Prácticamente todas las generaciones vivientes en este momento saben quién es Elizabeth Alexandra Mary Windsor, la famosa y emblemática Isabel II, reina de Inglaterra desde 1952, cuando tenía tan solo 25 años y tuvo que convertirse en Su Majestad abruptamente, tras la súbita muerte de su padre, Jorge VI, por causa de un cáncer de pulmón.
Viéndolo en retrospectiva, pareciera como si el destino se hubiera empeñado en que, sí o sí, Isabel llegara a monarca, pues su padre también había ascendido al trono británico de un día para otro, tras la sorpresiva abdicación de su hermano, Eduardo VIII, y fue este hecho el que la puso a ella en línea directa de sucesión, solo que nadie esperó que esto ocurriera tan pronto.
Probablemente la reina Isabel II de Inglaterra sea la mujer más conocida del planeta. Para muchos también puede ser la más privilegiada. Sin embargo, el peso del trono que asumió en plena juventud y casi por accidente hormó su vida bajo una camisa de fuerza. Hoy, en el invierno de su existencia, ha visto caer en pedazos el longevo protocolo de la realeza para dar paso a una seguidilla de escándalos que parecen no tener fin.
A pesar de que todo lo concerniente a la monarquía británica es noticia viral en el mundo –incluso mucho antes de que existiera la Internet y las informaciones del reino viajaban por ondas radiales o televisivas– los códigos de la cadena de sucesión son bastante complejos de explicar y por esto son pocos los que entienden los estrictos protocolos que determinan quién asciende al trono en la familia Windsor, cuyos orígenes se ubican en el año 878 con la autoproclamación de Alfredo el Grande, rey de Wessex, como rey de Inglaterra. Tras diferentes procesos a lo largo de más de 12 siglos de historia, la monarquía actual tiene caracter constitucional con un gobierno parlamentario. Dicho en sencillo, el rey o la reina del Reino Unido reinan, pero no gobiernan.
Una reseña biográfica de Isabel II, publicada por la revista Hola, recopila con gran tino y en pocos párrafos el impredecible dominó que tuvo que darse para que aquella niña nacida en primavera, un 21 de abril de 1926, llegara a convertirse un cuarto de siglo después en monarca de Inglaterra.
"Su padre, Jorge VI, y su madre, la Reina Madre con más carisma de toda la historia de la Monarquía británica, duques de York, no supusieron que aquella niña se convertiría un día en Reina de Inglaterra. El abuelo paterno, Jorge V, había muerto en enero de 1936, fecha en que asumió como rey su tío, Eduardo VIII, quien abdicó 10 meses después para poder casarse con Wallis Simpson, una estadounidense divorciada por la que renunció prácticamente a todo su vínculo con la monarquía.
“Automática e inesperadamente, Jorge VI se convertiría en rey cuando Isabel tenía 10 años; entonces no se sabía que aquella niña, que mostró bien pronto su inteligencia innata, sucedería a su padre: cuando murió el rey, Isabel de Inglaterra se hallaba en viaje oficial en Kenia con su marido, el teniente Felipe Mountbatten, con quien se había casado Isabel en 1947.
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La noticia de la muerte del rey le llegó a la joven Elizabeth mientras se hallaba subida en un árbol, como se ha dicho siempre, aunque en realidad estaba reponiéndose de la agotadora gira a África en un hotel construido sobre árboles, el Treetops, del parque de Aberdare.
Era el 6 de febrero de 1953. Meses más tarde, el 2 de junio, Isabel de Inglaterra era coronada como Isabel II en la abadía de Westminster. La ceremonia fue retransmitida por radio al mundo entero y, por explícita solicitud de la nueva soberana, también pudo ser seguida a través del televisor de los afortunados que, por aquellos años, contaban con tan extraordinario invento”, sintetiza Hola.
De vuelta al presente, hoy Isabel II tiene 93 años de edad y 67 de estar al frente de la monarquía, lo que la convierte en la reina más longeva del Reino Unido y con una asombrosa e impactante historia de vida que en los últimos tiempos ha tenido una mayor exposición mediática aún, por cuenta de los documentales y seriados que han acaparado la atención de las audiencias en la ahora boyante televisión en streaming, sobre todo, en Netflix.
The Crown (La corona), en este momento prepara su cuarta temporada, pero desde su estreno, en noviembre del 2016, empezó a descorrer el fascinante, surrealista y a menudo sórdido mundo tras las paredes del Palacio de Buckingham, en el corazón de Londres. Por su parte, el documental The Royal House of Windsor, estrenado en el 2017, reconstruye la historia de los Windsor con base en tomas y documentos inéditos que jamás habían visto la luz y que, en consecuencia, se volvió de culto para decenas de miles de espectadores.
Paralelamente, a partir de los años 90 los escándalos “Palacio adentro” se convirtieron en caldo de cultivo para el morbo popular, acicateados por el boom de las comunicaciones y que parecen haber venido en ascenso, para constante martirio de la nonagenaria monarca quien, a pesar de todo y tanto, parece seguir aguantando estoicamente las consecuencias del mal comportamiento de varios integrantes de su prole.
A la reina Isabel siempre se le ha achacado su falta de sensibilidad y anteponer su rol de Alteza ante cualquier otro en su vida, incluido el de madre y esposa, pero por otra parte, analistas y prensa mundiales siguen con asombro el roble en el que se ha constituido esta mujer, a pesar de que uno de los escándalos de los últimos tiempos ya tienden a pasar de la prensa rosa amarillista a las páginas de policiales.
Justo este miércoles 19 de febrero, el día del cumpleaños 60 del Príncipe Andrés –el tercero de sus cuatro hijos y quien siempre se ha dicho es su favorito–, el diario El País de España lanzó en primicia un nuevo escándalo sexual que involucraría a polémico príncipe en relaciones con menores de edad. Apenas seis meses antes, la reina tuvo que apechugar tremendo bochorno cuando Andrés fue vinculado y cuestionado por su relación con el magnate pedófilo estadounidense Jeffrey Epstein, quien se suicidó en su celda en agosto pasado mientras esperaba un segundo juicio por distintos delitos de corrupción a menores.
Al momento de la publicación de este artículo, no había trascendido reacción alguna de la monarca ante el último –entre decenas– de alborotos ocasionados por la conducta de Andy Randy (Andrecito, el cachondo) como le apodaron sus camaradas del servicio militar por sus incesantes correrías, camino a convertirse en el supuesto depredador sexual que hoy lo tiene en titulares de todo el planeta.
A todo esto, la matriarca sigue erigiéndose incólume ante la prensa mundial. Al parecer, y con todo y la exposición que ella y los suyos han tenido en los últimos lustros por razones ya citadas, Isabel II procura, o al menos trata, de que los trapos sucios se laven dentro del Palacio.
Pese los distintos nubarrones que se han cernido sobre la famosa familia real en los últimos años, la percepción de que la reina es la columna vertebral de la historia reciente de su país no está en tela de duda, como asegura un exhaustivo análisis de la revista Vanity Fair. “Testigo de varios hechos históricos del mundo, no solo como jefa de Estado sino como protagonista de la transición del Imperio Británico al Commonwealth, del que hacen parte 53 países, Isabel II sigue siendo reina además en Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica y en otras naciones”. Y catapulta: “llegó a ser reina por destino más que por intención. No estaba en la línea de sucesión al trono”.
Visto lo visto, al día de hoy la hermética personalidad de Su Alteza sigue siendo, quizá más que nunca, objeto de interés. Porque no hay que ser muy sagaz para intuir que la reina Isabel soñara con tener una vida más tranquila a sus 93 años; en cambio, sus congojas parecen estar multiplicándose y, como ha dicho la prensa británica, probablemente cada vez con más frecuencia se escucha dentro de Buckingham aquella famosa frase: “Tenemos un problema”.
¿Qué tan alto ha sido el precio que ha tenido que pagar desde aquel ya lejano día en que se convirtió en portadora de la corona, en el esplendor de sus 25 años? ¿Dónde se enfrentan la realidad y la ficción en The Crown, la serie que volcó la mirada de millones en el corazón de la realeza británica? ¿Será, en este efervescente siglo XXI, la última representante de la monarquía inglesa tal como la hemos conocido en casi siete décadas?
Al repasar su inmenso prontuario de vida personal y como monarca, es imposible no caer en el ir y venir. De paso, se sintetizan hechos que se han ido quedando desperdigados en los anales del tiempo.
Por ejemplo, siempre citando a Vanity Fair, durante el reinado de Isabel II, han pasado 13 primeros ministros por Downing Street. El primero fue nada menos que el mítico Winston Churchill, considerado el héroe del país por su labor durante la Segunda Guerra Mundial, y la actual es Boris Johnson. Ha conocido a 12 presidentes de Estados Unidos. El último en visitarla fue Donald Trump, en el 2019.
De cómo todo comenzó
La princesa Isabel y su hermana menor, la princesa Margarita, fueron educadas en el seno familiar, por lo que se hacían compañía una a la otra y fueron muy unidas en su infancia y adolescencia, situación que cambiaría con la llegada de la adultez, cuando se empezaron a notar las abismales diferencias de personalidad entre ambas. Tuvo que ver, lógico, con la ascención de Isabel al trono, pues a partir de entonces su vida se convirtió en una permanente ejecución del protocolo real, mientras que Margarita se fue volviendo cada vez más rebelde y hasta irreverente.
Se ha dado por un hecho que la hermana menor de Isabel, en el fondo, siempre estuvo celosa de por la corona. De ahí la anécdota reproducida por años, de una conversación que tuvieron las hermanas, ya de adolescentes, mientras comentaban la línea de sucesión. “¿Quiere eso decir que serás la próxima reina?” le preguntó Margarita. “Sí, algún día”, respondió Isabel. “Pobrecita”, le dijo Margarita.
A los 13 años, Isabel conoció al príncipe Felipe de Grecia, un cadete de 19 años del cual quedó prendada y con el que mantuvo correspondencia por ocho años. Cuando Felipe tenía siete años su familia fue desterrada y se mudó al Reino Unido, donde más tarde el atractivo joven solicitaría la nacionalidad británica con el fin de servir en la Marina Real del Reino Unido.
Cuando ella alcanzó la mayoría de edad, formalizaron la relación y se casaron en la ya mencionada fastuosa boda, en 1947: él lleva en las venas el linaje de varios monarcas históricos de Europa, sin embargo, renunció a todos sus títulos para poder casarse con Isabel, quien a cambio lo nombró duque de Edinmburgo y le confirió el tratamiento de Alteza Real, entre otros títulos.
Durante todos estos años, como explica El País, de España, Felipe de Edimburgo ha ido siempre un paso detrás de la reina de Inglaterra, sin hacerle sombra jamás pero manteniendo un férreo compromiso mutuo hacia la Corona británica y también una enorme disciplina.
A pesar de sus legendarias meteduras de pata, o de las tensas relaciones que históricamente ha tenido con su hijo Carlos, heredero de la Corona británica, o del atractivo que siempre ha despertado en las mujeres –se le atribuyen varios sonados romances–, el duque de Edimburgo siempre ha contado con el apoyo absoluto de su esposa y reina.
Felipe e Isabel tuvieron cuatro hijos: Carlos, príncipe de Gales, heredero al trono (1948); dos años después nació su hermana y única mujer entre la prole de la pareja real, Ana (1950); a los 10 años llegó al mundo el príncipe Andrés (1960) y finalmente, nació el príncipe Eduardo (1964), hoy conde de Wessex y quizá el que haya mantenido el perfil más bajo de toda la familia.
Como heredero directo al trono, el príncipe Carlos tuvo una exposición bárbara desde el momento de su nacimiento, pues obviamente era imposible avisorar que 70 años después, tanto él como su madre, ya anciana, iban a estar vivos y vigentes hasta que se diera el fallecimiento de ella, para la ascención de él.
Irónicamente, ninguna de las dos situaciones se ha dado y ahí continúan ambos, envejeciendo y esperando... igual que los estados integrados a la Gran Bretaña y el gran mundo que los circunda, pendientes de quién será el próximo monarca de Inglaterra. Y no son pocos los que vaticinan que, con un Príncipe Carlos ya entrado en vejez, de convertirse en rey ejercería por poco tiempo y dejaría el reino, más temprano que tarde, en manos de su primogénito, el Príncipe William, hoy de apenas 37 años y a quien, según varios sondeos realizados en Inglaterra, prefieren los británicos como rey, muy por encima de su padre.
Sobran las especulaciones, pero nadie se atreve a apostar. Porque es un hecho que con los Windsor, nada es lo que parece y siempre todo puede pasar.
Los años horribles
Entre el inmenso cúmulo de información sobre las partes más duras de la vida de Isabel II, destacan dos períodos remarcados como “los años horribles” que se resaltan de su prolongado reinado: 1992 y (nada menos) que el recién finalizado 2019.
Durante un banquete ofrecido en su honor en Londres, con motivo del cuadragésimo aniversario de su llegada al trono, la reina Isabel II declaró a los medios en su momento: “1992 no es un año que recordaré con gran placer. En las palabras de uno de mis más empáticos corresponsales, ha resultado ser un annus horribilis”.
La monarca se refería a todos los problemas que tuvo en ese tiempo: no solo debió enfrentar la separación de dos de sus hijos varones –el príncipe Andrés de Sarah Ferguson, en marzo, y el príncipe Carlos de su esposa, la popular Lady Diana, en diciembre–, sino que también se divorció su hija, la princesa Ana, del capitán y oro olímpico Mark Phillips.
La entonces aún princesa de Gales, por su parte, “lanzó” en junio de ese año el libro Diana: Su verdadera historia, que reveló todos sus problemas maritales. Y para rematar, en noviembre de ese año, un incendio se desató en el castillo de Windsor, lo que provocó el colapso del techo de George Hall y que se quemaran varios departamentos.
Lo cierto es que la prensa especializada identificó el 2019 como el segundo “año horrible” para Isabel II, caso de El Mundo de España, que recién a mediados de enero publicó sus razones: “Son dos las fechas clavadas a fuego en la memoria de los Windsor, 1992 y 2019 (...) Hay años en los que es mejor no levantarse de la cama. Si en 1992 Isabel II hubiera abierto una funeraria, la gente habría dejado de morirse. Por eso estaba de un humor fúnebre aquel 24 de noviembre cuando –cuatro días después de que ardiera como una falla el castillo de Windsor, que la reina llamaba ‘mi hogar’– pronunció un discurso en Guildhall (el viejo Ayuntamiento de la City) para conmemorar su Ruby Jubilee, el 40 aniversario de su coronación. Había cierta resignación en ella, tenía el aire del santo Job y su energía había desaparecido mientras se lamentaba de haber vivido un ‘annus horribilis’, sintagma latino que es el exacto reverso del annus mirabilis (año milagroso) evocado en un poema de John Dryden en 1667. ’1992 no es un año que recordaré con placer', dijo. No movió una ceja, en los momentos críticos esta mujer hace que un leño parezca expresivo", escribe la crónica de El Mundo con un tenor de fina fisga.
Y es que al desguasar lo ocurrido en 1992, con la reina ya entrando en su sétima década de vida, parece increíble que haya tenido la resiliencia suficiente para salir avante de aquel año que arrancó como el principio de un lustre macabro, que culminaría en agosto de 1997 nada menos que con la trágica muerte de Diana de Gales, exesposa de su primogénito Carlos, protagonista absoluta de tabloides y shows de tevé en aquella década, en la que se inauguró formalmente, por así decirlo, la cacería permanente de noticias –ojalá escandalosas– de los famosos "royal”.
La prensa mundial aseguraba, tras analizar todo lo ocurrido en 1992, que aquel año estuvo a punto de destruir a la realeza británica.
“Durante 12 meses fatídicos, una seguidilla de tragedias y separaciones en algún momento llevaron a los Windsor a un nivel de tensión y escrutinio público inédito incluso para una dinastía que ya estaba acostumbrada a los escándalos (...) fue un período de gran agitación, que sentó las bases de los graves problemas que aquejarían a la corona más adelante”, publicó en su momento La Nación de Argentina.
Cada escándalo provocó toneladas de tinta en diarios y miles de horas tevé alrededor del orbe, pero El Mundo de España resume bien el caos que parecía imparable: “No le faltaban (a Isabel) motivos para el abatimiento, su familia se había salido de quicio. Los tabloides inauguraron 1992 con fotos comprometedoras de su nuera Sarah ‘Fergie’ Ferguson con el magnate de Texas Steve Wyatt. Dos meses después, el 19 de marzo, ella y Andrés se separaron y Fergie sintió la ira del palacio, que anunció que dejaría de representar a la Corona: fue una excomunión en toda regla, una humillación pública”.
Los divorcios, entonces tema tabú en la familia real, se sucedieron aquel año con solo semanas de diferencia: el de Andrés, el Duque de York y el de su hermana, la princesa Ana.
“Las noticias de esos matrimonios rotos fueron una bagatela en comparación con otros escándalos que estaban a punto de arrastrar por el barro el apellido Windsor. El 8 de junio, el periodista Andrew Morton publicó el libro Diana: su verdadera historia, un arma de destrucción masiva que alertaba de que el matrimonio Gales tenía tantas probabilidades de salvarse como James Dean de volver a la carretera. A lo largo de 448 páginas, con crudeza y sin filtros, Diana detallaba su agonía en un matrimonio disfuncional que le había despertado tentaciones suicidas. El libro, un bestseller instantáneo, provocó un huracán mediático de grado 5 en la escala de Saffir-Simpson y cambió para siempre la percepción pública de la monarquía británica”, analiza El Mundo.
Pero como dicen, siempre todo puede empeorar y en medio de semejante batahola, la prensa amarilla hizo su agosto al publicar fotos de Sarah, recién separada de Andrés, con los senos al viento y chupándole los dedos a su asesor financiero, John Bryan.
“Una vergüenza ‘king size’ para la exduquesa de York, para el mamón texano, para Andrés, para la Corona y para todos nosotros, que nos pusimos colorados cuando las vimos. La toxicidad de esas imágenes seguía envenenando la dignidad de la familia real tres años después, cuando la princesa Margarita devolvió un ramo de flores que le mandó Fergie con esta nota: ‘'Has hecho más para avergonzar a la familia de lo que nadie podría imaginar'”, apostilla la reconstrucción de El Mundo.
Pero faltaba más. A una semana del escándalo de Fergie, trascendió una conversación telefónica entre Diana de Gales y su amigo James Gilbey, en la que Di se despojaba de toda su dulzura y lanzaba rayos y centellas contra el corazón de la realeza: “Estoy harta de este maldito infierno, de esta maldita familia que hace que mi vida sea una verdadera tortura. Voy a hacer algo dramático, porque no aguanto más”.
Y en la otra acera, el Príncipe Carlos le hacía el pique a su exesposa, en una conversación telefónica de alto voltaje que también se filtró a la prensa. Era con el amor de su vida, Camila Parker, con quien finalmente se casó tras la muerte de Lady Diana, pero que en ese momento era su amante:
–Carlos: ¿Te lleno el depósito?
–Camilla: Sí, por favor.
–Carlos: Sería todo tan fácil si viviera dentro de tus calzones.
–Camilla: ¿Te convertirías en unas bragas?
–Carlos: Dios no lo quiera; en un Tampax.
Y bueno, el corolario no podía ser otro que el incendio del Castillo de Windsor, el 20 de noviembre, que costó 15 horas de lucha contra las llamas y casi 40 millones de libras para repararlo.
2019: segundo “año horrible”
Tal fue el calibre de lo ocurrido en 1992 que aquel año parecía imposible de emular, sin embargo, como bien dicen muchos analistas, lo ocurrido en el 2019 fue muy grave, no solo por las posibles implicaciones penales ya citadas por los escándalos sexuales del príncipe Andrés, sino porque ahora la monarca tiene 93 años y es previsible que se esté quedando sin fuerzas para conducir la cada vez más inmanejable familia real.
El 2019 trajo consigo el accidente del Príncipe Felipe y el llamado huracán Meghan Markle, esposa del Principe Enrique, pareja que se convirtió en un dolor de cabeza permanente para la reina Isabel II hasta que todo explotó el 8 de enero del 2020, cuando el matrimonio tomó la decisión de renunciar a todas las responsabilidades que implicaban pertenecer a la Familia Real británica. Los coletazos del escándalo siguen sucediéndose y han vuelto a poner a la reina Isabel en escenarios extremos: finalmente, este miércoles trascendió la dura medida que tomó la monarca y que afectará las finanzas futuras de la pareja: ya no podrán utilizar la palabra “Realeza” en la marca que ambos habían desarrollado: “Sussex Royal”.
Y como ya parece una tendencia marcadísima, las tormentas nunca llegan solas para esta familia: mientras la reina Isabel lidiaba con todo el jaleo derivado del caso Harry/Meghan, trascendió a principios de febrero de este 2020 un nuevo divorcio en el seno de la familia, nada menos que el de Peter Phillips, el nieto mayor de la monarca, hijo de la princesa Ana, quien estaba casado con la canadiense Autumn Kelly.
Un año atrás, Isabel II tuvo que lidiar con un tremendo susto que luego se convirtió en un desaguisado provocado nada menos que por su esposo, el príncipe Felipe. Desde que abandonó sus obligaciones institucionales en agosto del 2017, el príncipe, de 98 años, estaba en libertad de escoger las ocasiones en las que se deja ver en público, según su ánimo y salud.
Pero en febrero del año anterior fue seriamente criticado por abandonar la escena en un violento accidente de tránsito que provocó en una carretera cercana a la residencia real de Sandringham, en el condado de Norfolk, donde la pareja permanece durante gran parte del invierno.
Tras el escándalo, Felipe renunció a la licencia de conducir y ofreció disculpas a la mujer afectada. “Quiero que sepa cuánto lamento mi papel en este accidente”, expresó el duque de Edimburgo a Emma Fairweather, pasajera del vehículo. “Solo puedo imaginar que no vi el automóvil que venía y estoy muy arrepentido por las consecuencias”, decía la carta, que firmó el consorte real de puño y letra, con tinta azul.
Por ahora, la situación más crítica que confronta la reina tiene que ver con el príncipe Andrés y los procesos de investigación policial que apenas se inician. Aunque hay quien dice que Isabel II tiene la resiliencia de una bola de tenis, como si corriera horchata por sus venas, no pocos analistas afirman que una escalada penal en el caso de Andrés, sería casi imposible de soportar por parte de la mujer.
Soportar, tolerar, ajustarse y comandar han sido las constantes en su vida desde su temprana ascensión al trono. Sus biógrafos han narrado cómo ella se ciñó al estricto protocolo real, por encima casi de cualquier prioridad personal, incluso, el sacrificio gigante que hizo como madre al tener a su primogénito Carlos, pues siempre estuvo consciente de que, antes que tener un hijo, estaba trayendo al mundo al futuro rey de Inglaterra.
Esa distancia tácita que se marcó entre ambos y que no ocurrió con sus otros tres hijos, a la postre afectaría la personalidad de Carlos, siempre tratado con extrema severidad por parte del príncipe Felipe, quien nunca aceptó la personalidad vulnerable de su hijo mayor y lo retó siempre para que se convirtiera en una especie de heredero con más arrojo y gallardía.
En su plena juventud, la reina también tuvo que tomar decisiones difíciles y dolorosas, como desaprobar el matrimonio de su hermana Margarita con el amor de su vida, por cuestiones de linaje, algo que hizo sufrir mucho a Margarita y que causó profundas grietas en la relación de ambas hasta la muerte de esta última, quien falleció en el 2002, víctima de un derrame cerebral y que tuvo una vida bastante sufrida, en mucho, por su condición de miembro de la realeza británica.
Más allá de todas las cuestas que ha debido trepar o sortear, según haya sido el caso, hoy por hoy la reina Isabel II es una de las figuras más queridas y respetadas del mundo y, por supuesto, de Inglaterra.
En una entrevista con el portal France24, el historiador y experto en monarquía, Richard Fitzwilliams, afirma que Isabel II genera devoción y cierta obsesión. "Quienes la conocen coinciden en que es una mujer sencilla, creyente, es la líder de la Iglesia Anglicana, amable, familiar y con un gran sentido del humor. Amante de los caballos y de sus perros.
"Ella tiene un encanto tremendo y la característica, que tienen los miembros de la familia real, que te hacen sentir algo especial cuando te está hablando. Ella es completamente única en nuestra historia”, comenta Fitzwilliams.
Su residencia favorita no es el opulento y enorme Palacio de Buckingham en el centro de Londres. Sus amores son los castillos de Windsor y Balmoral, en Escocia, donde pasa los veranos. El invierno y la navidad, los vive desde Sandringham, en el este de Inglaterra.
Siempre viste de colores vivos acompañando sus atuendos con sus característicos sombreros y su infaltable cartera negra de un diseñador inglés, que ha portado casi toda su vida y de la que no se separa, incluso, en sus audiencias privadas. Hay teorías de seguridad, para todo esto.
La reina nunca ha sido entrevistada formalmente ni ha dado su opinión públicamente sobre ningún tema. Los reporteros especializados en la monarquía tratan de interpretar sus gestos y examinar cada una de sus palabras con poco éxito.
Lo que sí ha dejado claro en repetidas ocasiones que no abdicará. Cumplirá su función hasta el último de sus días. A pesar del altísimo e inimaginable costo emocional que debe implicarle a Isabel II, ser Isabel II.