Cuando apenas se divisa la tierra, Allan baja la bandana que le tiene tomada la quijada y sonríe. El mar que salpica la lancha lo moja mientras él señala el destino esperado: Isla Venado, la tierra que no tantos conocen como él quisiera.
“Hay una historia muy especial sobre la isla”, cuenta con misticismo Allan, mientras sostiene su sonrisa. “Es que aquí pasó algo hace mucho, mucho tiempo”.
En la lancha, un grupo de periodistas nos quedamos atentos a la leyenda que está por contar, pero parece no cederla fácilmente. “La gente no cree que esto pasó”, dice Allan, para subrayar el misterio, “pero hay gente que confirmó lo que pasó, hace tanto tiempo”.
El muchacho, de unos 30 años, se sacude su cabello corto, se peina su chivo y advierte: “es una historia que supe hace poco, porque mi abuelo estuvo enfermo de covid y le dio miedo irse a la tumba con esta historia. Nos la contó para asegurarnos que se sepa”.
—¿Pero qué fue lo que pasó?— pregunta uno de los periodista, ya convertido en audiencia.
—Es que la gente no lo quiere creer.
—Pero cuéntenos.
—Es que fue algo que pasó hace mucho tiempo.
—¿Qué pasó?
—Es que aquí, en la isla, hay algo especial. Hay algo como... atrapante.
***
La familia de Allan ha habitado la isla Venado por siempre. Suena a una exageración, pero él asegura que hay una comprobación de que este pedazo de tierra de 6.5 km², ubicado en el golfo de Nicoya, ha sido poblado por el linaje Barrios, el de su apellido. Su gran tatarabuelo fue de los primeros en tocar esta tierra y su legado se evidencia hoy con las 18 familias desprendidas del mismo árbol genealógico.
“Vean”, dice cuando, después de atracar la lancha, queda al desnudo un rótulo en el que se lee “Los barrios de los Barrios”. Parecería un juego de palabras, pero es real: quienes habitan la hilera de casas que da la bienvenida a la isla no son más que primos, tíos y parientes de Allan.
Él levanta la mano y los saluda con efusividad, como si no los hubiera visto esta misma mañana cuando salió de la isla para recogernos. Su familia se alegra también de verlo, aunque vive allí mismo y sus caras se cruzan todos los días. Es una escena que se repetirá durante la jornada en la isla, donde todos parecen sonreír en todo momento.
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El entusiasmo no pasa inadvertido pues Allan es el gerente de Coopeacuicultores, la principal asociación local que busca, mediante granjas de maricultura, crear una red de turismo que convierta esta isla en un destino turístico.
Para lograrlo, Allan ha hecho mancuerna con el Instituto Costarricense de Turismo (ICT), el cual nos ha traído hasta estos parajes cargados de manglar y olor a buen marisco. El propósito de esa alianza justo va por allí, en promocionar una estrategia que el instituto ha titulado Costa Rica, un país de sabores por descubrir, pero que Allan y compañía pretenden alimentar con las vistas de un territorio poco conocido y en disposición para, por qué no llamarlo, una experiencia fuera del aura urbano, su contaminación y su frenetismo.
Tras guiarnos hacia unas cabinas ubicadas al centro de la isla, aparece uno de los tíos de Allan, llamado Roberto. Este pariente le lleva una cabeza de altura y se mira imponente.
—¿En verdad, usted es el tío? Es que se ve más joven que Allan— le pregunta una de las asistentes de la gira. Roberto se ríe.
“¿Saben por qué se llama Isla Venado, pero no ven tantos venados? Es porque Allan se los comió todos”, bromea el tío al sobrino. A Allan no le queda más que reírse y terminar de transportar algunos maletines hacia las habitaciones.
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Estas cabinas, bautizadas como Lunas de Abril, son parte de la empresa de la familia. Al conversar con Roberto, es fácil descubrir que él no buscó el negocio, sino que el negocio lo buscó a él. “Es que aquí lo que yo tenía era un ranchito”, dice, “y empezó a venir la familia, y luego la familia trajo a sus amigos y luego los amigos a los amigos. Lo que ha pasado es que hemos construido más y más para poder recibir a toda la gente que quiera venir y queremos expandirlo pensando en que esto se convierta en algo turístico”.
Lunas de Abril es una instalación con una veintena de ranchitos que se elevan en una cuesta que permite una vista plena de la isla, con árboles abrazando una costa blanca, como en esas postales de cruceros turísticos en que se subraya la presencia de islas impolutas. La naturaleza es el gancho primario para quedarse acá en Isla Venado, pero igual es sencillo dejarse llevar por el flechazo al estómago.
Allan nos encamina, justamente, hacia una aventura gastronómica. Una lancha nos espera en la costa para llevarnos a unos 20 minutos de distancia de acá, hacia el conocido Restaurante Flotante, una leyenda inmediata de la que se habla cuando uno parte desde Puntarenas hacia acá.
En abril del 2021 se inauguró esta idea que estuvo en cocción por muchos años en la asociación de acuicultores, que se compone de 55 asociados. Allan fue quien se entusiasmó a más no poder por concretar la iniciativa.
Se trata de un entarimado donde se dispone de cocinas y unos seis comedores colocados junto a diez pilas de cultivo de camarón. Estas pilas se extienden alrededor del restaurante y todo lo que se sirve en la mesa proviene de allí mismo, asegurando que el sabor sea abismalmente distinto al que se prueba en la capital. Quien escribe estas líneas puede admitir no ser fan de los mariscos y, aún así, quedar fascinado con la jugosidad del ceviche y de los camarones probados allí mismo y capturados tan solo minutos antes de ser cocinados.
“Es que no es lo mismo, el sabor no es el mismo al que se siente acá”, cuenta Allan, orgulloso de este proyecto del que dependen trece hogares de la comunidad, pero que, según sus cálculos, acaba impactando a más de 1.500 familias, contando tour operadores, pescadores, transportistas, entre otros intermediarios.
Hace seis años empezaron la iniciativa de este cultivo, con una instalación con alas de madera en valla plástica. Solo tenían una jaula y, por la tragedia natural que significó la tormenta Nate en el 2017, toda la estructura construida por tres meses quedó destruida.
Allan buscó la ayuda de organizaciones estatales y se encontró con Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura y el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Finalmente, consiguieron un subsidio que les permitió dejar de pescar como lo hacían y concentrarse en este proyecto de cultivo de peces.
“Todo esto se dio porque el golfo de Nicoya está explotado en sus recursos naturales en un 60%. La pesca no da ganancia, así que buscamos iniciativas distintas a través del turismo rural comunitario”, asegura.
El proyecto está a un 70% en este momento, pues planean extender las pilas y la sala para comer. Además, sus encargados quieren llevar su metodología a las comunidades de Golfito, Tambor y Paquera para replicar el proyecto. “Hay una gran ambición con esto”, subraya el líder.
Después del almuerzo flotante, Allan nos regresa en lancha hasta tierra firme, donde espera un recorrido por un naciente bosque de orquídeas. “Aquí queremos hacer un camino”, dice, al notar que quien no lleva zapatos tipo burros puede sufrir en el terreno pedregoso que da camino a una hilera de árboles donde apenas se distinguen las pequeñas orquídeas. Mientras nos abrimos caminos entre frondosos árboles y senderos de barro, el muchacho cuenta su impresión sobre la naturaleza de la isla Venado.
“A mí me fascina esto”, dice, con las piernas embarrealadas. “Sabemos que un camino sería más práctico para la isla, pero también es lindo pasar por aquí y tener este contacto directo con la naturaleza”. Su vida ha estado marcada por despertar cada mañana y tener la costa a un par de minutos a pie así que, por supuesto, el bosque frondoso y poco transitado es una experiencia que a cualquier citadino le podría despertar interés, según sus impresiones.
Finalmente, llegamos a Playa Albina, donde el color de la arena da razón a su nombre. Desde aquí se ven los manglares flotantes y las garzas y aguilillas que sobrevuelan un océano sin horizonte.
“Nosotros estamos muy entusiasmados porque queremos convertir a Isla Venado en un destino turístico. Con comida y naturaleza hay un gran espacio para traer a la gente y que encuentren una aventura que no hay en ningún otro lugar”
— Allan Barrios, gerente de Coopeacuicultores de Isla Venado.
Del otro lado del mar
La Isla de Chira es la más grande del Golfo de Nicoya y notablemente más poblada que la Isla Venado. Basta llegar para notar que hay muchas más construcciones de casas, que dan imágenes variadas como rústicos ranchos de madera e instalaciones de zinc que delatan el desgaste que les ha provocado el paso del tiempo.
Aún así, la presencia natural se sobrepone a las construcciones de los habitantes, pues los ocho poblados que componen la isla están distribuidos por 43 km² de superficie (esta es la segunda isla más extensa del país).
Por supuesto, en tan amplio espacio alejado de la tierra continental (se puede tardar una hora y veinte minutos en llegar desde Puntarenas), el aura mística no escasea. Después de tanto rato en lancha, teniendo como vista única el mar y los manglares, llegar a Isla de Chira puede producir un efecto de viaje espiritual.
De hecho, existe una leyenda que acompaña ese misticismo. Según cuentan, un poderoso sacerdote del dios Jaguar (perteneciente a la mitología chorotega) le regaló esta isla a una princesa llamada Chira, como un obsequio de bodas.
Ese tipo de historias aparecen desde nuestro arribo, al cruzar algunas palabras con los pobladores. Entre ellos aparece William Quirós, quien vive al norte de la isla. Es alto, de pelo acolochado y se nos presenta levantando el pulgar.
“Lo que tenemos aquí es muy especial”, nos adelanta, antes de llevarnos a un establecimiento flotante ubicado cerca de la costa. A seis metros de altura del mar, nos presenta un criadero de pargo, corvina, bagre, róbalo y mejillones.
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“Esto es especial porque es la comprobación de que la forma en que debe funcionar la pesca debe cambiar”, afirma. A lo que se refiere William es a la competencia en torno a la captura de especies para la alimentación. “Es que imagínese, si yo pesco con cuerda, solo voy a tener un pez, mientras otra persona tira una red y puede capturar 60 kilogramos en ese mismo tiempo. ¿Cómo competirle a eso? Lo que pensamos es que los recursos no nos están dando”.
La solución que encontró William fue crear una red llamada EcoGourmet que, como su nombre indica, permite pescar sosteniblemente (la pesca con cuerda asegura un mejor producto) y venderlo directamente a proveedores en el resto del país. Así los restaurantes pueden montarse en la tendencia de sostenibilidad y asegurar a sus consumidores que están obteniendo un producto bueno y amigable con el ambiente.
Al igual que el proyecto del restaurante flotante de Allan, William afirma que esta red surgió por la necesidad.
“Nosotros tuvimos que reflexionar y cambiar cómo actuamos con la conservación de los recursos pesqueros. Ya llevamos ocho años y hemos podido mantener a nuestras familias gracias a eso”, cuenta William quien, además de ser un promotor de este tipo de captura de peces, es voluntario de la vigilancia de zonas protegidas.
“Haciendo todo esto le damos trazabilidad al producto. Es como tirar la ruta GPS del pez que usted se come en la mesa. Eso es muy distinto a las grandes corporaciones y cuidamos que no haya otros pescadores aprovechados que capturen en zonas no permitidas”, agrega.
El área marítima de Isla de Chira, asegura William, se puede mirar como un acuario de reproducción. Hay más de 500 especias que habitan allí y es un sitio primario para la reproducción, razón por la cual incluso, en ciertas épocas del año, existe una veda para los pescadores para así asegurar que no se extingan las criaturas.
“Hay gente que no tiene consciencia, que no entienden que hay áreas marítimas permitidas para la pesca. Nosotros somos una garantía de que usted puede saber en qué lugar exacto se capturó la especie”, corrobora.
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En tierra firme, hay dieciséis mujeres que apoyan esta iniciativa de William. Justo en la costa está Cynthia Díaz, una de las principales gestoras del procesamiento de lo pescado, pues se encarga de la limpieza y el empaque de los productos.
“Es un trabajo muy duro”, afirma. “Afuera, por ejemplo, uno ve el kilo de mejillón negro vendiéndose a 2.500 colones, pero detrás de eso hay un trabajo en conjunto muy grande que permite que todo esto se logre”.
Para ella, a pesar del cansancio, las jornadas de procesamiento de la pesca son motivo de alegría pues, antes de esta iniciativa, todo estaba a la libre. “Ahora sabemos que lo que hacemos se vende y para todas nosotras eso es un alivio. Lo que queremos es explotar el potencial de la isla”, dice.
No importa con quien se tope uno en este territorio, las declaraciones no varían. Después de ese puesto de procesamiento, se extiende un largo camino de tierra que serpentea la isla. Es el sendero para vehículos que, conforme se avanza, deja ver más y más casas y ranchos que se hacen un sitio en medio del resto de manglares. Es un paisaje que en el que, por más que se trate de imponer construcciones, el verdor acaba ganando el pulso.
Avanzados unos cuatro kilómetros a lo interno de la isla, aparece una casita de madera donde se miran vasijas y decenas de artesanías colgadas en la pared. En Isla de Chira, según cuentan sus vecinos, esta venta de souvenirs es la bandera que ondea el propósito turístico en que desean convertirse.
“Nunca ha habido algo así”, dice doña Sara Hernández, quien administra este lugar cargado de vasijas con la bandera de Costa Rica y con las palabras “Isla de Chira”. Lo dice con certeza porque “antes no teníamos en la cabeza de que podía llegar gente aquí. Ahora es que nos esforzamos para que vengan”.
Todo lo que se postra en repisas y paredes está hecho a mano por ella sola. Hace seis meses, recibió un curso del Instituto Nacional de Aprendizaje y quiso llevar las lecciones más allá. En las mañanas se dirige a quebradas de río para extraer barro y tener suficientes insumos para sus creaciones.
¿Su inspiración? Ella es directa: “Queremos que la isla en verdad se vea turística”.
El resto del día, doña Sara hace comedores de madera y otras manualidades para vender en la comunidad. Sabe que eso es lo que coloca a lo interno, pues necesita que los turistas lleguen a visitarla para que sus creaciones se conviertan en recuerdos de un particular viaje.
Cuando vamos de vuelta a la carretera, doña Sara se alista para salir a hacer “otras vueltas” del día. Cierra su casita, con la esperanza de que los turistas aparezcan un día de estos y todas sus repisas se vacíen.
***
El agua continúa cayendo sobre la cara de Allan. Todos miramos atentos, pero Allan parece satisfacerse con el misterio del relato que le contó su abuelo sobre la Isla Venado.
—Bueno, pero cuéntenos la historia— le reclama un periodista.
—Es que todo se trata de un tesoro— responde Allan.
—¿En qué sentido?— dice otra voz en la lancha.
—En que la isla es un tesoro. Pero literal. Lo que pasó fue lo siguiente.
Allan respira. Todos lo voltean a ver.
“Mi abuelo me contó que, cuando tenía 18 años, estaba en un rincón en que cayó una piedra. La piedra después cayó sobre una especie de cueva y, cuando se acercó, escuchó algo... Escuchó una voz”, relata Allan.
—¿Una voz cómo?
—“La voz le empezó a hablar y... y le dijo que era alguien”.
—¿Qué era quién?— le interrumpe una tercera voz a Allan.
—Era alguien importante... El compañero del Pirata Morgan.
—¿El Pirata Morgan?
—Sí, el pirata Morgan. Supuestamente había un cofre ahí y, como mi abuelo se asustó, llamó al resto de vecinos para que llegaran. Todos oyeron la voz y empezaron a hacerle caso, a encontrar monedas y joyas.
—¿Y qué pasó con su abuelo? ¿Logró conseguir el tesoro?
—Entre todos se lo repartieron y con el tiempo se perdió, pero dicen que aún quedan más tesoros.
—¿Y cuál es el que queda?— le repreguntan.
—Pues, yo creo que eso le toca a cada quien que venga Isla Venado y que lo descubra por su propia cuenta.
Para planear su visita a Isla Venado y disfrutar esta experiencia puede contactar directamente a Allan Barrios al teléfono 5008-9444; si le interesa ir a Isla de Chira puede llamar a William Quirós al 8623-1376. También, Cocos Tour ofrece el servicio de lancha para llegar a ambas islas y puede programar su visita al 8871-6142. Las lanchas salen de Puntarenas todos los días a la hora que más le convenga.
— Isla Venado e Isla de Chira pertenecen a la península de Lepanto, que se encuentra ubicada en el Golfo de Nicoya.