El 1° de mayo de 1978, Día de los Trabajadores, cayó lunes. El presidente electo Rodrigo Carazo Odio, quien ocho días después recibiría la banda presidencial por parte de Daniel Oduber, saludó a los trabajadores en su día mientras se encontraba de gira en Guápiles.
Así lo reseñó la primera página de La Nación: “Es un día de reflexión sobre lo que significa el esfuerzo que los trabajadores damos todos los días con motivo del ejercicio de nuestra responsabilidad plena como hombres”.
Por otra parte, anunció que durante su administración no colocaría placas con su nombre al inaugurar obra pública alguna. También dijo que haría todo lo posible por poner orden “aunque le caiga mal a mucha gente, porque este país necesita disciplina, orden, trabajo y requiere responsabilidad de parte de los funcionarios y de parte de las comunidades”.
Cuarenta años después, leer aquellas palabras tras saber lo que acontecería durante su mandato suena, cuando menos, a una tremenda ilusión. Para otros, hay que decirlo, puede sonar a broma macabra.
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Antes de continuar es necesario aclarar que, si bien don Rodrigo Carazo Odio estuvo al mando (1978-1982) del país que terminó haciendo aguas, sumido en una crisis económica jamás vista (ni antes ni después, al menos hasta la fecha), expertos en el tema han sostenido durante los años posteriores que el expresidente –quién falleció en el 2009–, cometió errores que el país pagó caros, pero no le endilgan toda la responsabilidad por lo ocurrido, pues la coyuntura mundial y otros problemas fuera de su control colaboraron con el naufragio del cual el país empezó a recuperarse una vez que Luis Alberto Monge (fallecido en el 2016) asumiera la presidencia (1982-1986).
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“En 1982, el PLN volvió al poder de la mano de Luis Alberto Monge, cuyo triunfo pareció un mero trámite para que el país aplicara las medidas a las que se había resistido el gobierno de Carazo. La nueva administración se sentó a negociar con los organismos internacionales, hasta aprobar programas de ajustes: a cambio de recibir ayuda, Costa Rica se comprometía a cumplir una serie de requisitos destinados a reducir el Estado y darle una apertura a su economía”, explica una reseña de La Nación publicada en marzo del 2017.
De vuelta al pasado
Pero volvamos a aquellos días pletóricos de optimismo, a mayo de 1978, cuando el país hervía en contentera tras el triunfo de quien, para muchos, ha sido el mejor candidato presidencial de la historia. “Que político tan carismático no ha habido. Que si entraba a un restaurante, la gente se levantaba a estrecharle la mano. Que su cierre de campaña fue multitudinario, una legión de seguidores que comenzaba en el Hospital San Juan de Dios y se extendía hasta el edificio de la Caja. Cosas así se decían del Rodrigo Carazo candidato, aquel que se impuso cómodamente en las elecciones de 1978, impulsado por sus pegajosos eslóganes y un mensaje antiliberacionista”, analiza el artículo de La Nación antes citado.
El autor, el periodista Diego Jiménez, no había nacido para entonces. Pero recrea lo que quizá sea un asunto común entre varias de las generaciones posteriores al “Carazazo”, como se le llamó popularmente a esa grisácea parte de la historia nacional.
“Al Carazo presidente, en cambio, se lo recuerda de otra forma. En las encuestas al final de su mandato, los costarricenses le recriminaron no haber sabido encajar el golpe de la peor crisis económica que recuerda el país. Los que para entonces no habíamos nacido, escuchamos desde pequeños a nuestros padres reconstruir esos años: cómo en tan solo meses pasaron de una campaña política inolvidable a un ambiente de zozobra. Nos hablan de las largas filas en los estancos, donde la escasez de productos básicos, como los frijoles y la manteca, se volvió algo normal”, rememoró Jiménez.
En caída libre
El caso es que Rodrigo Carazo llegó al poder azuzado por las más altas expectativas, en aquel 1978. Un exhaustivo repaso por los ejemplares de La Nación, día a día, entre febrero de ese año y junio de 1982 ofrece, a estas alturas, una noción de cómo se fue formando un dominó de problemas internos y extrafronteras que, junto con las decisiones (o cabezonadas, como lo consideran muchos expertos) de don Rodrigo, sumieron al país en un escenario que, si bien fue superado con la llegada de Monge al poder, dejó daños colaterales para muchos costarricenses.
Como lo asegura el empresario, banquero y exvicepresidente de la Repúbica, Luis Liberman, más allá de estrujazón y pérdidas económicas en el momento, hubo otras situaciones de mayor cuantía en lo social, a futuro. “Por ejemplo, hay una generación perdida completa de gente que no pudo terminar la escuela, no pudo terminar el colegio y ahora, en sus años maduros, la empleabilidad es muy marginal”, afirma Liberman.
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Pero bueno, no hay final sin comienzo y acá estamos en los albores de 1978. Se cernían vientos de guerra en los países vecinos pero, a juzgar por las publicaciones de aquellos primeros días de mayo, Costa Rica oía los tambores de batalla de lejos y más bien se preparaba para darle la bienvenida, con gran ilusión, a quien se había convertido en un candidato revolucionario por su carisma y la fuerza con la que exponía sus planes para llevar el futuro del país a buen puerto.
Ironía colosal
Aquel lunes La Nación también daba cuenta de las increíbles ofertas en el “3er” piso de la Mil Colores, con vestidos a ¢99; excursiones prácticamente todo incluido a San Andrés en ¢1.000 … y también a Limón, de sábado para domingo, en ¢275. La gran mayoría de costarricenses no tenía acceso ni a lo uno ni a lo otro, pero en el área metropolitana sobraban las opciones de saliditas cuando las posibilidades de entretenimiento abarrotaban las páginas sociales del diario con la oferta de “chivos” a cargo de decenas de cantantes y grupos musicales nacionales, que pululaban por entonces.
Aquel lunes, por ejemplo, centenares llenaron el salón Los Molinos de Cartago, donde se presentaba un espectáculo bailable en homenaje a los trabajadores con Los Hicsos y Jenny Castillo, una joven cantante que era la sensación del momento.
Ese día, en su último mensaje ante la Asamblea Legislativa, el presidente saliente, Daniel Oduber Quirós afirmaba que las crisis de energía, alimentos y financiera que flagelaron a miles de seres en el mundo, en Costa Rica se encararon y aprovecharon para establecer un sistema político más sólido.
Todo era optimismo
Una semana después, entre los visitantes más distinguidos que asistieron al traspaso de poderes, destacaba Rosalynn Carter, primera dama de Estados Unidos, esposa del entonces presidente Jimmy Carter. “Vengo a celebrar con ustedes la democracia costarricense”, dijo ante un delirante público durante el acto oficial, en un Estadio Nacional a reventar.
Pero nada como “la emotiva alocución del Presidente Carazo”, como lo describió la crónica de La Nación: “Sus palabras despertaron en el público que se congregó en el Estadio Nacional y en todo el país que lo pudo escuchar por la radio y la televisión, muchas esperanzas y expectativas. El nuevo Gobierno, en efecto, ha abierto un amplio horizonte de promesas y esperanzas como tal vez ningún otro. Y esta expectativa explica en parte la abrumadora victoria que le dio el poder en las elecciones recién pasadas. Todos esperan una reorganización total de la administración pública, la erradicación de la delincuencia y el fortalecimiento de la seguridad pública, la realización de muchas obras inconclusas y la solución de las problemas de las comunidades, la extirpación de la corrupción de todas las esferas de gobierno, la reducción de la burocracia y la austeridad en el gasto público”.
Cortísima luna de miel
Si bien el clímax de la crisis se dio en 1981, apenas dos semanas después de la toma de posesión de Carazo, empezaron las severas recomendaciones de medidas urgentes a tomar para evitar que la economía del país se descarrilara.
Ya el 24 de mayo, el Lic. Oscar Barahona Streber, coordinador del Consejo Nacional Económico advertía: “Si no se corrigen a tiempo las causas de la bonanza artificial que vive el país, bajará el nivel de vida de los costarricenses. Existe un déficit fiscal de unos dos mil millones, el colón vale cada vez menos y la inflación de origen interno se acelera, el endeudamiento público ha sido desmesurado y la corrupción afecta a los sectores públicos y privado. Considero difícil lograr un equilibrio fiscal si no se frena el agigantamiento del Estado, cuyo completo aparato se irá desmantelando gradualmente”.
Solo 10 días después, el domingo 4 de junio, el entonces ministro de Economía, Fernando Altmann, realizó un comunicado que quizá no encendió las alarmas porque obviamente era imposible augurar que, aquella línea noticiosa, se convertiría poco a poco en una seguidilla de titulares habituales con cada vez más malas noticias: “Habrá que reajustar precios de la carne, huevos y leche”, sentenció Altmann. “La medida la debió tomar el gobierno del expresidente Oduber, pero no lo hizo por razones político electorales”.
Ya entonces se hablaba de “situación crítica” entre los productores de huevos, pues en los últimos dos meses se habían cerrado 37 granjas. Un espejo de lo que acontecería con casi toda la producción nacional en los años del “Carazazo”.
El 15 de junio, el entonces contralor Rafael Angel Chinchilla hacía lo propio en la Asamblea Legislativa enumerando varias medidas para combatir y eliminar la “crisis fiscal”.
En realidad, viéndolo en retrospectiva, los primeros 90 días de la administración Carazo fueron una suerte de analogía de lo que se vendría después, como lo indica el siguiente resumen de fechas y hechos.
27 de junio. La Nación, en primera página, destaca: “Advierte informe: Solo una prudente política fiscal robustecerá la situación de Tesorería. Un estudio de la Cámara de Comercio señala que el saldo en cuenta corriente del Gobierno es bastante bajo, especialmente en los últimos tres años. Ese renglón da una idea de la delicada situación del fisco en cuanto a nuevos programas y gastos. Considera importante analizar las consecuencias de una política conservadora en el manejo de la Hacienda Pública, en vista de que podría desestimular la demanda por producción nacional; indica que de 1970 al 77 la deuda pública externa se quintuplicó, los compromisos también han venido aumentando grandemente”.
4 de julio. Carazo no tenía ni dos meses en el gobierno cuando tuvo que enfrentar la primera gran huelga –de las muchas que se darían durante su mandato–. Tras un jaleo que parecía interminable, la huelga bananera llegó a su fin, luego de 35 días y una gran afectación para todos los sectores involucrados.
5 de julio. De nuevo, otra advertencia que, casi 40 años después, se mantiene vigente y más amenazante. El presidente ejecutivo de la Caja Costarricense del Seguro Social, Álvaro Fernández Salas, habló del peligro de desfinanciamiento que corría el régimen de invalidez, vejez y muerte. “Hasta el momento, ese régimen ha financiado al de Enfermedad y Maternidad en 110 millones de colones por concepto de cuotas del Estado, y le concedió un préstamo adicional por 169 millones. Este dinero se gastó en atención de los pacientes, en lugar de invertirlo para capitalizar las cuotas de los asegurados y entregar las pensiones correspondientes cuando estos dejen de trabajar. Es necesario corregir cuanto antes esta situación para no poner en peligro el régimen de Invalidez, Vejez y Muerte”.
Y así continúan las malas noticias en amplios titulares:
11 de julio: “ICT sin recursos para promover el turismo”.
21 de julio: “El director del Consejo Nacional de Producción (CNP) advierte que exportación de arroz generaría cuantiosas pérdidas”.
22 de julio: “Escasez de leche se agudizó ayer” / “Alarma entre trabajadores por aumento en productos básicos” / “Empleados de la Caja fijarán fecha de paro” (todos los títulares se encontraban en la tapa de La Nación.
31 de julio: “Alimentación se encareció en un año más que cualquier otro rubro”
5 de agosto: “Demandas para presupuesto del año entrante exceden en 500 millones. La cifra corresponde solo a las peticiones de los ministerios y falta aún por incluir las municipalidades e instituciones”.
Se le apagó la sonrisa
La famosa sonrisa que caracterizó al candidato Rodrigo Carazo se había convertido en un gesto mustio que quedó en evidencia por la severidad de su discurso en cadena nacional, el 17 de agosto, al llegar a los los 90 días de mandato: “Vivimos de prestado y tenemos que pagar”, espetó con firmeza.
Dijo que el país había vivido una bonanza transitoria en los últimos años, sustentada en los precios del café y el endeudamiento externo. “El país necesita ajuste moral, financiero, administrativo y legal. Vamos hacia la justicia social, eficiente y práctica”.
Finalizó con un filazo al gobierno predecesor: “Hay gente que se acostumbró a gobernar hablando. Yo creo que hay que gobernar trabajando”.
Solo dos semanas después, estalló una huelga de los empleados de la Caja y Carazo sacó su lado más firme (o empecinado, o terco, según algunos análisis posteriores): “No me tiembla la mano para cumplir las leyes”.
Ya en octubre del 78, las primeras medidas de ajustes del Banco Central provocaban críticas y preocupación entre la población. Los jerarcas del Banco de Costa Rica fueron de los primeros en reaccionar. “Las nuevas disposiciones sobre la reestructuración de las tasas de interés podrían producir un caos económico”. Las malas premoniciones se volvieron habituales. Y luego, se volverían reales.
Tres años después
El caldo de cultivo que culminaría con punto más crítico de la crisis se cocinó durante los primeros tres años del gobierno de Carazo, pero tuvo su clímax en 1981, sobre todo en el segundo semestre.
De acuerdo con datos publicados en El Financiero, semanario especializado de Grupo Nación, para finales de los 70 la condiciones externas se deterioraron rápidamente: debido a repetidos conflictos en Medio Oriente el precio del petróleo se disparó a niveles históricos mientras que el precio del puñado de productos que exportaba el país, cayó.
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La inversión extranjera se paralizó y, en consecuencia, el déficit de cuenta corriente se disparó en 1980 al 12,6% del PIB.
Entonces el gobierno de Carazo recurrió cada vez más al endeudamiento externo para mantener el barco a flote, en particular, el tipo de cambio que en ese momento estaba fijo en ¢8,60 el dólar.
Justo a finales de los 70 la Reserva Federal estadounidense decidió aumentar las tasas de interés para combatir la alta inflación en EE.UU.
El costo del endeudamiento externo se disparó y el gobierno se vio obligado a pedirle ayuda el Fondo Monetario Internacional; sin embargo, a cambio le solicitó a Carazo que aplicara varias medidas, entre ellas deshacerse de empresas estatales ineficientes y ajustar el gasto.
Pero el entonces mandatario entró en conflicto con el FMI con el argumento de que aceptar las condiciones requeridas reñían con la dignidad país, y expulsó al organismo internacional.
El país empezó a naufragar en medio de una especie de dominó de calamidades.
El dólar, que llevaba años a ¢8,60, subió a ¢60 en tres meses. Recrudeció el racionamiento de alimenos; el gobierno habilitó la venta de productos de la canasta básica a precios más bajos que los del comercio tradicional en los estancos del Consejo Nacional de Producción, lo cual ocasionó los tristemente recordados “filones” en esos establecimientos.
En la cresta de la crisis
Quienes vivieron aquella época recuerdan que, en medio de la angustia por la carestía de todos los servicios adicionales (electricidad, agua, combustible), debían hacer malabares para conseguir arroz, frijoles o manteca, entre otros productos básicos.
Tuvieron incluso que implementar el trueque de granos y alimentos entre familias y vecinos, todo en medio de un bombardeo permanente de malas noticias que sumieron al país, además de la crisis económica, en una debacle anímica y hasta moral.
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La prohibición de las importaciones hizo que no pudieran ingresar al país ni siquiera repuestos básicos para electrodomésticos, entonces, como lo aseguró en su momento el entonces periodista de La Nación, Bosco Valverde, los televisores y otros electrodomésticos descompuestos por un mínimo defecto, se convertían en “maceteros”.
El desempleo campeaba; ya desde mayo del 81 se contabilizaban en 57.000 los desempleados; hubo recortes en el servicio exterior –que incluyeron embajadores y otros funcionarios–; instituciones como el AyA reportaban una morosidad millonaria por la falta de pago de los usuarios; la construcción disminuyó en un 60%; el cemento subió en cuatro ocasiones solo en la mitad de aquel año; las huelgas se multiplicaron; los camioneros hacían paros por las alzas en la gasolina y el diesel y casi todas las semanas los diarios anunciaban que habría más y más aumentos y tributos.
El escenario fue sumamente complejo. En el artículo de La Nación citado al principio de este reportaje, el periodista Eduardo Ulibarri, quien asumió la dirección del diario en plena crisis, en 1980, contextualiza a grandes rasgos lo ocurrido.
En 1978, en el subsuelo de la algarabía electoral, había cifras alarmantes de endeudamiento externo y gasto público. “En esa época había gran disponibilidad de crédito en el sistema financiero internacional, producto de los recursos que manejaban los países petroleros. Era sumamente sencillo conseguir empréstitos internacionales. Eso se utilizó no para hacer inversiones, que en buena teoría es lo correcto con deuda externa, sino para mantener un tipo de cambio artificialmente bajo”, recordó Ulibarri.
Así, un Estado endeudado más un contexto de recesión internacional conformaron un coctel letal que superó las capacidades del Gobierno, al cual le achacaban tardanza en emprender ajustes y una errática política cambiaria.
Hasta el final de su mandato, Carazo levantó con orgullo su bandera de negarse a negociar con organismos financieros internacionales. Denunciaba presiones de parte de ellos y un trato desigual y discriminatorio. “Me felicito a mí y al país de no haber atendido esas recomendaciones en su oportunidad”, declaró en una nota del 5 de diciembre de 1981.
En 1982, el PLN volvió al poder de la mano de Luis Alberto Monge, cuyo triunfo pareció un mero trámite para que el país aplicara las medidas a las que se había resistido el gobierno de Carazo. La nueva administración se sentó a negociar con los organismos internacionales, hasta aprobar programas de ajustes: a cambio de recibir ayuda, Costa Rica se comprometía a cumplir una serie de requisitos destinados a reducir el Estado y darle una apertura a su economía.
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Para Ulibarri, en el contexto de estas negociaciones, la crisis política que vivía Centroamérica, en especial Nicaragua, fue clave para que Costa Rica obtuviese condiciones más favorables que otros países. Así, la conmoción social de las recetas anticrisis no fue tan grande como se llegó a temer.
“El contexto de la crisis política en Centroamérica explica que el gobierno de Estados Unidos entregara una cantidad de ayuda descomunalmente grande al país, que hizo menos dramático el ajuste”, dice Ulibarri.
A partir de 1982, el Banco Central comenzó a recibir ayuda directa de la AID, con la cual se estabilizó la economía en un plazo corto y se firmaron acuerdos con el FMI.
Se mire o no como una línea tajante sobre la historia de Costa Rica, las heridas que dejó la crisis son innegables. Según el Vigesimoprimer Informe del Estado de la Nación, al país le tomó 34 años tener la inversión social pública por persona que poseía en 1980.
Aunque queda patente que hay escenarios muy distintos entre la Costa Rica de los años 80 y la del 2018, el propio presidente Carlos Alvarado remitió al país a aquel escenario, en una reciente carta enviada a la Unión Sindical Nacional, con miras a la convocatoria a huelga nacional programada para este 10 de setiembre.
“Les solicito comprender, con fundamento en su responsabilidad como líderes de buena parte de los grupos que están en riesgo, la situación crítica que enfrenta el país y la necesidad de que ese proyecto avance.
“Nadie quiere una inflación galopante, una pérdida real de salarios o un incremento de la pobreza y el desempleo”, aseguró Alvarado.
El Presidente recordó a los dirigentes en la misiva que el escenario actual es similar a la fuerte crisis de los años 80 y las consecuencias que esta tuvo en el tiempo, y los invitó a dialogar el propio lunes siempre y cuando el movimiento sea depuesto.
“En el mes de la Patria, les invito a construir acuerdos y no confrontaciones como sociedad. Queremos un setiembre con faroles y festejos patrios, además, un mes con soluciones. Sé que podemos dar la oportunidad para hacerlo”, concluyó el Presidente Alvarado quien, a no dudarlo y tras este breve repaso del pasado, tiene ante sí un reto realmente monumental.