Una cabaña de madera se yergue sobre el sétimo kilómetro del trayecto que separa a San Gerardo de Pérez Zeledón con el albergue Los Crestones. Una partícula de humanidad en medio de la vegetación y la fauna que habita en el macizo Chirripó.
De día, este abastecedor es un oasis para todos los turistas que se aventuran a conquistar el pico más alto de Costa Rica, un lugar para recuperar energías con un aguadulce, un café caliente o una barra de chocolate. Eso sí, al caer la noche esta cabaña bien podría ser el combustible para inspirar una novela o película de terror.
La infraestructura de la soda le pertenece al Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC); sin embargo es manejada por el consorcio de Aguas Eternas, el cual es administrado por Andreína Segura.
“Nosotros mantenemos este puesto a fin de que los viajeros tengan un lugar para descansar a la mitad del camino. Hay algunos que desayunan, otros que se toman un café y siguen el camino, pero siempre se detienen aquí por lo menos, aunque sea para recargar las botellas de agua”, enfatizó Segura.
“El puestito es de gran ayuda y, además, es un servicio para todos los que nos vienen a visitar. Quizá la rentabilidad es media, se mantiene con lo que genera por lo que no representa un gasto pero tampoco un ingreso; sin embargo. nosotros no lo vemos como un local para lograr ganancias. La soda tiene un puesto estratégico para atender a los turistas que quizá tuvieron un inconveniente, la cabaña está equipada con botiquines y camillas para hacerle frente a cualquier emergencia. Es un punto fundamental y es parte de la experiencia que ofrece el ascenso al cerro Chirripó”, prosiguió Segura, quien lleva cuatro años con el manejo de la concesión.
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Más allá de ser rentable o no, esta es la es la realidad de Benji Badilla y Hansell Cascante, quienes son los encargados de administrar esta recóndita sodita bautizada como Llano Bonito. Este par de amigos de la zona de Pérez Zeledón se turnan cada cinco días para ocuparse del mantenimiento y el cuidado del abastecedor. Ellos cocinan, cobran, limpian y duermen en la cabina. Este trabajo representa una fuente económica para continuar con los estudios y atender sus responsabilidades familiares, ambos tienen hijos.
La cobertura telefónica llega apenas a un piquito, por lo que este par de individuos pasan sus días rodeados de personas que van de tránsito y, por la noche, se arrullan bajo el murmullo de la fauna y el fluir del agua que cae por la montaña. Este monólogo a veces es interrumpido por los pesados pasos de un grupo de caminantes que se aventuran a llegar al cerro en la oscuridad de la madrugada y con varios kilos sobre la espalda.
Revista Dominical se adentró en la montaña para relatar cómo es pasar una noche en la soda donde el viento llega y se devuelve.
La llegada
El fotógrafo Alonso Tenorio y yo salimos del Albergue Crestones a las 2: 30 p. m., descendimos por el trecho de Los Arrepentidos y por la casi interminable Cuesta del Agua. El sol de la tarde, camuflado por el frío y el viento, nos tiñó la tez de un rojizo intenso. A medida que bajábamos por un trecho maltratado por el pasar de los caballos, nos encontramos con un joven que ascendía por la montaña corriendo como si estuviera sobre una pista de atletismo.
Definitivamente era un local, porque le alcanzó el aire para desearnos buenas tardes sin sonar siquiera agitado. Tras el breve saludo continuamos el descenso y a la mitad del camino–con los músculos de las piernas hechos un nudo y las rodillas maltratadas– topamos de frente con una cabina que contrastaba con la vegetación y la piedra que dominaba el trillo.
Por fin, un punto de descanso. Un lugar para reconquistar el aliento y darles un breve reposo a las extremidades. Sin pensarlo mucho, ingresamos al pórtico de esta infraestructura de dos plantas y que se engalana con un balcón por donde cuelga la ropa que delata que, a pesar del silencio, ahí en el medio de la montaña vive alguien.
El local nos recibe con un letrero de madera en la que se lee siguiente oración tallada: Rayar o dañar este refugio es no valorar el esfuerzo de las personas que lo construyeron. En el pórtico hay tres mesas acomodadas de manera horizontal, ahí colocamos nuestros equipajes y empezamos a esperar.
Abrí una galleta de avena que dejé a medias mientras observaba una pizarra blanca con los nombres de los productos escritos en azul y con los precios en rojo; sobre esta información hay un mensaje que sobresale: Bienvenidos a Llano Bonito..., buen viaje. Esta información está colocada al lado de la ventanilla por donde atienden a los clientes.
No tuvimos que contar muchos minutos para que Benji asomara la cabeza por la ventanilla, alertado por el escándalo.
El robusto encargado de este oasis en medio de la montaña nos recibe con un fuerte apretón de manos y una sonrisa, quizá llevaba mucho tiempo esperando en el balcón que alguien apareciera.
Benji, de 27 años, nos ofrece una jarra de café recién chorreado, unas tortillas palmeadas salidas del fuego y unas empanadas de picadillo de papa. Mientras degustamos este manjar que nos hizo sentirnos en la antesala del Paraíso, Benji nos cuenta sobre sus labores y de cómo aprendió a convivir con sí mismo por tanto tiempo.
Mi compañero Tenorio, quien antes de dedicarse de lleno a la fotografía trabajó en la Cruz Roja, compartió anécdotas de montañismo con el encargado. De cuando se perdía en los trechos por largas horas en las que se exponía al sol, la lluvia, el hambre y el cansancio; sin embargo todo eso es momentáneo pero las experiencias son las que perduran.
Mientras Benji y Tenorio conversan sobre Gilberth Dondi, un cruzrrojista de ascendencia italiana, quien una vez los hizo caminar días y noches en medio de la montaña, el joven– el mismo que nos encontramos durante el descenso– llegó a la cabina. El delgado corredor nos dio la mano y se presentó como Hansell Cascante, el otro encargado de manejar este abastecedor.
Cascante nos confesó que nos lo encontramos durante una de sus rutinas de preparación para la carrera del Chirripó, la cual se efectuará el sábado 23 de febrero. Hansell, de 24 años, nos explica que este recorrido consiste en atravesar 34 kilómetros en montaña, un desafío complicado, incluso que hasta para los maratonistas más recios .
“Ay, pero qué hombre”, comentó Benji en tono de broma. Después de ahí no pasaría mucho tiempo para que este par de individuos empezaran a tirar chistes de sus rutinas laborales, de amores de montañas y de las cosas que aquí, 2500 metros sobre el nivel del mar, no tienen. Quizá es con esa motivación que los dos le hacen frente a su trabajo. Generalmente solo está uno de ellos, pero ese día por motivos del reportaje estuvieron los dos.
El Clásico
Al caer la noche la infraestructura es iluminada por la electricidad que proviene de un convertidor de combustible, cuyo ruido predomina sobre todo lo demás.
La primera planta de la cabaña tiene una cocina equipada con una plantilla de gas y un lavaplatos; al lado hay sala donde se encuentran los productos: los chocolates, las gaseosas, las bebidas energéticas, las toallas femeninas y las frituras están acomodadas sobre cuatro repisas, en hileras según su tipo. En un rincón hay un botiquín y una camilla que nunca se ha tenido que utilizar– por dicha–.
Al lado, hay una mesa rearmable que sostiene la caja registradora, unas pilas de papeles y un radio de baterías, de esos de antaño. De este aparato salía la voz del periodista José Alberto Montenegro, quien anunciaba las alineaciones del Deportivo Saprissa y el Alajuelense, ese día había clásico en Tibás.
Mientras Benji freía dos lonjas de carne de res y preparaba un picadillo de papa para la cena, Hansell intentaba conectar una especie de antena portátil en su celular para no perderse el partido; sin embargo no conseguimos ver más que hormigas en disputa de un balón. No nos quedó más remedio que sintonizar los micrófonos de la emisora Columbia para atestiguar, del alguna manera, el partido.
Mientras la pelota rodaba en Tibás, los dos encargados aprovechaban las pausas ocasionadas por un fuera de juego o un tiro de esquina para contar de sus noches en Llano Bonito.
“Las primeras veces me daba algo de miedo, porque era estar aquí en medio de la nada. Pero nada cómo una vez que entró una martilla (un mamífero similar a una comadreja). Ese bicho grita como una mujer asustada. Viera que susto me pegó esa condenada, es que uno aquí solo y ese bicho gritando. La verdad es que nunca me acostumbré a escuchar a esos animalillos", confesó Benji, mientras nos servía la cena.
El partido es emocionante pero aún no cae el gol. Según los comentaristas, el delantero hondureño de la Liga se comió una frente al marco pero mientras esto sucede Hansell le baja el volumen a la radio. Se escuchaban pasos afuera de la cabina. Por un momento intentamos calcular cuantas personas eran las que se instalaban en las mesas del pórtico de la infraestructura.
Los cuatro que estábamos en la cabaña pegamos un brinco cuando vimos desde la ventana a dos niñas jugando y riéndose en la mitad de la noche. Fue un momento muy extraño. Hansell tomó un foco y salió a inspeccionar, ahí se encontró con Antonio Bermúdez, quien llevaba a sus dos hijas, Fátima y Eva, de excursión al Chirripó.
“Esta no es la primera vez que lo suben y más bien ellas son las que me marcan el paso”, bromeó don Bermúdez, mientras preparaba una especie de campamento para pasar la noche. El padre de las chicas anunció que continuaría el camino al amanecer.
La noche
Cuando nos recuperamos de la conmoción, Benji volvió a encender la radio pero el encuentro ya había finalizado sin goles. Sin nada más que hacer, Hansell se dedicó a hacer el cierre de caja “Contar plata, el mejor somnífero”, comentó el joven encargado.
Tenorio y yo subimos a la segunda planta, la cual tiene dos habitaciones, una especie de bodega, un baño y un balcón– ahí llega un poco de señal–. Me lavé la cara con agua bien fría y posteriormente me instalé en una espuma con cuatro cobijas que no fueron suficientes; la temperatura bajó y el motor de combustible dejó de sonar, las luces se apagaron. Hice un breve repaso de todo lo que ocurrió durante el día y, antes de llegar siquiera al desayuno, me dormí. Mejor dicho, me desmayé. Demasiado agotado.
Al despertar había un ratón de monte encima de mi equipaje. El roedor se estaba merendando los restos de la galleta de avena, lo espanté y el animal atravesó la puerta para luego lanzarse por el balcón como un avión kamikaze. Aún no sabía si estaba soñando o no, pero el reloj marcaba las 5:20 a.m., ya a esa hora Hansell preparaba el desayuno mientras que Benji hervía el agua.
Esta es la rutina de ambos antes de prepararse para recibir a los clientes, quienes ya se amontonaban en el pórtico con las ansias de beber algo caliente para enfrentar el resto de la subida.
A las 6: 00 a.m. se abre la ventanilla de la soda y los dos chicos empiezan a servir, cobrar y escuchar las anécdotas de los viajeros que van por ambas direcciones. Quizá más importante que cualquier producto son las palabras de aliento con la que este par de jóvenes despiden a a sus visitantes. “No se olvide de que usted puede”.
“Aquí todo muy bien, pero que bueno sería tener un televisor y ojalá con un PlayStation para poder jugar FIFA, no se olvide de poner eso en su nota”, comentó Benji antes de estrecharnos la mano y desearnos un buen viaje.
Con esta hospitalidad se vive en la soda del fin del mundo.