En 2016, 40 millones de personas –aproximadamente– fueron víctimas de esclavitud moderna, según un reciente estudio de tres fundaciones enfocadas en derechos humanos.
Hace unos meses hablaba con el guarda de seguridad del residencial donde viven mis papás. “Ando afligido porque ahora tengo que mandarle más plata a mi familia”, me dijo Joseph, un nicaragüense que ahora vive en Heredia, junto a su hijo y esposa. Me explicó que allá, en Nicaragua, su papá trabaja en sembrados de arroz manejando un tractor agrícola.
“Lo que pasa es que ya el patrón no le da tantos permisos para estar yendo al baño, entonces anda con una infección en los riñones”, agregó bastante frustrado porque esa no era la primera vez que le sucedía.
“Yo le he dicho que renuncie, o que hable con sus otros jefes. Pero ya está viejo, y le da miedo que, si dice algo, lo despidan. Pero acá me preocupo yo, en verano se deshidrata, porque menos minutos en el camión, es menos plata para la empresa”.
Los 40 millones
Un esclavo moderno no camina con cadenas en sus pies. Su castigo es otro.
Son forzados a trabajar bajo amenaza o coacción como trabajadores domésticos, en obras de construcción, fábricas clandestinas, en fincas, y barcos de pesca, así como en la industria del sexo. Esto de acuerdo con el reporte Cálculos globales de la esclavitud moderna 2017 , que realizaron res fundaciones: la Organización Internacional del Trabajo (OIT); el grupo de derechos humanos Walk Free Foundation y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La investigación se realizó por medio de sondeos en 48 países. La OIT y Walk Free entrevistaron a más de 71.000 personas y las conclusiones fueron complementadas con información de la OIM.
Uno de los puntos del estudio radicó en la realidad de Tailandia, el tercer exportador de mariscos del mundo.
Se trata de un país que ha sido acusado de formar las tripulaciones de sus barcos con birmanos y camboyanos que fueron forzados a trabajar como esclavos.
En el 2016, El Confidencial (diario español) habló con Ed, quien vivía en Tailandia y fue obligado en tres ocasiones a subirse a un gran barco pesquero.
“Las dos primeras veces fue drogado y se despertó ya en alta mar. La tercera supo que poco podía hacer para evitarlo y no opuso resistencia. Como en las otras dos ocasiones, salió de un puerto tailandés y acabó en aguas de Indonesia, pescando durante jornadas de hasta 18 horas diarias con descansos de apenas tres horas”, reseña el citado medio.
Otra historia es la de Samart Senasook, un hombre de 40 años, quien llegó a pensar en el suicidio después de pasar seis años como esclavo en un barco pesquero.
El capitán retuvo todo el tiempo su identificación y la de la tripulación.
“El capitán me pateaba y me golpeaba. Me sangraba la nariz y la boca. Aún tengo sangre coagulada en mis dientes. Me duele la mandíbula cada vez que mastico”, le dijo a CNN en 2015.
Según el reporte, la definición correcta de esclavos modernos es que se trata de “personas obligadas a trabajar por parte de particulares o grupos, o por autoridades estatales. En muchos casos, los productos que fabricaron y los servicios que prestaron terminan en el mercado. Los esclavos modernos producen algunos de los alimentos que comemos y ropa que usamos y han limpiado los edificios en los que muchos de nosotros vivimos o trabajamos”.
Este es –por el momento– el análisis más reciente que se ha realizado sobre el tema y el encendió alertas en el mundo cuando la misma investigación, evidenció que “dasi tres de cada cuatro esclavos eran mujeres y niñas y uno de cada cuatro era un menor”.
Lo más frustrante del caso, es que a pesar de los muchos esfuerzos por hacer una medición total del daño, no todos los empleados admiten estar realizando un trabajo forzoso por miedo a represalias. “Es una cifra conservadora”, dijo Andrew Forrest, fundador de Walk Free, a la Fundación Thomson Reuters. “No puede capturar el alcance del horror de la esclavitud moderna”, añadió.
“Sabemos que si hay 40 millones de personas que viven bajo esclavitud moderna, solo decenas de miles de ellas reciben ayuda, a través del sistema de justicia penal o a través de sistemas de apoyo de víctimas”, le dijo a CNN Fiona David, directora ejecutiva de investigación global de Walk Free Foundation. “Es una brecha enorme que tenemos que cerrar”.
Las mujeres
Shandra Woworuntu tenía 24 años en 2011. A esa edad viajó de Indonesia hacia Estados Unidos. Desempleada, Woworuntu se topó un día con una oferta laboral en un rótulo en un hotel de Chicago. Lo pensó y decidió dejar a su hija de 3 años con la abuela. Al llegar el aeropuerto JFK de Nueva York, un hombre la recibió y tomó su pasaporte. Luego, la llevaron a una casa.
La víctima conversó con distintos medios en los que contó que lo primero que vio al entrar a ese lugar fue “una adolescente llorando y sangrando mientras la golpeaban unos hombres”.
No paso mucho tiempo para que Shandra fuera violada. “Estaba avergonzada. No sabía cómo me sentía. Me obligaban a tomar drogas y alcohol. Pero obedecía porque lo primero era salvar mi vida. Siempre pensaba en escapar”, contó en aquel entonces.
Escapar no era fácil. Tenía guardas privados que le impedían huir. Hasta que finalmente huyó por la ventana de la habitación de un hotel. Desde 2014, junto a otra mujer que fue niña explotada laboralmente, un antiguo policía y otro activista contra la esclavitud, Shandra fundó Mentar i, una organización que ayuda a otros supervivientes con educación, formación y esponsorización.
Según la información del reporte, muchas de las esclavas son mujeres sacadas de sus hogares, violadas y tratadas como propiedad que pueden a veces ser compradas, vendidas o transferidas como herencia.
Y a veces ese camino de tortura se inicia con una antigua institución social y religiosa.
“Más de un tercio de los 15 millones de víctimas de matrimonios forzados tenían menos de 18 años en el momento del casamiento y casi la mitad de ellas eran menores de 15 años. Casi todas eran mujeres”, dijo Fiona David.
“La denominación matrimonio es realmente un poco engañosa. Cuando uno mira lo que hay detrás, también podría llamarse esclavitud sexual”, agregó David.
El estudio de las fundaciones, estima que 3,8 millones de adultos fueron víctimas de explotación sexual forzada y un millón de niños de la explotación sexual comercial en 2016.
Pero las mujeres, no solo sufren ese tipo de represalia. En muchas casos, las empleadas domésticas terminan presas de las familias que las contrató.
El año pasado, El Universal de México, contó la historia de Edith, una joven que vivió como rehén dentro de un apartamento de lujo.
Edith tenía que dormir dentro de una tina y no recibía salario. “Todos los días me pegaban. Un día me patearon tan fuerte, que me sangraron los genitales”, contó.
Cuando por fin lograron rescatar a Edith, las autoridades la encontraron desnutrida, deprimida y completamente aterrada.
La salvación
El fin de la esclavitud moderna requiere una respuesta multifacética que aborde el conjunto de fuerzas –económicas, sociales, culturales y legales– que contribuyan a la vulnerabilidad y permiten los abusos. De acuerdo con el informe, los pisos de protección social más fuertes son necesarios para compensar las vulnerabilidades que pueden empujar a las personas a esclavitud moderna.
Pero es evidente que el problema persiste. Por ejemplo, en junio de este año, en Perú, un incendio en una fábrica mató a siete personas. Según las investigaciones, los trabajadores eran encerrados bajo llave durante el tiempo que cumplían con su jornada.
Cuando trataron de escapar, fue imposible.
Para que estas situaciones se erradiquen, para que las mujeres no sean esclavas sexuales; y para que el papá de Joseph tenga sus derechos humanos garantizados, y pueda ir al baño cada vez que lo necesite, el mundo tiene que ser otro.
Para Fiona David de Walk Free, los números en esta problemática pueden conducir a una solución. “Cuando se considera que, desde una perspectiva estadística, los nacimientos y las muertes son en realidad uno de los eventos más fáciles de contar, se tiene la idea del tamaño del desafío de contar otros fenómenos más escurridizos y ocultos, como el esclavo moderno”. Ya sea en forma de trabajo forzado en buques pesqueros o de matrimonios impuestos en Asia, la esclavitud moderna tiende a estar profundamente escondida y rara vez se informa. “Las estadísticas oficiales no reflejan el tamaño real del problema”, puntualizó Fiona.