Son las 5:30 p. m. de un jueves y en el centro de San José cientos de personas caminan por la Avenida Central de regreso a sus casas tras un largo día de trabajo.
Unos van, otros vienen, pero nadie se detiene a observar lo que hay a su alrededor; quizá por la pandemia, quizá por temor a que los deje el bus o simplemente porque anhelan llegar a sus hogares a descansar.
Sin embargo, entre todo el ruido y la inmensa cantidad de rótulos de los comercios que intentan acaparar la atención de los transeúntes, se encuentran ellos, en silencio, solamente presenciando el ajetreo diario al que ya están acostumbrados.
Han estado allí por más de 100 años, inamovibles, viendo las generaciones pasar y las transformaciones de la urbe. Sus muros son tan imponentes que hablan por sí solos, aunque muchos no se percatan.
Se trata de edificios que están en pie desde finales del siglo XIX y otros de inicios del siglo XX, que sobreviven a las demoliciones y a los trabajos que se han realizado en el corazón de San José a lo largo del tiempo y que siguen siendo testigos de la historia.
“Son edificaciones de altísima calidad, que mientras se les dé mantenimiento pueden llegar a durar 100 años más”, afirma el arquitecto y cronista de la ciudad de San José, Andrés Fernández.
Aunque estén plagados de rótulos comerciales y hayan sufrido varias transformaciones, basta con detenerse unos minutos a contemplar sus fachadas para poder trasladarse a la Costa Rica que nos heredaron nuestros antepasados, quienes no construían un local comercial solo por hacerlo, sino que procuraban crear edificaciones sobresalientes, visualmente agradables y modernas para la época.
“No se puede medir el valor que tiene para Costa Rica, porque nos hablan de una Costa Rica que ya no es en todo sentido: ni política, ni tecnológica, ni económicamente y los diseñadores, maestros de obras, arquitectos no son los mismos. La gente quiso estos edificios y conocía a profundidad sus materiales y ese conocimiento tan exquisito lo hemos perdido, de la misma manera se ha perdido la artesanía de la arquitectura”, explica Fernández, quien por años se ha encargado de hacer estudios historiográficos de San José.
Y es que mucho se habla del Teatro Nacional, del Teatro Popular Melico Salazar, del Cine Variedades, del edificio de Correos y Telégrafos y de algunas iglesias como la Catedral Metropolitana o la de El Carmen y no es para menos: su ubicación estratégica les permite ser más vistosos que otras joyas arquitectónicas.
No obstante, hay otros inmuebles igual de antiguos pero que por la propia saturación de la modernidad no se pueden apreciar con tanta facilidad.
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“La contaminación visual es lo primero, pero colabora el hecho de que no hay aceras en San José, y por otro lado a esos dos factores negativos, está la contaminación sónica. En San José no se vive, apenas se sobrevive y cuando usted tiene como primacía la supervivencia no tiene tiempo para la belleza”, añade Fernández.
Por eso, hoy le ayuda a tomárselo con más calma y reparar, quizás por primera vez, en algunas de las edificaciones más veteranas de la capital que aún conservan sus rasgos originales.
La Magnolia
En 1901, existía un comercio de dos plantas que se dedicaba a la comercialización de diferentes productos y que pertenecía a una familia española. Era uno de los lugares de moda que se ubicaba en una esquina icónica de la Avenida Central.
Ahí había una tienda que se llamaba La Magnolia, la cual era visitada frecuentemente por muchas señoras y señoritas de la época. Eso llamaba mucho la atención de los “señoritingos”, que pasaban horas en las afueras del centro comercial.
“Estaba en diagonal con el Palacio Nacional, es decir, con el centro del poder político del país y por lo tanto muchos señoritingos -como les decían en España- o muchos chiquitos bien se arremolinaban en esa esquina y pasaban las tardes vagabundeando, porque aquí venían las chicas lindas y era una esquina esencial de San José, entonces fue un punto de referencia y de reunión social”, explica Fernández.
Ubicar este edificio en el centro de la capital es sencillo: se encuentra sobre la Avenida Central, diagonal al quiosco del Banco Nacional, y actualmente alberga una tienda Arenas.
Según explica Fernández, esta estructura fue construida en ladrillo (que en ese entonces era la nueva tecnología), madera y las molduras en puertas, ventanas y el balcón tenían un estilo neoclásico, es decir, muy español.
“Este es un primer intento tímido de hacer una arquitectura sencilla pero lo más europea posible. Al frente había uno muy parecido que desapareció luego; y casi con toda seguridad tiene que haber sido una L porque estos edificios tenían que respirar a ambos lados, entonces debía tener un parque central que casi con toda seguridad se tuvo que haber rellenado”, comenta el experto.
Del edificio original quedan muy pocos elementos debido a las constantes transformaciones que se le han hecho; sin embargo, basta con prestar atención, buscar el balcón, colocarse debajo de este y mirar hacia arriba para observar un detalle que se mantiene íntegro y en el que se lee “Abril” a un lado y “1901”, al otro y hace referencia a la fecha en que fue construido.
Se desconoce quién fue el arquitecto de esta obra.
Edificio Macaya
A inicios de los años 1900, la familia Carranza decidió vender su propiedad, ubicada en el corazón de la capital, al colombiano Miguel Macaya. Allí se ubicaba una casa con caballeriza incluida y que se botó con el propósito de crear un gran local comercial.
Jaime Carranza Aguilar, primer costarricense graduado como arquitecto, fue a quien se le encomendó la tarea de construir un edificio de dos plantas a fin de utilizarlo como una ferretería, la cual operaría allí desde 1908 y sería la más grande y sofisticada de ese entonces.
“Iba mucho más allá de una ferretería. Era un negocio que se dedicaba a todos los materiales de construcción y otros afines, entonces tenía una gama muy amplia de productos europeos y norteamericanos que se podían encontrar en San José de Costa Rica”, afirma el Fernández.
Llegar hasta este imponente edificio color crema, que cuenta con cinco balcones, no es complicado, pues se ubica 150 metros al norte del Teatro Popular Melico Salazar.
Posterior a ser ferretería, fue el Mercado de las Artesanías y actualmente lo ocupa la tienda Paca Loca.
El Macaya es un edificio de estilo ecléctico, es decir, mezcla distintos tipos de arquitectura. La forma es neoclásica, mientras que la decoración es barroca y modernista.
En cuanto a la estructura, esta es de metal, pero forrada de ladrillo y su piso es de piedra. No obstante, ha requerido de varias intervenciones (unas mejores que otras) y que permiten conservar su fachada casi intacta. Además, a lo interno se mantiene prácticamente igual, con sus pisos de piedra.
“Yo diría que este es uno de los edificios que menos ha cambiado en términos arquitectónicos en San José. De manera que se mantiene muy parecido a todo lo que indican las fotografías antiguas, que son de muy pocos años después de construido el edificio”, detalla Fernández.
Este edificio es Patrimonio.
Banco Anglo
Frente a la casa de Juan Mora Fernández, primer jefe de Estado de Costa Rica, en una de las zonas más importantes del centro de San José, se construyó el Banco Anglo Costarricense, en 1914.
Este se situó originalmente en una casa vieja de ladrillo, sin embargo, la entidad financiera, que en ese entonces era privada y gozaba de gran prestigio, decidió levantar sus instalaciones en un nuevo terreno.
Las obras estuvieron a cargo del arquitecto tico Jaime Carranza, en 1913; no obstante, un incendio consumió más de la mitad de la cuadra, incluida la avanzada obra del banco y debieron comenzar desde cero.
“Se partió de un diseño nuevo y se hizo el edificio actual, que es de tendencia neoclásico prusiano, que intenta asemejar los edificios del renacimiento florentino en el siglo XV”, explica Fernández.
Ese edificio es el que hoy alberga las oficinas del Centro de Patrimonio, en la Avenida Central, frente al edificio Lehmann, y aunque no ha cambiado su esencia, el arquitecto asegura que a su juicio “la restauración contemporánea (que le hicieron) no es la más adecuada”.
De color verde claro, con ventanas a lo largo de las dos plantas, el edificio de gran tamaño cuenta con doble altura y un techo transparente o traslúcido en la parte superior, que resalta su belleza. La primera planta también fue construida con doble altura, pues servía para dar espacio a las cajas de pagos y cobros.
Los detalles por dentro y por fuera son neoclásicos, mientras que sus pisos son una mezcla de mármol, madera y baldosas hidráulicas (conocido más popularmente como mosaico), dependiendo de la ubicación.
Tras ser por más de tres décadas las instalaciones del banco, en 1949, durante el gobierno de José Figueres Ferrer se nacionalizó la banca y el Banco Anglo pasó a convertirse en una institución más del Estado.
A partir de entonces, sus instalaciones las utilizaron diferentes instituciones, incluido el Ministerio de Economía, Industria y Comercio (MEIC) y el Ministerio de Cultura y Juventud.
Este es un edificio declarado Patrimonio.
Edificio Juan Knöhr e hijos
En la San José burguesa y cafetalera, hacia finales del siglo XIX, muchos de los comercios de la época abrían sus puertas alrededor del mediodía y cerraban a eso de las 10 p. m.
Se trataba de grandes almacenes vespertinos nocturnos, que vendían telas, vestidos confeccionados, sombreros traídos desde París y sacos provenientes de Londres. También vendían hilos y productos de todo tipo.
“Eran los grandes almacenes europeos a pequeña escala de San José que nacieron para satisfacer los gustos burgueses y que vendían de todo: desde una aguja, hasta un motor. Era impresionante”, afirma Fernández.
Abrían hasta altas horas de la noche, pues después de un día de trabajo, las familias iban de compras.
El primer almacén de este tipo que se levantó en el centro de la capital fue el Almacén Knöhr, un edificio esquinero ubicado sobre la Avenida Central, al lado del edificio del Centro de Patrimonio y que en la actualidad alberga una tienda Ekono, una panadería Samuelito y una farmacia Sucre.
Este almacén perteneció a Juan Knöhr, un alemán que se estableció en el país y abrió esta gran tienda a dos plantas, con ventanales en ambos pisos (que hasta la fecha se mantienen), con el propósito de colocar toldos de colores en las afueras, para mostrar los productos que ofrecían.
“A San José los centroamericanos la visitaban porque era la París o Madrid de Centroamérica. Era una Madrid a lo chiquitito, pero un Madrid al fin, con tranvía incluido, el cual pasaba justo al frente del almacén”, explica el cronista de la ciudad de San José.
Este es un edificio color amarillo claro con detalles en blanco, construido con ladrillos -material de construcción por excelencia en la época- y techo de acero y hierro galvanizado. En la parte superior de su fachada, se puede leer “Juan Knöhr Hijos” y un poco más arriba “1914”, año de su fundación.
Pese a que en su mayoría esta edificación se conserva, ha cambiado por dentro, ya que después del terremoto de 1990, la estructura sufrió varios daños.
“A mi juicio le hicieron un trabajo muy respetuoso e inteligente, lo reestructuraron con acero por dentro y conservaron la fachada, que es esencial, no solo porque es la cara sino porque la ciudad conserva una huella, por lo menos, y lo más importante es que está en uso”, detalla el arquitecto.
El antiguo Almacén Knöhr es Patrimonio.
Edificio Lehmann
El sacerdote alemán Bernardo Augusto Thiel, segundo obispo de Costa Rica, se propuso abrir una librería católica en el país, para promover la lectura y la religión.
La idea era que se vendieran libros, se imprimieran y se encuadernaran, todo en el mismo lugar.
Para ello, contrató a Antonio Lehmann, un alemán, que cumplía con las necesidades del obispo y que abrió la Librería Lehmann en un edificio vanguardista (para ese momento), ubicado en la Avenida Central, frente al hoy Centro de Patrimonio.
Pronto este se convirtió en uno de los sitios favoritos de los letrados del país en aquella época.
“Allí ellos hacían venta de libros, imprimían y encuadernaban. De ahí salieron algunos de los libros más importantes de la literatura costarricense”, asegura Andrés Fernández.
Antes de llegar hasta esta propiedad, que en su momento fue la casa del primer jefe de Estado Juan Mora Fernández, el señor Lehmann alquiló otros locales. Sin embargo, fue en 1917 cuando se levantó la edificación.
Este, al igual que muchas de las obras josefinas más relevantes, estuvo a cargo de Jaime Carranza, quien diseñó la estructura en un estilo neoclásico romántico francés y que quiere ser renacentista.
Es esbelto y se ideó con el propósito de hacer del primer y segundo piso una sola fachada mediante las columnas. Se construyó con ladrillos, el techo cuenta con estructura de metal y el piso con baldosa hidráulica.
Además, cuenta con múltiples detalles que decoran su fachada y con grandes ventanales tanto en la parte inferior como en el segundo piso.
“Se conserva con cambios, pero en esencia el edificio se conserva bien”, afirma el arquitecto Fernández.
Tras décadas de ser la afamada Librería Lehmann, este edificio pasó recientemente a ser la tienda Eta Fashion. También es Patrimonio.
Maroy
En junio de 1919, un grupo de josefinos enfurecidos con la dictadura de Federico Tinoco se dieron cita en el centro de San José y quemaron el edificio del periódico La Información, que se había puesto a las órdenes del gobernante.
Por esta redacción pasaron algunos expresidentes como Julio Acosta y Otilio Ulate Blanco y producto del incendio, el sitio, que era un edificio criollo y esquinero de dos plantas, quedó hecho cenizas.
Al costado norte del periodico, ubicado 50 metros al norte del cine Variedades, había un edificio pequeño y angosto, pero largo hacia el fondo, que sobrevivió al incendio.
“Era un edificio que solo tenía una ventana, una puerta y un balcón; y se conservó porque era de ladrillo”, comenta Fernández.
Entonces, el arquitecto al que se le encomendó la tarea de crear nuevamente un edificio allí, del que no hay seguridad de quién es, se propuso tomar el pequeño edificio sobreviviente como referencia para toda la edificación. Así nació el Maroy.
Este es un edificio de 1923, desarrollado en un modelo de arquitectura ecléctica, con una estructura metálica con ladrillo y zócalo de piedra. Es un edificio verde claro, grande, que da vuelta a una esquina, con balcones, grandes ventanales y una pequeña cúpula.
La nueva y renovada estructura no volvió a albergar ningún medio de comunicación. La propiedad pasó a ser de la familia Jiménez de la Guardia y a lo largo del tiempo fue un edificio comercial.
Sus pisos eran de baldosa hidráulica (mosaico) en la primera planta, mientras que el segundo piso era de madera.
“Se le conoce como Maroy porque el señor Roy, casado con una Jiménez, vendía cosas de última tecnología, que eran las calculadoras y cajas registradoras que eran ‘las computadoras’ de la época”, explica Fernández.
En el segundo piso de la estructura se encontraba el Colegio Metodista. Sin embargo, actualmente la imponente edificación está en desuso y abandonada.
Este edificio es Patrimonio.
Luis Ollé
En 1917, se construyó diagonal a la iglesia de El Carmen, un edificio esquinero que en sus primeros años fue la ferretería De la Espriella.
Sin embargo, por ese nombre muy pocos lo recuerdan, pues años más tarde pasó a ser el Almacén Luis Ollé, un nombre que quedó grabado en el colectivo de los costarricenses, ya que era uno de los más frecuentados de la época.
Este era un almacén en el que se vendían una gran variedad de productos importados y muy frecuentado por los josefinos. A finales del siglo XX pasó a ser propiedad del Banco de Costa Rica.
Este es un edificio muy vistoso, no solo por su ubicación sino por su diseño, el cual estuvo a cargo del arquitecto salvadoreño Daniel Domínguez Parraga y que hasta la fecha se conserva en buenas condiciones, según el arquitecto Andrés Fernández.
“Se conserva muy bien a juzgar por las fotos de 1920 y 1921 de Manuel Gómez. Este es un edificio de doble altura, que en su costado este tiene un entrepiso, que era donde estaba la parte superior; y abajo era el área de exhibición, con una escalinata muy linda de madera. En ese sentido el BCR ha hecho un buen trabajo y se mantiene muy bien”, afirma el también cronista josefino.
El edificio, que es Patrimonio, está hecho de ladrillo, zocalo de piedra (unas bases “muy primitivas”, pero muy resistentes).
La edificación es de un solo piso en color amarillo claro con una gran cúpula, que en un principio era de concreto, pero que décadas atrás sufrió un grave accidente, cuando se cayó y la debieron sustituir por una de metal idéntica y la pintaron color bronce. Esa es la que se puede observar hoy en día.
Baruch Carvajal
En 1904 existía una tienda exclusiva, que estaba de moda y que todas las señoras y señoritas josefinas querían comprar allí, pues vendían lo último en sombreros importados desde París y con una gran calidad.
Eran diseños exclusivos, que no se hacían aquí y que eran limitados, por ello cuando se anunciaba una nueva colección, todas querían tener el suyo.
La tienda pertenecía a las señoritas Velásquez, hijas del señor Miguel Velásquez, dueño de la propiedad y quien utilizó el primer piso para la tienda de sus hijas, mientras que la familia vivía en la segunda planta.
“La casa Velásquez es un edificio valiosísimo, pero solo queda la fachada. Era un sitio esencial de la moda y la feminidad josefina”, asegura Fernández.
Allí también vendían las mejores telas, encajes, hilos y todo lo que las señoras y señoritas buscaran para matrimonios, bautizos y primeras comuniones.
La casa color amarillo, que se encuentra en el centro de San José, al lado de la iglesia de El Carmen,tiene un estilo veneciano. Su arquitectura es ecléctica, de influencia veneciana, sin embargo, lo que se mantiene conservado es solamente su fachada, pues por dentro ya no es igual.
Actualmente este edificio de dos plantas, que en la parte alta cuenta con dos balcones y grandes ventanales, es una galería. El edificio es conocido como Baruch Carvajal, pues luego de pertenecer a la familia Velásquez, pasó a ser un banco que llevaba ese nombre y que se situó allí por varios años.
Este edificio es Patrimonio.
La Alhambra
En 1893, un edificio llegó a convertirse en “el primer rascacielos de Costa Rica” y que para los campesinos de época, fue una infraestructura impresionante, por la altura que tenía.
En total eran tres pisos y fue un edificio que encargó José Román Rojas, un costarricense que pensó en hacer una gran casa para vivir con su esposa y que, además, sus hijos (ya casados) habitaran allí con sus respectivas esposas.
Don José Román viajó hasta Bélgica a encargar la edificación, con el propósito de conseguir el estilo que quería. Su idea era vivir en el tercer piso, que el segundo piso se usara como oficinas para alquilar y que el primer piso fuera un almacén al que llamaría La Alhambra, para que su esposa y sus nueras trabajaran allí.
“En efecto su esposa y sus nueras manejaron la tienda. Ahí estuvo también, en el segundo piso, la United Fruit Company y empresas y sociedades conocidas. Este es un edificio esencial porque era un edificio altísimo de San José, y fue el más alto durante muchos años, por lo menos en términos de pisos”, explica Fernández.
El edificio, en tonos celestes y crema, tenía un sótano y también tuvo el primer elevador de Costa Rica. Además, el propietario pidió que se le diseñara un imponente balcón árabe, para que las personas no se olvidaran de La Alhambra. Eso sí, el que está hoy en día es una réplica.
La Alhambra está muy bien conservado: allí se encuentran algunas tiendas en el primer piso, sin embargo, el arquitecto considera que le falta más uso, porque “los edificios sin usar son como una persona sin trabajar, se mueren, simplemente son organismos vivos que si usted no los camina, no los transita, no toca las puertas, no vive en ellos cotidianamente, ellos se mueren”.
Este edificio, que es Patrimonio, se encuentra en la Avenida Central, 50 metros al este del Banco de Costa Rica, conocido popularmente como banco negro.
Hospital Clínico Bíblico
Posiblemente este era uno de los edificios más sencillos de la época, en comparación con los antes mencionados. Sin embargo, era un sitio muy exclusivo, que frecuentaban personas adineradas de diferentes lugares de Centroamérica.
En el Hospital Clínico Bíblico se operaban y se atendían pacientes acaudalados, quienes a mediados de 1940 llegaban al Aeropuerto de La Sabana y de ahí directo al centro médico. En tanto, sus acompañantes se hospedaban en el Hotel Costa Rica y el Hotel Europa.
Fue inaugurado en 1928 y se convirtió en el hospital más moderno y el mejor de la región. Este nació como una opción para que las personas que no querían ser atendidos en el Hospital San Juan de Dios, que era un centro médico de caridad, pues no existía la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Su uso no es muy diferente a hace varias décadas atrás, pues este edificio color celeste de dos plantas continúa siendo parte de la Clínica Bíblica y alberga hoy en día (en su primera planta) la cafetería de ese hospital privado.
“Es un edificio criollo muy sencillo, pero muy hermoso; cuenta con un patio central techado, que es hoy donde se ubica la cafetería. En la planta alta conservan algunas de las habitaciones tanto administrativas, como de servicio médico y una museografía porque tienen las camas, las cunas, las pesas y sillas de ruedas antiguas”, comenta el arquitecto.
Esta es una estructura de madera, forrada en maya metálica con repello de concreto por fuera. Es decir, es un edificio de madera.
Sus pisos son hechos de baldosa hidráulica. Por tanto, entrar a esta cafetería, es como cruzar la puerta hacia la Costa Rica de hace un siglo.
“A mi juicio, el trabajo que hizo la Clínica Bíblica con su edificio antiguo es de lo mejor que se ha hecho en San José, porque hacer una cafetería allí es darle al público uno de esos pocos rincones exquisitos de ese San José antiguo que nos queda: con calidad, con color y con belleza.
“Es una verdadera joya desde todo punto de vista y la forma en que lo han intervenido, ha sido con una delicadeza digna de Europa. Es de elogiar lo que han hecho, es el tipo de cosas que enaltecen el patrimonio”, asevera Fernández
Tome en cuenta que estas son las edificaciones más antiguas que se encuentran en pie en el centro de San José, ya que de acuerdo con Fernández, de principios de los años 1800 ya no existen rastros (a excepción de un muro en la antigua Fábrica Nacional de Licores).
“Siento que desde principio del siglo para acá, hay un interés en la juventud por estos edificios, porque estos les cuentan su pasado. Un pasado que ya sus papás, ignorantes de su pasado, no les pueden contar. Un pasado que, desligados de sus abuelos, ya no les pueden contar. Entonces estos edificios son lo que les queda, de alguna manera, a las nuevas generaciones, para aferrarse y conocer algo de su pasado, y lo sé por mi trabajo en las calles”, asegura el arquitecto y cronista de la ciudad de San José.
Así que si vuelve a pasar por la Avenida Central, tome unos segundos y aprecie la arquitectura que tiene al frente, pues posiblemente es lo más palpable que queda de lo que fue la capital hace 100 años atrás.