José Giacone intimida. Al menos en los primeros segundos. No solo es fornido y de músculo pétreo, también es de difícil sonrisa. Diego, su hermano menor, no es que sea la simpaticura andante, hasta que se cruzan las primeras palabras con él y se descubre un encanto de persona en el primer minuto. Con José ocurre lo mismo, solo que tantito después.
Al momento de sentarnos a conversar con ellos, han pasado un par de semanas desde que los Giacone coronaron una bravía gesta al levantar juntos el trofeo de Herediano como campeón nacional, logro mancomunado de José como entrenador y de Diego como su asistente técnico. En la retina de todo el país están frescas aún las imágenes de los hermanos Giacone rendidos en la lógica euforia del instante en las tomas televisivas, dedicándoles el triunfo a sus papás, a sus esposas, a sus hijas.
El día de esta entrevista se dio a poco del inicio del actual Campeonato Nacional y, en medio de la preparación, aún ambos están disfrutando ya no la euforia, sino la satisfacción del “deber cumplido”, la paz que les generó coronar con éxito un proyecto que José asegura haber intuido, a puro instinto, hace exactamente un año, en el arranque del 2019.
“Era una corazonada. Eso que uno dice ‘este año va a pasar algo’” reflexiona José, sentado al lado de su hermano en las bancas de la terraza de la casa de Diego, en Santo Domingo de Heredia, donde a menudo departen con familiares y amigos, claro está, de un buen asado argentino.
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Veinte años atrás, el panorama de los hermanos era totalmente diferente. Especialmente, el de José. Diego se había venido a jugar a Costa Rica desde 1997. Resulta que su mamá, María Garita, es costarricense, nacida en Turrialba pero desde muy joven se radicó en Estados Unidos, donde conoció a José Giacone padre, se enamoraron, se casaron y luego se fueron a vivir a Buenos Aires.
Ahí, mientras tejían su familia en el barrio Saavedra tuvieron a José hace 49 años y a Diego, hace 47. Se trataba de un hogar sumamente estable, de clase media en la que a los muchachos no les faltó nunca nada, aunque tampoco es que fueran millonarios, como aclaran.
A los 17 años, cuando aun era obligatoria la formación militar en Argentina, José pasó un año completo en medio de un régimen de madrugadas diarias, lagartijas y exagerada disciplina.
Lo cierto es que de estrecheces económicas sabían poco, pero justo recién cruzaron la mayoría de edad, en Argentina empezó a decantarse una de las peores crisis económicas que ha vivido ese país y que implosionó en el 2001 (el tristemente recordado “Corralito”).
El padre les había inculcado a ambos la práctica del fútbol y de niños y adolescentes jugaron con el Platense, sin embargo, en 1997 ya el tema de la crisis se podía inferir y entonces Diego decidió venir a probar suerte a Costa Rica: los familiares por parte de madre le dieron acogida en su casa y el menor de los Giacone fue fichado por Santa Bárbara, que fue su primer club antes de transitar después por otros equipos, primero como jugador, y más adelante como asistente técnico.
Por esa época, José había montado una pizzería con un par de socios en Buenos Aires; como jugador había militado en la segunda división de su país, donde fue dirigido por Ricardo Caruso Lombardi, un polémico técnico y comentarista de televisión que destacó por salvar a seis equipos del descenso y ascender a otros dos. Como se dijo en su momento en otra entrevista con La Nación, este entrenador formó los cimientos tácticos de José Giacone, quien era un férreo volante de contención, con una buena lectura del tiempo y el espacio, pero con problemas de rodilla.
Apenas frisando los 20 años, José ya era un “pulseador”, como dice él, usando una de las pocas palabras que se le han pegado tras más de dos décadas en el país. Para cuando se vino a Costa Rica, dividía su tiempo en Buenos Aires entre las prácticas con el club Sportivo Italiano y hasta era entrenador personal en un gimnasio, esto, más su trabajo en la pizzería.
Los Giacone formalizaron vida en pareja desde muy jóvenes, de manera que detrás de Diego se vino su esposa desde entonces, Carla Paola Vera y por ahí de 1999 también se vinieron a vivir al país los padres de los Giacone.
José entonces se quedó solo con Romina Panizza, su esposa de toda la vida, y para entonces nació Luciana, única hija de la pareja. El panorama económico se tornaba cada vez más gris y José decidió “desarmar” su vida en Buenos Aires para volar tras los suyos a Costa Rica. Eso sí, dejó a sus mujeres en Argentina, pues primero quería establecerse acá.
A partir de entonces, empezó uno de los periodos más duros, retadores y agotadores en la vida de José Giacone.
La entrevista con los campeones, programada a las 11 de la mañana en la casa de Diego, sin proponérnoslo, se convirtió desde el minuto uno en un agradable convivio/conversación/entrevista/confesiones con los hermanos como protagonistas, pero ambos estaban acompañados por sus mujeres: Diego por su esposa Carla y las dos hijas de la pareja, Paula y Valentina, ahora de 16 y 9 años, respectivamente. Momentos después arribaron José, su esposa Romina y Luciana, hoy de 20 años. A todas luces, los hombres están flanqueados por un hermoso cónclave familiar integrado por cinco mujeres que juntas son una: las concuñas llevan más de 25 años de tratarse como hermanas, y las tres hijas de los dos matrimonios son, igualmente, tres compinches inseparables.
La amabilidad de los Giacone es deslumbrante. Como supimos luego Carla, la esposa de Diego, se levantó temprano a hornear unas espectaculares empanadas argentinas que tienen su propia historia, y ahí tenía la mesa de la terraza desbordada en delicias: las empanadas recién horneadas, alfajores, unos frijoles arreglados a saber con qué pero que sabían a gloria… Y no, no era porque iban a atender a un equipo de La Nación. Su hospitalidad para atender a quien visite su casa es harto conocida en el gremio futbolero y de amigos, pero ciertamente basta con entrar a la casa de Diego y Carla como para dejar cualquier atisbo de estrés afuera: la buena vibra se percibe solo con cruzar la puerta…
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Una vez juntos los protagonistas de la gesta herediana, se ubican en sendas bancas en la terraza, vestidos –por puro accidente– con una camiseta igual y, con cámaras y grabadora encima, José desgrana su batalla primaria no bien llegado a Costa Rica en el 2001, que se prolongó por casi dos años, en un ejercicio de emprendedurismo mezclado con la urgencia de generar lo mínimo para vivir, en un panorama casi tan desolador como el que dejaron en su natal Argentina.
Sin tono lastimero, pero sí muy elocuente y sin poses, José cuenta que se vino huyendo de una pesadilla para encontrarse con otra acá. “En Buenos Aires tenía tres trabajos, uno de ellos era la pizzería con dos socios y ya cuando vimos que la cosa se iba a poner fea, la vendimos y cada quien recogió su parte, yo empecé a juntar lo que tenía para venirme y los bancos no te vendían dólares, tuve que ir como a 20 bancos para cambiar los pesos que tenía de poco a poco… un 25 de diciembre me traje a mi esposa medio engañada, diciéndole que venía supuestamente de vacaciones con la chiquita… los primeros dos años fueron de acomodarnos a ver qué hacíamos, había un choque de culturas, nosotros veníamos súper acelerados y nos encontramos con que aquí la gente es más pausada…
"Yo me había traído la plata de la venta de la pizzería y la puse en una financiera que estaba en el Mall San Pedro mientras buscaba a qué me iba a dedicar aquí… pasó poco tiempo y entonces enfrenté una pesadilla: el día que yo llegué a la financiera y la encontré cerrada, con toda la prensa y el escándalo ahí, se me vino el mundo encima: habían quebrado y yo me quedé sin un centavo de lo que traía, me inundó un sentimiento de vergüenza ¿qué le iba a decir a mi mujer, si le había prometido que acá íbamos a levantarnos económicamente?
"Y bueno, teníamos unos amigos argentinos, Carlitos y Cachorro Romero, tenían unos años más que nosotros de vivir aquí. Empecé a preguntar a ver qué hacía y me dicen 'Mirá, hay una soda en los bajos de Salsa 54 (la icónica discoteca josefina), que está en venta, es de unos colombianos”.
A José, conforme va contando la historia, le aumenta la angustia en la voz, reviviendo toda aquella incertidumbre, en un país prácticamente desconocido y con su esposa esperando el tiquete de regreso para Buenos Aires.
“Yo le di para adelante, no pensé mucho el tema, había que empezar… los primeros dos días fueron de horror, no vendí nada y al tercer día me dije que no podía esperar, entonces decidí salir a la calle a vender empanadas (argentinas), (jugos) Ducal, Hi-C, sandwiches… a la soda le habíamos puesto El Pibe. Yo me percaté de que la gente se me quedaba viendo como un bicho raro y entonces yo les contaba de la soda, yo visitaba los negocios 200 metros a la redonda, llegando al Teatro Nacional, luego al Automercado, la Oca Loca y El Gallo más Gallo… al final fue una soda muy buena pero fue más de un año que vivía para trabajar, toda la fuerza era para ubicarnos, no habíamos comprado el apartamento, en ese momento estábamos intentando ahorrar para la prima… con el fútbol la única relación fue que empecé a llevar un curso los sábados con Carlos Santana (exfutbolista y estratega nacional), él fue una de las personas más importantes en mi vida, ya luego puse una fábrica de churros ¡el peor negocio de la historia!
– ¿De la soda El Pibe pasó a la churrería?
– Sí, les digo a todos que nunca se pongan una churrería, no lo recomiendo, el que hacía los churros se me fue y terminé haciéndolos yo. El vendedor en moto que los repartía se quedó metido con todo y moto debajo de un bus, entonces me tocaba repartirlos a mí ¡a los 15 días lo quería largar! Aparte ese olor a manteca que no se te quitaba. Una noche llego yo y antes de ir a dormir me quedo sentado en el inodoro casi dormido, en eso suena el teléfono –era de aquellos de tuquito– ¡y era Carlos Santana! Hace 15 días te estoy buscando, tu hermano me dio el número, me encargaron un proyecto de visoría de unos mexicanos que van a asumir el Saprissa (era Jorge Vergara y su gente), y me dice que la paga mensual eran $800 ¡Para mí era un montón de plata!
"Ya antes, estando en la soda, dirigí a Sagrada Familia, era medio complicado porque después de trabajar desde muy temprano terminaba a las 6 de la tarde y me iba a entrenar al equipo, ahí me recomendó un señor don Carlos Méndez, el papá del arquero Carlos Méndez que me ayudó mucho, me dio una mano (respira fuerte y se conmueve antes de continuar) ¡También El Chunche! A Mauricio Montero lo conocí en las exposiciones de Santana y me dijo “Vení conmigo que me llamaron de Sagrada, yo voy a ir dos días pero te quedás vos”, y eso me ayudó un montón…
“Ya cuando me llamó Santana me estabilicé en el Saprissa, durante nueve años pasé por todas las posiciones, digamos visor en la U15, en la U17, en el Alto Rendimiento, en un equipo que tuvimos juntos que con Linafa recorríamos todo el país, con Roy Myers fui asistente en Primera División y quedamos campeones en el 2010, después que no estuvo más Roy me dieron la Segunda División, que estuve año y medio ahí y ya luego los mexicanos venden y llega la gente de Horizonte Morado y me ofrecieron volver a la U17. Me fui a hablar con Enrique Rivers (exjugador y entonces administrativo del Saprissa), quien me ayudó mucho siempre, me sinceré y le dije ‘mirá Enrique, no me quiero quedar, ya toqué un techo como asistente de primera, y bueno, ya entonces empecé con la Universidad de Costa Rica y quedamos campeones de Segunda el primer año y así se ha ido dando después toda la historia del fútbol, pero el arranque en Costa Rica fue durísimo (…)”.
– Esa parte es increíble, por lo que cuenta usted ya estaba prácticamente “quemado” de tanto sacrificio y de no ver la luz, y justo esa noche le entra la llamada de Santana...
– Mucho. Yo te lo hablo frescamente, yo soy súper creyente y siento que Dios vio el esfuerzo que estaba haciendo. Esa noche que me llamó Santana yo estaba muerto de cansancio, si vos ves las fotos familiares de los primeros dos años en Navidad en Costa Rica, Romina y yo aparecíamos dormidos por el agotamiento; cuando me ofrecen ese trabajo y a la semana yo estaba haciendo visorías en Tamarindo, yo no conocía nada del país y me fui con Pierre Luigi Morera, actual preparador físico del Saprissa y don Jorge León, quien fue como el guía turístico mío. Después de estar destruido ahí estaba conociendo las playas, con sol y todo… tanto don Carlos como Rivers son ángeles que se le presentan a uno en la vida.
–De primera entrada, usted tiene cara de pocos amigos, ahora por la exposición del fútbol pues ya la gente se puede hacer una idea de su personalidad, pero ¿cómo hizo para incursionar en negocios siendo tan serio?
– Es cierto, yo no hablo mucho, trato de hablar poco y tampoco soy de estar sonriendo mucho (sus familiares intervienen y bromean con el asunto) pero creo que ya cuando conozco y me conocen bien es otra cosa. Acá la gente va a otro ritmo, nosotros venimos de Argentina donde si no te pellizcás, te pasan por arriba; si te va bien en la pizzería y la gente ve, al mes tenés dos pizzerías al lado, no te dejan crecer, siempre hay que estar muy chispa viendo por todo… el tema ese de vender en la calle, ya después me hice vendedor, tenía unos burros (zapatos) que me hubiera gustado haberlos guardado, anduvieron año y medio conmigo en los recorridos ¡caminaba todo el día! Imaginate una ventanita cuatro metros por cuatro metros, ocho sillas, cuatro adentro y cuatro afuera, Romina se encargaba de cobrar y atender al público y una cocinera, éramos nosotros tres y entre la soda y lo que yo vendía express ¡llegamos a vender 65 almuerzos diarios!
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"En realidad para mí era un tema de orgullo, la había traído a Romina buscando una mejor calidad de vida, no me quería ir derrotado. Cuando llegué al Mall San Pedro y no estaba la oficina de la financiera… no sabía qué hacer, pensé ‘me quedo sin nada, sin nada’. Hoy día hay gentes que se acuerdan de esa época en que me veían caminando con una bandeja de plástico, que debería estar guardada también en el museo de la familia porque a la mañana se me acababa, vendía dos o tres bandejas o otra más a la tarde, y en el recorrido llamaba y avisaba que tengan listo un pinto, que ya paso, así me alcanzaba para pagar la cuota del departamento y nos urgía la prima para comprar uno, porque vivimos más de un año con mis papás. Contábamos las moneditas de 100 colones y hacíamos paquetitos de mil pesos, después salir a cobrar los sábados y más de una vez me tuve que pelear con alguno que no quería pagar… son situaciones que yo jamás pensé que iba a venir a vivir en Costa Rica, pero bueno esa situación de no darnos por vencidos…
“¡Mirá qué cara!”
José continúa en una introspección que parece liberadora: "Ahora lo veo a lo lejos, en el momento era una locura, más bien ahora cuando lo cuento y muchas veces con situaciones que me han pasado en el fútbol yo me acuerdo por eso que vos decís, que hablamos poco, que tenemos un perfil bajo… Nosotros somos gente de trabajo, no somos gente que nos gusta la exposición mediática … yo ahora con las fotos (se refiere a la sesión que les hizo la fotoperiodista Mayela López) ella me decía que me riera, pero yo naturalmente no soy así, me costó un montón (dice riéndose generosamente). El tema es que todas esas vivencias te van formando el carácter; a veces seguro dicen ‘¡mirá qué cara!’ y bueno, soy así, este sí es más alegre (dice refiriéndose a Diego), ya en las fiestas, en un asado, si algún día compartimos ya van a ver… pero aparte yo tengo que manejar gente, grupos de jugadores, manejar egos que para mí es muy importante para lograr cosas después, que dejen el ego de lado y piensen en el grupo.
– Buen punto, si en cualquier grupo de trabajo es difícil lidiar con eso, ¿cómo se concilian los egos en un camerino de fútbol?–
– Es muy complicado. Yo digo que la parte táctica, la estrategia, todo es la frutilla del postre, lo que hay que manejar son personas, personas que tal vez tienen un problema en casa, jugadores que están desenfocados porque se van de fiesta, porque conocieron una chica, porque dejaron embarazada a una muchacha y todo eso a la hora de manejar un grupo tenés que saber, porque no podés manejar a todos igual, primero hay que generar una confianza para que el jugador pueda contarnos cómo se siente, qué le está pasando. Hay varios tipos de liderazgo, está el de arriba, el del látigo, que si el jugador no anda bien va para afuera y viene el otro; el liderazgo de nosotros es totalmente distinto, es estar al servicio de los jugadores, que ellos se sientan cómodos, que estén contentos en el entrenamiento y la manera de pensar nuestra es que a partir de ahí podamos construir algún éxito en nuestro trabajo.
– No son los primeros hermanos que trabajan juntos o que han tenido que enfrentarse en equipos opuestos. Ya se sabe que en esos casos impera el profesionalismo y la prioridad de cada quien es aportarle lo máximo al equipo sin determinar que está jugando contra su hermano, que igual que el otro necesita el trabajo y el salario. Sin embargo, no deja de ser una situación compleja, máxime que ustedes son extranjeros y han unido fuerzas en el país desde hace 20 años. ¿Cómo se conducen en lo laboral y lo personal, tanto cuando les toca enfrentarse como ahora, que están juntos en Heredia?
– Contá vos, Diego– insta el mayor. Hasta entonces, Diego ha escuchado atentamente los decires de su hermano y colega, incluso con rostro circunspecto en los pasajes de incertidumbre más duros que le tocó enfrentar a José. Entonces, el menor interviene:
– Yo creo que hay que respetar ante todo la profesión. Estando él en Pérez Zeledón (como técnico, que a la postre logró el campeonato nacional en 2018) y yo en Cartago como asistente de Jeaustin Campos, y después él en la Liga como técnico y yo en Cartago también, hubo dos partidos muy imporantes, contra la Liga era vital porque no venía bien la Liga, y yo lo sentía pero más allá de eso, el trabajo que uno hace día a día quiere que desemboque en una victoria y eso es lógica. Los dos respetamos a nuestros equipos prioritariamente y siempre fuimos así, igual pasa con los familiares, cada uno va a tirar para su lado… claro que uno sabe íntimamente el momento que está viviendo su hermano…
– Sí pero cuando les ha tocado jugar en contra, a uno como espectador le intriga qué se dicen en el arranque del juego, especialmente ustedes que son tan unidos, ¿se abrazan o algo así?
– (Diego) Al inicio se saluda normal, es el trabajo de cada uno, se saluda como se saluda a cualquier otro técnico en cualquier otro partido.
–(José) En ese momento uno está pensando en lo deportivo, respetamos a nuestros equipos y nos debemos a la gente que nos ha brindado la confianza. En lo familiar es igual, pero íntimamente uno siempre sabe el momento que está viviendo su hermano, la prioridad es ganar, ya después de que termina la jornada pues nos hablamos, lógicamente a ese nivel a uno le duele que pierda el otro, pero ya es un tema que se tiene asumido: deportivamente, la urgencia es ganar, sea a tu hermano o no. Y los dos lo entendemos así.
"Por otra parte, uno le sigue la pista al otro siempre, por ejemplo cuando él estaba en Jicaral, en la final en que ascendió a Primera, yo estaba en Pérez Zeledón y me comía el televisor, y seguro cuando él estaba en Bolivia (Diego fue asistente de Jeaustin Campos en el Blooming, de Santa Cruz de la Sierra) estaba pendientísimo de los partidos de Pérez Zeledón cuando yo estaba en finales. En síntesis, siempre tiramos para que al hermano le vaya bien, siempre y cuando no juguemos en contra.
Diego afirma que cada juego es único. “El argentino es muy extremista, disfruta mucho la victoria o le duele mucho la derrota. Ahora que lo estamos viviendo juntos, cuando se puede, después de los partidos prendemos el fuego, nos tomamos un vinito, si no, dejamos que baje la efervescencia, chau chau, cada uno para su casa, y a la noche tenemos un llamado para comentar el partido y ver qué sigue en la semana. Pero cuando jugamos en contra, el que pierde y depende de lo que implique el juego, no tiene ganas de hablar, por ahí un abrazo rápido y uno nada más quiere irse a valorar lo que pasó sin hablar mucho, ya luego al día siguiente pues uno amanece más tranquilo y todo vuelve a la normalidad, a pensar en el siguiente compromiso”.
(En este punto, intervienen las esposas, Carla y Romina, con vehementes exclamaciones) “Uyyy eso es terrible, la vez pasada fuimos todas a ver ese juego de Pérez Zeledón y Cartago. Nosotros somos tan unidos, las chiquitas son apegadísimas a los tíos y nosotras como familia sabemos que del éxito de ellos dependen sus trabajos. Ese juego era muy importante, entonces son sentimientos contradictorios, tanto que la pequeñita, Valentina, entró a la cancha a abrazar al tío, antes que al papá”, cuenta Romina.
– Tras el éxito que había obtenido al campeonizar a Pérez Zeledón, José, ¿cómo fue tomar la decisión de irse para Heredia, en el momento en que llega la propuesta? Entiendo que también hubo otros equipos grandes que estaban flirteando con la posibilidad de ficharlo...
– En realidad la única propuesta formal fue la de Heredia, si bien sonaba en otros equipos se trataba de consultas informales y de asistentes o así, nunca de las esferas altas, el único que me llamó directamente fue Jafet Soto, con Orlando Moreira en conferencia y me hizo una propuesta formal. En ese momento que me llamó Jafet no lo dudé, duramos menos de cinco minutos. Me pregunta “¿vos querés dirigir Herediano?” y le digo “No solo lo quiero dirigir, sino que lo voy a hacer campeón”. A mí no me estaba yendo bien en Pérez en ese momento, pero de tres años que estuve en Pérez Zeledón me fue mal el 10%, tuve muy buenas temporadas peleando hasta el final. Es un equipo que ha crecido deportivamente e institucionalmente, además cuando me llama Jafet ya tenía la venia del presidente de Pérez, ellos se hablaron entre clubes primero y la decisión me quedó a mí. No se me olvida que la conversación fue un domingo y Jafet me dijo que me esperaba el martes a la mañana. Tuve que hacer todo rápido para venirme de Pérez Zeledón, pero el martes a las 8 a.m. estaba en el estadio.
– Volvemos al tema del bajo perfil de ustedes, habitualmente exentos de escándalos en las conferencias de prensa y en general, en cambio Jafet Soto es todo lo contrario: es muy mediático y polémico y parece que se le da bien. Percibo que en ese sentido es como una buena componenda la que tienen.
–De hecho yo hablé con Jafet de varios temas cuando llegué y justamente uno era ese. Le dije “vos ocupate de los medios y yo me ocupo de la parte deportiva, nosotros como cuerpo técnico que es lo que a mí me gusta, la cancha, el trabajo con el jugador, el trabajo día a día, ir armando equipo… esa es mi pasión y mi vocación, entonces como que encajamos…
Jafet es el alma de Herediano, no cabe duda. Pueden decir los equipos rivales lo que sea pero Jafet es el motor de Herediano porque está en todo, desde barrer el piso y generar patrocinios hasta ocuparse de jugadores que están en el exterior y que tal vez dentro de un año vuelvan al club por gestión de él, un montón de cosas hace, pero claro, él se veía sobrepasado como entrenador porque en cualquier momento venía la secretaria en el medio de la cancha con el teléfono para atender un tema que no era de fútbol. En eso llegamos nosotros y puedo decir que nos hemos complementado muy bien, me siento muy a gusto porque se nos han respetado nuestras decisiones en la parte deportiva, ya que de pronto uno tenía la idea de que, en Herediano, Jafet a pesar de estar de gerente podía llegar a decirle a uno qué equipo armar, y desde que llegué nunca me pasó. Sí hablamos de fútbol porque también la experiencia que tiene él pesa pero nunca se quiso interponer en decisiones nuestras.
–En los pasados partidos finales contra la Liga, se dieron mayores situaciones de ofensas de una parte de la afición manuda contra ustedes, por temas personales. ¿Cómo logran mantener la ecuanimidad en estos casos?
– (Diego) Yo creo que aunque no nos parecemos en algunas cosas, él tiene una manera, como él lo admite... el tema de la cara, la falta de sonrisa (“el encanto”, dice José, ahí sí, muerto de risa) pero hay una cosa en la que sí somos iguales: respetamos mucho el tema de la palabra, intentamos no lastimar a nadie, decimos la verdad con respeto y procuramos respetar lo que dicen los demás.
(José) "Es que en el fútbol todo es muy subjetivo, cualquiera puede decir cualquier cosa y le puede ir bien o mal... Muchas veces se quiere tapar lo que no se hace en el trabajo con declaraciones incendiarias (...) Pero ojo, no es que a uno no lo afecte: en ligas menores cuando yo empecé me expulsaban a cada rato, o sea, yo me agarraba con el árbitro, me agarraba con el línea, con los rivales ¡Me agarraba con todo el mundo! Pero bueno, el tiempo, la experiencia me fueron moldeando; de hecho a mí me expulsan una o dos veces por año, tengo esa estadística, en este caso no pasó (en las finales contra la Liga). Un mal fallo arbitral o insultos de la afición no es que pasen de largo, pero hay que saber que hay un grupo de jugadores que dependen de uno, que si uno pierde el control el jugador pierde el control. El equipo es el reflejo del entrenador, en cómo actúa y el jugador tiene que estar tranquilo. Entonces nosotros no podemos transmitirle la mala onda a ellos.
– Repasemos, ya con más calma, cómo vivieron el minuto a minuto de ese proceso tan intenso que culminó con esa dramática final del 21 de diciembre.
–Es lo que vos decís con respecto a mi historia en Costa Rica, es igual con lo que pasó: si alguien escribe un guion de cómo se da la final, de cómo Heredia logra este campeonato no lo escribe tan bien como sucedió: llegamos estando sétimos, empezamos a ganar y ganar, perdimos algunos partidos de visita, nos metimos y nos toca Saprissa en Saprissa, Saprissa con una expectativa enorme, empatamos los dos partidos y les ganamos por penales, cerraban un año bárbaro, venían de ser campeones de la Liga Concacaf… Después viene la Liga que había hecho un campeonato espectacular en la primera vuelta y nosotros veníamos de atrás: en la primera fase teníamos que ganarles dos series de cuatro partidos, teníamos un 25 % de posibilidades y bueno, se da todo lo que se da y ya en la final y en el último minuto los empatamos… Eran 17 mil personas en silencio y bueno, aunque creo que pudimos haber ganado en los tiempos extra, porque jugamos mejor, se vinieron los penales… en fin, no hay nadie que pueda haber escrito un guion mejor que eso que pasó… al menos para nosotros ¿no? (risas)
–¿Les genera mayor presión entrar al nuevo campeonato después de haber ganado el último de esa manera tan trepidante?
– (Diego) En el fútbol todo es muy efímero, lo bueno y lo malo, los duelos duran 24 horas, también decimos que todo lo bueno y todo lo malo pasa. Ahora está muy fresco todo, ahora bien sabemos que tenemos que empezar el torneo ya de cero, hay que disfrutar de la victoria pero al otro día tenés que levantarte y seguir remándola.
– (José) Sí sabemos el compromiso y la responsabilidad con el club, con los aficionados, con nosotros mismos, pero también sabemos que en esto del fútbol hay imponderables que a veces te suben o te bajan, entonces uno tiene que estar preparado para cualquier situación. Lo que yo sí digo es que uno se debe ir a acostar siempre pensando que lo dio todo, que hizo todo, que no dejó nada por hacer dentro de la capacidad de uno, como en la churrería: se hizo todo lo posible y a partir de ahí, deja todo en manos de Dios.
“Veneno” en familia
Por supuesto, entre lo más gratificante que han recibido los Giacone a partir de la obtención del campeonato es la reacción del aficionado, no solo de Herediano, sino también de otros equipos. A ambos se les ilumina el rostro al recordar unas cuantas anécdotas, en especial una que involucra a sus primos y demás familiares ticos, por parte de su madre.
“Yo he sido hincha, yo sé lo que es, por eso yo no dejo que la gente que quiere un autógrafo o un selfie se quede sin eso, yo no lo dejo que se vaya hasta que no queden todos con ese recuerdo”, asegura José. De inmediato, ambos abordan la anécdota protagonizada por “el primo Harry” y otros parientes que son manudos “envenenados” y quienes salieron llorando del Morera Soto el día de la final.
“Tuvieron que pasar como 15 días para que se les bajara. Ahora el 5 de enero, que fue mi cumpleaños, me llama Harry y yo creí que era para felicitarme por el campeonato y no, me estaba llamando por el cumpleaños … ¡pero después igual me puteó!”, cuenta desbordado de risa.
Diego interviene para aclarar que en realidad son cuestiones de fútbol, pero que él nunca se va a cansar de agradecerles a Harry y a otros familiares en Batán y Matina, todo el apoyo que les dieron a ellos cuando decidieron radicarse allá. “Yo no sabía cómo me iba a ir en el fútbol, y ellos nos han tendido una mano tremenda, se tienen que sentir partícipes de esto, incluso los que son liguistas, eso sí, nosotros siempre nos hemos manejado con el Giacone, pero ahora que ganamos el campeonato sí salieron todos los Garita a participar del triunfo, ¡ahora sí salieron todos los Garita, los argentinos-ticos!"
Vacas flaquísimas
Dice un adagio que “tragedia + tiempo = comedia”, el que se adapta perfectamente a las incontables situaciones que tuvieron que enfrentar los Giacone durante sus primeros años en Costa Rica. “Pulseadores”, como se autodefinen, tuvieron que empezar de cero por las razones ya narradas, pero en el ínterin les pasaron incontables fiascos marcados por las urgencias económicas que enfrentaron en un país y cultura desconocidos.
Por supuesto, no solo ellos, también sus parejas. Ejemplo increíble el de Carla, la esposa de Diego, quien no bien llegó al país empezó a aprender el arte de la repostería y, mientras su marido estaba en la cancha de Santa Bárbara como jugador, dejándolo todo en los encuentros, ella hacía lo propio vendiendo empanadas argentinas en las graderías. La simpática y encantadora señora cuenta que sus productos llegaron a tener tanta demanda, que los otros vendedores terminaron por verla con malos ojos, pues los clientes pronto empezaron a inclinarse por las famosas empanadas, tal cual ocurre hoy en el Residencial Villa Adobe, en Santo Domingo, donde sigue “pulseándola” con su venta de empanadas, alfajores, choripanes, lo que el cliente pida.
Ya con José aquí, y a pesar de que él jamás había cocinado un trozo de carne en su país, pronto se ideó un servicio de parrilla express y tanto él como Diego se metieron de lleno en el negocio, mientras iban escalando puestos en el fútbol nacional.
Como se movían en ese ámbito, pronto se corrió la voz de los excelentes asados de los Giacone; ya para entonces José era director técnico de la UCR. “Me empezaron a contratar del Saprissa, los mismos jugadores. Entre los primeros clientes que tuve estuvieron Gabriel Badilla (exjugador saprissista, ya fallecido) y Paulo Wanchope, el tema es que mientras estaba yo de parrillero sentía que mucha gente se quedaba viéndome, tal vez un sábado, y al día siguiente tenía partido, y hasta oía cómo decían ‘Qué raro, el parrillero se parece al técnico de la UCR’” (risas).
Las congojas que pasaron tampoco fueron menores. Como pudieron, compraron un carro como de tercera para transportar los implementos, la carne y demás, pero por lo que cuentan se trataba de un verdadero “gajo” que los metió en tremendas tribulaciones, como la ocasión en que iban ya con todo para un evento y en eso el cielo se desgajó con uno de esos aguaceros demenciales de la época de invierno.
Aterrados, los Giacone descubrieron que las escobillas del parabrisas no funcionaban. “No se veía absolutamente nada”, cuenta Diego, “yo le decía ¡boludo pará, pará, nos vamos a matar! Pero José me decía que íbamos con el tiempo exacto, que no podía parar, entonces no tuve más remedio que sacar más de medio cuerpo por la ventanilla, con un trapo en la mano, y casi sentado en la trompa del auto me fui todo el camino limpiándole el parabrisas a José”, rememoran ahí sí, atacados de risa junto con el resto de la familia.
Las anécdotas de los benditos “peroles” se suceden, pues no pocas veces se varaban porque el medidor de gasolina tampoco funcionaba, por lo que quedaban atrapados ellos mismos y sus choferes vecinos, furiosos por las presas que provocaban.
Pero bueno, por ahora las anécdotas de aquellas épocas tan cuesta arriba quedaron en remembranzas. Aunque tampoco es que sean millonarios, obviamente pueden vivir con más tranquilidad, aunque lo de “pulseadores” no se les va a quitar nunca: ahí están Diego y Carla, con su negocio de panadería y aunque por el momento José está concentrado en el fútbol, a no dudarlo, si el día de mañana debe colgarse de nuevo el delantal de parrillero, lo hará feliz de la vida.