Amelia Milagros -una pizpireta niña de tres años, brillantes colochos y nacionalidad nicaragüense-, estaba jugando en el patio delantero de su casa, en Grecia de Alajuela. Estaba en su mundo de fantasía cuando, inocentemente, un vecinito costarricense se acercó a la reja para saludarla.
El niño solo quería jugar con ella, pero un virus matón y ‘feo’ iba a interrumpir el infantil momento. La covid-19, que no distingue razas, ni edad, ni nada; se interpuso entre ambos chiquillos.
“Disculpe señor, de verdad, pero dígale a su hijo que no se acerque mucho a Amelia. Es que acá en la casa todos podríamos tener coronavirus”, advirtió con total y deslumbrante franqueza Ana Belén Romero, madre de la pequeña niña.
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Romero cree, que en ese momento, el barrio entero se enteró de su complicada condición. El día 15 de julio su marido, el nicaragüense Róger Jerez Esquivel-, había dado positivo para covid-19 y cuatro días después se confirmarían las demás sospechas. La pequeña Amelia también portaba la enfermedad.
El temor en la familia era grande, pues en ese momento Ana Belén -quien tiene nacionalidad salvadoreña pero cuya familia es toda nicaragüense-, estaba en su última etapa de embarazo.
“Lo bueno fue eso, que milagrosamente yo no resulté contagiada, o al menos eso fue lo que la prueba dictó”, dijo Romero, quien al momento de esta entrevista esperaba dar a la luz en tan solo dos días.
Otro elemento que alertó al barrio de su condición fue la compra de un famoso diario, que justo ese día hicieron en un supermercado local. Cuando el servicio express del comercio llegó a la casa, nadie pudo disimular, pues las estrictas medidas de protección los delataron.
“Los muchachos del supermercado traían guantes, gorros y todo eso. Era lógico, pues ya les habíamos explicado de lo que pasaba en la casa y les habíamos dicho que cuando vinieran tomaran todas las medidas necesarias. Después de eso, fijo, ya todo el barrio lo supo”, comentó Ana Belén entre risas.
A partir de ese momento de todo podría pasar. Sin embargo, los Jerez decidieron no pensar en las historias de rechazo que han sufrido algunos enfermos por covid-19 en Costa Rica, ni mucho menos en la odiosa xenofobia.
Los Jerez tan solo se concentraron en guardar la cuarentena, sin temor, con valentía. A esa altura, no imaginaban de lo que iban a ser capaces sus aventados vecinos.
Un pan ‘pura vida'
Ana Belén y Roger Jerez se conocieron en León, Nicaragua, y se casaron en el 2016.
“Nos conocimos porque él es el mejor amigo de mi hermano. Primero nos casamos civil y ya en el 2017 nos unimos por la iglesia”, reveló Romero, antes de dar a conocer los detalles de su inesperado viaje a Costa Rica.
Roger, quien es ingeniero civil, vivió en carne propia la crisis del 2018 en su país, cuando diferentes actores civiles se levantaron contra el mandatario Daniel Ortega y organizaron diferentes protestas en todo el país.
Al menos 320 muertos, centenares de prisioneros, decenas de miles de exiliados y millonarias pérdidas económicas dejaron los enfrentamientos en Nicaragua, sumiendo al país en una aguda crisis social.
Por eso, tras recibir una oferta de trabajo en Costa Rica, Ana Belén y Roger no lo pensaron dos veces para mudarse al país vecino. Acá Roger trabaja en una empresa constructora y ella cursa una carrera en la universidad, por lo que su estatus legal se supedita a un permiso laboral y otro de estudiante.
Primero vivieron un año y tres meses en San Ramón, hasta que hace 8 meses decidieron establecerse en Grecia, donde se toparon de frente con la covid-19.
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“Roger presentó unos síntomas y decidió ir a la clínica de aquí para hacerse la prueba. En el trabajo unos compañeros suyos habían salido positivos por lo que decidieron aplicarle el test”, narró Ana Belén.
“Efectivamente dio positivo y, desde entonces, decidimos no volver a salir, pues todos podríamos estar infectados. El jueves 17 de julio nos hicieron la prueba en casa y fue cuando supimos del diagnóstico de mi hija”, agregó.
Para la familia Jerez fueron momentos de mucha incertidumbre, aunque nunca se echaron a morir ni se preocuparon más de la cuenta. Roger había tenido una pequeña gripe -con dolores de cabeza incluidos- y a Amelia “se le tendía a bajar el ánimo” por la situación. Pero todo bien, dentro de lo que cabía al tener covid-19.
Lo que sí hizo llorar a esta familia nicaragüense fueros dos bollo de pan.
Un día después de aquel lamentable episodio, en el que un niño no pudo jugar con Amelia debido al nuevo coronavirus, el vecino y padre de la criatura se acercó al portón de los Jerez y dejó una porción de pan “y otras cositas” al frente de la casa.
“Yo no lo podía creer. Yo lo vi todo por la ventana, pues eran las 6 a. m. cuando sucedió. En ese momento comencé a llorar, me conmovió mucho el detalle, no lo podía creer”, expresó Ana Belén.
“Uno no espera que alguien haga eso, menos sin conocerte, ya que llevamos muy poco viviendo aquí”, agregó.
Pero el pan sería solo el comienzo. La solidaridad, en el barrio El Mesón de Grecia, estaba a punto de estallar.
Lluvia de detalles
Para horas de la tarde, de ese mismo día, Ana Belén tenía en su portón jugos y galletas para Amelia, más pan y varias bolsas de arroz y frijoles.
Además, durante los 15 días de la cuarentena, recibieron de forma anónima paquetes de azúcar, pasta, verduras y varias cajas de leche.
Todos los productos se posaban al frente de la casa, muchas veces con cartas hechas a mano que hacían más valiosos los detalles.
“Hola, no nos conocemos, pero para mi sería una bendición poder servirle en lo que pueda. Si ocupa hacer algún mandado o unas compras, llámeme”, decía una las misivas dejadas en la puerta.
“Yo trabajo 3 días por semana, pero si necesita algo ya sabe. Dios le bendiga”, agregó el ayudante anónimo.
Fueron una, dos o tres manifestaciones de cariño escritas en hojas de agenda o simples papelitos de colores. La idea era sencilla: que sus vecinos extranjeros no se sintieran solos.
“Nosotros sí sabíamos que eran nicaragüenses, pero nunca nos fijamos en eso. Para nosotros simplemente eran personas que necesitaban ayuda y queríamos ponernos a su disposición”, dijo una vecina de los Jerez, quien no quiso ser identificada.
La vecina, a quien llamaremos Marta, nunca pudo entender porqué en Turrialba quemaron colchonetas frente un refugio de indígenas, que tenían covid-19. Además, la señora cuestiona a los ticos que, en redes sociales, le echa toda la culpa a los nicaragüenses de los efectos de la pandemia.
“Eso es una barbaridad. Acá en el barrio hay católicos y evangélicos y sabemos que a las personas hay que amarlas, independientemente de su origen.Ellos no tienen la culpa. Somos seres humanos y la responsabilidad de cuidarnos es de todos, porque a todos nos puede agarrar el virus”, comentó Marta, de 49 años.
Marta afirmó que nunca se organizaron para apoyar a los Jerez. Al menos al principio todas las acciones fueron espontáneas, aunque reconoce que, poco a poco, se fue generando un bonito sentido de comunidad.
“Cuando todo el barrio sabía lo que estaba pasando y lo que otros vecinos estaban haciendo, pues las ayudas se fueron incrementando”, finalizó.
De esta manera, al portón de la casa de los Jerez continuaron llegando todo tipo de productos. Incluso comenzaron a dejarles platillos preparados, entre los que hubo sopas, verduras y arroz con pollo.
Hasta una pizza con Coca-Cola formó parte del menú.
“Cada vez que llegaba algo me echaba a llorar. De verdad que fue algo increíble. A todos gracias, disfrutamos mucho la comida ”, expresó Ana Belén.
La sorpresa mayor
Una mañana a Ana Belén le entró una preocupación. En la casa del frente estaban colocando unos globos de fiesta, o chimbombas, como ella misma les llamó con su singular acento.
Entonces corrió a llamar Amelia. Le dijo que se metiera adentro del cuarto pues pensaba que estaban a punto de organizar un cumpleaños y no quería que su hija se antojara de asistir.
“Imagínese, muy feo. Amelia estaba en cuarentena y no podía salir. Iba a ver la piñata y no, qué dolor para ella ver eso. Entonces la metí en mi cuarto y comenzamos a jugar con ella adentro”, recordó Ana Belén entre risas.
“Estábamos en eso cuando de pronto los vecinos comenzaron a llamarnos. Y yo dije, seguro es que quieren que salgamos, aunque sea al portón de la casa. Pero no, había algo más”, agregó.
Las ‘chimbombas’ eran para los Jerez.
Sus vecinos, conociendo lo del embarazo de Ana Belén, le organizaron un baby shower en plena calle. Guardando la distancia-pues todos se ubicaron al otro lado de la acera-, le dejaron una pila de regalos en media calle y desde allí miraron a su vecina abrir las sorpresas.
Ana Belén se sentó en una silla a la par de los regalos y la pequeña Amelia fue la encargada de pasarle los presentes.
“Yo vi eso y otra vez a llorar y a llorar. Incluso hubo vecinas que también lloraron, seguro de verme así de emocionada. Fue una bendición”, recordó conmovida.
En un abrir y cerrar de ojos su casa se llenó de pijamas, cremas, pañales, toallitas húmedas y toda clase de vestidos (la nueva integrante de la familia será una niña, un dato que de alguna manera pudieron averiguar sus vecinos).
Agradecimiento puro
Ana Belén está consciente del problema de la xenofobia en Costa Rica y que muchos de sus compatriotas son discriminados todos los días en distintas partes del país.
Sin embargo, cuando llegó a Grecia, su experiencia personal fue otra muy distinta.
“Desde que nos instalamos aquí, los vecinos siempre se pusieron a la orden”, comentó.
Pero la duda de estar un país extraño, con personas que no necesariamente comparten sus costumbres, la retrajeron un poco.
“Ellos se pusieron a la orden, pero nosotros mejor tratamos de no molestar. Usted sabe, para que todo esté bien”, agregó.
Así vivieron los Jerez en el barrio El Mesón de Grecia. Con un perfil bajo, que sin pretenderlo iba a cambiar por completo gracias a la covid-19 y la cuarentena obligatoria.
Hoy todos los conocen y, ahora que ya están libres del virus, ellos también conocen más a sus solidarios vecinos.
Tanto es su agradecimiento con la comunidad, que Ana Belén escribió en Facebook un emotivo post. Lo tituló así: “El pura vida a mis vecinos les queda pequeño, son mucho más que eso”.
A continuación transcribimos el mensaje completo, porque vale la pena leerlo:
Cuando te vas a un país que no es el tuyo, donde tenés a tu familia, tus amigos, a los tuyos, te vas solo con tu ropa puesta. A empezar de cero, a empezar a luchar con todo y contra todo. Tengo dos años de vivir en un país que a pesar de ser el país vecino (Costa Rica) me ha demostrado que nunca se está solo.
Hace 15 días, aproximadamente, mi familia está con covid-19, pero no saben ustedes las bendiciones que Dios nos ha puesto en el camino y en la puerta de nuestra casa.
Empezaron llegando alimentos básicos, de nuestros vecinos de El Mesón de Grecia. Luego llegó ayuda de todos lados, personas que ni conocíamos se pusieron a nuestra disposición, demostrándonos que el hermano no solo es el de sangre, si no aquel que te tiende la mano en una situación difícil.
Hoy mis vecinos, me demostraron que sí existen personas de gran corazón, personas que hacen el bien sin mirar a quien y sin esperar nada a cambio. A mi solo me queda decir muchas gracias por cada detalles, por cada gesto, por cada muestra de cariño para con mi familia. Que todo lo que me han hecho feliz, la vida se los multiplique.
La vida es dura, es difícil pero con amigos y vecinos como los que tengo, la vida resulta mucho más fácil y linda. ¡Qué gran sorpresa!.
El emotivo mensaje, rápidamente, fue compartido 1.500 veces en Facebook, provocó 3.500 reacciones y más de 300 comentarios en la red social.
Entre los comentarios más llamativos, muchos se mostraron animados a repetir el gesto acontecido en Grecia, lo que hace aún más valioso el inspirador hecho. En tiempos de pandemia, donde muchos sufren, no cae mal algunas (¡o muchas!) muestras de solidaridad en suelo tico.
Pero mientras las buenas obras se replican, en el barrio “más pura vida” Amelia Milagros al fin pudo jugar con su vecinito. La niña ya no tiene coronavirus y muy pronto se convertirá en hermana mayor: Amber Nicole, la chiquitina de los Jerez, viene en camino.