Apenas Crox Alvarado salió en pantalla, la sala de cine gritaba por completo. No eran alaridos de aliento; todo lo contrario. Los niños alzaban la voz con un gran “buuuuu” para el actor tico.
Pero no era por ser un mal actor, ni mucho menos. Es porque en pantalla se enfrentaba a El Santo, el ídolo mexicano de la lucha libre que aún se recuerda como emblema y es símbolo de incontables homenajes.
El tico era el secuaz de una malvada bruja y trataba de deshacerse del héroe enmascarado que tanto encantaba al público.
“Tenía cara de malo”, recuerda William Venegas refiriéndose a Crox Alvarado en su atuendo de películas. Para 1964, Venegas era un adolescente que no faltaba a la cita de ver alguna película de su héroe favorito. El futuro crítico de cine del periódico La Nación se enfrentaba al odio de ver a un enemigo de su héroe, con la particularidad de que aquel antagonista había nacido en su misma patria (algo de lo que se dio cuenta años después, por supuesto).
“A mí me sorprende que la gente no hable tanto de Crox, que era alguien increíble”, rememora Venegas, al abrir su cofre de memorias doradas.
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Una fascinación temprana
William Venegas recuerda que sus días de niño fueron felices porque podía salir solo a la calle y, en especial, ir a su gusto al cine y hacer amigos allí mismo. Todos los infantes de su época tenían, en el extinto Cine Jara de Heredia, una catedral para ser quienes querían ser, sin supervisión de nadie.
Como un ritual religioso, William y la barriada se reunían a las doce del mediodía en las afueras del cine. En un bultito que cargaba siempre no faltaban las historietas del Llanero Solitario, de Supermán y de Tarzán.
Las había leído durante toda la semana para que, el domingo, pudiera cambiar sus cómics por otras revistas de héroes y vaqueros.
Una vez realizado el canje, llegaba el momento especial. A la una de la tarde, el cine se llenaba de sudor, mocos y gritos de niños porque alguna película del Santo aparecía en pantalla. Los cinco céntimos que guardaba en el bolsillo le bastaban de sobra para ese tiquete de diversión.
En esos días, por supuesto, lo que importaba era pararse en el asiento de la butaca y aplaudirle a El Santo, ese hombre de la máscara plateada que tanto le fascinaba.
“Así fue cómo supe de Crox. Mucho tiempo después supe que era tico, pero yo creo que era el villano favorito. Era un buen malo. Vea que ha pasado tanto tiempo y aún lo recuerdo”, cuenta Venegas. “Era toda una sensación para los chiquillos de la época. Siempre lo teníamos presente en cada una de las tandas de cine de lucha a las que íbamos”.
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Crox Alvarado, cuyo nombre real era Cruz Pío Socorro Alvarado Bolado, nació en Guadalupe, Goicoechea, en mayo de 1910.
Según cuenta el genealogista Emilio Gerardo Obando Cairol en un artículo publicado en el portal La revista, Alvarado se fue a Guatemala a temprana edad, para cursar sus estudios en el Liceo San Luis de Don José V. Vásquez, ubicado en Santa Tecla.
En 1929, luego de estudiar contabilidad, Cruz entró a trabajar en una cigarrería, pero al poco tiempo empezó a planear sobre su futuro. ¿Sería que México se abriría como un tablero de posibilidades?
Así fue. Al año siguiente, en 1930, Alvarado se fue al Distrito Federal de México (hoy Ciudad de México) donde encontró cabida en un oficio que, para aquellos años, se industrializaba. Se trataba nada menos que de la caricatura, arte que México logró explotar.
“En México, aprovechó sus habilidades innatas y creativas para el dibujo para ingresar al medio como caricaturista. Alvarado colabora eventualmente como dibujante en la revista Filmográfico, con notables caricaturas de estrellas nacionales e internacionales, posteriormente las hará para Cinema Reporter”, cuenta el genealogista Obando Cairol en su artículo.
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“Los excepcionales trazos de Alvarado no envidiaban nada a los de los más notables caricaturistas del período por la elegancia de sus líneas y la expresión de sus modelos. Y es que poseía gran agudeza e intuición; opinaba sobre lo que miraba y añadía lo que pensaba. Sus retratos se caracterizan por la elegancia de sus líneas, la acertada expresión de sus modelos y un ácido sentido del humor”, agrega en el texto el especialista.
Obando se dedicó a darle pista a Alvarado para la elaboración de su artículo Crox Alvarado, primer actor tico en el cine mexicano, un estudio histórico y genealógico, el cual fue contenido en la Revista No. 53 de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas.
Allí mismo detalla que al tico le tocó experimentar, en 1931, el pleno auge de la lucha mexicana, además de la historieta. Con esta escena de fondo, pudo atestiguar las primeras presentaciones de lucha libre en la famosa Arena Modelo, donde se vio tentado a probar suerte.
Resulta que Alvarado era talentoso y otros gladiadores como el popular Jesús “Murciélago” Velázquez supieron rápido de él.
“El primero, su mentor, fue una de las estrellas originales y excéntricas del mundo de la lucha libre, cuando esta se encontraba en sus etapas iniciales de desarrollo. Si bien la incursión de Crox en la lucha libre no debió ser prolongada, sí se le reconoce como uno de los luchadores que pasó del ring a la pantalla, pues su experiencia en ese campo y su condición excelente como atleta, le permitió posteriormente ser considerado en papeles de gran relevancia en el cine”, cuenta el genealogista en su texto.
La efervescencia de su nombre creció tanto que su nombre llegó a oídos del mítico Jorge Negrete, emblema de la música mexicana, quien no dudó en ficharlo a su popular e influyente círculo de amigos.
El cantante lo convenció de migrar a la actuación y fue hasta la cinta El cementerio de las águilas, una historia sobre un romance prohibido, que Alvarado entró en el boca a boca de la cinefilia mexicana. Al hacer mancuerna con Negrete (se convirtió incluso en su secretario y dicen los rumores que se encargó de unir a María Félix con su amigo para su matrimonio), su nombre estaba bautizado por la protección de un padrino excepcional.
Su primer papel (una pequeña participación de reparto) fue en la película Bajo el cielo de México, de Fernando de Fuentes. Después, logró hacerse espacio en la cinta que definió su futuro: se trataba de Doña Diabla, donde compartió escena con Víctor Junco y la legendaria María Félix. Después de eso, todo cambiaría. Este filme vería la luz en 1950.
Como si fuera un testamento, Jorge Negrete le legó la fama al tico. En 1953, cuando falleció el ídolo mexicano, fue el año en que salió el filme La bestia magnífica, colosal obra que hoy se recuerda como el origen del cine de luchadores.
En los años 50 la televisión era un medio en ascenso y con el inicio de las transmisiones de lucha libre desde la Arena Televicentro y la Arena Coliseo, se pensaba cuál sería el siguiente paso para estos espectáculos. El resultado fue este filme de dos horas y quince minutos de duración, todo un récord para aquella época. Fue allí donde Crox Alvarado tuvo el privilegio de ser parte de la llegada de este deporte a la gran pantalla, pues interpretó a un pobre joven que entra en la lucha para salir de su precaria situación.
Después, vendría su prolífica trayectoria. Tras las aclamaciones que tuvo La bestia magnífica, Alvarado fue elegido para participar en la mítica cinta El enmascarado de plata, la obra que inmortalizaría a El Santo.
"Verlo en la pantalla era algo que movía a la gente. Todos íbamos a aplaudirla a El Santo y cuando veíamos a Crox, la gente reaccionaba. Por supuesto, no sabíamos que era un tico el que le estaba haciendo pelea a El Santo, no hasta años después”.
— William Venegas, crítico de cine
De allí se deriva una curiosa historia, que William Venegas recuerda. “Cuando salió esa película (El enmascarado de plata) todo el mundo empezó a hacer rumores sobre quién era El Santo y la gente decía que debía de ser Crox. Era algo que se pensaba. ¿Se imagina que El Santo hubiera sido un tico?”.
Todas esas teorías se cayeron, cuando El Santo y Crox Alvarado trabajaron juntos en la cinta Atacan las brujas, lanzada en 1964. En esa cinta, Crox es un abogado miembro de una pandilla criminal.
Pero eso sería tiempo después. En los años de 1950, Crox tuvo su apogeo, en especial en 1953.
Ese año trabajó en el largometraje La red, con nada menos que Emilio “El Indio” Fernández, considerado como uno de los mejores directores hispanos de su época. El empuje de “El Indio” fue tanto que la película llegó a Cannes y, con la imagen del tico en pantalla, la cinta ganó el premio de “la mejor película contada en imágenes“ en el festival francés. Todo un hito.
Por todo este recorrido es que el genealogista Obando cataloga a Alvarado como “el primer tico que incursiona y se consolida en el cine mexicano, con una carrera que va de 1937 a 1983; es decir, 47 años de participar en filmes tanto como actor secundario como actor principal, para un total de 92 películas, en las que fue dirigido por directores de destacada presencia en el cine mexicano y actuó al lado de actores y actrices de reconocido prestigio”.
William Venegas opina similar: “Fue el que empezó el camino de los ticos en México. Ahora es muy habitual ver que alguien se va para allá, pero en aquella época era todo un atrevimiento y toda una apuesta ir a buscar suerte de la forma en que él lo hizo. Y bueno, al final todo le salió y creo yo que marcó un primer paso”.
Alvarado falleció por problemas cardiovasculares en la Ciudad de México, el 30 de enero de 1984. Su memoria trata de recuperarse cada vez que puede, como en las tertulias con William Venegas donde siempre aparece su figura.
Venegas, como muchos otros, supo que Crox no era el Santo. Más bien, el actor costarricense era otra leyenda de legado incomparable que merece ser recordada.