Es una superviviente. Su propia heroína. Se ha salvado y levantado a sí misma una y otra vez durante casi toda su existencia. Hoy vive tranquila gracias al esfuerzo de tantos años, aunque reconoce que su camino ha sido muy duro y doloroso. Incluso, casi al final de nuestra conversación, Lidiana Álvarez se atrevió a revelar un hecho terrible que marcó su vida desde los siete años.
Su cálida voz comparte palabras de gratitud y siempre destaca a Dios, a su Señor. Ella asegura que es de Él de quien viene la fuerza con la que se ha enfrentado a todo tipo de pruebas relacionadas con violencia y salud; así como de un abuso sexual que sufrió cuando era tan solo una niña.
“Para mí la vida ha sido muy difícil y muy dura. Le voy a contar casi que un secreto de estado: a mis siete años fui violada. Recuerdo que menstrué a esa edad. Entonces mi mamá me llevó a una Torre Médica en San José y el ginecólogo me violó y la enfermera le ayudó. Mi mamá no me creyó. Tuve que llorar y decir que no volvía ahí. Desde ahí la vida me cambió”.
--Usted menciona que este abuso sexual es un secreto. ¿Me lo cuenta para que lo incluya en el artículo?
–Puede escribirlo. Hágalo para que otras no se queden calladas. Tal vez si otras mujeres lo leen puedan salir adelante.
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Lidiana Álvarez Bonilla nació en Naranjo, Alajuela, en un hogar en el que nunca hubo violencia. Creció junto a seis hermanos a quienes vio estudiar y salir adelante. Ella se graduó de bachiller de secundaria y llevó cursos de estilismo. A los 20 años se casó.
Desde que su matrimonio inició recuerda vivir en violencia. Instaló un pequeño salón de belleza en su casa y cuando el dinero no alcanzó más empezó a trabajar en tiendas. Poco después se convirtió en madre. El embarazo fue de alto riesgo y el parto difícil. Para que Emanuel, su único hijo llegara al mundo, utilizaron fórceps. Esa intervención los lastimó a ambos. A su hijo se le afectó la motora fina y un pulmón, lo que derivó en que necesitara tratamientos por muchos años. Ella perdió la posibilidad de volver a ser madre.
El niño crecía y Lidiana trabajaba duro para darle todo lo que necesitaba y ayudar en la casa. Al mismo tiempo la violencia continuaba en casa y aunque sus hermanos le decían que se divorciara, escuchaba las palabras de su madre, hoy fallecida, recordándole que “el matrimonio era para toda la vida”.
“Fueron pasando los años. Yo pensaba que mi hijo tenía que ir creciendo con papá. Yo creía que no podía hacer nada. Solo trabajar para ver mi casa. Lo que él ganaba no nos alcanzaba. Mi hijo necesitaba medicamentos. También hacía velas de parafina. Vendía manualidades. Mi mamá lo cuidaba para que yo pudiera trabajar y llevarlo al hospital de Grecia porque tenía asma crónico”, recuerda doña Lidiana.
Lidiana siempre ha tenido talento en sus manos. Además de trabajadora, es una persona muy creativa. Recuerda que cuando su hijo estaba en tercer grado de la escuela, ella continuaba laborando en una tienda. Por su gracia para hacer las cosas, la administradora del local le pidió que se encargara de acomodar la ventana. Ese día se desmayó. La vio un médico y la envió a hacerse exámenes. El diagnóstico fue devastador, pues un cáncer le atacaba.
El proceso tomó seis años y cuando se sentía morir, ella siempre pensaba en vivir. Su hijo tenía nueve años.
“Me fueron detectando que tenía un tumorcito en la garganta. Me hicieron siete operaciones. Al darse cuenta el tumor se corrió debajo de la aorta, entonces costaba un poquito más. De pronto aparecí con mal funcionamiento de riñones. Perdí uno. (El cáncer) me empezó en el cuello. En ese momento le llamaron que escamó al riñón. Pase por quimioterapia. Duré casi seis años en esta batalla. En ese tiempo me ponían bomba de cobalto. Eso quemaba montones”, cuenta.
Los malos tratos por parte de su marido permanecían, dice. En ocasiones, cuando la ambulancia la llevaba a su hogar, muy debilitada, ella segura que presenciaba escenas de infidelidad. Ella callaba. Luchaba para sobreponerse. En ese tiempo, hace cerca de 30 años, su hijo se mantenía bajo el cuidado de su mamá. Durante el proceso el niño creció y se convirtió en un apoyo para doña Lidiana. La ayudaba a bañarse y a ponerse cómoda en la cama. Cuidaba de ella.
“Yo fui mejorando. Siempre estaba creyéndole al Padre Celestial. Gracias a Dios fui obteniendo fuerza y me fui sanando”, recuerda agradecida.
Doña Lidiana volvió a trabajar y empezó a ahorrar. Conversó con dos de sus hermanos para comentarles que quería poner un negocio. Ellos siempre la apoyaban. Incluso trataban de intervenir en sus temas maritales, sin embargo, el asunto tardó en solucionarse.
Gracias a su idea, una de las habitaciones de su casa se convirtió en su primer negocio. Lo llamó ‘Manantial de Vida’.
“Era muy significante para mí empezar de nuevo y hacerlo por mí misma luego de verme en las sombras de la muerte. Eso fue hace unos 25 años”, recuerda.
Fuerza incansable
Doña Lidiana continuó con su negocio, en el que vendía diferentes artículos, sin embargo debió dejarlo en manos de su esposo para atender a su mamá quien padeció Alzheimer. La señora falleció y ella retomó el manejo de su emprendimiento. Notó algunas anomalías, pero continuó. Su hijo le ayudó a levantarlo. En ese tiempo el muchacho ya tenía su propio trabajo en la Cruz Roja.
Paralelamente, Lidiana Álvarez estaba cuidando a su padre. Cinco meses después de que todo se estabilizará una nueva tragedia tocó su vida.
“Mi hijo tuvo un accidente de tránsito: se quebró sus manos, quedó en silla de ruedas. Me dediqué en totalidad a él. Llegué a un acuerdo con su papá para que cuidara el negocio y así yo me dedicaría a mi hijo, quien se recuperó cuatro años después”, comentó.
Cuando ella iba a retomar el negocio se dio cuenta de que estaba arruinado. Luego de perder a su mamá y de ver por todo lo que pasó tras el accidente, ella decidió que era tiempo de divorciarse.
En el proceso perdió todos sus bienes materiales. Por ejemplo se quedó sin casa, pues la parte del inmueble que le correspondía lo invirtió en pagar el préstamo que había solicitado para la recuperación de su hijo. Además se quedó sin vehículo -pues tuvo que entregarlo a cambio de la firma del divorcio- y también perdió el negocio. Finalmente, en el 2007 terminó 30 años de un matrimonio en el que “fue infeliz”.
“Yo quería sentirme libre. Dios me sanó del cáncer. Levantó a mi hijo. No me importó perder lo material”.
Tras lo ocurrido ella se fue a vivir a la casa que era de sus papás, pues sus hermanos se lo permitieron. Tiempo después su hermana Marta Álvarez la invitó a vivir junto a ella, por lo que se mudó a Río Frío, camino a Guápiles, Limón.
“Mi hermana me dijo que quería que nos fuéramos a su casa. Su familia era muy acomodada. Me dijo que yo no podía estar trabajando, que ya era hora de alivianar la carga”. Ella se mudó junto a su hijo y su papá, a quien continuaba cuidando.
Vencedora
Lidiana Álvarez vivió por cinco años con su hermana. Allí su hijo era llevado a terapia y ella ayudaba en todo lo que podía. Hacía quesos e incluso logró comercializarlos en la zona. Vendió apretados (helados en bolsa). Siempre buscó emprender.
Durante ese periodo su papá murió y ella pensó que ya no tenía que quedarse en casa de su familiar. Era tiempo de regresar a Naranjo y, una vez más, empezar de nuevo. Luego de sufrir otra pérdida, esta vez, la vida la premió.
“Finalmente me vine y mi hermana me contó que había abierto una cuenta en el banco para mí. Que ahí había depositado todo el dinero que ella y su familia creían que yo había ganado por ayudarles. Semana tras semanas me pusieron un pago. En cinco años me tenían una cantidad que me ayudó a salir adelante”.
Doña Lidiana regresó a Naranjo y alquiló una casa. No habían pasado dos meses cuando estaba de regreso en Río Frío, pues su querida hermana tenía cáncer y requería de sus cuidados. Con la noticia se supo que otro de sus hermanos se enfrentaba al mismo mal.
Poco después ambos fallecieron. Una vez más la mujer se sobrepuso al dolor y pensó en qué hacer. Los últimos dos meses su hijo se había quedando en Naranjo y ahí estudiaba. Él fue quien le dio la idea de entrar a un curso y hacerlo influyó en su realidad actual.
Con 58 años, doña Lidiana entró a sacar cursos técnicos en la elaboración de artículos de limpieza, de uso automotriz y de cosmetología en una universidad de San Ramón. Para el 2014 tenía su propio emprendimiento de estos productos. Muchas veces le llamaron “abuela” en las aulas, pero ella no se detuvo. Sus profesores la alentaban porque sobresalía en los estudios.
“Estoy enseñándole todo a mi nuera. Además estoy con el área de cosmetología. Hago cremas para cara, párpados, bloqueadores y aceites esenciales. Hago crema especial para personas que tienen que pasar en cama o sentaditos para evitar que les aparezcan llagas. Además trabajo con ambientadores, aceites esenciales y repelentes. Todo es orgánico, sin químicos. Como tuve cáncer aprendí que las cremas, en su mayoría, contienen productos que pueden resultar cancerígenos”, detalló Álvarez.
Ella cuenta que por su edad ya le es difícil cargar cajas y productos, por lo que instruye a la pareja de su hijo. Adicionalmente tiene desgastes en su cuerpo, pues recuerda que cuando su hijo tuvo el accidente ella, de 1.49 metros de estatura, lo tenía que ayudar con todo y eso le repercutió físicamente.
Como el agradecimiento es parte vital de esta mujer, destaca que en sus inicios recibió asesoría y acompañamiento de la Distribuidora Del Caribe. En su momento, esa compañía le asesoró acerca de insumos y cantidades. Inicialmente ella viajaba desde Naranjo hasta Paso Ancho, años después las compras fueron más cercanas porque abrieron una sucursal en Alajuela.
“La Distribuidora del Caribe me ayudó cuando estaban en Paso Ancho. Yo llegué y no conocía nada. Fui en bus, taxi, caminé y pregunté. Yo llegué y vi todo. Con mi conocimiento empecé a hacer desinfectantes. Las dependientas y administradores me empezaron a ayudar, a darme ideas de buscar otros insumos. Fue de gran ayuda, me enseñaron a empacar cremas. Tienen variedad de frascos y botellitas”, rememoró.
La vida de Lidiana Álvarez cambió. Ella lo hizo posible.
“Hoy tengo casa propia, aunque es humilde yo la arreglé. Empecé a levantarme. Mi hijo terminó de estudiar. Actualmente trabaja en el laboratorio de un hospital de la Caja Costarricense de Seguro Social”, dijo orgullosa.
En tiempos de pandemia doña Lidiana volvió a reinventarse. Desde entonces hace repostería y su emprendimiento se llama Renacer, un nombre que toma significado en su vida.
“Otra vez tengo casa, carro, mi hijo se pudo levantar de la silla de ruedas. Dios fue mi respaldo. Se puede trabajar. Uno se puede ordenar con dineros y nunca perder del pensamiento de que adelante hay un camino que recorrer.
“Mi fuerza viene primeramente de mi Padre Celestial y segundo de no permitir que las cosas malas que he pasado sean las que me vencieran, sino yo vencer aquello que me hizo daño. Hoy me siento una mujer que vencí lo malo que me empezó a ocurrir desde los siete años. Yo estoy satisfecha y sigo para adelante hasta donde Dios quiera. A las mujeres les digo que nosotras podemos salir adelante con nuestras fuerzas”, finalizó doña Lidiana, con toda la fuerza que emana de su ser.
Si desea adquirir o conocer más de los productos que ofrece doña Lidiana, puede comunicare a los números: 7116-5456 / 7171-0440