“Sudábamos bastante. El colchón donde dormíamos estaba hecho de cascarilla de arroz, así que el colchón se quedaba impregnado de todo el olor corporal. No está hecho de algodón. Como era cascarilla de arroz, el olor del sudor y de otras cosas se queda ahí. No es muy agradable”.
Durante diez años Lee So Yeon durmió en una litera de una habitación que compartía con unas treinta mujeres.
Aún recuerda el olor de los cuarteles de hormigón y de las secreciones humanas del encierro. Ese olor, sin embargo, no era gran cosa al lado de lo que tenían que vivir las mujeres soldado de las Fuerzas Armadas de Corea del Norte.
Hace ya diez años, So Yeon dejó de ser parte del cuarto ejército más grande del mundo, en el cual las condiciones eran tan duras que sus mujeres dejaban de tener la menstruación y las violaciones eran una cosa más en la vida diaria.
“Como mujer, una de las cosas más duras era que no te podías duchar adecuadamente porque no había agua caliente”, dijo Lee So en un reportaje para la BBC. “Conectaban la manguera con un arroyo de la montaña y el agua venía directamente de ahí. Entraban ranas y serpientes a través de la manguera”.
So Yeon, hoy de 41 años, es hija de un profesor de universidad y creció en el norte del país.
Se enlistó de forma voluntaria, pensando que tendría comida asegurada cada día cuando la hambruna devastó Corea del Norte en la década de los noventa. Además, muchos hombres de su familia habían sido soldados.
Cuando llegó por primera vez al campamento, entró al comedor y vio un amplio menú publicado en la pared. “Fue brillante”, dijo para una entrevista con The World. “Carne y tofu y esos pequeños pasteles de arroz, y cambiaba a lo largo de la semana. Pensé, ‘¡Oh, esto es Día de Acción de Gracias todos los días!’”.
El menú era una farsa. “En realidad, solo conseguíamos tazones de arroz con un poco de maíz, una y otra vez. Nada sabroso en absoluto. Solo en los cumpleaños de Kim Il-sung y Kim Jong-il podríamos conseguir un poco de carne y unos dulces.
Lee solía escaparse a huertos de manzanas cercanas para llenar su estómago con frutas. “Siempre tenía hambre”, recuerda.
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Los inicios
Lee So ahora trabaja contra el régimen para el que una vez sirvió. Es la presidenta de la Nueva Unión de Mujeres de Corea, una organización de mujeres desertoras dedicada a exponer los abusos de Corea del Norte contra las mujeres.
“La hambruna resultó en un período particularmente vulnerable para las mujeres en Corea del Norte”, le dijo a la BBC Jieun Baek, autora del libro La revolución oculta de Corea del Norte. “Más mujeres tuvieron que ponerse a trabajar y más estuvieron sujetas a maltrato, en concreto acoso y violencia sexual”.
Animada por un sentimiento patriótico y el trabajo colectivo, siendo una adolescente de 17 años comenzó sus labores para las Fuerzas Armadas.
Lee pertenecía a una división militar exclusivamente femenina del sur de la provincia de Hwanghae, un área al oeste de Corea del Norte entre Seúl y Pyongyang. Su trabajo era transmitir las coordenadas enviadas desde los soldados de primera línea a los oficiales que operaban artillería apuntando a Corea del Sur.
“Estaba a cargo de estos cañones”, le dijo Lee a The World. “Entonces, si estallaba la guerra, las mujeres irían a Corea del Sur, seleccionarían objetivos y yo guiaría nuestros cañones para alcanzar estas coordenadas”.
El adoctrinamiento hacia el régimen era absoluto.
Mientras dormía, al lado de su cama y sobre su uniforme, todas guardaban dos fotografías: una del fundador de Corea del Norte, Kim Il-sung, y otra de su fallecido heredero, Kim Jong-il.
Su rutina no era muy diferente a la de los hombres soldado. Las mujeres tenían regímenes de entrenamiento ligeramente más cortos, pero eran obligadas a llevar a cabo labores como limpiar o cocinar, tareas reservadas únicamente para las mujeres.
“Corea del Norte es una sociedad tradicional dominada por el hombre y continúan los roles de género tradicionales”, agrega Juliette Morillot, autora de Corea del Norte en 100 preguntas. “Las mujeres son todavía ttukong unjeongsu, que se traduce literalmente como ‘conductoras de tapa de olla de cocina’, lo que significa que deberían ‘quedarse en la cocina, donde pertenecen’”.
Su cuerpo y el de sus compañeras reclutas comenzaron a sucumbir frente al pesadísimo entrenamiento.
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“Tras entre seis meses y un año de entrenamiento dejábamos de tener la menstruación, debido a la malnutrición y el ambiente estresante”, le contó la ahora activista a la BBC. “Las mujeres soldado decían que estaban contentas por no tener sus periodos. Decían que estaban contentas porque la situación era tan mala que tener sus periodos la hubiera hecho aún peor”.
Durante la época en la que estuvo entre las filas del ejército, la institución bélica no contaba con provisiones para la menstruación, por lo que la única opción para ellas era reutilizar las toallas sanitarias.
“Las mujeres hasta el día de hoy todavía usan las toallitas tradicionales blancas de algodón”, agrega Morillot. “Tienen que ser lavadas cada noche, lejos de la vista de los hombres, así que las mujeres se levantan temprano y las lavan”.
La escritora es testigo de esta miseria. En una reciente visita conversó con varias soldados y confirmó que, en efecto, con frecuencia dejan de tener la menstruación.
“Una de las chicas con las que hablé, que tenía 20 años, me dijo que se entrenó tanto que llevaba dos años sin tener la menstruación”, cuenta.
Tras las denuncias, el gobierno dio el inusual paso para decir que distribuía una marca de calidad de productos sanitarios para mujeres llamada Daedong.
“Puede haber sido una forma de reparar las condiciones del pasado”, dice Baek. “Puede haber sido una forma de aumentar la moral y que más mujeres piensen que se está cuidando de ellas”.
Martirio en la milicia
Aunque Lee So Yeon se unió al ejército voluntariamente, en 2015 la situación en Norcorea cambió. Se dio la noticia de que todas las mujeres de Corea del Norte deben ahora hacer siete años de servicio militar desde los 18 años, y los hombres diez años.
El país asiático se ha colocado en la cima de los servicios militares obligatorios más largos del mundo.
Según datos de la BBC, se estima que un 40% de las mujeres de entre 18 y 25 años visten uniforme, una cifra que se espera que crezca tras la obligatoriedad establecida hace dos años.
El gobierno norcoreano asegura que el 15% del presupuesto se dedica a gastos militares, aunque centros de análisis estiman que el número es mucho mayor y que podría alcanzar hasta un 40%.
Abusos sexuales
El acoso y abuso sexual, es también, parte de su vida diaria.
Según Marillot, cuando mencionó el tema de las violaciones, la mayoría de coreanas soldados con las que conversó aseguró que le había pasado a otras. Ninguna aceptó haberlo experimentado en carne propia.
“El comandante de la compañía se quedaba en su habitación en la unidad hasta tarde y violaba a las mujeres soldado que estaban bajo su mando. Esto pasaba una y otra vez, sin fin”, aseguró Lee So Yeon. Ella aseguró no haber sido violada en su paso por el ejército entre 1992 y 2001, pero muchas de sus compañeras sí.
La posición oficial del ejército es tomar en serio los abusos sexuales cometidos. “Pero la mayor parte del tiempo nadie quiere testificar. Así que muchas veces los hombres no son castigados”, señala Morillot.
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El silencio, como en todo, tiene sus raíces en las actitudes patriarcales de la sociedad coreana, dice la autora. Estas actitudes son también responsables de que las mujeres soldado sean las encargadas de las tareas domésticas.
“La violencia doméstica todavía está ampliamente aceptada, y no se reporta, así que lo mismo sucede en el ejército”, añade. “Pero insisto, también en el hecho de que el mismo tipo de cultura (de acoso) existe en el ejército de Corea del Sur”.
Más allá del encierro
Lee So Yeon dejó el ejército a los 28 años, también voluntariamente. Estaba feliz de poder pasar más tiempo con su familia, pero no estaba preparada para la vida afuera del ejército. Su economía lo resintió.
En su primer intento de escape, en 2008, decidió irse a Corea del Sur, pero fue atrapada en la frontera con China. Un año de internamiento fue su castigo.
En el segundo, un año después de salir de la cárcel nadó el río Tumen y cruzó a China. Ahí se reunió con un intermediario que logró hacerla llegar hasta Corea del Sur.
En un tenso contexto político y militar entre Estados Unidos y Corea del Norte, So Yeon asegura que el odio hacia los estadounidenses era un requisito de trabajo.
“Nos enseñaron que los estadounidenses son chacales y devoran a todas las demás criaturas. Los estadounidenses también son vampiros”, dijo Lee para The World. “Ah, y bárbaros también”.
Aprendieron a odiar Estados Unidos. “¿Por qué éramos tan pobres? ¿Por qué solo conseguimos ropa nueva cada dos años? ¿Por qué siempre estábamos hambrientos? Es por Estados Unidos”, comentó. “¿Cómo podríamos lidiar con esto? Teníamos que matarlos con nuestras armas. Hablábamos de eso todo el tiempo. Incluso en la vida normal, cuando discutíamos, le decíamos a la gente: ‘¡Tú! ¡Estás actuando como un estadounidense en este momento! ¡Eres un yanqui tan terrible!’”.
En su contexto, esas frases eran normales. Cuando llegó a Seúl y las continuó utilizando, las personas se extrañaban. Ya no eran tan bien entendidas.
En cuanto a las disputas entre países, añade Lee, los estadounidenses no deberían dejar que el liderazgo de Corea del Norte derrame aversión sobre toda la ciudadanía, ya que viven bajo su control.
“Sé que Kim Jong-un ha amenazado la paz en Estados Unidos”, dijo Lee. “Pero estos (soldados) también son seres humanos, simplemente siguen las reglas y viven en la pobreza extrema. No hay razón para odiarlos. No tienen otra opción”.