Un conflicto en voz baja en la trastienda de Europa tuvo una escalada alucinante que arrastró a los imperios de principios del siglo XX a un alboroto tristísimo. Aquello cambió las vidas de millones, incluso las de unos miles quienes vivían en otra órbita: los habitantes de un paisito centroamericano.
La economía y la política de Costa Rica temblaron por la Primera Guerra Mundial. Los hogares ticos conocerían aun mayores estrecheces de plata, mientras dos gobiernos inconclusos cursaron aquellos años entre un visionario reformismo y los hierros de un autoritarismo incompetente.
El conflicto marcaría un antes y un después para algunos ticos cuyos nombres hoy son instituciones nacionales, pero que entonces apenas eran parte de la muchachada: Carmen Lyra, Tobías Bolaños, Ricardo Moreno Cañas...
Ese período desde inicios de la Primera Guerra Mundial hasta las resacas de los años 20 apasiona a los historiadores. Luego de aprender sobre él, ¿quién podría culparlos?
Años de crisis
Tobías Bolaños se fue a Europa con dos pies bien puestos sobre la tierra y regresó con uno solo (más una pierna de madera) pero sabiendo cómo volar.
Él se fue a aprender a pilotar en Francia justo en el año 1914, apenas para inaugurar la guerra. Fue herido en un brazo y luego tuvo un accidente al probar un nuevo modelo de aeronave, lo cual le valió la amputación y altísimos honores.
Cuando regresó a Costa Rica encontró convulsión, un país distinto al que había dejado en 1914.
Aquel había sido año electoral, y después de que ninguno de los tres candidatos resultara como presidente, el Congreso eligió al herediano Alfredo González Flores, un personaje que la historia costarricense ha sabido valorar, aunque sus contemporáneos nunca lo hicieran.
La historiadora Ana María Botey explica que a la llegada del nuevo mandatario estaba consolidado el Estado liberal, el modelo agroexportador tenía vigor y la economía se había empezado a diversificar. En síntesis, en el país había un clima de optimismo económico.
No obstante, con el estallido de la guerra, la historiadora refiere la llegada de un “paréntesis oscuro” en el que las finanzas del Estado sufrieron. Los dineros públicos dependían del monopolio del alcohol y de los impuestos a las importaciones, y justamente estas disminuyeron drásticamente.
“Las condiciones de vida se hicieron terriblemente duras”, cuenta Botey, y agrega: “Aquí se importaban los productos básicos, todo se importaba, hasta un clavo”.
González Flores, en lo que varios historiadores consideran un movimiento visionario, quiso fortalecer el papel regulador del Estado, y promovió un proyecto para crear el impuesto sobre la renta y sobre la propiedad, lo cual erizó a la oligarquía, cuyas exportaciones, por su parte, no sufrieron con la guerra, pues su producción iba para Estados Unidos, que entró tarde a la guerra.
González Flores debió reducir la cobertura de salud y la construcción de escuelas. Ante la negativa de los bancos a prestarle a los pequeños productores creó el primer banco estatal (el Internacional) para dar créditos blandos a la producción de bienes de subsistencia, para depender menos de productos del exterior.
Una de las empresas que sufrió las mermas en las importaciones fue la prensa, según cuenta la historiadora Patricia Vega. Las ediciones empezaron a reducir su foliaje y los periódicos a despedir a parte de su personal.
Cuando detonó la guerra, el diario La Información –el más importante de la época– dedicó su portada a reportar sobre el conflicto en los Balcanes, que se esperaba que fuera corto. No obstante, entre julio y agosto de 1914, todo el periódico se concentró en la cobertura de la escalada en las hostilidades.
“Había una gran sed de noticias; aquel fue el gran acontecimiento informativo de la época; así como nosotros vivimos la inmensa carga informativa de los 90 con la Guerra del Golfo, esta gente la veía a través de la prensa”, explica Vega. Además, la historiadora cuenta que la gran cantidad de traducciones de los distintos idiomas al código morse hacían que aquella información resultara muy tergiversada, y con un evidente sesgo hacia el bando de los aliados.
Mientras tanto, el gobierno de González Flores se propuso no disminuir la planilla estatal, pero una de sus medidas más criticadas fueron las “tercerillas”: la rebaja de un tercio de los salarios para los empleados públicos a cambio de bonos que se harían efectivos cuando la situación mejorase.
“La presión económica se recrudeció y, en ese contexto, nadie entendió lo que él trataba de lograr; lo único que pudieron ver es que la vida se hizo muy complicada”, explica Botey.
A principios de 1917 llegaría el hierro: un golpe de Estado sorpresivo y sin resistencia que vino por parte del secretario de Guerra y Marina, Federico Tinoco. El cambio llegó con el beneplácito de la gente; no obstante, la situación del país se complicaría todavía más.
Tinoco sepultó el plan de impuestos y usó el nuevo Banco Internacional para emitir moneda sin respaldo, lo que agravó la inflación.
Botey afirma que la mortalidad en el país se multiplicó ante unos recortes aún más drásticos que los que tuvo que aplicar González Flores en la salud pública.
Tinoco terminó declarándole la guerra a Alemania para congraciarse con los Estados Unidos –que entró en el conflicto en 1917–; no obstante, el presidente Woodrow Wilson se mantuvo firme en que ningún gobierno que llegara por la fuerza sería reconocido por su país.
La guerra terminó en 1918; pero ya sería muy tarde para el dictador y este pequeño país arruinado. Sin respaldo, Tinoco renunció a la presidencia en agosto de 1919, y terminó en Francia.
Botey relata que Costa Rica no vería ni una tímida recuperación hasta los años de gobierno de Julio Acosta (1920-1924). Después de la guerra, y con una Europa maltrecha, las relaciones comerciales de Costa Rica giraron, y se le dio una mayor importancia al comercio con los Estados Unidos.
A las trincheras
Durante los años de guerra, los fervores patrios también llegaron a Costa Rica para los hijos de inmigrantes de familias de ingleses, franceses, belgas y alemanes.
Por ejemplo, Randolph Steinvorth refiere que su abuelo y sus cinco tíos abuelos sirvieron para los alemanes. Los dos mayores y el penúltimo hijo de Walter Steinvorth y Ana Lauenstein –Alfred, Botho y Gerhard– sobrevivieron. Por otra parte, el tercero en edad, Carl, desapareció en la famosa y cruel batalla del Somme, en Francia, mientras que Erich y Herberth murieron en 1916 y 1918, cuando servían con la Cruz Roja.
Otros costarricenses también vivieron las batallas de cerca. Por ejemplos, el doctor Solón Núñez –quien regresó al país en 1915–, así como Ricardo Moreno Cañas –que volvió a principios de los 20– sirvieron para Francia como médicos de guerra.
Según el historiador Dennis Arias, Núñez se incorporaría inmediatamente a las campañas contra la anquilostomiasis (la llamada enfermedad del cansancio); mientras que Moreno Cañas sería el primer cirujano ortopedista del país, quien aplicó sus conocimientos en la atención de mutilados en la guerra en el tratamiento de las personas con deformidades congénitas en el país.
Arias afirma que estas visiones de deformidades físicas que heredó la que ahora conocemos como la Gran Guerra, también influyó en las sensibilidades artísticas de la escritora Carmen Lyra.
El historiador destaca que, antes de la guerra, las ideas anarquistas de María Isabel Carvajal (nombre real de la autora) estaban volcadas a la denuncia de una sociedad indiferente ante una niñez escuálida y enferma. Su obra está llena de descripciones por el estilo.
“Carmen estuvo cerca de la medicina desde el inicio de su carrera, consultaba y leía las revistas médicas”, dice el historiador. No obstante afirma que una visita suya a Europa a principios de los años 20 debió haber enriquecido su sensibilidad, pues se encontró con veteranos de guerra mutilados que pedían limosna en Francia.
Estas visiones, y el contacto con el trabajo de pintores de la posguerra como George Grosz, la habrían ayudado a escribir cuentos como El marimbero y El Barrio Cothnejo-Fishy , en el que las deformidades juegan un papel central.
En Europa, aquellos cuerpos fueron recordatorios ambulantes de una monstruosidad, de una pesadilla de años terribles. En un “paisicito de Centroamérica”, como se refería Lyra a Costa Rica, el horror no fue tal; aunque sí sería una de las páginas más apasionantes y oscuras de su biografía.
Nota: Esta es una versión actualizada con la enmienda de dos errores. Una versión anterior afirmaba que la fotografía en la que aparece José Basileo Acuña era en realidad de Ricardo Moreno Cañas. Por otra parte, se decía que Tobías Bolaños había partido a aprender a pilotar a Francia como un muchacho, cuando en realidad tenía 22 años.