Entrar en diciembre a la casa de mamá Tilia, mi bisabuela, era ser feliz. El portal del Niñito estaba puesto en el centro de la sala de la casa, sobre el piso de madera bien encerado. Recuerdo que Yami, una de sus nietas, la ayudaba a hacerlo. Mamá le ponía lana y el infaltable aserrín de colores amarillo, rojo y verde para hacer el camino por el cual los Reyes Magos iban hacia el pesebre. Estaba iluminado con luces de colores intermitentes, de aquellas que tenían unos picos. Había un espejito y sobre él unos patos de plástico simulaban nadar. Tenía gallinas, perros y hasta un chancho.
Mamá no tenía mucha plata, así que en vez de un árbol el portal era el centro de la Navidad. El tema del aroma navideño lo compensaba con ponerle una rama de ciprés al pasito. Luego, alrededor del nacimiento, ella colocaba los poquitos regalos que compraba a sus bisnietos.
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Los recuerdos vienen a mi cabeza gracias a los colores, a los olores y a la sensación lejana de aquellos abrazos que mamá Tilia me daba con tanto amor. La Navidad siempre será eso: mamá recibiendo a sus hijos, nietos y bisnietos, con unos delantales que guardaban un inolvidable olor a comida de hogar.
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La tradición de los portales en Costa Rica se mantiene muy presente. Las familias costarricenses tienen esta costumbre muy arraigada, ya que no solo significa rendirle un homenaje al nacimiento de Jesús en un portal de Belén, sino que representa unión, amor y paz en los hogares.
Por supuesto que todo ha cambiado: las figuras, el montaje, los elementos que complementan la escena del nacimiento; sin embargo, la intención es la misma que llegó en el tiempo de la colonia a nuestro país. Así lo confirman Éricka Solano, historiadora del arte del Museo Nacional, y Dayana Morales, antropóloga y arqueóloga de la Unidad de Patrimonio Cultural Inmaterial del Centro de Investigación y Conservación del Ministerio de Cultura y Juventud.
“El proceso ha sido bastante variado, pero no ha cambiado el concepto y la relación que la gente tiene con el portal. En el siglo XIX se habla de ciertas escenas con figuras de indígenas, luego esto dio paso a otro tipo de figuras como las de los campesinos. Siempre se vincula la realidad de la sociedad al momento de montar el pasito”, explicó Solano.
La especialista agregó que, el sentido de comunidad que se forja en torno a los portales ticos, es una de las características que se mantienen vigentes desde los tiempos coloniales. “Las visitas a las casas para ver el portal recién puesto son muy comunes. Todavía se acostumbra invitar a los vecinos o a los familiares a una especie de inauguración del portal, en esa visita se toma café o agua dulce”, dijo.
“Por un lado hay familias que son muy aferradas a las tradiciones y otras que no son tan practicantes, pero estas últimas continúan haciendo el pasito porque sienten que eso los liga a sus familias, a sus recuerdos de la niñez con sus padres y abuelitos”, comentó Morales.
Costumbres a la tica
Actualmente, puede ser que la complejidad del montaje de los portales ya no sea tan pomposa y llamativa como la que hacían nuestros abuelos. El tamaño no importa, lo realmente valioso es la intención de hacer el portal en el hogar; sin embargo, una de las costumbres de antes era darle al nacimiento un lugar muy llamativo en la casa.
Por lo general se ubicaban en el centro de la sala y algunos portales eran tan grandes que se tenían que quitar los muebles para darles espacio. También se acostumbraba colocarlos cerca de la puerta, con el único objetivo de que se vieran desde afuera. Incluso, había familias que decidían sacarlos al corredor, para que más personas pudieran admirarlos.
Eso sí, vale destacar que algunos no estaban de acuerdo con eso de “sacar a la calle al Niño”, recordó una de las especialistas.
“La escala y la dificultad han variado, pero la tradición sigue presente porque nos liga a la familia, a ese patrimonio identitario que nos recuerda la llegada de una época tan linda como es la Navidad. Nos recuerda que lo importante es compartir en familia, pero el portal también va ligado a los tiempos de descanso como las vacaciones, además a las comidas tradicionales como los tamales”, acotó Morales.
Desde carritos hasta animales que tal vez no eran propios de la época y el lugar, todos han sido protagonistas en los pasitos ticos. No importaba si el soldado era pequeño o la muñeca muy grande, lo que valía era hacer el homenaje.
— Dayana Morales, antropóloga y arqueóloga.
Algo que todavía queda es la práctica de ‘portalear’, aunque ya no se hace tanto como antes. En nuestro país el término se acuñó gracias a los paseos que se hacían en familia para ir a ver los portales de los seres queridos, de vecinos y también de amigos.
Por otro lado, aquello de que en los pasitos ticos siempre había (o hay) un pato mucho más grande que María o José, o que hubiera un chanchito cuando la tradición judía no permite comer la carne de estos animales, responde a una característica social muy representativa de los costarricenses.
“Las personas, al inicio de la tradición, no tenían mucho dinero para comprar las imágenes religiosas, entonces para hacer los portales más grandes y llamativos se colocaban todo tipo de personajes y muñequitos que nada tenían que ver con la escena de Belén. Desde carritos hasta animales, que tal vez no eran propios de la época y el lugar, todos han sido protagonistas en los pasitos ticos. No importaba si el soldado era pequeño o la muñeca muy grande, lo que valía era hacer el homenaje”, explicó Morales.
Un punto muy curioso sobre las imágenes del pasito, es que por lo general la escala en la que está hecho el niño Jesús es más grande que la de sus padres. “Se hace para elevar la importancia del niño en la escena, para reafirmar que es el personaje más importante y por eso no se cuestiona su tamaño”, explicó la antropóloga.
Otro hábito es el de alumbrar el pesebre. Al inicio, la práctica era poner candelas (todavía se usa al menos una) y con el paso del tiempo llegaron las series de luces coloridas y parpadeantes, cuya responsabilidad es evocar la luz y el fuego que son fundamentales en la tradición religiosa.
El martes 14 de diciembre a las 6 p. m. se realizará el conversatorio La tradición del pasito navideño costarricense desde el Facebook del Museo Regional de San Ramón.
En cuanto a la decoración, la usanza tradicional es ponerle a los pasitos lo que popularmente conocemos como lana, pero que en la realidad es musgo. Años antes había una costumbre de ir a las montañas de paseo y, en el trayecto, recoger lana para el portal; sin embargo, esta tradición se fue perdiendo porque extraer este elemento de la naturaleza afecta los ecosistemas y no es recomendado. En su lugar, hay comercios que venden la lana recolectada -idealmente- mediante prácticas amigables con el ambiente.
Otro de los elementos infaltables en el portal es el aserrín de colores. Verde, rojo y amarillo, cada color se usaba para marcar caminos y adornar las diferentes escenas que se montan en el pasito.
El elemento aromático era de suma importancia. Los pasitos de antaño en Costa Rica no estaban completos si no tenían un cohombro. Esta particular fruta, que más bien parece un pepino, tiene un olor muy fuerte, que llenaba de una fragancia muy particular a los hogares ticos.
“El cohombro florece para esta época y por su particular y fuerte olor servía muy bien para adornar el portal. Ese rito tan antiguo de poner este tipo de productos en el pasito viene desde las primeras civilizaciones que, al final de las cosechas, le ofrecían al niño Jesús parte de ellas para agradecerle”, explicó Solano.
Así las cosas, en los portales de la vieja Costa Rica se podían apreciar granos de café, de arroz, maíz, ayotes y chayotes. Los elementos naturales se usaban para darle más presencia al portal.
“Los productos que se ofrendan son propios de la tradición agrícola, incluso de la indígena costarricense. La costumbre es para agradecer, pero también para pedir que no falte la comida”, agregó Morales.
En la época de nuestros abuelos lo común era poner el portal después del 8 de diciembre, que es el día de la Inmaculada Concepción, pero esa decisión la tomaban en cada hogar, no era algo obligatorio. Eso sí, la tradición dicta que el portal hay que retirarlo hasta después del 6 de enero -que es el día en que los Reyes Magos llegan a ver a Jesús- y antes del 2 de febrero, que se festeja a la Virgen de la Candelaria.
El cohombro florece para esta época y por su particular y fuerte olor servía muy bien para adornar el portal. Ese rito tan antiguo de poner este tipo de productos en el pasito viene desde las primeras civilizaciones, que al final de las cosechas le ofrecían al niño Jesús parte de ellas para agradecerle”
— Éricka Solano, historiadora del arte.
También, cuentan las expertas, se usaba poner una alcancía (otro chanchito) o un recipiente para ir guardando plata para pagar el Rezo del Niño o también para comprar más figuras para el nacimiento del próximo año.
Seguramente, usted habrá escuchado las siguientes aseveraciones: “que el primer pasito no se compra, que se lo tienen que regalar y, además, que hay llevarlo a bendecir”; pues esas son otras de las tradiciones ticas. “Por lo general se le regala a un matrimonio que recién forma su hogar. Es una manera de demostrar los buenos deseos de prosperidad para una familia que está empezando”, recordó Morales.
También que hay que hacerlo en el suelo para que la Sagrada Familia les repare casa a quienes no la tienen.
¿Y cuando nace el Niñito? Cada familia decide cuándo, a qué hora y quién colocaba al recién nacido en el portal. En mi casa acostumbramos que sea el 24 de diciembre, a las 12 medianoche, y que el miembro más pequeño de la familia sea quien lo ponga en su pesebre. Además, le ofrecemos una oración.
“Hay quienes lo ponen desde que arman el portal, ya que quieren ver la escena del nacimiento completa”, explicó Morales.
El rezo
Sin duda alguna, el denominado Rezo del Niño es el cierre por excelencia de la conmemoración del nacimiento de Jesús.
“En las casas se suelen invitar familiares para que lleven a sus hijos, porque de eso se trata el rezo del Niño, de alegría, de inocencia”, comentó Morales.
En dicha actividad se reza el rosario, culminando así la fiesta de la Natividad del calendario litúrgico de la religión católica, para darle paso después a los rituales de Semana Santa.
Pero bueno; del rezo, la comida, los villancicos y el rezador...¿recuerdan los motetes? Morales explicó que eran (o bueno, son) paquetitos de galletas, bizcochos, tortillas o repostería envueltas en servilletas que la familia del rezo les daba a sus invitados para que llevaran a casa. Además de estos regalitos por supuesto que no faltaba la comida tradicional, que iba desde el arroz con pollo bien achiotado hasta los tamales con agua dulce o café.
Además, es indiscutible que la música es parte fundamental del Rezo del Niño, puesto que es un momento de fiesta y de alegría. Por lo general era el rezador o la rezadora del pueblo quien cantaba los villancicos y El Alabado en compañía de los invitados, pero si el anfitrión podía llevar al evento un coro o un trío, pues mucho mejor. “La música es muy importante porque es una oportunidad para que los niños participen de la tradición”, agregó Morales.
El rezador o la rezadora tenía que ser alguien de mucha experiencia, porque un rosario del Niño no es un rosario normal. Ellos tienen la responsabilidad de amenizar la actividad, pero también deben de conocer toda la solemnidad que ella envuelve.
Un origen humilde
El portal, pasito, nacimiento o Belén, como se le llama en diferentes partes del mundo, tuvo su origen de forma muy humilde. Los Evangelios de Lucas y Mateo narran la escena de la Natividad de Jesús, pero fue en el año 1223 cuando San Francisco de Asís -en ese momento solo conocido como Francisco- quiso demostrar su infinito amor por el niño Jesús y buscó la forma de conmemorar el nacimiento del Redentor de una manera especial.
La historia cuenta que, ese año, el fraile Francisco estaba en Greccio, una pequeña localidad italiana ubicada entre Roma y Asís. Para ese momento él estaba muy enfermo y, pensando que esa iba a ser la última Navidad de su vida, quiso celebrarla de manera diferente. Inspirado en la imagen del pequeño pesebre de Belén buscó cómo representar dicho pasaje bíblico con personas.
Con la complicidad de Juan Velita, un habitante de Greccio quien compartía con Francisco su devoción por el niño Jesús y profesaba además una vida de penitencia y austeridad, encontraron el lugar perfecto para cumplir el sueño: una pequeña gruta ubicada en las montañas de Greccio. Allí Francisco y Juan colocaron un pesebre vacío (que es el comedero de los animales de la granja), pusieron paja y buscaron una mula y un buey para completar la escena. Un hombre, una mujer y un bebé de Greccio fueron escogidos por el fraile para personificar a la Sagrada Familia.
“En Costa Rica la necesidad de traer imágenes para representar la Natividad nace a partir de la colonia. Primero fueron las imágenes que traían los padres franciscanos de España, luego empezaron a llegar otras desde Guatemala, pero no cualquiera podía adquirirlas”, explicó Morales.
“Hay registros de que costaba mucho comprar las imágenes, pero sí había un interés muy fuerte por elaborar este tipo de composiciones que vienen desde la tradición franciscana”, agregó Solano.
Las figuras más comunes del pasito son cinco: el niño, María, José, la mula y el buey; según la investigación que han hecho desde la Unidad de Patrimonio. El tiempo es el que se ha encargado de poner más protagonistas como los Reyes Magos, el ángel, los pastores y, a la tica: los carros, las muñecas y los gansos gigantes, en la recreación de aquella noche de Belén que recuerdan Mateo y Lucas en los Evangelios.
Arte
Cuando empezaron a llegar las primeras figuras de los pasitos a nuestro país, la mayoría eran talladas en madera, aunque también se presentaban otras elaboradas en barro de olla. Todavía, a inicios del siglo XX, eran muy comunes este tipo de pasitos.
Otra solución barata para armar el portal era hacer las figuras con un armazón de alambre, en estas esculturas lo único tallado a mano eran las partes que se veían fuera de la ropa como las cabezas, los pies y los brazos. Luego llegó el yeso a bajar los costos, porque se hacían las imágenes a partir de moldes que no necesitaban de las técnicas de un artesano o escultor, solamente de un artista que las pintara manualmente.
Poco a poco la imaginería costarricense fue tomando un auge muy importante en la sociedad, naciendo los talleres y las obras de escultores como Manuel Lico Rodríguez, Juan Manuel Sánchez, Consuelo Jiménez, Francisco Ulloa y Manuel Zúñiga, entre otros. Estas obras religiosas que se popularizaron en aquellas épocas ahora son consideradas importantes para la historia del arte sacro nacional.
Lo sí queda claro es que el portal a lo tico -ya sea con imágenes muy elaboradas o muy sencillas- es una de las tradiciones más arraigadas de nuestra sociedad. Cada familia tiene sus propias costumbres que han pasado de generación en generación y que, al día de hoy, siguen representando al costarricense de fe, al tico de familia y a la esperanza que hay puesta año con año en el nacimiento del Redentor.
Colección especial
El Museo Nacional de Costa Rica resguarda una amplia y singular colección de pasitos, los cuales han llegado a su poder de diferentes maneras: algunas familias los donan, otras piezas son prestadas y otras las han comprado. Esta colección, por ejemplo, tiene portales que van desde el más tradicional tico -que es de yeso y con el ganso gigante-, hasta algunos elaborados con figuras traídas desde París que tienen al menos un metro de altura.
La intensión del museo, al tener guardados estos pasitos, es su preservación. No están expuestos al público, pero el lugar donde los tienen es un espacio abierto para los investigadores de arte, cultura y patrimonio.
Dentro de la colección de pasitos del Museo Nacional se puede apreciar uno de origen español, que fue adquirido por la institución en los años 80 y que está compuesto por 31 piezas que representan a la familia santa. Este portal, además, cuenta con campesinos y pastores realizando diversas actividades.
También está una Sagrada Familia formada por María, José y el Niño tallados en madera. La virgen tiene cabello sintético y su esposo, en su cabellera, muestra un gran trabajo de detalles hechos con gubia. Estas imágenes tienen vestidos hechos a mano y, además, sus cuerpos poseen articulaciones para poder colocarlos en diferentes posiciones.
El más tradicional es un pasito que compraron en el Mercado Central de San José y al que le han ido agregando piezas con los años. Precisamente esta es una costumbre que todavía existe en los hogares ticos, ya que muchos de los personajes o animales se suman a los portales con el paso del tiempo.
Por su parte, el pasito parisino de un metro de alto es propiedad de Las hijas de la caridad de San Vicente de Paul, congregación que prestó las imágenes para que fueran montadas en el portal del museo en San José. Las imágenes tienen más de 100 años, son de yeso y yute.