Hace 49 años, el destino del Valle de Napa quedó en manos del refinado paladar de un selecto panel de jueces. En París, a ciegas, degustaron el contenido de varias copas con los más prestigiosos vinos franceses y los más distinguidos californianos.
El resultado estremeció al mundo: el Chardonnay de la bodega Chateau Montelena de 1973, elaborado en Calistoga, California, obtuvo el primer puesto. Desde entonces, las miradas se dirigieron hacia Napa, que contra todo pronóstico, se consolidó como uno de los principales productores de vino en el mundo.
Aquel día de 1976 pasó a la historia como “El Juicio de París” y marcó un antes y un después en la industria vinícola. Montelena consiguió elevar California al prestigioso escenario mundial.
El vino blanco que ganó la contienda fue una de las primeras creaciones de Jim Barrett, un empresario estadounidense que adquirió el viñedo de Montelena en los años sesenta. Su hijo, Bo, continuó su legado y es hoy el CEO de la prestigiosa bodega. Junto a su esposa Heidi, también enóloga, han llevado su pasión más allá de las fronteras del estado dorado. Recientemente, la pareja visitó Costa Rica para compartir los sabores únicos de algunas de sus más destacadas creaciones.
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Visitamos el restaurante Capital Grille, en Escazú, un establecimiento de la cadena de asadores de lujo que ofrece, en un elegante ambiente, platillos con tradicional sustento americano. Ahí, sentados en el extremo de una mesa larga, adornada con más de 20 copas, se sienta la pareja, unida por un matrimonio de más de treinta años y una profunda pasión por el vino.
El sonido del corcho al destaparse la botella, el líquido deslizándose en la copa, la resonancia de los cristales y un fuerte “salud” antes del primer sorbo. Es el Chardonnay de Montelena. Este legendario vino blanco es una prueba de que la paciencia desemboca en recompensa. Bo insiste en que esta creación ―además de ser histórica―, desmiente el mito de que el vino blanco debe beberse joven: este en particular, con los años, se magnifica.
Su elegancia frutal lo hace tan versátil como exquisito. Puede disfrutarse solo o acompañando un almuerzo, en ambos escenarios, con el mismo gozo.
Heidi Barrett, conocida como “La Reina del Cult Cabernet”, es una de las enólogas más influyentes del Valle de Napa. Desde los 12 años, cuando recorría los viñedos sobre el lomo de su caballo, comenzó a ver la creación del vino como la fusión perfecta entre arte y ciencia. Su padre, también vinicultor, le inculcó la pasión por el oficio, y con el tiempo, ella forjó su propio camino.
Inspirada en el equilibrio, la elegancia, la estructura y la pureza de la fruta, en 1994 fundó su propia bodega: La Sirena. Esa tarde, en el salón del restaurante, compartió dos de sus creaciones más preciadas y emblemáticas.
Sobre la mesa reposa una botella atípica pero intrigante. Su etiqueta señala el camino hacia un tesoro, aunque no hace falta buscar demasiado: el verdadero tesoro está en su interior.
El color rubí oscuro del Pirate Treasure revela profundos aromas de frutos negros y una equilibrada mezcla de Syrah, Cabernet Sauvignon, Malbec, Garnacha, Cabernet Franc, Petit Verdot y Petite Sirah. En boca, sus sabores frutales son suaves, amables y envuelven el paladar en agradable armonía.
Con una sonrisa en el rostro, Heidi presentó su última creación de la tarde, uno de sus favoritos: el Moscato Azul. Un vino blanco versátil y divertido, ideal para disfrutar antes del postre para vivir la experiencia plena de su frescura. Su botella rompe con la tradición del vino dulce de postre y apuesta por un carácter floral, sin azúcar.
De nuevo, el sonido del corcho al destaparse rompe el silencio. El líquido se desliza por las paredes de la copa, los cristales resuenan y, por última vez, “salud”.
A pesar de no ser un vino espumoso, el primer sorbo trae consigo una grata sorpresa: una sensación vibrante y, a la vez, sutil. Heidi baila con la ciencia. Con un meticuloso trabajo en su laboratorio, orquesta cada sensación que el paladar experimenta. Para ella, una tímida sensación del burbujeo hace de este vino, uno digno de disfrutar.
Casi 50 años después, los viñedos de Napa siguen sorprendiendo a los amantes del vino. Chateau Montelena mantiene viva su historia entre las montañas californianas, mientras La Sirena desafía lo convencional y ofrece una experiencia sensorial única para quienes decidan, con justa razón, abrir una de sus botellas.