Tras mi autoimpuesta necesidad (y necedad) de eludir los anglicismos a toda costa, descubrí la hermosa traducción de la palabra “winch”; ese torno de cuerdas que se utiliza para arrastrar pesos pesados.
Cabrestante. Sí. Como “cabra” y “restante”. Tal vez, se pudo llamar “cabrestrante” para mantener un ritmo con las erres, pero los académicos se decantaron por darle la espalda a la poesía con tal de elevar las posibilidades que ofrece la escala evolutiva gramatical.
¡Ah! Qué delicia es encontrar una palabra tan horrenda. En el oficio de escribir a diario, descubrir monstruos etimológicos se convierte en una experiencia casi masturbatoria.
Hace ya bastantes años que encontré el placer de excavar en el amorfo lirismo que ofrece nuestro idioma, cuando me topé con la palabra “vaqueros” para referirse a los jeans que llevaba puestos un personaje de una novela.
Pensé en un tipo fornido, al mejor estilo del Clint Eastwood corajudo, con unos pantalones azules de corte campana con portadores para pistolas. ¡Qué hallazgo! Fue encontrar oro en el desierto.
Pero, para mi sorpresa, la fiebre por utilizar la palabra “vaqueros” llegó a su término pues otra palabra esperaba ser descubierta para sustituirla.
Sí. “Jeans” es un término sin gracia. Sí. Decir “vaqueros” crea una nausea gramatical un tanto hipnotizante. ¡Pero cualquier palabra es una papa sin sal al lado de la poesía que exhala “bluyín”! ¡Oh! Qué éxtasis es declamar ese inocente “blu” parido de una vaga pronunciación del inglés.
De hecho, lo único que le pido a Dios antes de morirme es ver el momento en que la Academia de la Lengua Española admita el uso de “blayín” para referirse a los pantalones de mezclilla negra. ¡Ahhh! Ahí sí que la vara quedaría bien alta.
“Bluyín” es un escalón esculpido en dorado dentro de la ciudad de traducciones imposibles. “Escáner” fue la piedra angular de una iglesia de jugosas castellanizaciones que seguirá pariendo nuevas criaturas: ¿para qué escribir “spinoff” si podríamos decir “espinóf”? ¿Por qué incluir “magazine” cuando existe magacín”?
Uno de mis silenciosos juegos preferidos como redactor es cambiar “pick-up” por “picop” en mis textos periodísticos, retando a mis editores que siempre evitan que esta castellanización se cuele en la Revista Dominical. Sí, podría escribir “camioneta”, pero la adrenalina que genera “picop” vence cualquier concesión.
Aún mejor: ¿para qué irse al fácil camino que ofrece la palabra “spoiler” cuando es imposible resistirse a los encantos de “destripe”, que tan siquiera guarda una exhalación fonética a su palabra base? Debo atreverme a incluir esta hermosa palabra en mi próximo texto sobre cine porque, cuando la traducción crea un universo de palabras incongruentes a su realidad paralela, la experiencia satisface a plenitud.
¡Y que lo diga el mundo de la cinefilia! Ahhhh, qué perlas doradas nos han regalado los alquimistas de las traducciones del sétimo arte.
Die Hard se traduce como La jungla de Cristal. Sunset Boulevard es El crepúsculo de los dioses. Unbreakable es El protegido. Shoplifters es Un asunto de familia. The Fast and The Furious es A todo gas. Eternal Sunshine of the Spotless Mind es Olvídate de mí. Silver Linings Playbook es El lado luminoso de la vida. The Conjuring es Expediente Warren. Ice Princess es Soñando, soñando... triunfé patinando. Incluso The Parent Trap, que tiene el aceptable doblaje de Juego de gemelas, también fue distribuida con el espléndido título Tú a Londres y yo a California.
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A veces pienso que los traductores de películas se toman su oficio tan en serio que, con todas sus energías, buscan la manera de desmembrar cualquier lirismo imaginable. Que lo diga la nueva cinta de Quentin Tarantino titulada Once Upon a Time in Hollywood.
El camino del doblaje era sencillo; tan solo bastaba con apropiarse del mítico “Érase una vez en Hollywood” para colocar su traducción.
¡Pero no! ¡No subestimen a los dueños de la palabra!
Nuestros maestros del lenguaje no se fueron por el camino predecible y decidieron despojar de cualquier poesía la traducción de la cinta para esculpir un antinatural Había una vez en Hollywood.
Por si fuera poco, uno de los estrenos más importantes del año nos regala otra joya; otra obra maestra de la traducción. La cinta Joker, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, es publicitada con el apropiado título El bromas.
¡Así que viva el idioma de la eñe! Ni el sofisticado francés ni el poderoso alemán podrán compararse a la jugosa experiencia de la castellanización. Al igual que los poetas malditos, quienes se encargan de la castellanización también son arquitectos del lenguaje.
Espero que el futuro nos traiga más tesoros de la palabra.