La película sobre la vida, gloria y tragedia de Carlos Monzón, el mejor boxeador argentino de todos los tiempos habría sido un éxito en cualquier momento después de su violenta muerte, justo el 8 de enero de 1995. Sin embargo, la coyuntura perfecta para contarla en detalle parece ahora, 31 años después, cuando Netflix compró a la cadena Space los derechos de la serie que produjo el año pasado, y el gigante de la televisión por streaming la colocó en la lupa mundial con el reciente estreno de Monzón, titulado así, a secas, porque su figura es imposible de adjetivizar: se trata de una historia gigante, para bien y para mal.
Y es que la violencia contra las mujeres que caracterizó a Carlos Monzón, campeón mundial de boxeo entre 1970 y 1977, y que culminó con el cruento feminicidio de Alicia Muñiz, su segunda esposa, fueron temas tan mediáticos que hoy, en retrospectiva, se consideran parte del germen que ayudó a crear conciencia en el continente sobre la violencia de género.
La serie ha recibido el beneplácito de la crítica y también del público en general; ambos bandos han destacado la fina línea con la que lograron reconstruirse los hechos sin que se sienta que la historia apoya o denigra a Monzón. Construye una relación de hechos y deja que el espectador se forme su criterio pero, hay que decirlo: pocas producciones, ficcionadas o no, han logrado calar en la audiencia como lo hace esta producción, por el realismo y crudeza con que muestra todas las partes de la historia... hasta el capítulo final, donde ocurre el feminicidio. Y es que es imposible no evocar los casos locales que han sacudido al país en los últimos tiempos y bueno, al planeta en general.
No se trata, por supuesto, de un fenómeno nuevo, lo que sí es un hecho es que en décadas pasadas no existía la visibilización que tiene en la actualidad la violencia de género.
A estas alturas es imperativo advertir, estimado lector, que este reportaje contiene spoilers o adelantos de contenido sobre la serie.
“Al barro, nunca más”
Como suele ocurrir con los biopic o documentales de la vida real que se transmiten actualmente, una vez que el espectador termina la serie viene la segunda parte: googlear la historia dispersa en distintas publicaciones y videos, tanto de la serie como de los actores.
Con el caso de Carlos Monzón, es fascinante constatar buena parte de su historia en sus propias palabras, así como en sus peleas, que para los años 70 se transmitían en Argentina, y luego en el mundo, en modestos televisores con la señal en blanco y negro. Pero se transmitían.
Aunque por un tema generacional buena parte de la memoria colectiva acaso ha escuchado hablar del otrora famosísimo púgil, aún son miles quienes, aficionados o no al boxeo, tienen alguna reminiscencia sobre el paso de Monzón por este planeta.
“El Negro”, como se le conoció desde pequeño, había nacido en un humilde barrio llamado La Flecha, en San Javier, un poblado de la provincia de Santa Fe, al noreste de Argentina. Aunque estudios genealógicos realizados en algún momento no confirman del todo que proviniera de una tribu indígena, la mayoría de sus biografías lo ubican como descendiente de los “mocovíes”, a juzgar en mucho por sus rasgos y los de sus padres y resto de hermanos.
Monzón fue el octavo de 13 hermanos y en lo que sí existe consenso es en que se crió en condiciones de pobreza extrema, como él mismo lo contó en varias entrevistas disponibles en videos de antaño, en Internet. “Volver al barro, nunca más”, decía.
Su padre, Roque Monzón, ha sido reseñado como un hombre violento que maltrataba a su esposa y les tenía cero tolerancia a sus hijos. Para colmo, cuando Carlos iba a nacer, la seguidilla de varones en la familia era abundante, por lo que el padre se llevó tremendo disgusto cuando supo que su esposa, doña Amalia Ledesma, había parido a otro varón. “Mi mamá me tuvo en el barro (la casa en la que vivían no tenía piso), y mi viejo se quedó en un boliche bebiendo por días, hasta el tercer día llegó a conocerme”, contaba Monzón sin mayores inflexiones en la voz, como hablaba casi siempre. Él vino al mundo un 7 de agosto de 1942.
Su infancia fue durísima. Apenas cursó el segundo grado de primaria cuando tuvo que abandonar la escuela para ayudar con la manutención de la casa. Repartía leche, periódicos, gaseosas... aunque en ese tiempo el niño moreno de rasgos indígenas era uno más en la pobre comuna, cuando empezó a darse a conocer en el barrio gracias a sus destrezas para boxear, muchos atribuyeron –hasta el día de hoy– que adoptó su fiero carácter tanto por cuenta del desapego familiar como por la forma en que tuvo que aprender a defenderse en la calle desde que era un niño.
De hecho, Monzón apenas sabía leer y escribir, pero incluso de adulto y ya en la cúpula de la fama, esta dificultad era todo un tema para él.
Para cuando entró en la adolescencia, su familia se había instalado en el barrio Barranquitas, y justo frente a su casa había un gimnasio de boxeo. Ese fue el gigante punto de inflexión para Monzón: empezó a practicar pero su finalidad primaria no era boxística, si no, monetaria. Tenía unos 15 años cuando su vida daría un viraje total, al pedirle una oportunidad a Amílcar Brusa, entrenador de boxeo que ya tenía a varias promesas bajo su dirección.
Ninguno de los dos lo sabía en ese entonces, pero Brusa se convertiría en el entrenador-amigo-papá de Monzón. De entrada no le vio mucho potencial: Carlos era muy delgado, desgarbado, no tenía mayor porte, se le salía por todas partes su ascendencia paupérrima, pero como lo contaría Brusa tantas veces después, hubo una frase de Monzón que lo hizo arquear la ceja: “Mire, hace poco me robaron con un porcentaje (se refería a que en una pelea semiamateur no le habían pagado lo prometido), yo sé que usted no roba, por eso vengo a verlo”.
Brusa lo probó y detectó que el muchacho no tenía, ni de lejos, un estilo vistoso, no se lo imaginaba mezclando el boxeo con esa parte de showman que imitaban los boxeadores de entonces a raíz de lo que hacían en el ring leyendas como Mohammed Alí.
Sin embargo, declaró Brusa en diversas entrevistas, la determinación de aquel muchacho casi monosilábico aunado a sus largos brazos, su frialdad y la contundencia de su derecha, lo convencieron y empezó a trabajarlo. Finalmente, el 7 de octubre de 1959, Carlos Monzón debutaba como boxeador amateur en el Club Cochabamba de Santa Fe. Y ahí empezó su vertiginoso ascenso: ya en febrero de 1963 debutó como profesional y noqueó a su adversario, Ramón Montenegro, en el sexto round. Meses después, en julio de ese mismo año dio un gran salto cuando peleó por primera vez en el famosísimo estadio cubierto Luna Park, en Buenos Aires. Boxear en el emblemático coliseo bonaerense era un gran paso, pero aún más importante: por entonces, los lunes se transmitían las peleas del Luna Park por televisión, y ahí fue donde poco a poco el nombre de Carlos Monzón empezó a figurar en la retina de los argentinos.
El Indio ganó por knockout a su contendiente y el resto es historia: con 1,83 metros, 72 kilos, el portentoso largo de sus brazos y su famosa derecha, durante 14 años combatió profesionalmente en más de 100 ocasiones en las que obtuvo 89 victorias, siete empates, tres derrotas y una sin decisión. En febrero de 1966 se proclamó campeón de peso mediano de Santa Fe y en setiembre coronó lo que fue para él un gran año, al ganarle al púgil Jorge Fernández, a quien despojó del título de Campeón Argentino de Peso Mediano. Un año después, también despojaría a Fernández del Cetro Sudamericano de Peso Mediano.
Las luces, los diarios, los promotores, el público y las mujeres ya habían puesto sus ojos sobre el joven veinteañero por el que nadie daba un centavo una década atrás.
Sin embargo, lidiar con Monzón no era fácil para sus promotores, ni siquiera para Brusa, su mentor. Los arranques de rabia de Carlos, su adicción al cigarrillo y también al licor (dijo que fue su padre quien le enseñó a beber a los ocho años), y su falta de disciplina provocada por su afición a las mujeres, se volvieron un dolor de cabeza para su entorno pugilístico.
Pero el Negro ya estaba más allá del bien y el mal: en noviembre de 1970 y en un combate que lo puso en la lupa mundial, se subió al ring nada menos que en Roma, Italia, para intentar derrotar al entonces campeón del título mediano, el famoso italiano Nino Benvenuti, en un resultado que muy pocos vieron venir, pues Benvenuti tenía experiencia, renombre, guapura, varios títulos mundiales y un aura de invencibilidad que provocaba gran reserva en los allegados a Monzón.
De hecho, siempre se ha recordado que Monzón partió hacia Roma prácticamente sin pena ni gloria, muy pocos acudieron a despedirlo. Aquella era apenas su segunda salida del país (antes solo había viajado a boxear a Brasil), y a pesar de que iba precedido de una racha de 50 peleas sin perder, no tenía mayor reconocimiento.
Pero aquel 7 de setiembre de 1970, Monzón demostró al mundo de qué estaba hecho y protagonizó, junto a su rival italiano, lo que hasta el día de hoy se conoce como “el combate del año”. La pelea fue intensa, delirante, prolongada. Según la prensa de entonces, Benvenuti era un gran competidor pero estaba muy confiado, se encontraba en el pico de su carrera y de la fama y el glamour, pues era muy atractivo. Hay un antecedente que se reseña en el biopic, tal cual, en el que el italiano constató que el combate contra Monzón iba a ser cualquier cosa, menos un show.
Durante el pesaje, y a manera de broma amistosa, Benvenuti le dio una nalgada al argentino cuando este se volteó para retirarse y a Monzón tuvieron que retenerlo ante varios, mientras vociferaba toda clase de insultos a su inminente contrincante porque, para él, aquel gesto había sido “digno de homosexuales”, según contó textualmente Cherquis Bialo, periodista y biógrafo del boxeador argentino, durante una entrevista televisada que se realizó años después de la muerte de Monzón.
De vuelta al megacombate, aquel día Benvenuti probó la famosa derecha de Carlos, quien lo derribaría de manera impresionante en el asalto 12, en un knockout que convirtió a Monzón en el nuevo campeón mundial. Su llegada a Argentina fue apoteósica y, desde entonces, se convirtió en un emblema y orgullo nacional deportivo, el que a la fecha solo ha sido comparado con la idolatría que se le profesó a Diego Armando Maradona en su época de gloria.
Por cierto, Benvenuti tuvo su revancha seis meses después en Mónaco, pero solo logró ratificar quién era el verdadero campeón: el italiano tiró la toalla en el tercer asalto.
Tras ser 14 veces campeón del mundo, Monzón se retiró del boxeo en 1977. Para entonces había acumulado dinero, relaciones, escándalos, papeles en películas, comerciales y sí, hasta la clase que jamás le habría augurado nadie en los arranques de su carrera. Pero bueno, a partir de entonces, Monzón empezó a figurar por otras razones, aunque de manera muy subrepticia, pues al día de hoy y a pesar de todo lo que ocurrió con su vida personal tras su retiro, para muchos Carlos Monzón sigue siendo “el campeón de campeones”.
“Sus” mujeres
En los últimos años y con más intensidad en estos meses, por el estreno de la serie Monzón, la prensa argentina y mundial ha vuelto la mirada al escabroso caso del púgil, que muestra no solo su veta violenta, sino el contexto en el que se trataba la violencia contra las mujeres cuatro décadas atrás.
La revista argentina Perfil recién publicó en un artículo sobre el tema: “Carlos Monzón fue campeón del mundo cuando casi nadie lo conocía y se convirtió en uno de los mejores y más reconocidos boxeadores de la historia de este cuestionado deporte. Pero también fue el primer femicida condenado por la sociedad antes que por la justicia por el crimen de Alicia Muñiz, su pareja. La sociedad argentina comenzó a tomar conciencia de la violencia de género (aunque todavía no se la llamaba así) por aquellos días del verano de 1988 y se dio cuenta de que un héroe deportivo también podía ser un asesino”.
La vida amorosa de Monzón fue sumamente intensa y empezó muy temprano. Aunque en todas las biografías y películas que se han publicado sobre él citan a Mercedes Beatriz “Pelusa” García como su primera esposa, en realidad él estuvo en convivencia con Zulma Torres entre 1958 y 1961; de esta relación nació su primogénito, Carlos. Luego se casó con “Pelusa” y procrearon a Silvia, Abel y Carlos Raúl. Finalmente nació Maximiliano, el hijo que tuvo con su última esposa, Alicia Muñiz, a la que asesinó justo el 14 de febrero de 1988, cuando Maxi tenía solo seis años.
Uno de sus episodios personales más sonados fue el vínculo que tuvo durante cuatro años con Susana Giménez, quien entonces estaba en el pináculo de su carrera como modelo, actriz, vedette y presentadora de televisión, una mujer que entonces era inalcanzable para casi cualquiera y que enamoró a Monzón al punto de que él se divorció de Pelusa, tras 14 años de matrimonio, para establecerse con Susana durante cuatro años. La pareja se conoció durante el rodaje de la película La Mary, en 1974.
El tema es que Monzón era proclive a la violencia, mucho más cuando estaba con tragos de más, aunque en aquellos años el asunto era solo un secreto a voces y no había mayores cuestionamientos, como ya se dijo, porque se trataba de un campeón de palmarés mundial y uno de los más destacados deportistas de Argentina. Además, la historia de patito feo y pobre que se convierte en millonario y famoso, íntimo de celebridades mundiales como Alain Delon, galán del cine francés de la época, era venerada por sus seguidores en todo el mundo.
El portal argentino Infobae analizó el fenómeno de la impunidad de Monzón, pese a que su faceta violenta iba siendo cada vez de mayor dominio público: “Muchas mujeres pasaron por los brazos de Carlos Monzón durante sus años de gloria. Pero, en aquellos tiempos, la prensa del corazón no solía sacar a la luz relaciones que no fueran oficiales. Y menos, si no había una foto que las acreditara como tales. Por eso, al excampeón del mundo solo se le conocieron tres parejas que fueron Mercedes Beatriz Pelusa García, Susana Giménez y Alicia Muñiz. Y las tres estuvieron signadas por un denominador común: la violencia”.
Ciertamente, cuando ocurrió el homicidio de Alicia Muñiz, tanto Pelusa como Susana Giménez confesaron que habían sufrido golpizas, en muchas ocasiones, por parte de Monzón. Giménez, quien aún se mantiene vigente en la televisión argentina, incluso retomó el tema recientemente ante preguntas de varios periodistas y aceptó que las agresiones sí ocurrían, pero siempre cuando Monzón estaba con licor.
“Eran años en los que no se hablaba de violencia de género. De hecho, cuando una mujer era asesinada por su pareja, los diarios de la época lo titulaban como ‘crimen pasional’ en lugar de femicidio. Y la justicia no tomaba cartas en el asunto ante las denuncias de las víctimas. A tal punto que gran parte de la sociedad terminaba naturalizando el hecho de que muchos hombres creyeran que sus parejas eran de su propiedad. Y pensaran que podían hacer con ellas lo que quisieran”, agrega Infobae, en una situación calcada a la que ocurría en el resto de Latinoamérica, incluida Costa Rica.
Basta rastrear algunas entrevistas realizadas a Pelusa, en video, para constatar que ella misma validaba la violencia física, pues se acostumbró a sufrirla desde muy pequeña, cuando su papá quiso abusar de ella. A la altura de este 2019, sorprende ver los videos en los que Pelusa, después de la muerte de Muñiz, ratificaba que su matrimonio con el púgil estuvo plagado de peleas físicas desde el principio, incluso estuvo a punto de matarlo en una ocasión, cuando le disparó dos veces con una pistola para evitar que la siguiera golpeando. Monzón fue a dar al hospital en aquella oportunidad y, según reportes de prensa, hubo una bala que no le pudo ser extraída y permaneció en su cuerpo hasta su muerte.
Ni siquiera la gravedad de ese incidente provocó la separación, que solo ocurrió cuando el boxeador la dejó para irse con Susana. Entre risas, Pelusa dice viendo a la cámara: “Total, ¿cuál pareja no se ha tirado unos platos en la cabeza?”.
Susana también escondió los maltratos, aunque sus amigos han recordado, a lo largo de los años, que todos los allegados a la platinada vedette sabían que estaba siendo fuertemente agredida, pues era común verla con lentes oscuros u ocultando moretes con maquillaje.
Como afirma el reportaje de la citada revista Perfil, Monzón no supo qué hacer con su vida libre fuera del boxeo. “Probó algunos negocios, entrenar a principiantes, pero lo único que le gustaba era la noche y sus vicios. Libre de los controles y las privaciones de su vida deportiva, se dejó llevar por el alcohol. Otra rubia de 23 años, la modelo uruguaya Alicia Muñiz lo encandiló; parecía la mujer ideal para sosegar al seductor y volver a formar una familia. Pero en una de las tantas peleas y reconciliaciones, llegó la trágica madrugada del 14 de febrero de 1988”.
En los capítulos finales, la serie Monzón aborda con todo el caso Monzón-Muñiz y lo ocurrido durante aquella madrugada en que la pareja venía llegando de celebrar, ambos con ingesta de licor, tras lo que se suponía sería una reconciliación después de varios meses separados.
Todo el proceso de investigación y la condena a Monzón son exhaustivamente tratados, con bastante balance, por cierto, en los últimos capítulos de la serie. Eso sí, vale decir que el desenlace y la forma en que fue recreado, es un verdadero derechazo a la conciencia, a la realidad que viven miles de parejas en el mundo, a la barbarie en la que se puede llegar a convertir el amor.
Y sí, dan muchas muchas ganas de llorar. Pero no solo por Alicia. También por Monzón.
Al final, el campeón de campeones fue condenado a 11 años de prisión por asfixiar a su esposa, en un confuso caso, pues ambos cayeron del balcón de la casa y, según la versión que daba Monzón, ambos habían caído juntos en un intento de él por salvarla a ella de lanzarse. Nunca aceptó su responsabilidad. Las pericias de la justicia determinaron que la exmodelo estaba muerta por asfixia antes de caer. Monzón fue detenido, juzgado y condenado.
Pese a la gravedad del asunto y ya con testimonios adicionales que surgieron sobre las agresiones de Mozón contra “sus” mujeres, la mitad de Argentina le gritaba “Asesino”, mientras la otra seguía apoyándolo con el grito de guerra que le lanzaban cuando estaba en el cuadrilátero: “Dale campeón”.
En la cárcel, Monzón mostró buen comportamiento, al punto de que tras cumplir cierta parte de su condena, le concedieron el beneficio de salir del penal durante algunas horas, cada dos semanas.
Aquel domingo 8 de enero de 1995, Carlos decidió aceptar la invitación de unos amigos a participar en un asado. Pero se le hizo tarde, debía estar en el penal a las 8 de la noche y viajaba a 140 kilómetros por hora. En determinado momento, perdió el control del vehículo y dio varias vueltas sobre un pastizal. Su cuerpo quedó tendido entre el monte. Estaba a cinco meses de recuperar su libertad total.
Sus restos fueron despedidos por una multitud en su Santa Fe natal. Se calcula que asistieron a su sepelio unas 60 mil personas que le dieron el último adiós a su más grande ídolo deportivo. Pero también a un hombre que mató a su pareja y pagó con la cárcel lo que decidió la justicia.
En Santa Fe levantaron un monumento en su honor. Rezaba: “Carlos Monzón, campeón”. En junio del 2018, un grupo de arte urbano intervino la leyenda y la cambió: “Carlos Monzón, campeón y FEMINICIDA”.
En marzo de este 2019, una escultura ubicada en el sitio donde perdió la vida el expúgil, fue retirada para su restauración, pero un grupo de feministas se opuso a que la estatua de Monzón volviera a ser colocada. Nadie se atrevió a contradecirlas, ni siquiera el escultor Roberto Favareto, que la creó y la retiró para remozarla en su atelier. El artista se limitó a informar por medio de su cuenta de Facebook que “el monumento no se colocará más, por pedido de un grupo de mujeres que ha estado en disconformidad”.