Larissa Granados aún parece no asimilar lo que está viviendo: entre sus manos sostiene la correa color naranja de Milano, un poodle de seis meses que llegó hasta ella para hacerla sentir más segura, más capaz de lidiar con su día a día y que lo convierte en su “cable a tierra” cuando atraviesa alguna de sus crisis.
A sus 18 años, la joven reconoce con cierta incredulidad que ese perro que todos piden acariciar es para ella sinónimo de esperanza. Lo hace, especialmente, cuando recuerda que se había dado por vencida en encontrar ese “algo” que la ayudara a lidiar con sus crisis de ansiedad y su bipolaridad grado dos.
“¿Qué significa Milo (como le dicen al perro de cariño) para mí? Podría resumirlo en una palabra: todo. Él es mi ancla en este mundo cuando me dan mis crisis o episodios, ha sabido demostrarme que no debo sentirme sola y que, a pesar de tener esta enfermedad, debo salir adelante, no solo por mí, sino también por él”, afirma mientras extiende su mano como para palpar que el can es real.
Para esta chica, vecina de San Joaquín de Heredia, Milo no es solo compañía, sino que también es salvación y obtenerla no fue fácil. Aunque desde inicios de este año se dio a la tarea de investigar más sobre los perros de asistencia –animales adiestrados para solventar alguna necesidad física o emocional de su dueño–, ya ella había dejado de lado esta posibilidad.
Larissa supo del tema cuando una amiga de Estados Unidos vino a visitarla y trajo consigo a su mascota de apoyo emocional –un perro no entrenado que le ofrece soporte a sus dueños cuando se sienten inseguros en cualquier ambiente–, lo que le generó la curiosidad de indagar más al respecto.
“Hay fundaciones en los Estados Unidos que trabajan con perros de asistencia. Lo complicado es que tenía que pasar por una serie filtros, estar en una lista de espera y tener que pagar hasta $20.000 dólares, por lo que sabía que no era algo viable. Estando internada en una clínica, luego de una de las crisis más fuertes que he tenido, le pregunté casi inconsciente a mi terapeuta si sabía de algo así en Costa Rica y me dijo que sí”, recuerda.
Para Larissa, aquello significó una nueva oportunidad. Tras recuperarse, se dio a la tarea de buscar a la persona detrás del nombre que le había compartido la especialista. Después de poco más de un mes, finalmente lo logró: pudo comunicarse con el psicólogo y entrenador canino Alejandro Del Valle.
El también psicopedagogo, y quien ya tiene 15 años de laborar en el Centro de Educación Especial de Pitahaya, decidió conocer a la joven y estudiar su caso, por lo que luego de conversar con ella y su familia, aceptó adiestrar un perro que la ayudara a lidiar con su ansiedad y el trastorno de bipolaridad.
La escogencia de Milo no fue gratuita, según explica Del Valle, ya que estos perros deben tener ciertas características, entre ellas, que sea un animal sociable, que no le genere temor el contacto con humanos y, preferiblemente, sus padres también hayan servido en algún momento como perros de asistencia.
“Los posibles candidatos se someten a distintas pruebas físicas, en las que se incluyen los exámenes genéticos, para ver que todo esté bien. También hay que analizar que sea un perro que venga a solventar las necesidades del dueño, por lo que en caso de Lari, sabía que tenía que tener un pelaje con textura, que ella pudiera acariciar y le ofreciera serenidad”, explica.
Una vez que el poodle fue “presentado a la familia al mejor estilo del Rey León”, según recuerda la estudiante de diseño publicitario, comenzó el proceso de adiestramiento –que dependiendo del perro y de la duración del proceso puede costar unos $4.000 dólares–, y que ya lleva unos cuatro meses y podría extenderse por cuatro o seis meses más. Tanto ella como Del Valle tienen la responsabilidad de ir enseñando al animal.
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Por ejemplo, Milo puede percibir que a Larissa le está dando una crisis al ver que ella se pasa sus manos por el pantalón, por lo que este se le acerca y busca que ella lo acaricie o juegue con él para que piense en otra cosa.
“Ya he atravesado una crisis con Milo en mi vida y no puedo expresar con palabras la tranquilidad que sentí al poder tocarlo y saber que estaba allí, porque me hizo entender que tengo más de un motivo por el cual luchar y no dejarme vencer. Puedo estar triste, sin ganas de salir de la cama, pero saber que tengo esta responsabilidad conmigo y con él me alienta a seguir luchando. Míreme aquí, hablando públicamente de mi enfermedad con la esperanza de que esto ayude a alguien más”, explicó.
Según explicó Del Valle, la idea es que como parte del entrenamiento se recreen los distintos escenarios en los cuales podría desenvolverse la joven para así corregir o reforzar el comportamiento de su perro de asistencia. El psicólogo agregó, además, que cada vez es más común recurrir a este tipo de terapia o ayuda para personas con autismo, enfermedades psiquiátricas, problemas motores o que tienen discapacidad visual o auditiva.
Precisamente por esta razón, tanto Larissa como el terapeuta recalcan que es importante que las demás personas entiendan que por más tentador que pueda resultar acercarse a estos perros –que en la mayoría de los casos están identificados con un chaleco especial– para acariciarlos o jugar con ellos, hay que recordar que están cumpliendo una función y esto los distrae por completo.
“Al principio me sentía mal cuando la gente se acercaba para tocar a Milo y yo les decía que no podían, pero ya me dije a mí misma que no hay razón para pensar así. Creo que es importante también que los comercios, empresas e instituciones entiendan que tenemos el derecho de entrar con ellos a cualquier lugar, porque han sido entrenados. Yo tengo una enfermedad psiquiátrica que no es visible para otros”, expresó Granados.
Vínculo que trasciende
Cada tarde, luego de salir de su trabajo, Gloriana Paz se montaba en su carro y lo primero que hacía era colocar su celular sobre el tablero del auto y llamar de inmediato a su mamá, Priscilla Carrillo, quien la acompañaba en el trayecto de regreso a casa, desde La Guácima hasta Barrio Dent.
La joven cuenta que su madre siempre era la primera persona a la que recurría para contarle todo lo que le sucedía, lo que pensaba y hasta lo que la entristecía. Era su más grande confidente, su mejor amiga y era algo recíproco, quizás porque ella es la mayor de tres hijos.
Gloriana, de 33 años, recuerda que cuando comenzó a trabajar, decidió que lo primero que compraría sería un perro beagle, con el que siempre soñó. Sin embargo, su mamá se negaba, por lo que como una medida de presión decidió, junto a sus hermanos Tanya y Luis Guillermo, empapelar la casa con fotografías de este animal.
El tiempo fue su aliado. Finalmente, doña Priscilla accedió al anhelo de sus tres hijos y así llegó a sus vidas Valentina, quien se convirtió en el alma de la casa y en la más importante compañía para esta madre.
“Fue muy vacilón, porque después de tanto negarse a que tuviéramos otro perro, apenas llegó Valentina nos dijo: ‘esta perra es solo mía, así que si ustedes quieren otra, la van a tener que buscar’. Y así fue, Tina la acompañaba y era su consentida”, relata Gloriana entre sonrisas.
Ese recuerdo viene a ella con mayor nostalgia, luego de que el 1.° de setiembre del año pasado, su mamá falleció como consecuencia de un cáncer en el esófago. Doña Priscilla, quien era sobreviviente de cáncer de seno, le reconoció unos días antes a su hija mayor que sentía que había llegado su momento y que se negaba a volver a luchar contra la enfermedad.
“Mis hermanos y yo nos turnábamos para cuidarla en el Hospital Calderón. Un par de días antes de morir, mami me pidió hacer una videollamada con Valentina y la gata Hellen, sus más fieles compañeras, pero cuando las vio les dijo que las amaba y las extrañaba, pues ella estaba internada. Recuerdo que al ver sus lágrimas le dije que estuviera tranquila, que pronto regresaría a casa a estar con ellas”, dice Paz.
Doña Priscilla no pudo regresar a su casa y sobreponerse a su muerte ha sido un proceso lento en el que Gloriana ha ido avanzando de la mano de sus hermanos y su esposo, Justin Kamps. Hoy afirma que Tina, quien tiene 13 años, ha sido esencial para vivir un día a la vez.
En la beagle ha encontrado el apoyo emocional para transitar por el duelo, y gracias a su terapeuta ha sabido sacarle mayor provecho al vínculo que ahora siente más fuerte que nunca con su perra.
“Cuando a mi mamá la diagnosticaron con cáncer de seno, yo me pasé a su cuarto para cuidarla, así que allí estábamos las tres cada noche en el cuarto: Ma, Tina y yo. Ahora que ella no está, es como sentir que su ausencia no pesa tanto, porque creo que mi mamá preparó a nuestro beagle para que pudiéramos hacerle frente a este difícil proceso”, relata.
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Hace un par de meses, Tina tuvo que ser sometida a una operación de cuatro horas para extraerle unos tumores. Gloriana sintió que revivía todo lo que pasaron con su mamá. Pensar en que la perra podía morir, hizo que volviera a despertar el dolor.
Sin embargo, ahora, entre risas, comenta que tras el procedimiento, Tina recuperó más de siete años de vida, evidenciados en la gran energía que ahora tiene y su comportamiento más juguetón.
“Cualquiera podría decir que Tina llegó a nuestras vidas con un propósito, pero yo pienso lo contrario. Nosotros llegamos a la vida de ella para que nos enseñara con su dulzura y bondad que siempre podemos levantarnos de los momentos difíciles y que podemos hacerlo desde la convicción de ese amor incondicional que ella nos da cada día”, concluye su dueña.
Ángel de la suerte
El 10 de octubre del 2010, Giselle Retana recibió la llamada que cualquier madre desearía nunca atender: “Véngase, que Manuel se murió”, se escuchó del otro lado del teléfono.
Eran las 12:10 a. m. en la ciudad en la que ella se encontraba en ese momento, cuando se enteró que su hijo mayor, de tan solo 20 años, había fallecido en un accidente de tránsito. Allá, completamente sola, el dolor la impulsó a hacer todo lo posible por regresar a Costa Rica.
“Por dicha tenía amigos, quienes me acompañaron al aeropuerto, pero tuve que dejar ir dos vuelos porque a uno no llegué a tiempo y en el otro no me quisieron subir por el estado de nervios en el que estaba. Luego un trabajador de una línea aérea me dijo que fuera donde un doctor para que me pusieran un calmante y poder abordar el siguiente avión. Así lo hice”, recuerda.
Retana, quien el año pasado se graduó como abogada, asegura que “Dios todo lo hace perfecto”, porque cuando llegó a Costa Rica y se dirigió a la funeraria en compañía de sus otras hijas, las gemelas Mónica y Silvia, entendió muchas cosas.
“Creo que todo pasa por una razón. Cuando yo llegué y lo vi allí, pensé en que yo no hubiese tenido la valentía de alistarlo, vestirlo y eso me hubiese tocado al llegar en un vuelo más temprano. Yo no estaba lista para eso y sentí que el mundo se me vino encima”, afirma.
Esta mujer, de 46 años, cuenta que ante sus hijas trataba de ser fuerte y no mostrarles su dolor, pero cuando se iban al colegio solo pasaba llorando en su cuarto. En su esfuerzo por ir retomando poco a poco su rutina, pasó por una veterinaria y decidió que les compraría un perro.
El elegido fue Chester, un Schnauzer que se ganó su corazón al ser el más juguetón de la camada. Su llegada en ese momento a este hogar parecía no tener otro motivo que llevar un poco de alegría, pero dos meses después, Giselle descubriría que había otra razón aún mayor.
“Un fin de semana, mis hijas se fueron con su papá. Ese día, decidí encerrarme en mi cuarto con la decisión firme de terminar con mi vida. Acostada en el piso, en posición fetal, no paraba de llorar y estaba lista para hacerlo, pero hubo algo que me detuvo y fue Chester”, dice.
El perro sabía que algo malo estaba sucediendo, por lo que no paraba de llorar y arañar la puerta del cuarto pidiendo entrar. En medio de su dolor, Giselle abrió la puerta y de inmediato el animal se le tiró encima a limpiar sus lágrimas con la lengua.
La abogada especialista en familia siente que esa fue la señal que le enviaron Dios y su hijo para no rendirse. Desde entonces, Chester, de seis años, tiene un lugar más que privilegiado en su familia, pues le salvó la vida e hizo el proceso de duelo más ligero.
“Si Chester no hubiese estado esa noche, yo no estaría contando esta historia. Yo lo llamo mi ángel de la suerte, porque fue un gran apoyo emocional en todo ese proceso. Al mirarlo solo pienso que no existe un amor más puro que este y estoy agradecida porque esté en nuestras vidas”, comenta mientras lo sostiene en sus piernas.
Giselle siente que el perro no solo la ayudó a lidiar con la muerte de su hijo, sino que de alguna forma también le permitió tomar el valor para terminar el bachillerato y cumplir su sueño de estudiar Derecho.
“Esa era una posibilidad que no existía para mí, porque tuve que salirme del colegio cuando en 1989 mi mamá tomó la decisión de suicidarse y eso hizo que los cuatro hermanos mayores trabajáramos y nos hiciéramos cargo de nuestra hermana menor, que tenía solo cuatro años en aquel entonces”, recuerda.
Ella asegura que su vida no ha sido fácil, pero se siente agradecida por haber atravesado momentos dolorosos, incluso, la violencia doméstica que sufrió en su segundo matrimonio. Giselle considera que esto ha formado la mujer que es hoy, la misma que cuando siente que la adversidad puede ser mayor que su voluntad, haya en Chester el recordatorio de su fortaleza interna.
Ayuda personalizada
Carlos Orozco, entrenador y propietario de Hablemos de Perros, afirma que es importante entender que los perros de asistencia son entrenados para una persona en específico, ya que el proceso está basado en el diagnóstico de un especialista en salud.
Es por ello que, desde su experiencia, siempre inicia el proceso por medio de una entrevista que le permite tener acceso al diagnóstico de la persona, además de conocer su capacidad motora y estabilidad emocional, al igual que determinar si la persona en cuestión y su familia están dispuestas a lidiar con un perro las 24 horas.
“Este tipo de animales de asistencia son perros específicos para ayudar a la persona en sus problemas motores o con su inestabilidad emocional, siempre y cuando tengamos claro de dónde viene ese problema. No cualquier perro sirve para esto y no cualquier perro puede cumplir con todas las funciones”, asegura el especialista canino.
Desde su experiencia, hay personas que han llegado con sus propias mascotas para ser adiestradas pero estas no tienen la habilidad ni la estructura emocional para ayudarles con la asistencia que requieren. En ese caso, se recomienda primero saber el diagnóstico y luego buscar junto a un entrenador que los guíe el animal adecuado.
Para Orozco, quien ha adiestrado animales para personas no videntes, en sillas de ruedas y con depresión, entre otros casos, estos son perros de vida y entre más su dueño trabaje y comparta con ellos, mejor resultado se tendrá. Sin embargo, la familia también debe comprometerse en colaborar con el proceso para que el animal trabaje de forma adecuada.
“Todo este proceso es hecho a la medida, porque es calidad de vida lo que se le dará a la persona, por lo que el entrenamiento de este animal dependerá de la necesidad. El proceso será tan largo como de específica sea la función. No se puede permitir que el perro se equivoque o falle en lo mínimo porque eso podría poner en riesgo a la persona”, comenta.
Ya sea un perro de asistencia o de apoyo emocional, estos animales crean un vínculo especial con las personas. Sin importar la función que cumplan, ellos llegan hasta su entorno con un solo propósito: demostrarles a sus dueños que sí es posible tener una mejor calidad de vida, reflejo de la lealtad y el amor incondicional que estos canes son capaces de ofrecer sin pedir nada a cambio.