
Era 1967. Vivíamos en un mundo dominado por el género masculino. Su poder era mucho más potente que el de ahora. Tanto así, que las mujeres tenían prohibido participar en maratones.
Sin embargo, una mujer decidió cambiar la historia a su manera. Katherine Switzer tenía 20 años, ganas de correr, y una mente que superó las ridículas leyes.
Se inscribió en la maratón de Boston, pero no utilizó su nombre completo, sino que se llamó "K.V. Switzer". De esta manera pasó inadvertido su género, y compitió.
Pero mientras la carrera sucedía alguien notó lo inusual, y así quedó registrada una de mas imágenes que definen una lucha que no acaba: la igualdad de género.
La foto en blanco y negro muestra a un hombre vestido de traje, quien fue hasta la participante número 261, la agarró del hombro e intentó arrancarle la tarjeta que la identificaba. Ese hombre enfurecido era Jock Semple, director de la prueba en aquel entonces.
"Me siento muy agradecida con ese hombre porque cambió no solo mi vida, si no la de millones de mujeres. La gente me dice: 'Es terrible'. Y siempre contesto: 'A su pesar, él hizo más por las mujeres atletas que nadie porque creó una imagen que se ha convertido en un ícono de los derechos de las mujeres'. Es fantástico. Al final nos hicimos amigos", contó Switzer en una entrevista al diario español El País.
El retorno
El lunes 17, con 70 años, la atleta y también periodista, corrió de nuevo la maratón en Boston, pero esta vez utilizó su nombre completo y el mismo número que usó hace 50 años, el 261.
Durante más de 40 años ha sido una de las activistas más notorias del deporte femenino. Así ha mantenido su lucha viva.
En 2007, Switzer escribió un ensayo para The New York Times en el que explica porqué una mujer en una maratón era visto como un pecado capital.

"En un nivel muy básico, correr empodera a las mujeres. Y aumenta el autoestima y la saludad física de una manera poco costosa".
Además comparte ejemplos que prueban que correr es capaz de mejorar mundos.
"He visto mujeres en Brasil y en las Filipinas correr maratones descalzas pero con el corazón lleno de orgullo. En Kenya, mujeres exitosas, regresan a sus villas y utilizan el dinero que ganaron compitiendo en carreras para ayudar a una escuela; purificar el agua; y financiar campamentos de atletismo para mujeres. El drama es considerable porque el maratón es una carrera larga e impredecible. Las mujeres ganaron el derecho de dirigirlo, y lo hacen con energía, inspirando a otros".