Una fila, la vacuna de AstraZeneca y yo. Este es el relato de cómo recibí la tan ansiada vacuna contra la covid-19. No soy fanática de escribir en primera persona, pero esta vez lo hago por lo que significa esta vacuna para mí luego de sentir el acecho del coronavirus por tanto tiempo.
Aquí no solo hablo solo yo: también lo hacen Ronald, Yendry y Katherine, tres personas que lo dejaron todo para acudir al llamado de la añorada primera dosis.
***
“Es que no tengo palabras, solo emociones”, le expresé a Víctor Fernández, mi jefe, cuando le propuse ir al día siguiente a Alajuelita centro, al sur de San José, para escribir una crónica del entorno de la vacunación masiva en la que habitantes de ese cantón con factores de riesgo, entre los 40 y 57 años, podían acudir, con o sin cita a inocularse contra el coronavirus. Una oferta valiosa.
Las personas debían hacer fila y cuando llegara su turno la recompensa era una inyección que puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
Mientras muchos habitantes de Costa Rica, mayores de edad, invierten o acuden a un préstamo para viajar a Estados Unidos y vacunarse gratis allá; a los vecinos de esta comunidad les avisaron que podían ir a inmunizarse, igualmente sin ningún costo, y con la facilidad de no tener que esperar la llamada del centro de salud para conseguirlo. Solo había que llegar, formarse y tener paciencia. Hace cinco meses que se empezó la vacunación contra la covid-19 en Costa Rica. Lo que parecía tan lejano, estaba a unos metros de distancia.
LEA MÁS: Trabajo sexual en Costa Rica durante el coronavirus: cuando la necesidad es más grande que el miedo
El anuncio que el Área de Salud de Alajuelita colocó en su Facebook oficial anunciaba que la vacunación se realizaría del 24 al 28 de mayo. El primer día por la mañana (lunes 24), en las canchas deportivas del parque central y el salón parroquial a un costado de la iglesia las filas eran tan extensas como la ilusión. La mañana estaba clara y a los futuros vacunados les acompañaba el resplandor solar.
Al día siguiente, cuando yo tenía presupuestado ir para escribir esta crónica, amaneció gris y con lluvia. No había filas como hacía la víspera. La enfermera que estaba coordinando en la zona de las canchas comentó que la afluencia mermó. Me quedé sin historia, creí.
Una vacuna, ¿para mí?
No he contenido la emoción cuando en redes sociales cualquier persona muestra a alguno de sus seres amados siendo vacunado. Creo que es un sentir colectivo de ilusión, de esperanza; una sensación de que todo puede estar mejor. Una garantía que se nutre de fe.
La alegría me superó cuando llamaron a mi papá, de 59 años, para ser vacunado, así como a mi abuelita, de 75, y a un vecino querido de 92. Sin embargo, lo veía lejano para mí y mis hermanos menores. Mi mamá podría estar próxima a la vacunación.
Se siente como un alivio. Sobre todo cuando se ha tenido el virus tan cerca. Al poco tiempo de que se detectara el primer caso positivo de covid-19 en Costa Rica, tuve que confinarme en mi habitación porque unos amigos con los que estuve días antes me alertaron que tuvieron contacto con uno de los primeros médicos contagiados. Me tocó hacer teletrabajo y el resultado de la prueba de mis conocidos nunca llegó. Tras unos días confirmé que estaba sana.
Meses después, una de mis personas más amadas se contagió y fue un capítulo de terror. Por suerte, lo superó. Más recientemente, uno de mis amigos más apreciados dio positivo y la incertidumbre fue espantosa. Él también lo logró; pero miles de costarricenses no y eso ha acrecentado tanto miedo y dolor. Por mi trabajo, he leído y escrito todo tipo de historias relacionadas con este mal. Por esto es que la vacuna me revestía de confianza.
Este martes 25 de mayo por la tarde el sol volvió a brillar. Regresé a Alajuelita y las filas nuevamente eran generosas. Sentí alegría porque podría narrar el sentimiento colectivo de todas estas personas que lograrían, de manera tan sencilla, inocularse. Pero además de historias, si yo quería, había también una vacuna para mí.
Hacía poco que se había girado la orden de inmunizar a personas de entre 30 y 57 años, que tuvieran un factor de riesgo y que estuvieran adscritas a Alajuelita. Yo tengo 31, soy asmática y he vivido desde siempre en este cantón.
A la fecha, Costa Rica ha recibido más de dos millones de vacunas de Pfizer y AstraZeneca. Esta última es la que autoridades sanitarias autorizaron para el grupo 3 de vacunación, el que integran personas entre 18 y 57 con algún factor de riesgo.
LEA MÁS: Habitantes de la calle y coronavirus: Una segunda oportunidad en medio de la pandemia
La vacuna de AstraZeneca es también la que se colocaron de primeros el ministro de Salud, Daniel Salas, y otros funcionarios gubernamentales para “apaciguar temores surgidos alrededor de este producto, debido a raros efectos, como trombos o coágulos, registrados en países europeos”, informó La Nación el 19 de abril.
Tuve la oportunidad y la tomé. Especialistas dicen que la mejor vacuna es la que esté disponible en el momento y así lo asumí. Esperé 15 minutos tras la inyección, terminé unas entrevistas y regresé a mi casa. Por la noche me puse a releer artículos científicos que hablaban sobre esas reaccions registradas en Europa, que son muy raras. Cada texto, de fuentes oficiales, que busqué decía que en el caso de esta vacuna son mucho mayores los beneficios que los riesgos.
Me vacuné y en 12 semanas me toca la segunda dosis. Hasta ahora, menos de 24 horas después he experimentado mucho cansancio, dolor de cabeza y en el brazo izquierdo (donde me pincharon), además de malestar en el dedo meñique. Aparte de lo del dedo, se supone que tengo efectos secundarios normales.
La eficacia de este fármaco es del 79% para enfermedad leve y cercana al 100% para evitar hospitalizaciones y muertes.
“La vacuna disminuye enormemente la probabilidad de enfermar gravemente e incluso morir”, manifestó el ministro de Salud a La Nación el día que lo vacunaron.
Esperanza colectiva
Una de las alajueliteñas que llegó a vacunarse, en una tarde fresca y con un tenor de alegría, fue Katherine Chaves, de 34 años. Ella es asmática desde niña y apenas se enteró de la posibilidad abierta para los mayores de 30, pidió permiso en su trabajo, una empresa de inversión digital, y se sumó a una fila en la que al llegar a la meta recibiría tranquilidad.
“Para mí esto significa tranquilidad; saber que uno está vacunado y que si se contagia del virus tal vez no vaya a tener una complicación. Tengo familiares que se han enfermado, pero no graves. Sí conozco de vecinos que han fallecido por la enfermedad. Para mí vacunarme es protección contra una amenaza. Tengo dos niñas de 1 año y otra de 14 años”, contó Katherine, quien llegó con su uniforme del trabajo. No había tiempo que perder.
Cuando regresé a mi puesto en la fila luego de decidir que me iba a vacunar en ese momento, detrás de mí estaba Ronald Montero Bonilla, un trabajador de la Municipalidad de Alajuelita y quien es el encargado del departamento de cultura.
LEA MÁS: El comedor infantil de Tejarcillos: así se alimenta a un centenar de niños en tiempos de pandemia
Tiene 32 años y se enteró de la noticia cuando estaba teletrabajando. No dudó en coordinar una autorización con su jefatura para llegar a vacunarse.
Estaba emocionado.
“Desde hace dos semanas he estado preguntando en la clínica para ver si podía vacunarme. Hoy el centro de salud emitió un comunicado que decía que estaban vacunando a personas con riesgo mayores de 30 años. Yo tengo obesidad mórbida. Me parece formidable. Se ve que la Caja Costarricense de Seguro Social sigue siendo una fortaleza para el país. Gracias a este sistema sanitario tenemos esta oportunidad. Muchos países desearían estar ahorita vacunándose y nosotros tenemos esta gran oportunidad”, contó Ronald.
El carisma es evidente en Ronald. Entre sus palabras se cuelan risas de nervios, pero más de alegría. Él veía muy lejana esta posibilidad.
“No pensé que iba a ser tan rápido. Estoy emocionado, contento y a la vez esperando que mucha gente acuda a vacunarse porque si todos nos vacunamos podemos hacer un escudo contra el coronavirus”, afirma Ronald, quien hace menos de un mes perdió a un amigo por causa de la covid-19. Tenía 37 años y su muerte lo impactó.
“Es importantísimo hacer conciencia de que la vacunación nos puede ayudar a contener un poco la crisis del virus. Cuando las personas fallecen por este tipo de enfermedad es una muerte en silencio, solitaria. Él estaba intubado”, lamenta.
Al filo de las 3 p. m., Ronald no ingresó en el último grupo que sería vacunado ese día, pese a que estuvo haciendo fila por bastante tiempo. Su sinsabor se disipó la mañana del miércoles 26, cuando finalmente lo inocularon en las canchas del parque de Alajuelita. Portando mascarilla, la sonrisa en sus ojos era clara.
En la fila, las personas estaban distanciadas, pero no se percibía la tensión de cuando en meses anteriores había que formarse para ingresar al supermercado. En este momento el sentimiento era más de victoria que de temor.
Una de las futuras vacunadas que externaban su entusiasmo era Yendry Guzmán. Ella conversaba de sus vivencias en los últimos meses y del importante momento que vivía en ese instante. Iba a pasar lo que tanto había estado deseando.
Yendry, de 33 años, salió tan eufórica de su trabajo que se cayó cuando bajaba las gradas. A ella la buena noticia le llegó por redes sociales.
“Mis factores de riesgo son obesidad y asma. La semana pasada salió que iban a vacunar a personas de 40 a 57 años del 24 al 28 de mayo. Como buena tica yo quise creer que entonces pronto iban a vacunar a los de 30. Tengo un primo más crónico con el tema del asma. Le dije que teníamos que estar atentos. Hoy (martes) salió que viniéramos los de 30. Él lo vio de primero y me etiquetó. Me vine a probar”, dice Yendry. Mientras almorzaba se enteró de la posibilidad. Era la 1:10 p. m.
“Me vine desde mi trabajo en Tibás. Llamé a mi jefa y le dije que estaba esa posibilidad y que tenía que venir a intentar. Mi novio trabaja cerca y gracias a Dios tiene carro. Nos vinimos volados. Para mí esto significa mucho. Hay muchas cosas que a veces le critico a la Caja, pero otras no las puedo ignorar: para mí la Caja es para eso, para cosas importantes que uno no va a poder ir a pagar afuera como operaciones, tener un hijo y ahora que está este tema de salud que nos tiene tan preocupados”, agregó.
LEA MÁS: Diario de un paciente costarricense con coronavirus: así de lentos se viven los días
Yendry es una más de las costarricenses que temen por la vida de sus familias. En su casa, su abuela es adulta mayor e hipertensa, mientras que su mamá padece diabetes, también presión alta y perdió una pierna: a ella se le hizo una trombosis.
“El miedo es que nadie sabe qué me va a ser o que le va a hacer a mi familia el bendito covid. Estoy asegurada desde los 19 años, me la merezco (la vacuna). Por eso pienso que para qué voy a salir a invertir o endeudarme a Estados Unidos para ponerme la vacuna. Esto de hoy lo veo como un poco de suerte por el tema de que uno está joven, pues la prioridad han sido las personas mayores. Uno piensa en todo, principalmente en quienes están detrás mío”, confió.
LEA MÁS: Greiby, el mecánico que sobrevivió a la covid-19 pero perdió el control de su cuerpo
***
Pasadas las 3 p. m. del 25 de mayo, yo estaba vacunada con el fármaco de AstraZeneca luego de hacer, hasta ahora, la fila más esperanzadora de mi vida.