El Piratas Club, en La Uruca: ahí bailaba la canalla. Ahí se sudaba a más no poder, dándolo todo en la pista, saltando y dando vueltas con el sabor único de nuestro swing criollo.
Al Club Unión, en San José centro, era la “alta” la que iba. Mujeres elegantes y hombres galantes. Ahí jamás se vería un bolero pirateado; ahí eran las grandes orquestas como la de Otto Vargas las que amenizaban las jornadas.
¿Dónde bailaban el Negro Calderón o el Pachuco Miranda? Cualquier mujer que se decía bailarina de hueso colorado quería tener en su “currículum” una salsa o un buen merengue con alguno de estos dos titanes de la pista. Los buscaban, los perseguían, hacían fila para ser la siguiente pareja de baile, se peleaban por ellos.
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Por la sangre del tico corre el sabor y aunque usted no sepa bailar o no le guste, le digo que lo que se hereda no se hurta. ¡Comprobado! Por eso, desde los conocidos “chisperos” (los de “mala fama”) hasta los recintos más elegantes del país, los salones de baile marcaron toda una era en la cultura popular de nuestro país.
Y como el baile es parte lo que somos como nación, un tico dedicó más de cuatro años (y toda una vida de interés) a recopilar e investigar sobre esa parte fundamental de la cultura nacional. El escritor Mario Zaldívar se encargó de buscar información sobre los salones de baile que fueron parte fundamental del desarrollo de la sociedad costarricense y de los que, lamentablemente, ahora quedan unos pocos, al punto que casi se pueden contar con los dedos de la mano.
Anécdotas le sobraron, fotos ni para qué, detalles tuvo hasta tirar para arriba. Todo lo recogió en el libro Aquellos salones de baile, que es parte de una serie de publicaciones que el autor se ha encargado de editar durante varios años para recordarle a los ticos de su historia. Antes había dedicado su investigación a las cantinas de los pueblos, a los músicos y a las orquestas más famosas de los años 60, 70 y 80.
El libro de los salones de baile tiene una recopilación de más de 300 fotografías que combinan desde las fachadas de los lugares hasta imágenes de las pistas, las orquestas, los bailarines y también de los anuncios que se publicaban en los periódicos de la época anunciando las actividades del fin de semana.
“Nací en Barrio México en 1954 y en esa zona vivían gran cantidad de artistas, desde Solón Sirias hasta Rafa Pérez, incluso ahí vivió Ricardo Reca Mora. Crecí viendo todo ese panorama de personajes de la música, todos esos cantantes que hicieron época a mitad del siglo 20, yo los vi de niño y me caló mucho ver de cerca a esos figurones de la música popular costarricense”, recordó Zaldívar, quien afirma que desde niño se sintió atraído por la historia de la música y la cultura popular.
Junto a sus hermanos y algunos amigos mayores que él, el futuro investigador recorrió las calles de San José conociendo, aunque fuera desde la entrada, esos salones de baile donde sabía que desfilaban por sus pistas los mejores bailarines del país, los que venían a la capital desde las provincias para mostrar sus dotes al ritmo de los géneros más famosos de la época.
“Todos esos recuerdos calaron mucho en mí y decidí escribir sobre ellos y la atmósfera que rodeaba esa vida”, explicó.
De acuerdo con Zaldívar, la recopilación de las fotos la fue haciendo desde los años 90, cuando empezó con la idea de editar en algún momento de su vida estos libros temáticos. Pero la publicación no está conformada solo por imágenes: el investigador e historiador dedicó cientos de horas a buscar algo más allá que la memoria pictórica porque también realizó entrevistas con los bailarines de esos años para conocer de primera mano sus vivencias.
Además, se adentró durante varios años en la Biblioteca Nacional, donde revisó uno a uno los periódicos antiguos para conocer a fondo las noticias que se daban al rededor de las visitas de grandes orquestas internacionales a nuestro país. Para aprender cuáles eran los conciertos infaltables y cuáles eran los lugares de moda.
“La información es más amplia que la que tiene el libro de las cantinas porque desde luego me encontré más bailarines que clientes de cantinas que me hablaron. Con ellos pude conversar durante mucho tiempo porque los vengo tratando desde los años 60. Me dieron información sobre cómo eran los salones, los clientes, los movimientos, los ritmos que se bailaban y recogí muchas anécdotas”, afirmó Zaldívar.
También habló con músicos de las orquestas más famosas de esos años para contar las historias desde la tarima.
Cada página del libro tiene una fotografía, pero a los salones más importantes el autor les dedicó dos páginas con imágenes e información.
¿Recuerda algunos de estos, bailó en ellos? Montecarlo, en Zapote; Los Juncales, de Desamparados; Salón Muñoz, San Pedro; El Sesteo, San José; El Herediano, San José; Típico Latino, Heredia; Los Baños, Puntarenas; Club de amigos, en San Ramón o el famosísimo La Galera, en Curridabat.
De la “alta”, la “media” y la “baja”
Los salones de baile, como todo en la vida, tenían sus categorías: estaban los conocidos “chisperos” de la zona roja de San José, del sur y al oeste del casco central. Pero también estaban los caché, los de categoría.
Zaldívar recordó que ahí en los de la “baja” frecuentaban muchos chulos, prostitutas y delincuentes, pero de que se bailaba muy bien el pirateado no había ninguna duda.
“En los chisperos cuanto más rocambolescos y complicados fueran los movimientos o más erótico fuera el baile, mejor. Eso sí, Dios guarde bailar algo así en el Club Unión, era muy mal visto”, comentó el autor.
Fueron los propios bailarines los que le contaron a Zaldívar que fue el bailar pegado y al estilo de la canalla en esos chisperos, como el conocido Piratas Club, lo que dio pie a que nacieran ritmos tan representativos de los ticos, como el swing criollo y el bolero pirateado.
Dentro del libro, el escritor le dedica una sección especial a esos grandes bailarines, como los famosos Negro Calderón y el Pachuco Miranda.
“Había mucha diferencia, estaban bien marcadas las clases sociales e incluso entre los salones de provincia con los de San José”, recordó.
Importancia
“La institución del baile desde los años 50 hasta los 80 era muy importante en el país. Uno abría el periódico y eran muchos los anuncios de bailes que se publicaban. Había gente que iba todos los fines de semana a bailar, se crearon grupos, amigos, ahí se daban romances y se formaban familias”, explicó Zaldívar.
“En estos momentos prácticamente ya no existen, están en vías de extinción y peor aún con el tema de la pandemia. Después de esto creo que sobrevivan muy pocos de los ya poquísimos que hay”, agregó.
Ir a bailar era todo un tema. Se hacían barras que seguían a las orquestas como la de Lubín Barahona o Los Hicsos. Había piques también entre los bailarines, quién era el o la mejor, a quién le salían mejor los ritmos o quién sacaba a más mujeres a la pista. Algo de coquetería había también en el ambiente porque los conquistadores se las ingeniaban para ser los más visibles.
“Como todo cambia con las épocas ahora las actividades familiares, de pareja y de amigos son diferentes. Ahora la gente hace ejercicios o va al cine, pero para mi generación y la de mis padres era el baile la actividad social que reinaba”, explicó.
En su investigación hubo varias curiosidades que saltaron a la vista del autor. Zaldívar comenta que llegó un momento en que comenzaron a pulular las agrupaciones de música costarricenses, pero que les costó mucho hacerse un paso en la escena ya que la gente consideraba que el producto criollo era de mala calidad.
También el baile llegó a ser marginado durante un tiempo, tal vez por la popularidad de los “chisperos” y de la sabrosera que se forjó en esos lugares. “Pese a que bailar era una actividad muy común, llegó un momento en que se consideró marginal o intrascendente, que era para gente de malas costumbres. Con mi trabajo quiero demostrar que es todo lo contrario, que el baile es muy importante para el país y que las orquestas de esa etapa tuvieron una altísima calidad de músicos muy valiosos. El baile significó una cohesión social del pueblo”, explicó.
Zaldívar es un coleccionista y estudioso de la música; él ha dedicado gran parte de su vida a aprender sobre nuestra historia así que por su propio conocimiento y por la realimentación que ha tenido durante muchos años con los protagonistas de sus historias, se ha convertido en toda una institución de la historia cultural costarricense.
Desde muy joven colecciona álbumes musicales, ha intercambiado material con coleccionistas de otros países y se ha mantenido muy firme en la convicción de defender lo propio.
El autor escribió el libro Costarricenses en la música que cuenta con 27 entrevistas a los grandes artistas de las últimas décadas del siglo pasado, también en su lista tiene un libro dedicado a las orquestas legendarias de nuestro país.
Fue el encargado de redactar las biografías de Rafa Pérez, Otto Vargas y Ray Tico; así como una compilación de publicaciones que realizó en el suplemento Áncora de La Nación en el libro Crónicas de la música o el popular El mito de la Sonora Matancera.
Su nuevo libro Aquellos salones de baile se publicó gracias al apoyo del programa de proyectos de Artes Literarias 2019 del Ministerio de Cultura y Juventud.