Citemos mal a Augusto Monterroso: cuando despertamos, el gecko ya estaba ahí. Más que llegar, el gecko se materializó en nuestras casas. En algún punto de la década de los 90, estos reptiles empezaron a pasearse, sin invitación, por los hogares de prácticamente todo Costa Rica. Nadie los había visto nunca, y desde entonces nadie los dejó de ver.
En algunos hogares, los tienen en categoría de mascotas, mientras que en otros están proscritos como plagas. Nuestros lectores más amorosos nos reportaron desde Facebook que “sus geckos ” tienen nombres propios: apelativos de entrecasa como Antonio, Tomás y Óscar Asís; importados, como Fletcher y Jimmy; caricaturescos como Rango y Juancho, y alguno con aires de dandi, el refinado Gaspar Le Gecko. En otros hogares menos amigos de los huéspedes se los espanta a escobazos, los gasean con insecticida o los usan como blanco para ejercitar la puntería.
Todos sabemos que “cantan”; sabemos que pueden caminar por superficies tan pulidas como un vidrio, y que sueltan la cola, como las lagartijas. Algunos también creen saber que son venenosos (no lo son), que transmiten enfermedades (no hay evidencias de ello) y que “orinan” una sustancia urticante (¡para nada!).
Más allá de lo que sabemos y de lo que creemos saber, lo cierto es que conocemos poco de esta criatura fascinante que, por el contrario, nos conoce a nosotros hasta desnudos en la ducha.
Dos especies
Empecemos con algunas precisiones. En primer lugar, el nombre en castellano del gecko es salamanquesa, aunque muchos lectores las conocen como cherepos . La segunda aclaración necesaria es que las salamanquesas de casa no pertenecen a una sola especie sino a dos: Hemidactylus garnotii (más información, aquí) y Hemidactylus frenatus (más información, aquí) .
El herpetólogo Víctor Acosta nos cuenta que diferenciar a ambas especies es complicado: “Hay una diferencia en las escamas del mentón; y el garnotii tiene la cola más roja y la panza más amarillenta”. El biólogo señala que en Costa Rica hay 13 especies de salamanquesas, cuatro de las cuales son invasoras. Entre ellas están las dos que se suelen pasear comúnmente por la cocina.
Estas son originarias de Asia y de la región indopacífica. No están claras las causas de su aparición en Costa Rica durante los años 90, pero la hipótesis más extendida es que pudieron venir como “polizones” en las cargas de buques que importaron materiales de aquellas regiones. Esta misma hipótesis es compartida por científicos colombianos que estudiaron la distribución [PDF] de la especie frenatus en su país, donde fue identificada por primera vez en el 2000.
Buena parte del éxito de ambas especies en Costa Rica se debe a su tasa de fecundidad, pues, como diría uno de nuestros lectores, “son como conejos”. Suelen poner huevos en repisas, libros, floreros, computadoras..., cualquier lugar oscuro.
Yunieth Monge, una lectora, nos cuenta que ella suele guardar los huevos en frascos y joyeros, y espera para verlos recién nacidos. Estas delicadezas materializan la percepción de Francia Segura, quien se refiere a ellos como “perlitas”.
Una diferencia importante entre ambas especies, nos cuenta Víctor Acosta, está en su forma de reproducción. Los garnotii son partenogénicos, lo que quiere decir que en la especie solo hay hembras. Todas las crías de una madre son clones de ella.
“Para la reproducción, una hembra se comporta como un macho y corteja a otra hembra. Aunque no hay fecundación, el acto estimula a que la hembra cortejada ponga huevos”, explica Acosta.
En el otro caso, el de los frenatus , las hembras pueden guardar el esperma de un macho hasta por ocho meses, por lo que pueden tener crías cada vez que las condiciones ambientales sean propicias.
Su fecundidad y la capacidad para adaptarse a ambientes humanos ha garantizado el éxito de estos animales, y hace pensar que incluso podrían haber desplazado a otras especies, como por ejemplo, la tradicional lagartija de tapia.
No obstante, Víctor Acosta sostiene que aunque este fenómeno pudo haber ocurrido, el motivo principal para la desaparición de especies nativas es, principalmente, la urbanización.
“Por ejemplo, en Heredia, después de 1995 desaparecieron la mayoría de los cafetales para dar paso a las urbanizaciones, lo que lleva a una extinción masiva de animales como ranas y lagartijas. Lo que los geckos hacen es aprovechar los nuevos espacios ecológicos”.
Los saurios invasores, por el contrario, prefieren nuestra compañía. Según Acosta, las especies domésticas de salamanquesas se encuentran también en ambientes naturales, pero son más comunes en ambientes humanos.
‘Superpoderes’
Ahí donde usted las ve, las salamanquesas tienen unas cualidades extraordinarias. Hablemos primero de las más conocidas. Su canto, por ejemplo, se usa como un llamado para el apareamiento y como un grito para marcar el territorio sin tener que llegar a una confrontación física.
“Esos ‘chips’ que hacen responden a cambios pequeños en la temperatura y la humedad, lo que los excita a cantar. Algo muy interesante es que son los únicos reptiles escamados que emiten sonidos verdaderos –como un pájaro o una rana–, y que no son solo reclamos, como los de cocodrilos y tortugas”.
Por otra parte, tienen mecanismos para liberar la cola cuando se ven en peligro, y su sistema nervioso la mantiene en movimiento para que un depredador amenazante se entretenga con la parte más prescindible de la presa. Asimismo tiene la capacidad de hacer una regeneración casi perfecta de la pieza perdida.
Sin embargo, la cualidad verdaderamente diferenciadora de la familia de los Gecónidos está en sus patas. Acosta explica que las lagartijas habitualmente se fijan a las superficies por succión, mientras que las salamanquesas lo hacen gracias a microvellosidades que tienen en sus patas, tan finas como 200 nanómetros (un nanómetro es la mil millonésima parte de un metro). Esto les permite unirse con la materia a una escala molecular y caminar sin problema incluso sobre superficies muy pulidas.
Una cualidad extra es que son los únicos reptiles conocidos que pueden ver a color en la oscuridad.
Más allá de lo sorprendente de estos animales, las salamanquesas domésticas son aplaudidas por nuestros lectores por su voracidad contra las cucharachas, las polillas y los zancudos.
“No volví a comprar Oko, y no volví a ver ni a una cuca en mi casa desde que tengo dos geckos ”, nos dice Mauricio Obando. “Observé a uno matando una cucaracha que era más grande que la cabeza de él”, dice Darío Montero; y Pedro Orozco nos cuenta: “Yo vi a uno pegarle con la cola a una cucaracha, botarla al suelo y comérsela; una pelea legendaria”.
Víctor Acosta piensa que las salamanquesas podrían llegar a ser perjudiciales en un sitio rural con un hábitat natural más conservado, pero cree que en zonas urbanas más bien son beneficiosas.
Descarta que sean venenosas, o que haya pruebas de que transmitan parásitos. El biólogo cuenta que el mito más disparatado que ha debido rebatir es que transmiten lepra, pues hay personas que creen que tienen la enfermedad al ver que se desprenden de su cola.
A la par del miedo, el otro gran sentimiento negativo que expresaron nuestros lectores fue la repugnancia.
Jackeline Zamora cuenta, horrorizada, que alguna vez le cayó una en la cara mientras estaba acostada en su cama; y otra lectora recordó el día en que estaba viendo una película de terror y de pronto le cayó encima una pareja de geckos .
Acosta afirma que son estas experiencias las que suelen asquear más a la gente, pero afirma que son animales más limpios que un perro o un gato; “están mucho más limpias que nosotros”, dice.
Las salamanquesas han traído un poco de la vida salvaje a lo interno de hogares cada vez más alejados de la naturaleza.
Son seres que despiertan sentimientos encontrados en nosotros, sus hospederos; una ambigüedad nunca mejor expresada que por una lectora: “Son la cosa más fea y más tierna del mundo”.
Nota: Este artículo fue corregido pues afirmaba erróneamente que un nanómetro corresponde a la millonésima parte de un metro, cuando en realidad corresponde a la mil millonésima parte.