“Ese día cuando yo llegué al albergue escuchaba que tiraban piedras en el techo y cosas así, pero no le di importancia y me fui a acostar.
“Después, en la noche, escuché que la gente decía que había un incendio afuera y yo me levanté y me asomé por la ventana pero no pude ver bien. Olía a quemado, pero yo pensé que lo que estaban haciendo era quemar basura o algo así.
“Y fue por mí, porque ese día yo fui la primera que ingresó al albergue y fue esa noche cuando quemaron los colchones... Pero en ese momento yo no pensaba nada, yo solo quería que mi bebé estuviera bien”.
Así recuerda Seidy Salazar la noche del martes 14 de julio, cuando un grupo de vecinos de Turrialba quemó unas colchonetas frente a un albergue para la población indígena en el barrio Carmen Lyra.
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Este es un albergue municipal que fue construido con el propósito de dar posada a los habitantes de zonas indígenas que deben ser atendidos en el hospital de Turrialba o que ncesitan realizar trámites y que no pueden devolverse el mismo día a su casa y tampoco tienen otro sitio para hospedarse.
A diferencia de días anteriores, ese martes la única persona que ingresó temprano fue Seidy, una indígena cabécar sospechosa de tener covid-19, a quien en el hospital William Allen Taylor, de Turrialba, le pidieron que se quedara en el albergue cumpliendo su cuarentena.
Mientras tanto, su bebé, Nadir, de apenas dos meses, luchaba contra el coronavirus en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Nacional de Niños.
Ese día, después de que Seidy ingresó al albergue como sospechosa de covid-19, también llegaron dos indígenas más. Era una pareja, a la cual le pidieron aislarse.
Al día siguiente, cuando la joven madre todavía estaba acostada, recibió una llamada de su mamá quien estaba muy asustada, pues ya se había enterado del incendio que habían hecho los vecinos de Turrialba afuera del sitio en el que estaba su hija cumpliendo la cuarentena.
“Al principio yo no me asusté mucho, porque cuando estaba pasando eso el casero no me dijo nada, ni gritó, ni nada, pero cuando amaneció y me llamó mi mamá y me contó de que hubo un incendio, ahí yo sí me asusté porque ya ella sabía.
“Entonces yo le pregunté al casero qué había pasado y me dijo ‘yo creo que esa gente no la quiere a usted’ y hasta ese momento fue que me di cuenta y me dio miedo.
“Cuando vi a las otras dos personas que estaban ahí yo les dije que casi nos queman vivos y que nosotros ni sabíamos; porque ellos tampoco sabían nada, ellos estaban durmiendo porque llegaron como a las 11 p. m.”, relata Seidy.
Las protestas vecinales no cesaron e incluso tomaron fuerza. En un momento, algunas personas incluso pusieron escombros para que los indígenas no pudieran salir del albergue.
Según explica Isaura Cordero, presidenta de la Asociación Pro Red de Albergues Indígenas, los responsables de gestar esta campaña en contra de los indígenas fueron varios vecinos de ese sitio que más allá de cualquier temor, son racistas y que ante los cuestionamientos alegaron que “les preocupaba que los indígenas no se supieran cuidar correctamente”. Por ello los amedrentaron.
Ella fue la que dio a conocer lo que estaban haciendo algunas personas del barrio Carmen Lyra; también fue la encargada de impulsar a los turrialbeños a que al día siguiente del incendio llenaran de rosas el albergue, para que los indígenas que se encontraban allí se sintieran respaldados.
Sin embargo, ya era demasiado tarde: Seidy estaba muy asustada y tenía mucho miedo de que le hicieran daño.
“Ella me decía ‘yo entiendo que la gente no quiera estar a la par de nosotros’, es decir, se sentían marginados. Vivieron un horror, maltrato emocional y psicológico. Seidy estuvo afectada emocionalmente por mucho tiempo, lloraba mucho, estaba muy preocupada y ahora la comunidad indígena está muy temerosa por la reacción que tuvieron con ellos”, afirma Cordero.
Para ese momento, la joven madre de 27 años cargaba con muchas presiones, dolor y preocupación, pues además de desconocer el estado de su bebé y del miedo de lo que le pudieran hacer los vecinos del albergue, tenía al resto de su familia lejos.
Su esposo, Eliecer Murcia, y sus otros dos hijos Dominic y Yahir, de 4 y 7 años respectivamente, se encontraban en El Seis de Grano de Oro, sitio en el que habitan y en el que tuvieron que cumplir su cuarentena.
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Mientras tanto, el bebé Nadir permanecía intubado y nadie podía verlo.
“Yo no sé como explicar lo que sentí cuando internaron a mi bebé, yo estaba acabada, no tenía fuerza. Si me traían desayuno o almuerzo, yo no comía, no tenía ganas de comer, uno siente que la debilidad le gana a uno. Yo todavía no supero esto, vivo asustada y con temor de que algo así le vuelva a pasar”, asegura.
A Seidy nunca se le había enfermado ningún hijo, por lo que no había experimentado el dolor de estar separada de su familia y mucho menos de uno de sus pequeños recién nacidos.
De todas formas, cuando por una u otra razón alguno de sus hijos se enfermaba y debía viajar hasta Turrialba, Seidy y su familia se quedaban en el Albergue Casa del Padre Cascante, donde además de techo y abrigo les daban alimentación.
Sin embargo, en esta ocasión por ser sospechosa de covid-19, las autoridades sanitarias no le dieron elección y la enviaron directo al otro albergue.
Frustración
El Seis queda a aproximadamente a hora y media de Grano de Oro. Allí no hay carros que hagan ruido, solo aves y una pequeña quebrada que se encargan de que el ambiente sea agradable y muy tranquilo. La vista es el verde interminable de las montañas.
Para llegar hasta el centro hay que caminar casi dos horas, aunque según explica Seidy, si se anda un poco rápido o en bicicleta, el tiempo se acorta bastante.
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Allí pasaban sus días muy tranquilos: ella como ama de casa y su esposo como maestro.
“Nosotros como indígenas tenemos costumbres diferentes y la lengua también es diferente y él lo que le enseña a los niños es sobre la cultura cabécar, para que no se pierda”, afirma.
Sin embargo, un día, en la madrugada, el bebé empezó a experimentar tos y tenía el pecho apretado y Seidy y su esposo notaron que no era normal, por lo que decidieron ir al Ebais de Grano de Oro.
Cuando llegaron les dijeron que si no tenían cita, no los podían atender, pero ellos insistieron y esperaron a que la doctora valorara al bebé. Para su sorpresa, enviaron al pequeño directo al centro médico de Turrialba y de allí al Hospital Nacional de Niños.
“Fue muy doloroso, porque primero en el hospital a mí me dan la noticia de que él tiene ese virus y luego lo trasladaron para el otro hospital y a mí me dejaron fuera”, comenta.
Nadir nació con un problema en el pulmón, por lo que frecuentemente Seidy tenía que viajar al Hospital Nacional de Niños, donde le hacían exámenes y lo trataban, y sospecha que fue en esa constante visita al centro médico que el bebé contrajo el virus.
Allí empezó su suplicio.
“Fueron días duros, porque yo no soportaba la idea de que el bebé estuviera lejos de mí y que estuviera sin tomar nada, sin saber si él estaba bien, si lloraba o no lloraba, yo sufrí mucho. Me sentía fatal, me faltaba el aire, me dolía todo, me sentía rara y luego pasa todo lo del albergue. Dios me sostuvo para salir adelante en todo ese trayecto por el que a mí me tocó pasar”, recuerda.
Luego de permanecer tres días en el albergue Carmen Lyra con mucho temor de lo que le pudiera ocurrir, las autoridades habilitaron en el Liceo de Grano de Oro un albergue para sospechosos de covid-19 y trasladaron a la joven madre hasta ese sitio, que se encuentra a aproximadamente cuatro horas de Turrialba.
“A ella la trasladaron de emergencia porque se esperaban represalias más fuertes, en el barrio Carmen Lyra estaban decididos a hacer cosas mucho más graves”, afirma Isaura Cordero, presidenta de la Asociación Pro Red de Albergues Indígenas.
Estando allí a Seidy le dio calentura y le hicieron nuevamente la prueba, sin embargo, esta dio negativo. Los médicos determinaron que lo que tenía era mastítis por no poder amamantar al bebé, quien permanecía internado en el Hospital Nacional de Niños.
A los días la indígena se sintió un poco mejor, pues el hecho de estar en el Liceo de Grano de Oro le dio más tranquilidad.
“Cuando me abrieron las puertas del liceo eso fue un alivio para mí, porque ahí fue donde yo estudié, ahí me sentí como en casa. Además, se le quitó el temor a mi mamá y a mí también, y estuve mucho más tranquila”, detalla.
A Seidy solo le falta un año para sacar el bachillerato, sin embargo, debió abandonar las clases por su embarazo. Ahora ve muy complicado volver a las aulas, pues tiene tres niños que atender.
De hecho, cuenta que el director del colegio de Grano de Oro le dijo que cuando quisiera terminar de estudiar, las puertas del centro educativo estaban abiertas para ella, y por eso espera poder finalizar el quinto año.
“El director me dijo que yo tengo las puertas abiertas para regresar, pero el problema es que con el bebé y con lo que pasó uno se asusta, y ya uno no tiene cabeza para pensar en otra cosa”, reconoce.
Enseñanza de vida
Tras cumplir su cuarentena y no presentar síntomas, el 27 de julio Seidy por fin pudo regresar a su casa, donde la esperaban su esposo y sus dos hijos mayores.
Y aunque el bebé aún se encontraba en el Hospital Nacional de Niños, ya había dado negativo a la prueba de covid-19 y estaba listo para regresar a su hogar junto a su mamá, su papá y sus hermanos.
Una ambulancia fue la que se encargó de trasladar al pequeño Nadir hasta su casa, un día después de la llegada de su madre.
Desde ese día han pasado tres semanas. El pequeño Nadir ya cumplió tres meses y su salud está perfectamente bien.
Y pese a que el susto ya pasó, Seidy asegura que nunca olvidará todo el dolor que le provocó el coronavirus a nivel emocional.
“Esta fue una experiencia muy dolorosa y que yo no le deseo a nadie, pero yo supe levantarme con la ayuda de Dios y de mi familia”, recuerda.
Sobre las personas que convirtieron en una pesadilla su estadía en el albergue Carmen Lyra no tiene mucho que decir: ya los perdonó y no les desea ningún mal.
“Yo no tengo nada en contra de ellos, yo no opino con enojo, ni nada; y se lo dije a mi mamá y a mi familia, que si una persona hace las cosas con mala intención o porque están asustados, que Dios los perdone, que solo Él sabe por qué pasan las cosas. Yo lo único que quería era el bienestar de mi bebé y de mi familia y que todo saliera bien.
“Y por más que las personas me hayan criticado yo no les guardo ningún rencor y eso queda en cada uno de ellos.
“De hecho, yo sé que incluso hubo muchas personas que nos criticaron por este lado de Grano de Oro y lo mismo le dije yo a mi familia: que los dejemos y que si las personas dicen algo de nosotros, que nosotros no tenemos por qué tomar represalias, ni hablar mal de ellos”, asegura.
La mala experiencia pasó y su familia está unida y sana. Dice Seidy que ya no le falta nada.
No obstante, también tiene claro que esta experiencia le enseñó muchas cosas, entre ellas a valorar más su vida y su familia, a la que ama con todo su corazón.
“La familia es lo más importante y hay que aprovechar los días: cada segundo, cada hora, para estar bien con ellos para quererlos, abrazarlos, que no hay que perder ningún minuto, porque después uno se puede arrepentir”, asevera.
Ahora, solo espera quedarse en su casa y no tener que regresar a Turrialba por un buen tiempo.