“Al principio nosotros esperábamos el informe diario del ministro en la conferencia, porque esa pizarra era una señal, tratábamos de estar pendientes, porque a nosotros los datos nos afectaban igual o más que a la gente en la casa. En ese momento no había quien no estuviera conectado al tele o al celular y solo pensábamos cuándo iba a llegar el primer paciente”.
Así recuerda el doctor Leonardo Chacón, de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Calderón Guardia los primeros días de la pandemia, cuando el estrés, la ansiedad y el miedo de enfrentarse a un enemigo tan desconocido y peligroso comenzaban a apoderarse del personal de salud.
Todo comenzó la tarde del viernes 6 de marzo. Ese día el doctor Daniel Salas, ministro de Salud, quien hasta ese entonces era un jerarca más del gobierno, se convirtió en el protagonista de una historia que hasta la fecha se sigue escribiendo.
Ese viernes, el ministro salió a confirmarle a un país completo que el nuevo coronavirus que estaba causando estragos en Asia y Europa, había llegado a suelo tico mediante un caso importado. Desde entonces Costa Rica no es la misma.
A partir de esa fecha, a diario, y minutos antes de la 1 p. m., Salas estaba en todos los canales nacionales y en vivo en las redes sociales, dando la actualización del desarrollo de la covid-19 en el país. Y mientras muchos podían ver la conferencia de prensa desde sus casas con cierto temor, en los hospitales del país la historia era muy diferente. Allí esperaban con ansias la transmisión televisiva entre el desconsuelo y un miedo del que simplemente está prohibido huir.
Con los pocos datos que había y sin saber a ciencia cierta si estaban utilizando el equipo de protección adecuado, en los centros médicos se comenzaron a preparar para una pandemia sin precedentes y que se convertiría tres meses después en la responsable de más de una decena de muertes en el país.
El doctor Chacón todavía recuerda cuando les informaron finalmente que a la UCI del Calderón llegaba el primer paciente con covid-19. Todos estaban preparados, o al menos eso pensaban. Con la adrenalina al máximo y en medio del asombro y temor de la mayoría, el equipo comenzó a correr.
“Ya sabíamos qué teníamos que hacer, pero obviamente no lo habíamos hecho nunca. Era como la primera vez que uno hace una obra de teatro: sabe lo que tiene que hacer y dónde están las cosas, pero como toda primera vez había muchos nervios, porque si algo salía mal podía ser catastrófico. Entonces, fue prepararse para una guerra y todos los que no estaban con el paciente, estaban viendo lo que pasaba; es decir, era nuestro primer paciente covid-19 y estaba muy grave”, narra el médico intensivista.
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Posiblemente ese ha sido el sentimiento de los demás doctores, enfermeros, especialistas y personal de limpieza que han trabajado de frente con el coronavirus, esos que están en la primera línea y que desde marzo han sacado fuerzas, que ni ellos mismos se explican de dónde, para salir adelante y no renunciar a cuidar a la población de un virus del que todos los días hay información nueva y sin una cura.
Pese a que solo han pasado tres meses, el personal de salud ha experimentado muchos cambios. Por ejemplo, desde marzo en las UCI muchos utilizan un traje de protección por primera vez en su vida. Esta indumentaria a algunos les resulta sumamente pesados, aseguran que a veces les corta la respiración, los hace sentir asfixiados y les talla tanto que creen que se van a desmayar, pero aún así no se lo quitan.
“Es desgastante, honestamente. La primera vez que me tuve que poner todo el equipo para estar con un paciente, a los minutos me dolía tanto la cabeza que sentía que me iba a descomponer, porque la máscara restringe la respiración, prensa la cabeza y uno está forrado en varias capas y en 15 minutos yo deseaba arrancarme todo y salir corriendo, pero no podía porque tenía un paciente y tenía que hacer unos procedimientos y me tocó meditar profundamente y aguantar las dos horas siguientes y salir casi descompuesto”, cuenta Chacón.
Pero no es solo cuestión del traje que utilizan: las manos se les agrietan de tanto lavarlas, han perdido la cuenta de la cantidad de veces que se bañan al día y hay quienes llevan semanas sin ver a sus seres queridos. El sacrificio es grande.
Más allá de la profesión, estos profesionales son humanos y todos le temen al covid-19, les da pavor llevar a sus hogares el virus y que alguno de sus familiares se contagie, pero también saben que tienen un compromiso social que deben cumplir.
“Los últimos dos meses mi vida ha sido completamente diferente a como había sido antes. Yo le puedo decir que realmente ha sido muy pesado. Al inicio y todavía la sensación para todos los que trabajamos con el coronavirus es que nos podemos llevar la muerte a nuestra propia casa, entonces es una carga psicológica muy grande y hay que trabajar mucho la resistencia física y emocional. Yo me he pegado mis lloradas, y entre más grande sea la responsabilidad, mayor es el peso y el compromiso que uno tiene”, detalla Chacón.
El médico de 34 años cuenta que en su caso en particular, teme por su mamá y por su hermana, quien en media pandemia se convirtió en madre de gemelos.
Cuando empezó la emergencia él tenía tan solo un mes de trabajar en el Hospital Calderón Guardia, por lo que el desafío ha sido mayor.
“Yo no esperaba ni tan joven, ni tan pronto una pandemia. Si usted me dice que íbamos a tener que lidiar con equipos de protección y cuartos de aislamiento y esta solemnidad que solo se vivía en algunas películas, yo realmente no me lo imaginaba tan tempestivo. Esto no es una guerra, ni un cataclismo, es como un enemigo muy silencioso y escurridizo que no sabe cuándo va a llegar, uno no puede concebir que tiene que luchar con una situación así”, explica.
Sin embargo, trata de apreciar el lado positivo de la situación y se alegra cuando ve a los pacientes salir de la UCI recuperados, librando la batalla. Esa es para él la parte más gratificante de la historia.
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También, agradece a aquellos ticos que se acercan a preguntarle cómo se siento o si necesita algo. Esta es una muestra de apoyo que, aunque parezca sencilla, es la que lo hace permanecer de pie.
La tensa calma
A tan solo unos kilómetros del Hospital Calderón Guardia, se encuentra el doctor Ignacio Silesky, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios.
Y a pesar de que son diferentes centros médicos, que el personal no es el mismo y los pacientes provienen de otros lugares, el sentimiento de incertidumbre es compartido desde aquel viernes 6 de marzo.
Silesky reconoce que en el San Juan de Dios los días transcurren en una tensa calma y aunque asegura que ha sentido en muchas ocasiones temor al desconocer lo que pueda provocar esta enfermedad en él o en su familia, se siente en la obligación de transmitir paz entre el personal de la unidad.
“Realmente es una enfermedad que ha sido desafiante. Como profesional esta pandemia es un reto y suena feo decirlo, pero es una enfermedad de la que se va aprendiendo sobre la marcha, de la que la humanidad conoce desde noviembre del año pasado. Es decir, estamos hablando de un virus que lleva ocho meses y que ha causado muchos estragos”, explica.
El médico, que ejerce su profesión desde 1992, es enfático en que para muchos puede resultar difícil de comprender la gravedad de la enfermedad, porque “no es lo mismo estar en la casa, donde está uno más tranquilo, a estar en un cubículo de un paciente con covid-19 tosiendo y demás”.
Aunque ya han pasado varios meses desde que inició la pandemia, el temor sigue estando presente, principalmente entre los enfermeros, quienes tienen el contacto directo con los pacientes y eso aumenta el estrés laboral.
También el doctor ha visto diferentes cuadros de ansiedad y temor, incluso ha sido testigo de diferencias que se presentan con personal de otras áreas del centro médico, pues nadie quiere acercarse a la UCI. El miedo a contagiarse abunda en los pasillos.
“Todo lo nuevo siempre genera un grado de estrés. Es decir, uno usualmente le tiene temor a lo que no conoce”, afirma Silesky.
No obstante, hasta ahora en la UCI de ese centro médico nadie del personal se ha infectado y eso les tranquiliza, pues significa que los protocolos que han utilizado son los adecuados.
En los tres meses de pandemia, en el San Juan de Dios se han reportado cuatro fallecimientos por covid-19, todos hombres: uno de 85 años, otro de 70 años, uno más de 75 años y finalmente uno de 36 años.
Los tres pacientes mayores contaban con factores de riesgo que empeoraron su salud, a diferencia del más joven. Y el no haberles salvado la vida a pesar del esfuerzo, también ha provocado que se bajen los ánimos entre el equipo médico.
“Genera estrés adicional el hecho de tener pacientes que han muerto, porque cuando uno maneja un paciente grave que demanda mucho trabajo y sale adelante, es una gran satisfacción para nosotros, porque es ver que el trabajo tuvo un fruto adecuado. Desdichadamente cuando perdemos un paciente pues causa un sinsabor y un malestar en el personal”, dice Silesky.
La muerte del hombre de 36 años generó una inquietud más en el doctor, quien trata de mantener la calma, principalmente por el grupoque está a su cargo. El médico explica que dicho paciente era menor que él y “uno como médico no está inmune a sufrir esta enfermedad, sin embargo, hay que anteponer esos temores”.
Desde el día uno los pensamientos van y vienen; y a pesar de su experiencia, el jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios nunca imaginó que le tocaría trabajar en la atención de una pandemia y mucho menos estar en la primera línea de atención de la misma.
Eso sí, tiene claro que a pesar de sus preocupaciones y temores, así como los de sus compañeros, la pandemia no va a acabar de la noche a la mañana y por el contrario, el país camina al filo de la navaja y ellos continuarán estando ahí para atender a quienes los necesiten.
Cuestión de suerte
Si hay preocupación por lo desconocido, hacer las pruebas respiratorias se convierte en un juego de azar, en el que nadie sabe si es o no uno de los pacientes positivos de covid-19.
Mientras en marzo las noticias anunciaban que el coronavirus había llegado a Costa Rica, en la clínica Carlos Durán, en barrio Vasconia, un grupo de médicos batallaba con un sinfín de pensamientos no tan positivos, al tiempo que corrían y se preparaban para tomar las muestras respiratorias a las personas sospechosas de contagio.
“Sabíamos que en algún momento nos iba a tocar recibir algún caso y no queríamos que nos agarrara desprevenidos. Teníamos incertidumbre, queríamos ver qué pasaba, porque obviamente a nivel mundial se estaban viendo casos y teníamos esa angustia de cómo iba a evolucionar aquí en Costa Rica, porque la pandemia fue bastante fuerte en algunos países”, recuerda la doctora Patricia Velásquez.
Y finalmente el lunes 9 de marzo, llegó el momento de hacer la primera prueba.
Velásquez asegura que el miedo que sentían es ese momento era y sigue siendo inexplicable.
“La primera muestra, era la de la fortaleza. Es decir, uno ya sabía hacer la muestra, lo que pasa es que no es lo mismo lo que uno sabe hacer, que al momento de hacerla. Entonces esa primera muestra era como la definitiva, la que daba más miedo. Al final uno la hacía con toda la tranquilidad posible como le han enseñado, pero también con un poquito de miedo y ese miedo hacía que uno tratara de ser más cauteloso y con más paciencia”, relata.
El principal temor era saber si el equipo de protección que estaban utilizando era el adecuado, porque al inicio, cuando les dieron a conocer que debían hacer la prueba, no tenían los insumos de protección que requerían para los procedimientos, lo que aumentaba aún más el estrés laboral.
La importancia de tener este traje completo, recae en que ellos se encargan no solo de tomar la muestra, sino que también les corresponde revisar la mucosa, tanto oral como nasal y por ende, están expuestos al contagio.
“Es muy difícil manejar ese sentimiento de temor, de angustia. Nosotros somos un grupo de médicos que somos muy unidos en si, pero sí fue como una preocupación de qée íbamos a hacer y de no tener el equipo de protección por completo sino que poco a poco lo fuimos adquiriendo. Ya después el miedo se fue quitando y se empieza a tener más práctica para hacer las pruebas”, explica la doctora Velásquez.
Su mayor temor es contagiar a su hija de 9 años, a su esposo (quien también es médico) y a sus papás, que son adultos mayores, sin embargo, ha aprendido a sobrellevar la situación y sus compañeros han sido parte fundamental para salir adelante.
Eso sí, confiesa que desde hace tres meses no duerme igual.
“Lo hemos hecho bien, hemos trabajado juntos a pesar de que a veces es muy estresante. Uno no puede descansar bien y tal vez uno duerme, pero pasa soñando con lo que está ocurre. Es decir, ha sido un proceso súper estresante, todos tienen miedo, pero igual hemos tratado de solucionar. No hay tranquilidad todavía, pero estamos más preparados para lo que venga”, resalta.
Héroes invisibles
Es común que al agradecer los esfuerzos del personal que lidia con el nuevo coronavirus en hospitales y clínicas, primero se piense en médicos y enfermeros. Sin embargo, hay otros miembros del personal que día a día se enfrentan igual de cerca a la pandemia y que pasan desapercibidos, pero que son fundamentales.
Tal es el caso del personal de aseo, quienes tienen que pasar limpiando paredes, el piso y los baños de las unidades de cuidados intensivos, así como los salones donde se encuentran las personas contagiadas de covid-19.
“Muchas veces se habla solamente del personal médico profesional y vieras la importancia que tiene la limpieza en un hospital. En realidad, si la limpieza no se hace de una manera correcta tenemos que poner un candado, cerrar e irnos todos para la casa, porque la limpieza de un hospital es totalmente diferente a la que usted puede hacer en cualquier edificio, en cualquier oficina, o empresa”, comenta Erick González, jefe de Servicios Generales del Hospital de Alajuela.
Según explicó, para trabajar en el departamento de aseo de un hospital, se requiere especialización y un manejo de técnicas específicas, de acuerdo a las indicaciones de la dirección del centro médico. Estas han sido aún más rigurosas desde que la pandemia llegó al país y se cumplen al pie de la letra. Hay vidas que dependen de ello.
Los funcionarios de esta área tampoco la pasan muy bien, pues caminan al lado del virus constantemente.
El primer epicentro del drama del covid-19 en Costa Rica fue el Hospital San Rafael de Alajuela. González asegura que vivieron escenas traumatizantes, cuando había hasta 200 funcionarios incapacitados por sospechas de tener algún tipo de contacto con el virus y, por supuesto, el personal de limpieza no estaba exento.
“Hubo incluso personal de aseo que renunció porque la gente entró en pánico, la pandemia ha tenido efectos emocionales en las personas. De hecho, en ese momento nadie quería venir al hospital y yo me quito el sombrero por el personal de aseo de este hospital, que en ese tiempo fueron muy valientes, sobretodo los del cuarto piso, donde tuvimos muchos pacientes hospitalizados. El personal prácticamente vive ahí, no pueden salir ni a comer”, explica.
González, quien se encarga de supervisar el trabajo del equipo de aseo, asegura que la tensión y el miedo se siente en cada pasillo del hospital, pero está convencido que ahora el personal de limpieza es mucho más especializado que antes.
Pese a que González no está todos los días limpiando el área covid-19, sí está revisando frecuentemente que el aseo en esos salones y cuartos sea el adecuado. Por ello, cuando recién se comenzaban a propagar los casos, su esposa le pidió quedarse en la casa, sin embargo, él no podía.
“Yo tengo cinco hijos y tenía bastantes vacaciones acumuladas y mi esposa me recomendó en ese tiempo sacar vacaciones. Para mí hubiera sido muy fácil irme pero moralmente no podía dejar al equipo abandonado, yo necesitaba que ellos vieran en mí una persona en la que tenían apoyo, que no los iba a dejar aquí solos”, dice.
González afirma que de esta experiencia siguen aprendiendo todos los días y que en específico, a los funcionarios del área de limpieza, los deja muy fortalecidos no sólo a nivel de conocimiento y mayor experiencia, sino en cuanto a la necesidad de ayudar a la gente.
“El hospital no es el mismo, la tensión, el estrés y la ansiedad que se ha tenido con esta pandemia ha sido muy diferente, esta ha sido una experiencia nueva, que viene con ese miedo social incluido. Pero me ha llevado a ser optimista y a creer aún más en la valentía de los trabajadores del hospital”, añade.
Lucha interna
Como si el simple hecho de trabajar en la primera línea de acción contra el covid-19 no fuera suficiente, hay quienes han tenido que enfrentarse a un resultado más desalentador y a circunstancias retadoras que hoy los hacen estar más agradecidos con lo que tienen.
Jorge Garita es enfermero de la UCI del Hospital México y en marzo, cuando los casos comenzaron a aparecer, él experimentó un “sospechoso” cuadro de tos. Era leve, sin embargo, prefirió utilizar mascarilla porque sentía que no era normal.
A los días presentó una dificultad respiratoria y tras un largo día de trabajo decidió ir a emergencias para que lo atendieran. Por sus síntomas, le hicieron la prueba covid-19 y resultó positiva.
Allí empezó un calvario, que fue más allá de la enfermedad. Fueron más de 21 días en los que tanto él como su esposa, Marylú Rodríguez; sus hijos, de dos y cinco años, así como su suegra, debieron permanecer en cuarentena en su casa, ubicada en Palmares. Durante ese tiempo él estuvo solo, en un cuarto aparte.
“Fue muy duro porque no podía abrazar a mis hijos. El más grande entendió porque no estaba yendo al materno y ya le habían hablado del virus; pero mi bebé, cada vez que me veía por los ventanales del cuarto me decía ‘papá, papá’ y se le escapaba a la mamá y se venía a la puerta de mi cuarto y pegaba patadas y me decía ‘abra, abra’, esa parte me afectó mucho psicológicamente”, relata.
Además de sufrir por el hecho estar aislado, sin poder compartir con su familia, el enfermero de 37 años tuvo que lidiar con el bullying que personas de su mismo cantón le hicieron no solo a él, sino a su familia por dar positivo a la prueba.
Recuerda que un día mientras revisaba Facebook vio publicada una fotografía de él junto a su familia y en la que lo señalaban por ser el responsable de llevar el virus a Palmares, ‘el pueblo para hacer amigos’.
“A veces la misma desinformación y la falta de leer un poco más, hace que las personas le teman a lo que no conocen. En ese momento se empezó a difundir cierto tipo de informaciones equivocadas y eso sí le afectó mucho a mi esposa, porque ella decía ‘¿Cómo la gente puede ser tan cruel, si ni siquiera saben lo que nosotros estamos viviendo?’. La gente debería entender lo que uno está sufriendo. Pero el día de mañana cuando sean ellos o un familiar se van a dar cuenta de lo mucho que se equivocaron”, afirma.
Lo que muchos de esos vecinos nunca pensaron, fue que los Garita Rodríguez tuvieron que, incluso, pedirle ayuda a sus familiares para que les compraran comida.
“En la red de salud de Palmares hicieron un trabajo muy fuerte y trataron de contener las informaciones, pero la ignorancia de la gente lo hacen ver a uno como un monstruo y no entienden que esto es una enfermedad y que es muy fácil de contagiar y que, en mi caso, me pasó porque yo estaba trabajando en la línea de defensa”, asegura.
Conforme pasaron los días y se sentía mejor, Garita comenzó a hacer rutinas de ejercicio y de salud mental. También se preparó para ser un ejemplo de recuperación para los pacientes con covid-19, y así poder inyectarles fuerza, motivación y positivismo.
De hecho, afirma que cada vez que puede les cuenta que él es un paciente recuperado y los hospitalizados se asombran.
“A mí me encanta ser enfermero y ser de UCI es un reto aún más grande porque son pacientes más delicados. Cuando regresé había cinco pacientes con covid-19 que estaban muy delicados y la jefa me dijo que si quería me ponía en otra área mientras recuperaba defensas y yo le dije que no, porque al final uno es un soldado, nosotros somos la primera línea de defensa y yo quería estar ahí con mis compañeros. Nos tocó un paciente que se asombró mucho cuando yo le dije que yo era paciente de covid-19 ya recuperado y ese paciente estuvo muy delicado y ya se recuperó y eso es una satisfacción enorme”, cuenta.
Temor por la familia
Al igual que Garita existen muchos más funcionarios de salud en el país que se han contagiado del virus en el hospital, durante su jornada laboral.
Tal es el caso de María Rodríguez, una doctora residente quien fue de las primeras en contagiarse. Ella no trabaja en la UCI, sin embargo, sufrió los embates de la pandemia.
Como a todos, el virus la tomó por sorpresa. Días antes de resultar positiva, en el centro médico en el que labora lo único en lo que se pensaba era en adaptar los protocolos; mientras que ella y sus compañeros se estaban preparando para aislarse de sus familias, para evitar que se contagiaran. Sin embargo, sus planes cambiaron de la noche a la mañana.
La doctora asegura que el virus no le dio tiempo ni siquiera de entender a profundidad lo que estaba pasando o de sentir miedo de contagiarse o contagiar a su familia.
Y pese a que registró síntomas muy leves y solo los primeros días, su mayor temor luego de dar positivo a la prueba, era saber que ella podía haber llevado el virus a su casa… y así fue: aproximadamente una semana después, su padre y su madre ya se habían contagiado.
“Cuando yo me contagié, me aislé completamente de mi familia, pero ya había tenido contacto previo con ellos, entonces tuve miedo. Mi papá se contagió primero y me asusté mucho, porque es un hombre adulto, de edad media, que es un grupo donde los resultados no han sido los más óptimos y de hecho, me asusté más que cuando me dijeron que yo estaba enferma”, confiesa Rodríguez.
Sin embargo, el hecho de ser doctora, contar con un oxímetro en su casa y leer constantemente sobre el tema le dio tranquilidad, ya que podía monitorizarlo y tomarle la saturación de oxígeno diaria.
“Me puse a ver las cosas a favor, pero aún así cuesta y al inicio obviamente uno se asusta bastante, pero conforme pasaron los días y era una evolución satisfactoria, uno se tranquiliza y el cuadro fue leve y llevadero. Fue como el susto inicial”, añade.
La médica de 27 años detalla que estuvo más de un mes sin poder salir de su casa y que no se perdía las noticias para estar actualizada de la situación. Sin embargo, sentía un cierto malestar al observar que los costarricenses continuaban con su vida como si no pasara nada.
“Los días donde habían más contagios o se reportaba que habían salido mucho a las calles sentía cierto grado de impotencia, porque uno como personal de salud sabe que va a volver y le va a tocar atender las complicaciones de la enfermedad (...). Yo sé lo que es estar encerrada 40 días”, asegura.
Rodríguez no se siente responsable por haberse contagiado, y, por el contrario, afirma que “es un riesgo que uno asume como personal de salud y no solo aplica para el covid-19, porque uno está expuesto a muchas enfermedades y virus”.
Pese a que desde aquel viernes 6 de marzo muchas cosas han cambiado, los centros médicos y sus funcionarios siguen dando la batalla, enfrentándose a ese enemigo del que se aprende todos los días.
Y aunque frecuentemente libran una lucha interna, que incluye lágrimas, temores y preocupaciones, no se rinden y por el contrario, siguen al pie del cañón.
Hasta ahora las cifras de contagio en Costa Rica siguen creciendo y existe un sinsabor por la lista de fallecimientos que continúa en aumento, pero también se suman más personas recuperadas, y otras tantas salen victoriosas del hospital y eso lo vale todo.