Cada cita con el deporte mundial estará provista de sus propias particularidades, pero la realización de Tokio 2020 -que tuvo que posponerse al verano del 2021 por cuenta de la pandemia global- se ha desmarcado por completo de sus antecesoras competencias en el orbe.
Para empezar, las olimpiadas japonesas se han realizado sin público, en medio de no pocas precauciones y, aún así, enfrentándose al contagio de algunos en la Villa Olímpica.
Sin embargo, a fin de cuentas el espíritu deportivo ha imperado pero no necesariamente de la manera tradicional: está dicho que vivimos tiempos diferentes, ni mejores ni peores -eso depende de la lupa con la que se juzgue- pero sí definitivamente diferentes.
Para todos los efectos y con el fin de evitar confusiones, es menester aclarar que se mantendrá el título original de las olimpiadas, para todos los efectos, Juegos Olímpicos Tokio 2020.
Para introducir este recuento hablamos de la gran Simone Biles. Que la mejor gimnasta en la historia de Estados Unidos, simplemente diera un paso al costado en plenas Olimpiadas con una frase lapidaria: “Ya fue suficiente”, para luego explicar que su mente no estaba preparada para asumir el calibre de presión al que estaba sometida, fue un hecho que no estaba presupuestado ni por asomo.
Sin embargo, descorrió un tabú con demoledoras frases de apoyo por parte de personas -atletas o no- destacados en todo el planeta, empezando por el titán de la natación Michael Phelps, el deportista olímpico más condecorado de todos los tiempos, quien apadrinó la decisión de su coterránea con otra frase que desvela el altísimo costo que la gloria tiene para los titanes olímpicos: “Me rompió el corazón. Pero también, si te fijas, la salud mental en los últimos 18 meses es algo de lo que se habla más”.
Pero en el lado extremo se encuentra la historia del sudafricano Dallas Oberholzer, el segundo skater de mayor edad en Tokio 2020, con 46 años, quien solo esperaba no sufrir un ataque cardiaco y divertirse como niño.
“Esto no debería ser un problema. La diversión ha sido el trabajo de toda una vida para él”, ironizan con humor medios como el Chicago Tribune. La frase de Oberholzer no deja términos para la duda: “Nunca he tenido un trabajo real. Nunca he solicitado un trabajo”, declaró.
“Toda mi vida ha sido patinar. Soy un adicto”, agregó con desenfado antes de confesar que lo que más feliz lo haría era lograr que su madre estuviera orgulloso de él, por una vez en la vida.
En el siguiente escaparate de Tokio 2020 se muestran historias de drama, pundonor, heroísmo, ingenio, protestas, anécdotas, gestas y tremendos personajes cuyos casos le han dado la vuelta al mundo como necesario y obligado condimento al tema deportivo.
Es más que claro que, con todo y todo y visto lo visto, el ser humano tras los atletas está primero.
Simone Biles, un grito descarnado
La mejor gimnasta de la historia de Estados Unidos dio una lección magistral de cómo manejar la intensa presión que tienen los atletas de élite. En corto, así analizó The New York Times el revuelo mundial que causó Simone. ¿Qué tipo de atleta se retira de los Juegos Olímpicos?.
“Una capaz de reconocer sus límites y detenerse antes de chocar con ellos. Por lo tanto, al retirarse de la competencia de gimnasia por equipos en los Juegos Olímpicos de Tokio, Simone Biles, la mejor gimnasta en la historia de Estados Unidos, hizo una declaración tan poderosa como cualquier proeza que ha logrado como atleta: dijo “ya fue suficiente”.
“Tras un desempeño errático inusual en las pruebas preliminares -según los altos estándares que ella misma se ha impuesto- Biles se dio cuenta de que no podría ejecutar su salto planeado en la final por equipos. Tras una cuidadosa deliberación, abandonó la competencia.
“Al final del día también somos humanas, tenemos que proteger nuestra mente y nuestros cuerpos en lugar de simplemente salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”, declaró ante los reporteros tras la final, en la que su equipo ganó la medalla olímpica de plata.
Biles se suma a un grupo cada vez mayor de atletas jóvenes -incluida otra participante olímpica, la estrella del tenis Naomi Osaka- que están combatiendo el relato tradicional sobre ganar el oro a toda costa, incluso, a expensas de su propia salud mental o física.
“Al final del día, también somos humanas, tenemos que proteger nuestra mente y nuestros cuerpos en lugar de simplemente salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”.
— Simone Biles, gimnasta olímpica de EE.UU.
Al clamor de Simone se unió nada menos que Michael Phelps, el astro mundial que ha vivido como pocos esta presión y que ahora intenta que otros no sufran lo que él vivió. Según declaraciones a diversos medios mundiales, el nadador reconoció abiertamente que la presión lo condujo a una depresión que casi lo lleva al suicidio.
“Lo que más me gusta es tratar de ayudar a otros deportistas a abrirse y a entender que está bien no estar bien. Tenemos muchas dificultades en la vida. Solo quiero que todo el mundo se tome el tiempo necesario para dedicar a la salud mental y a la salud física. Si nos tomamos tiempo para ambas cosas y las unimos, seremos más fuertes y podremos conseguir más cosas. Creo que deberíamos dar un paso atrás y pensar en ambas cosas, y eso nos ayudará a avanzar en la vida”, comentó Phelps.
Este miércoles, al cierre de esta edición impresa, El País de España se solazó con una espectacular crónica en la que describe cómo Simone volvió como quiso y cuando quiso y ganó el bronce. La estrella, según el diario europeo, regresó después de una semana de recuperación de una crisis -”un bloqueo mental”, explicó ella-, que le impedía orientarse en el espacio. “Se perdía en el aire y no sabía diferenciar techo de suelo”, detalló el artículo.
“Simone Biles ha vuelto, respira el mundo que tan preocupado ha estado por ella y por las consecuencias para la salud del deporte de élite, la locura de la competición, la presión, la depresión, la ansiedad. En el pabellón suena Colegiala, la cumbia de Walter León, la de la carita de coqueta y es inevitable seguirle el ritmo, la alegría.
“Y ella no para de sonreír desde el comienzo de la competición hasta el último segundo, apenas 15 minutos, ocho actuaciones de 70 segundos, y, entremedias, minutos de angustia a la espera de la puntuación. Sonríe con su gran sonrisa de grandes dientes felices cuando se quita la mascarilla para la foto, sonríe con los ojos hasta el último segundo en el podio con la medalla de bronce al cuello, sonríe hasta mientras suena el himno de China en honor de la nueva campeona olímpica de barra de equilibrio, una niña de apenas 16 años, Guan Chenchen, que clava un ejercicio más arriesgado, más difícil; y, como se esperaba, como Biles sabía, china es también la segunda, Tang Xijing.
Más tarde, con la medalla de bronce en su cuello, Biles comentó: “Estaba orgullosa de mí misma, simplemente por haber logrado estar ahí después de por lo que he pasado”.
“Ni esperaba ni buscaba una medalla. Solo quería estar aquí por mí, y eso es lo que hice”, agregó la deportista.
Su sitio era el tercero y lo aceptó como un triunfo, como habría aceptado ser la octava, porque su victoria es otra, y ya lo dijo hace nada cuando superaba su crisis entrenándose en un gimnasio de Tokio, dejándose caer en colchonetas blandas, dejando que el tiempo y la calma la curaran y, por la tarde, animando a sus compañeras, como su fan más devota: “Pensé que se me admiraba por las medallas, pero he comprobado que se me quiere por ser la persona que soy”, manifestó Simone, a todas luces relajada sobre las enormes expectativas que se erigían sobre ella.
Nadie, posiblemente ni ella, puede decir lo que implicó delatarle al mundo su punto de inflexión. Quizá, en pocas palabras, lo dice el titular de El País: Simone Biles, bronce en barra, oro en coraje: la gimnasta estadounidense queda tercera en su regreso a la competición en un aparato en el que sabía que no ganaría.
Y bueno, por lo que se sabe, en medio de todo Simone se siente mucho más en paz consigo misma que si hubiera ido por el oro al que estaba convocada.
Un rocambolesco atleta
A estas alturas se impone volver sobre el sudafricano Dallas Oberholzer, por sus anécdotas fabulosas, que según el Tribune son el resultado de una existencia nómada y cuatro rechinantes ruedas de poliuretano: “Si el skate es la disciplina punk rock de los Juegos Olímpicos, poco convencional pero sin tomarse muy en serio, entonces Oberholzer es su Iggy Pop -áspero, salvaje y un tanto desgastado, alguien que puede hablar durante horas-”.
Es imposible no extenderse en esta historia. Como no citar aquella vez en que trabajó como chofer en conciertos y le tocó llevar a los bailarines de Janet Jackson. O de su viaje de 16 meses desde Canadá hasta Argentina, después de graduarse de la universidad con un título en publicidad que finalmente no le sirvió de mucho.
“Una colección de experiencias”, es como se describe a sí mismo. Otra definición podría ser “la insignia de las personas de mediana edad en todo el mundo, portando el estandarte de la Generación X en una competencia ante las Generaciones Y y Z”.
“No voy a ganar. No voy a recibir una medalla. Pero soy el mejor en África, en verdad. Y el mejor tipo de África tiene que ir a los Olímpicos”, comentó.
Sus declaraciones han causado hilaridad en la prensa olímpica mundial. “Es increíblemente épico”, continúa. “Es un viaje con todos los gastos pagados y patinaré en el mejor parque en el que haya patinado en toda mi vida”.
“No tengo nada que perder y nada que demostrar. Sé que tengo 46 años y todo lo que necesito hacer es mantener un buen ritmo cardíaco para mantenerme en la tabla por 45 segundos”, dijo Oberholzer. “Estaré sonriendo, amigo. Eso espero. Si no es porque tengo un leve infarto cardíaco”.
Pero nada de lo que ha hecho ha impresionado a su mamá, Linda, como obtener un boleto a Juegos Olímpicos.
“Finalmente mi mamá está contenta con las decisiones que tomé en la vida. ¿Saben lo bien que se siente? Le tomó todo este tiempo a mi mamá aceptar que esto es lo que hago con la vida”, declara. “Probablemente eso es lo mejor de todo esto, que mi mamá finalmente diga ‘Wow’”.
El podio más joven de toda la historia
La japonesa Momiji Nishiya, de 13 años, Rayssa Leal, de Brasil, con la misma edad, y la también nipona Funa Nakayama, de 16 años de edad, hicieron historia en Tokio. Las tres adolescentes, profesionales del skateboarding, se convirtieron en el podio más joven de toda la historia de los juegos olímpicos.
Tal como comentó el medio español La Vanguardia, estas tres adolescentes dejaron en alto el nombre de sus países y a su deporte, que por primera vez se veía en unos Juegos Olímpicos. “Con sus victorias, estas jóvenes revolucionaron la historia de los JJOO (manera abreviada en que se llama a las Olimpiadas de Tokio). Este podio de atletas nativas digitales llama la atención e inspira a niñas, niños y a adolescentes a prestarle atención a los juegos olímpicos o a participar en actividades deportivas para convertirse en una estrella como Rayssa, Momiji y Funa.
Ítalo Ferreira, un campeón a toda costa
Hasta congoja genera la cadena de vicisitudes increíbles que tuvo que superar el joven brasileño Ítalo Ferreira, quien luchó por el oro y lo consiguió. Se trató de una medalla que, a no dudarlo, vale por 10 en vista de todo lo que le ocurrió.
Tal como reseñó France24.com, el joven nacido en 1994 fue el ganador de la presea dorada en Tokio 2020, en una disciplina que apenas se estrena en estas olimpiadas: el surf. El carioca comenzó su carrera desde muy niño surfeando en una tapa de poliestireno, de la nevera donde su papá vendía pescados.
Pero llegar a ser el mejor no fue fácil, pues tuvo que sortear muchos escollos para poder clasificar y participar en la máxima cita deportiva, a pesar de que era uno de los favoritos pues se trata del mejor del mundo en surf.
Ferreira estuvo a poco de no participar en el Mundial de Surf en 2019, y si no participaba en esta competencia no podría competir en Tokio 2020. La agonía comenzó cuando el surfista estaba en Santa Mónica, EE.UU., y delincuentes rompieron la ventana de su vehículo y robaron todo, inclusive su pasaporte y visa para Japón.
Angustiado hasta la médula, posteó en redes sociales que había perdido su pasaporte, pero su documento nunca le fue devuelto y Ferreira no pudo viajar a Japón en el tiempo previsto. Después de un agobiante periplo el joven surfista logró obtener nuevos documentos y se disponía a viajar a Tokio, para realizar su clasificación, pero un tifón retrasó el vuelo por más de 18 horas. Cuando por fin pudo llegar bajó del avión y se dirigió enseguida a la playa en la que se realizaba el campeonato.
Llegó sin la ropa adecuada y mucho menos tenía una tabla de surf, vital para mostrar sus hazañas, pero como ha dicho, “siempre hay un ángel” y un coterráneo suyo le prestó el atuendo y una de sus tablas: fue así como Ítalo se hizo con el campeonato mundial y obtuvo su soñado pase a Tokio 2020.
La madre de todas las atletas
“Una mujer de 46 años en un reino de niñas. Oksana Chusovitina se despidió el pasado 26 en Tokio con ocho Juegos Olímpicos disputados. Puestas en pie, sus rivales en la clasificación de salto, la única en la que competía, aplaudían a la madre de todas las gimnastas. También lo hacían los jueces. Y ella dibujaba un corazón con las manos y repetía ‘adiós’ mirando a la cámara. No pudo evitar las lágrimas en el adiós de un caso único de longevidad en un deporte que parecía reservado a cuerpos adolescentes, flexibles y reactivos”: así honró el experimentado periodista Joan Justribó, de mundodeportivo.com, en una de las mejores crónicas dedicadas a Oksana, cuya historia está siendo valorada para ser llevada al cine, según diversos adelantos noticiosos.
Siempre, según el medio citado, ella es la única gimnasta que ha competido bajo cuatro banderas diferentes (Unión Soviética, Comunidad de Estados independientes en Barcelona’92, Alemania y ahora Uzbekistán); única gimnasta que ha entrado en el Salón de la Fama de su deporte sin estar retirada; poseedora de cinco movimientos que llevan su nombre en el reglamento de puntuación de la Federación Internacional y una de las pocas gimnastas que se atreven con el ‘salto de la muerte’ que introdujo la rusa Yelena Produnova.
Sétima en salto en Río, sigue siendo competitiva, pero el 26 de julio quedó fuera de la final de salto, su gran especialidad.
Sus éxitos no han parado durante casi 30 años, desde Barcelona 92: 11 medallas en Mundiales y dos en Juegos, el oro por equipos en Barcelona’92 y, defendiendo a Alemania, la plata en salto en Pekín 2008. Entrena menos que sus adolescentes rivales, dos horas y media diarias, y su experiencia la ha ayudado a prevenir lesiones. “En el podio todas somos iguales, da igual si tienes 40 o 16 años”, dice cuando le preguntan por su edad.
Un gran drama con final feliz marca también su historia personal: la maternidad la define casi tanto como su papel como gimnasta. Su hijo Alisher, hoy de 24 años, fue diagnosticado en 2002 de leucemia, cuando apenas tenía dos años.
Por él, en busca del mejor tratamiento, emigró a Alemania junto a su marido, el luchador Bakhodir Kurpanov. El pequeño se recuperó y ella no olvida la llamada del médico al darle la noticia. “El mayor éxito de mi vida. No se puede comparar con nada, ni con un oro olímpico”, ha dicho entre lágrimas de orgullo y felicidad.
Amor olímpico
Como es sabido, en todas sus ediciones, no son pocos los encuentros o anécdotas entre parejas durante la celebración de los Juegos Olímpicos. De acuerdo con una reseña de RFI (Radio Francesa Internacional), quizá la más conocida de todas sea la de uno de los matrimonios más longevos entre deportistas.
Mirka Vavrinec era parte del equipo de tenis suizo durante los Juegos de Sidney 2000. Allí coincidió con una promesa de 18 años llamada (nada menos que) Roger Federer, quien a la postre se convertiría en uno de los mejores tenistas de la historia pero, más importante aún, en su marido.
Con él tiene ahora 4 hijos, dos gemelas y dos gemelos. Federer llegó a confesar que tras dos semanas de convivencia olímpica se besarían por primera vez un día antes de abandonar el continente oceánico.
Las historias de amor olímpicas son diversas, multirraciales, competitivas y de variedad de género como la que protagonizaron Kate Walsh y Helen Richardson. Las jugadoras de hockey británicas que hicieron historia en Rio 2016 al ser el primer matrimonio homosexual en competir en unas olimpiadas.
Pero aterrizando en Tokio 2020, podemos referirnos al beso viral de dos nadadores: Florent Manaudou y Pernille Blume.
La pareja de novios, pertenecientes a la delegación francesa, no se resistió las ganas y gritaron su amor al mundo al chocar sus labios a pocos pasos de las piscina. Lo hicieron después de ganar medallas olímpicas: “él la de plata y ella la de bronce en los 50 metros libres en las categorías masculina y femenina”, detalló la edición mexicana de la revista Glamour.
Pero detrás del beso hay una historia llena de dificultades y presiones, originadas por el deporte que practican. Su relación, durante estos años, ha estado a prueba.
“Si nado mal, no estoy nada feliz. Siento que soy horrible y me comporto terriblemente con todo el mundo”, confesó Florent al periódico Le Parisien.
“Vivimos juntos todo el año, no lo hemos tenido fácil durante este último. Ella aguantó mucho, creo que yo fui un poco más pesado”, agregó.
Pero además del beso, que evidencia su amor, Glamour ha soltado una noticia que ilusiona a los fans de las historias de amor olímpicas: “Tokio ha servido para que olviden cualquier obstáculo y él (Florent) ha insinuado incluso que podrían casarse pronto”.
Las camas anti-sexo de Tokio 2020/21
Entre las particularidades de estas olimpiadas se encuentran las “camas anti-sexo”, en las que descansan los atletas de estas justas.
Mientras que Rio 2016 repartió 42 preservativos por deportista para disfrutar de las olimpiadas, Japón creó camas que soportan solo el peso de una persona.
Según el diario español La Vanguardia, en la villa Olímpica de los últimos Juegos Olímpicos de Invierno, celebrados en Pyeongchang, la utilización de Tinder aumentó en un 350%.
“Al fin y al cabo es su gran fiesta, un lugar de reunión de miles de jóvenes atléticos con similares aficiones, de entrenadores y fisioterapeutas que tienen algo más que compartir que tácticas de entrenamiento y, sin dejar a un lado el sexo homosexual, la extraordinaria reunión de deportistas masculinos y femeninos por igual”, dice el medio español.
Y explica, con algo de guasa: “Vamos, que las olimpiadas son el olimpo (valga la redundancia) del deporte pero también su clímax social. Entre tanta tensión y compañerismo, lo normal es que surjan roces. Pero estos serán más difíciles, o al menos más incómodos, en los Juegos olímpicos de Tokio. Bautizadas ya en internet como camas anti-sexo, la organización nipona encargó 18.000 camas fabricadas con cartón que solo soportan el peso de un atleta. El objetivo es impedir que compartan cama, ya sea por amistad o algo más y así evitar contactos por coronavirus. Eso sí, no sabemos qué diferencias habrá en la cama de cartón de un lanzador de peso con la de un maratoniano... Además, siendo atletas y viendo la flexibilidad de algunos, poco importa la cama”.
Más allá de la anécdota de las camas, diseñadas para soportar el peso máximo de una persona y sus evidentes connotaciones de baneo sexual dados los antecedentes de las villas olímpicas de otras ediciones, hay más razones que la seguridad ante el coronavirus.
El objetivo de Japón es que el 99% de los bienes adquiridos durante las olimpiadas sean reciclables. Es decir, la organización se ha enfocado en demostrar que Japón puede ser un país de industria e inventiva puntera sin emisiones de carbono y con un futuro verde en desarrollo.