“Ya nada me da miedo”, rezaba el tuit. En la fotografía que acompañaba el texto, Olivia Lua aparecía vestida de negro. Miraba a la cámara con gesto grave. Era el 18 de enero recién pasado. 24 horas más tarde, el cuerpo muerto de Lua fue encontrado en el centro de rehabilitación de West Hollywood, en la ciudad de Los Ángeles. La mujer había ingresado al centro pocos días atrás, afectada por una recaída en sus adicciones.
Lua, diezmada por su adicción y por un bache laboral, ingirió un coctel de alcohol y pastillas que acabaron con su vida. Tenía 23 años. Fue la quinta actriz de cine para adultos fallecida en Estados Unidos en circunstancias sospechosas, en tan solo 71 días.
La epidemia de actrices pornográficas comenzó el 9 de noviembre del año pasado, cuando falleció la canadiense Shyla Stylez, a los 35 años. La mujer murió en casa de su madre, en la ciudad de Calgary. Atrás dejó una carrera de una década y más de 400 películas, de la que había decidido retirarse en el 2016. La familia de Stylez se limitó a informar que la mujer había muerto mientras dormía, sin ofrecer mayores detalles.
Que una actriz fallezca no presenta mayor novedad más allá de lo inmediato.
Que cinco mujeres dedicadas a uno de los negocios más controvertidos, estereotipados y extenuantes que existen en el entretenimiento mueran en cosa de dos meses, en cambio, ha propiciado una oleada de críticas sobre la seguridad y el trato que reciben las mujeres de la industria pornográfica.
Epidemia mortal
Yurizaz Beltran tenía 18 años cuando apareció en la portada de la revista Lowrider. Fue la antesala a su primera publicación desnuda: así apareció en un especial de la revista Penthouse.
Ese fue, en esencia, el banderazo de su carrera pornográfica, que incluyó 200 películas y concluyó de manera trágica, a sus 31 años, en diciembre pasado. Su cuerpo fue encontrado en su apartamento, en Los Ángeles, por su casero. Falleció por causa de una sobredosis de pastillas. Solo medio año antes, Beltran publicó un tuit que decía “Espero llegar a mi muerte tarde, enamorada y un poco borracha”.
Very sad news again in the adult community as another of it's stars has passed. @YuriLuv (Beltran) Passed away today at the age of 31. RIP Yuri. #yuribeltran the entire PSP family is in mourning pic.twitter.com/8M9hu7arzb
— Pornstar Platinum (@PStarPlatinum) December 14, 2017
Olivia Nova, por su parte, murió el 7 de enero en Las Vegas a causa de una sepsis, un síndrome de anormalidades fisiológicas, patológicas y bioquímicas asociadas a una infección. Nova había comenzado a rodar porno menos de un año antes, en marzo del 2017.
Ningún caso, sin embargo, causó tanto eco como el de August Ames, una popular actriz que se ahorcó el 5 de diciembre, también en Los Ángeles. En cuatro años de actividad en la industria pornográfica, Ames, de 23 años, participó en 270 escenas para distintos estudios. En el 2015, Ames –cuyo nombre real era Mercedes Grabowski– estuvo nominada como Mejor nueva actriz en los premios AVN, conocidos como los Oscar de la pornografía.
Solo dos días antes de su muerte, Ames estuvo envuelta en una controversia en Twitter. El 3 de diciembre, la mujer publicó un comentario que decía: “Quien sea la actriz que me vaya a reemplazar mañana para (el estudio) EroticaXNews, va a filmar con un tipo que ha filmado pornografía gay. Eso es una mierda. ¿Que a los agentes no les importa a quién representan? Yo hago mi tarea por mi cuerpo”.
La preocupación que Ames manifestó en Twitter se refiere a actores que se desempeñan en pornografía tanto heterosexual como homosexual y que, supuestamente, corren un mayor riesgo de contraer e infectar enfermedades venéreas. Si bien algunos estudios tienen políticas que comparten el punto de vista que Ames manifestó, muchos otro considera la posición como homofóbica.
En cosa de minutos, Ames se convirtió en blanco de críticas y señalamientos por parte de gente dentro y fuera de la industria, que la tildaron de homofóbica y de expresar un discurso de odio. Las críticas pronto se convirtieron en ataques.
“El mundo espera tu disculpa o que te tragues una pastilla de cianuro”, tuiteó el actor Jaxton Wheeler a Ames el 5 de diciembre. Unas horas antes, en medio de la controversia, Ames había publicado el que sería su último tuit: “Váyanse todos a la mierda”.
Luego, tomó la última decisión de su vida.
Antecedentes del luto
En torno al porno, la polémica es pan diario. La muerte y la depresión parecen serlo también.
Jon Dough, en quien está inspirado el protagonista de la película Boogie Nights, era un exitoso actor y director de pornografía, felizmente casado, padre de una hija y dueño de una fortuna considerable.
Sin embargo, un día del 2006, Dough llegó a su casa, se metió en el armario de su habitación y se ahorcó. Tenía 43 años. En la última entrevista que había concedido hablaba del “hastío del sexo” y describía su mejor momento del día: “Cuando llego a casa, abro una cerveza y estoy con mi mujer y mi hija”.
A principios de los años noventa, la actriz Savannah tuvo una relación con Slash, guitarrista de la banda Guns N’ Roses mientras vivía una intensa carrera pornográfica: entre 1990 y 1994, protagonizó un centenar de películas para adultos.
En el 94, Savannah volvía de una fiesta cuando su carro salió de la carretera y chocó contra una valla. La actriz se rompió la nariz y sufrió graves heridas en la cara. Al ir bajo los efectos del alcohol, no le dio mucha importancia. Condujo hasta su casa y una vez allí sacó el perro a pasear como si nada. Horas después, una amiga la encontró aún viva sobre un charco de sangre provocado por un disparo en la cabeza. Una vez en el hospital, pasó casi nueve horas en coma y falleció. A falta de otras hipótesis, la policía cerró el caso como suicidio. Tenía 23 años.
La actriz francesa Karine Bach entró en la pornografía tras filmar una película con su esposo. Luego de su divorcio, la mujer siguió con su carrera pero luego renegó de ella. “Cuando acaba una escena, no vales nada”, dijo. Intentó iniciar una carrera como actriz comercial, pero fracasó. En el 2005, estando en casa de unos amigos, escribió una carta de despedida a sus padres y tomó una dosis excesiva de barbitúricos. Murió a los 32 años.
Unos meses antes de que se desatara la reciente cadena de muertes, en julio, la actriz January Seraph, especialista en sadomasoquismo se suicidó, colgándose, a sus 34 años. Había rodado medio centenar de películas y, según se reportó, padecía una severa depresión.
Unos días antes de morir, Seraph publicó en Twitter un corto video de una sesión fotográfica, acompañado por una leyenda que decía “Esto fue lo último en lo que trabajé antes de que La Nada me atrapara”.
Abandono y estigma
Está claro que las tragedias recientes no son imprecedentes, pero el alto número de muertes –y las circunstancias en que se han presentado– han activado las alertas sobre los riesgos mentales de la industria pornográfica y las deficientes condiciones laborales de sus trabajadoras, muchas de las cuales no cuentan con un seguro médico ni recursos suficientes para lidiar, con terapia física o psicológica, con las complejidades de su oficio.
A ello se le suma la crisis económica que vive el cine porno. La piratería, nuevas plataformas de difusión y un aumento exponencial del número de personas que buscan empleo en la pornografía han golpeado al sector y lo han obligado a transformarse, llevándose en banda a las actrices para quienes se vuelve cada vez más difícil encontrar trabajo e ingresar dinero con regularidad.
Nada de lo anterior significa que la demanda baje –en el 2017, el sitio web PornHub registró 81 millones de visitantes únicos por día–. Así, la industria se decanta cada vez por prácticas más extremas, que pueden tener un costo psicológico y emocional muy alto cuando no se trata a tiempo.
La exactriz Ela Darling, que fue presidenta de una organización de defensa de intérpretes del porno, ha puesto el dedo en la llaga de la precariedad laboral, afirmando que los reducidos salarios (unos 700 dólares por rodar con otra mujer y unos mil con un hombre) llevan a las trabajadoras a aceptar guiones con prácticas de sexo más fuertes — “cualquier cosa extrema”—.
“El porno no es un mal trabajo”, ha dicho Darling, “lo duro es que eres ‘freelance ’y son muy duros los periodos con poco trabajo en los que estás sola contigo misma preguntándote si volverás a trabajar. Para una actriz porno no es tan fácil dejar su oficio y, digamos, hacerse profesora. Y no estar ocupada puede llevarte a cosas negativas”.
“Tenemos que crear más redes de cooperación y comunidad entre las trabajadoras. Es importante no sentir que tienes un secreto sucio y poder encontrar terapia”, ha dicho la actriz Ginger Banks tras la serie de muertes. “La manera en que nos mira la sociedad nos deprime más y nos hace sentirnos ciudadanas de segunda clase”.
La pornografía es una industria multimillonaria, cuyas riquezas se concentran cada vez más –sitios de porno gratuita como PornHub y Xvideos pertenecen a una misma compañía, MindFreak, dueña también de casi todos los estudios que producen cine para adultos–, lo que convierte a sus actrices en víctimas, incluso a aquellas que voluntaria y gustosamente ingresan al negocio.
Maniatadas por la falta de ingresos y sin auxilio psicológico, ya varias han recurrido a una solución final.