuando uno llega a un sitio de exploración es como el momento climático en el trabajo de uno”, cuenta Julio César Sánchez, uno de los arqueólogos pertenecientes al departamento.
De hecho, él fue parte de una investigación que sorprendió a la población tica. Una ampliación de un edificio en La Uruca fue el escenario de un rescate arqueológico. A comienzos de julio, el maestro de obras de la construcción encontró unos fragmentos que, según le pareció, eran objetos precolombinos. Esta persona avisó al ingeniero, quien frenó los trabajos y dio aviso al Museo Nacional.
Julio se encargó del rescate. Para su sorpresa, no solo encontró los fragmentos de los cuales el ingeniero les había hablado, sino que además en una de las paredes de la excavación realizada para la obra gris, se encontraba un metate completo con una longitud de unos 48 centímetros y un ancho de 30 a 40 centímetros.
“Mi viaje como arqueólogo se inicia con una meticulosa exploración del terreno. Uno se apoya con conocimientos de historia y geología para buscar señales sutiles que indiquen la presencia de vestigios arqueológicos. Cada potencial hallazgo, ya sean antiguos petroglifos o restos de asentamientos, es abordado con el máximo respeto y cuidado”, explica Sánchez.
Myrna Rojas, quien encabeza este departamento, lleva más de 30 años dedicada a este oficio. Ella dice que su trabajo es el de un detective que sigue los rastros del pasado. “Nosotros somos ‘seres extraños’ porque nos apasiona la historia en una sociedad que muchas veces se olvida del pasado”, dice.
En el caso del metate encontrado en La Uruca, Rojas cuenta que se trata de “un día más en la oficina”. Esto porque “recibimos llamadas frecuentemente; tenemos muchas notificaciones y al año tratamos de dar un informe detallado de al menos unos 90 hallazgos”, explica.
Ella es la cabeza de un equipo de 16 personas especializado en reconstruir tiempos pretéritos. Por ejemplo, actualmente están analizando este metate encontrado en La Uruca. Ella dice que, a simple vista, puede datar de entre 300 y 400 años después de Cristo.
Ahora, el metate será sometido a un análisis para saber qué usos le dieron nuestros antepasados.
“Hay que comenzar analizando qué sustancias había sobre esa superficie de uso. El metate es de lava volcánica entonces tiene ‘huequitos’; hay que averiguar qué se preparaba ahí”, cuenta Rojas como parte de su análisis.
Según su experiencia, la importancia del hallazgo radica en que es poco lo que se sabe arqueológicamente de la zona de La Uruca, y este tipo de evidencia nos ayuda a comprender mejor nuestra historia. “Cada resto encontrado es valioso”, subraya.
Por supuesto, ante tal encuentro, es esperable preguntarse: ¿por qué no se continúa excavando en la zona?
Rojas asegura que estos hallazgos responden a que, según lo que se conoce de los asentamientos de antepasados en San José, lo más posible es que en esta zona de La Uruca se hacían ritos funerarios. Basado en su expertise, ella que no había falta nada explorar más la zona.
“Por los estudios hechos en Costa Rica sabemos que allí no va a haber una ciudad oculta; no es como en Guayabo que sí era un sitio medular para la población antigua. Acá sabemos que no encontraremos más allá de esto: un lugar para ritos funerarios”, explica.
En el caso del Monumento Guayabo, para darle más contexto, se trata de un sitio arqueológico que cuenta con una serie de características arquitectónicas notables, incluyendo calzadas pavimentadas, acueductos, terrazas y sistemas de drenaje. Las estructuras incluyen plazas ceremoniales, áreas residenciales, templos y tumbas.
El sitio se distingue por su sistema de acueductos, que demuestra una ingeniería avanzada para el transporte y distribución de agua.
Fue entre los años 300 y 700 después de Cristo cuando la ciudad levantada en Guayabo alcanzó su apogeo. Estaba ubicada en una región estratégica, rodeada de montañas y ríos, lo que le proporcionaba recursos naturales.
Entonces, ¿podríamos pensar que se puede descubrir otro asentamiento así de grande ante un hallazgo como el del metate? Rojas aclara que, gracias a los conocimientos que tienen sobre cómo se asentaron las sociedades precolombinas en Costa Rica, es difícil pensar que exista algo así de colosal.
Para situar un mejor ejemplo, recurre a uno de los hallazgos más importantes de Latinoamérica.
El descubrimiento y estudio del Templo Mayor en la Ciudad de México es uno de los logros arqueológicos más significativos en la historia de México y la arqueología mesoamericana en general.
El Templo Mayor, también conocido como el Templo de Huitzilopochtli y Tláloc, fue un importante centro religioso y político en la antigua ciudad azteca de Tenochtitlán, que hoy en día es el corazón de la Ciudad de México. Su hallazgo y excavación proporcionaron una valiosa visión de la vida, la cultura y las prácticas religiosas de la civilización azteca.
El proceso de descubrimiento y excavación del Templo Mayor comenzó en 1978, cuando un grupo de trabajadores de la Ciudad de México encontró una gran piedra esculpida que representaba al dios de la lluvia, Tláloc, mientras realizaban trabajos de construcción subterránea. Esta piedra, conocida como el monolito de Tláloc, fue el primer indicio de que podría haber ruinas arqueológicas importantes en el área.
Ante este descubrimiento, las autoridades locales y nacionales tomaron medidas para investigar más a fondo. Bajo la dirección del arqueólogo Eduardo Matos, se formó un equipo multidisciplinario de arqueólogos, antropólogos, historiadores y otros expertos. El equipo comenzó a excavar en el lugar y pronto descubrió que estaban en el sitio del Templo Mayor, el centro religioso más importante de la antigua Tenochtitlán.
Las excavaciones fueron meticulosas y delicadas, ya que el Templo Mayor se encontraba bajo capas de construcciones coloniales y modernas. Los arqueólogos tuvieron que emplear técnicas avanzadas de excavación y conservación para desenterrar las estructuras y artefactos sin dañarlos.
A medida que se excavaban las capas de tierra, se revelaron las plataformas, escalinatas, altares y ofrendas del templo. Se encontraron esculturas de dioses, objetos rituales, cerámica y otros artefactos que proporcionaron información valiosa sobre las creencias y prácticas de los aztecas. Cada hallazgo fue cuidadosamente documentado y registrado, y se realizaron análisis científicos para datar los materiales y comprender mejor la historia del lugar.
¿Por qué el ejemplo? Porque al momento de asumir esa investigación sí existía evidencia previa en la arqueología mexicana que daba pie a que fuese necesario explorar más esta zona.
Rojas es firme en que las expectativas para Costa Rica son diferentes: “Nuestro interés es hacer hallazgos que nos permitan descifrar y catalogar cómo las sociedades del país fueron una mezcla de culturas y cómo fueron estos modos de vidas”, afirma.
Volviendo al tema
Sigamos explicando la función del arqueólogo. Una vez que un sitio es identificado (como el caso del metate en La Uruca), los arqueólogos comienzan el delicado proceso de excavación.
Con pinceles y palas, remueven capas de tierra con meticulosidad quirúrgica, revelando gradualmente las piezas olvidadas del pasado. Cada fragmento, cada cerámica, cada herramienta de piedra, cuenta una historia silenciosa que los arqueólogos se esfuerzan por escuchar.
“Después de la inspección, el profesional designado elabora un informe exhaustivo. Este informe no solo registra los detalles técnicos del hallazgo, sino que también ofrece recomendaciones fundamentadas en el análisis llevado a cabo. Este proceso garantiza que cualquier acción futura relacionada con el hallazgo esté respaldada por una base sólida de conocimiento y comprensión”; explica el arqueólogo Sánchez.
“Por ejemplo”, agrega Rojas, “me ha pasado con algunos hallazgos en Guanacaste que he encontrado cerámicas que no son propias de Costa Rica; o sea, debieron ser traídas de otros lugares. Cuando pasa ese tipo de cosas, se hace un registro especial para que, en el futuro, en caso de encontrar más información, se retomen estos casos”, explica.
Sin embargo, la labor de un arqueólogo no se limita a desenterrar tesoros antiguos. Una vez que las piezas son extraídas de la tierra, comienza una nueva fase crucial: la conservación. Los arqueólogos trabajan en colaboración con expertos en conservación para limpiar, restaurar y preservar las piezas de la erosión del tiempo y los elementos naturales.
Las piezas recuperadas no son meros objetos inertes; son ventanas hacia el pasado. Los arqueólogos analizan minuciosamente cada detalle, desde la forma de una vasija hasta las marcas en una herramienta de piedra.
“Los hallazgos y descubrimientos son compartidos con el público a través de museos, exposiciones y publicaciones científicas. Este proceso de difusión es vital para mantener viva la conexión entre el pasado y el presente, y para inspirar a las futuras generaciones a apreciar y conservar el legado cultural”, detalla Rojas.
Casos particulares
Vale la pena hablar de un par de casos que actualmente el departamento está trabajando. Vamos por partes.
En un sorprendente giro de eventos, lo que inicialmente parecía ser un caso de saqueo de yacimientos se transformó en un emocionante descubrimiento arqueológico en Nicoya. El propietario de una finca, alertado por la posibilidad de saqueos en su tierra, llamó al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) para investigar la situación. Sin embargo, lo que encontraron superó todas las expectativas: había restos óseos que ahora arrojan nueva luz sobre el pasado de la zona.
El arqueólogo Felipe Zúñiga trabaja en un departamento especial del Museo Nacional, el cual se ubica en Pavas. Allí existe un laboratorio para investigar hallazgos y dar luz sobre rastros del pasado.
En este departamento, Zúñiga muestra estas piezas recolectadas. “Este tipo de descubrimientos siempre lo emocionan a uno”, cuenta, mientras recuerda que el OIJ acudió a la finca en respuesta a la llamada.
Al llegar, se encontraron con una escena que desafió sus suposiciones iniciales. En lugar de saqueadores, encontraron restos de dientes, fémures y brazos que yacían en las profundidades de la hacienda. El misterio se desvelaba lentamente ante ellos, ya que se trataba de una colección funeraria que había permanecido oculta durante incontables años.
Geissel Vargas, otra de las arqueólogas en esta investigación, se ha encargado de limpiar cada uno de estos vestigios, los cuales fueron recabados a finales del 2022.
Existen varias formas de dar con los años a los que pertenecen los hallazgos. La forma más conocida es fechar por medio de carbono 14, proceso en el que se toma una pequeña muestra y se envía a laboratorios a Estados Unidos, donde se hace un análisis y envían resultados. En el país no hay laboratorios de este tipo.
¿Cómo funciona este procedimiento? Pues bueno, pongámoslo en palabras sencillas.
Los científicos saben que el carbono es una “cosa” que está en todos los seres vivos. El carbono 14 es una versión especial del carbono que está en el aire y en todas partes. Cuando un ser vivo está vivo, tiene un poco de carbono 14 en él. Pero cuando muere, el carbono 14 en su interior comienza a desaparecer muy, muy despacio.
Aquí es donde entra la datación por carbono 14. Los científicos pueden medir cuánto carbono 14 queda en un objeto antiguo. Si saben cuánto había en un principio y cuánto queda ahora, pueden averiguar cuánto tiempo ha pasado desde que el objeto estaba vivo.
“Pero muchos de estos restos uno las puede calcular por expertise. Por ejemplo, calculamos que estos huesos pertenecen al período Sapoá, por lo que deberían ser de entre el año 800 y el 1350 (después de Cristo), tomando factores como los reportes previos que existen sobre esa zona”, explica Vargas.
Analizando cada pieza, ella notó que los dientes tenían ciertos “huecos”, los cuales los hacen creer que las personas de entonces utilizaban sus dentaduras como herramientas, o sea, las usaban para cortar objetos o alimentos. “Así identificamos, poco a poco, cómo era su estilo de vida”, añade Vargas.
Las piezas desenterradas pueden arrojar luz sobre la vida que una vez habitó estas tierras en Nicoya, revelando secretos de poblaciones que dejaron su huella en el pasado y cómo este territorio fue un asentamiento.
“Estos restos suelen provenir de sepulturas o tumbas. En este caso encontramos, por ejemplo, seis fémures. Eso indica que al menos en esta pila funeraria hubo seis personas. Así vamos dándonos cuenta, paso a paso, de cómo eran las comunidades y cómo, por ejemplo, colocaban un cuerpo sobre otro para que los seis cadáveres alcanzaran”, agrega.
Este caso es una clara evidencia de cómo la colaboración entre las instituciones puede desencadenar descubrimientos. Lo que comenzó como una llamada telefónica para investigar posibles actividades ilícitas resultó en la revelación de un tesoro arqueológico.
“Este episodio también subraya la importancia de la conservación del patrimonio histórico y arqueológico. La colaboración entre la comunidad, las autoridades y los expertos es fundamental para proteger y entender nuestro pasado”, agrega Vargas.
Dentro de esa labor, el Departamento de Arqueología también se encuentra investigando otro hallazgo. El arqueólogo Luis Alberto Sánchez lidera un caso enfocado en la zona arqueológica de Aguacaliente en Cartago.
Desde los primeros días del año en curso, Sánchez se ha sumergido en la exploración y estudio de esta zona, desentrañando pistas cruciales sobre las civilizaciones que una vez poblaron este territorio.
Al igual que el reconocido Monumento Guayabo, Aguacaliente es un sitio rico arqueológicamente hablando, pues se han excavado y recuperado cientos de cerámicas y materiales líticos, los cuales han proporcionado un retrato de la vida y las costumbres de antiguas comunidades.
Resulta notable que se han descubierto vasijas que, en su momento, guardaron fragmentos de esqueletos, una práctica que acerca de los ritos ceremoniales y funerarios de estas culturas. “Los vestigios encontrados en las zonas de enterramiento han abierto una ventana al pasado, revelando las formas en que estas civilizaciones rendían homenaje a sus antepasados y sus creencias relacionadas con la muerte”, explica Sánchez.
José Brenes, otro arqueólogo del Museo Nacional, cuenta que es a través de pequeñas piezas que logran deducir cómo se hacían los ritos funerarios.
“Uno conoce, por ejemplo, que su forma de enterrar era a través de cajones. Allí inclusive se pueden encontrar pedazos de hachas con los que se enterraron a algunas personas. Eran otros modos de vida y uno está acá para hacer reportes y diagnosticar esa forma de vida conforme vayamos descubriendo”, explica.
El arduo trabajo diario de estos arqueólogos se traduce en el etiquetado y análisis de cada cerámica y objeto descubierto. Su meticulosa labor se centra en comparar estas piezas, establecer conexiones y, sobre todo, detectar los patrones que arrojan información sobre la forma de vida de estas culturas.
Entre los descubrimientos más intrigantes, se encuentran esculturas de piedra con representaciones de rostros felinos, los cuales solían ser indicadores de poder en estas sociedades. La ubicación estratégica de estas esculturas en áreas topográficamente elevadas confirma la existencia de un cacicazgo destacado en Aguacaliente. “Los indicios apuntan a una estructura social jerarquizada, sugiriendo la presencia de una comunidad con roles definidos y estratificación”, detalla Sánchez.
Los esfuerzos de este equipo pretenden arrojar más información acerca de las complejidades de las civilizaciones que poblaron Costa Rica previo a la llegada de Cristóbal Colón. “Estos avances en la investigación arqueológica no solo enriquecen nuestra comprensión del pasado, sino que también contribuyen al tejido cultural y la identidad nacional”, subraya Sánchez.
El grupo de arqueólogos se mantiene, día a día, entre piedras, cerámicas, tierra y objetos que se convierten en las pistas de un misterio. La labor detectivesca de estos profesionales continuará para siempre: el enigma que tratan de resolver es nuestra propia historia.
En detalle
En caso de encontrar objetos arqueológicos en una propiedad, es importante avisar mediante el correo antropologia@museocostarica.go.cr o al teléfono 2291-3468. Si usted no lo reporta, se expone a penas de cárcel a consideración de un juez.