La vacuna prometida... tan fácil, tan cerca, tan viable para algunos y tan imposible para muchos... acá perfectamente aplica un adagio como “¡vuela por tu vida!” y eso es lo que estamos haciendo centenares de costarricenses quienes, más que la erogación económica que implica el viaje, básicamente dependemos de tener activa y vigente la visa estadounidense para ir a tratar de asegurar nuestra salud y hasta salvar nuestras vidas. Suena dramático, pero todos sabemos que así es.
Así, se genera entre quienes hemos tenido esta tremenda oportunidad un sentimiento de alivio y sí, alegría, una vez que somos inoculados con la añorada vacuna anticovid-19, pero de inmediato y permanentemente estamos con los corazones puestos en Costa Rica y en nuestros seres queridos, expuestos en lo que parece ser lo inminente: el pico más tenebroso de la pandemia desde que asola al país, desde marzo del año pasado.
Justo en medio de la implacable escalada de casos y fallecimientos por covid-19 que está viviendo el país, hace un par de semanas recibí una invitación de Viajes Colón para acompañarlos en una de las giras de vacunación a Estados Unidos que esta agencia de viajes, al igual que varias otras empresas similares, empezaron a realizar en cuanto se habilitó la vacunación masiva y gratuita para locales y extranjeros en ese país.
Ese viernes, justamente, terminaba una de las semanas laborales más difíciles de los últimos 14 meses, pues había atestiguado historias de gente conocida -- en cuenta varios colegas-- que estaban dando la lucha contra la enfermedad, y en algunos casos hubo quienes la perdieron o bien, vieron morir a un ser querido en medio del dolor y la impotencia.
También en los últimos meses cada vez presenciamos más casos en que el virus se manifiesta en gente allegada, conocida y hasta en familiares, algo que no ocurría durante los primeros meses de la pandemia, casi todo el año pasado. Hoy --honestamente, en mi caso, aterrorizada-- por las características de mi trabajo he recibido testimonios de primera mano sobre la cruenta lucha que libran los pacientes hospitalizados, ni qué decir cuando llegan al extremo de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Así que fue un alivio cuando de pronto se me abrió la posibilidad de acompañar a uno de los tantos grupos de ticos que están viajando a diversas ciudades de Estados Unidos con el fin de narrar la dinámica, pero también, por supuesto, para acceder a la vacunación gratuita que ofrece la primera ciudad en protocolizar la vacunación de extranjeros, Dallas, en el estado de Texas.
Desde el minuto uno, antes de coordinar la cobertura con las jefaturas del diario, hasta el momento de escribir estas líneas, confieso sin ambages que me invadieron sentimientos contradictorios, encontrados, si se quiere, hasta agridulces. Luego sabría que casi la mayoría de mis compañeros de “Vamos a vacunarnos”, el eslogan de la agencia de viajes en esta coyuntura, tenían exactamente la misma mezcla de sentimientos, incluso varios otros costarricenses que también se encontraban en la hermosa ciudad al norte de Texas, afirmaron lo mismo: una combinación de alivio personal y de tristeza por las malas noticias sobre las arremetidas del virus en nuestro país.
Como lo afirmó Wálter Valverde, presidente de Viajes Colón, el gremio de viajes (al igual que casi todos los gremios) se ha visto sumamente afectado desde que se decantó la emergencia por la aparición del nuevo coronavirus y su expansión por el planeta.
Entonces, en el momento en que se dio no solo la campaña de vacunas gratuitas en Estados Unidos, sino la inclusión de extranjeros, Colón hizo acopio de su experiencia y, tomando en cuenta que la situación económica ha golpeado prácticamente a la mayoría de costarricenses, armaron el ya mencionado paquete de viajes en un “todo incluido” que ronda un aproximado de $1.000 por persona, como lo explicaremos más adelante.
En cuanto a mí, la extraña sensación agridulce que mencioné antes se agigantaba por ratos debido a que había vivido dos precedentes anteriores en vuelos atestados de costarricenses, en los literalmente llamados “avión de los ticos”, sendos vuelos chárter que transportaron a buena parte de la fanaticada nacional a los mundiales de Alemania 2006 y Brasil 2014.
“Tuve la inmensa satisfacción de integrar los vuelos directos repletos de compatriotas enloquecidos de la felicidad que viajamos a Alemania 2006 y a Brasil 2014, de esas maravillas que me ha heredado este hermoso oficio del periodismo”, escribí en mis redes sociales poco antes de partir hacia Dallas, el pasado viernes 14 de mayo.
“Hoy, una vez más, mi trabajo me coloca en un nuevo avión en el que viajamos más de 40 ticos con destino a Texas, pero en una coyuntura hasta hace poco impensable: esta vez vamos, quizá, más unidos y esperanzados que nunca, en pos de la vacuna anti-covid.
“Confieso que tengo sentimientos encontrados, pues el sufrimiento que hemos atestiguado en las últimas semanas, con el subidón de contagios y también de fallecidos diariamente, me drenan el alma. Pero bueno, aquí vamos hacia Dallas, aparte de la tranquilidad personal al ponerse la vacuna, me da un fresquito en el corazón saber que contribuiremos en la búsqueda de la ansiada inmunidad de rebaño y en no convertirnos en una carga más para los hospitales. Esa es la fe. Ya les contaré todos los detalles de este nuevo periplo”.
Y bueno, heme aquí. Lo prometido es deuda.
Estado pionero
Texas se convirtió en uno de los primeros estados en legalizar y protocolizar las vacunas a no residentes. De ahí que varias agencias de viajes ticas dieran inicio a esta nueva aventura empresarial en Dallas que, entre otras grandes ventajas, cuenta con vuelos diarios directos desde y para Costa Rica, con una duración de cinco horas.
Por todas las razones consabidas, el hecho de no hacer escalas implica menos “jaleo”, menos filas y menos contacto con otras personas, condiciones que la mayoría buscamos actualmente con el fin de minimizar los riesgos de contacto con la covid-19.
Durante toda esta experiencia, abundan los choques visuales, como el hecho de encontrar el viernes de la salida un aeropuerto Juan Santamaría repleto en varios de sus counters, una imagen hasta hace unos meses impensable, cuando los aeropuertos del mundo se encontraban prácticamente paralizados.
Ver nuestra principal terminal aérea en pleno ajetreo --eso sí, absolutamente todo el mundo con cubrebocas puesto-- de alguna manera me generó un subidón de energía, quizá de fe: no importaba bancarse aquellos filones, ni tampoco el aviso de que el AA-1080 con destino a Dallas, Texas, saldría con una hora de retraso.
Ya en las salas de espera, de nuevo, imposible no emocionarse al observar la seguidilla de aviones que despegaban o aterrizaban, uno tras otro, en la soleada y magnífica tarde de ese día, que por momentos me inyectaba una sensación de “normalidad”, al menos la que conocíamos antes del 6 de marzo del 2020, cuando se dio el primer caso de covid-19 en el país.
La hora de retraso me quedó de perlas, pues con toda calma me senté a almorzar en un restaurante de la terminal que lucía con su medio aforo repleto y con fila para ubicarse o bien, para llevar. En eso estaba cuando las emociones se alborozaron de nuevo al ver cruzar un pasajero hacia las salas de abordaje, con un carry on muy bonito, pantalón de vestir... y enfundado en una inconfundible camiseta de la Sele, con el “Costa Rica” bien visible; la que portaba con evidente orgullo, a pesar de que a todas luces había engordado al menos dos o tres tallas desde que estrenó la prenda. Botonazo, que llaman.
Este tipo de estampas de alguna manera condimentaron este inesperado e inédito viaje en avión, con decenas de ticos enmascarados a bordo y ensimismados por el protocolo de prevención que pide, en lo posible, no conversar entre los pasajeros.
Luego, cuando llegamos a nuestro destino y al hotel en Dallas, compartiríamos los sentimientos y reflexiones idénticas que nos surgieron en la introspección personal durante esas cinco horas. En mi caso, no pude dejar de comparar la gigantesca diferencia entre mis viajes en aviones repletos de ticos “todos unidos por un balón”, chiroteando a más no poder, acicateados por los chistes del Porcionzón en ambos casos y con 100 y una anécdotas que reseñé en su momento: todo era ilusión, felicidad, poladas, unos whiskys de más por parte de algunos en pleno periplo, la euforia del fútbol.
Inimaginable, por supuesto, que varios años después viajaría acompañada de un grupo de compatriotas silenciosos, reflexivos, sin símbolos patrios ni cordones tricolores. Paseo la mirada a mi alrededor y concluyo, con los ojos aguados, que “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, como decía mi abuelito Toño: en aquella clase de alboroto que fueron los aviones de los ticos en los mundiales mencionados, todos íbamos reventados de emoción.
Doy un respingo y pienso en esta frase que de inmediato garabateé en el cuadernillo de escuela en el que aún tomo apuntes periodísticos --nada de celular-- a la vieja usanza: “Esta vez no vamos en pos de un balón. Vamos en pos, literalmente, de salvar nuestras vidas”.
Así mero, sin drama alguno, se siente tomar un avión e ir a vacunarse contra la covid-19, no solo para tratar de ponernos a salvo, sino también a los nuestros y, de alguna manera, para liberar la vacuna que nos correspondía para otra persona que no tiene las posibilidades de viajar a Estados Unidos.
Aterrizamos al anochecer (hora tica), aunque a eso de las 8:30 de la noche los rayos del sol apenas apagándose nos mostraron desde el aire a la (para mí hasta ahora desconocida) Dallas como una ciudad hermosa, ordenada en sus cuadrantes y sí, nuestro destino-esperanza, pues la vacunación estaba programada para el sábado en la mañana.
Hasta el último detalle
A como se ha ido abriendo la vacunación para extranjeros en otros estados (el fin de semana decenas de funcionarios de salud invitaban a vacunarse vía megáfono a la gente que pasaba por el Central Park, en Nueva York) se han expandido las opciones de quienes tienen el requisito # 1, la visa estadounidense, y los recursos para decidir cómo y adónde va.
En el caso nuestro, y aunque yo iba en condición de periodista con el fin de elaborar esta crónica, fue tremendo valor agregado la formalidad y puntualidad casi inglesa con que los personeros de la agencia de viajes reciben a su gente en el aeropuerto, la trasladan al hotel Courtyard Marriott, organizan las salidas de cada quien según su fecha y hora de vacunación (previamente coordinada por ellos) y de ahí en fuera todo es así, apoyo 24/7, como prioridad, por supuesto, que cada quien sea vacunado a más tardar al día siguiente de la llegada.
De esta manera, hay un margen de día y medio para que cada quien se recupere en el caso de que tenga alguna reacción tras la vacuna.
Hay que decirlo: a esas alturas, el viernes por la noche, al llegar al hotel, nos recibe Wálter Valverde, quien se pone la camiseta de su empresa y junto con sus colaboradores ofrece todo tipo de guía.
Esa noche, según supe al día siguiente, ya tarde, frisando la medianoche, varios de los recién llegados tenían mucho apetito; en esta clase de vuelos “cortos” tipo cinco horas, las aerolíneas dan acaso una botellita de agua y un canapé, siempre con el fin de que los pasajeros se quiten el cubrebocas el menor tiempo posible.
El tema es que Valverde se ofreció a llevar él mismo a quienes querían cenar, y a esa hora de la noche, les resolvió.
Ese acompañamiento por parte suya y, si no, coordinado todo con alguno de sus colaboradores, hizo que aparte de recibir la vacuna, los dos días hábiles que tuvimos en la bella ciudad de Dallas, sábado y domingo --regresamos el lunes en la mañana- se convirtieran en una oportunidad para llevar a cabo el propósito principal, la vacunación, pero en medio de la ansiedad y todos los sentimientos encontrados de los que hablé anteriormente, desentenderse absolutamente de toda la logística, le confiere a la experiencia de la vacunación un tremendo plus.
Los ticos que están viajando a Dallas y a otras ciudades en las que también está operando Viajes Colón (Houston, Dallas, Miami y Orlando) generan un movimiento permanente a todas horas por parte de la empresa.
Y sí, Valverde probablemente debe dormir cuatro o cinco horas por noche en estos días, pero de su actitud se infiere que está feliz, dando la batalla para lograr que la mayor parte de coterráneos se inmunice, todo con fines obvios (aparte de la reactivación económica que implica para la empresa): bajar el nivel de contagios, lograr un contagio no letal --en el caso de que ocurriera-- y ofrecer la posibilidad de viajar no solo a una persona, sino a burbujas familiares a quienes les arman paquetes a la medida.
Por ejemplo, si una pareja o una familia con hijos quiere vacunarse y tiene la posibilidad de hacer teletrabajo desde Estados Unidos, pueden optar por las vacunas de dos dosis y la agencia les buscan diferentes opciones de hospedaje a los precios cómodos, desde Airbnb hasta hoteles, para que permanezcan varias semanas en suelo estadounidense mientras esperan la aplicación de la segunda dosis. Producto a la medida, que llaman.
El miércoles pasado, Valverde aseguró en entrevista telefónica que según sus estimaciones, para el fin de este mes de mayo habrá entre 10.000 y 12.000 costarricenses vacunados en Estados Unidos, si se suman todas las agencias que están vendiendo los paquetes de vacunación y quienes viajan al país del norte por su cuenta.
Si bien es cierto los paquetes de las agencias de viajes para vacunación en la nación del norte oscilan entre los $700 y $1.200 por persona, las empresas están en proceso de lanzar otras posibilidades, máxime con la inminencia de las vacaciones de junio, que propiciarán un aumento en los viajes de vacunación. Valverde aclara, además, que si la persona opta por una de las vacunas que requieren una segunda dosis semanas después, deberá costear otro viaje aparte para esos efectos.
El gran día
Increíblemente, el “a lo que vinimos” es tan sencillo... al menos en Dallas todas las citas programadas por la gente de Viajes Colón permitieron que uno llegara a la farmacia de turno (la vacunación contra la covid-19 abunda en centros autorizados) y, en nuestro caso, correspondió en una farmacia que estaba dentro de un supermercado gigante.
El trámite es supremamente expedito: la encargada pide datos básicos porque ya tienen de antemano la información proporcionada por la agencia de viajes. Pronto lo llaman a uno por su nombre para pasar detrás de un biombo y, con las distancias y protocolos normales, permiten que alguien haga la foto del épico momento.
Siempre hay una historia tras todo este tema del covid: el médico --de origen indio-- que nos inoculó a quienes tuvimos esa cita en ese lugar, le contó a María Fernanda Guzmán, una de las viajeras coterráneas, que él había logrado traerse a sus papás a Estados Unidos hace años, pero mientras nos vacunaba a nosotros, por dentro lloraba la partida de su tío, solo días antes, víctima del coronavirus, en su India natal.
Él mismo me atiende. La vacuna (el pinchazo) no duele en absoluto, pero toda la parafernalia tiene un simbolismo interno... yo cerré los ojos y, verborreica como soy, iba a elevar una pequeña plegaria para todos aquellos que necesitan con urgencia la vacuna, y bueno no lo logré: no bien había cerrado los ojos, cuando el médico me indicó que ya tenía mi primera dosis de la vacuna. Así de rápido es.
LEA MÁS: Las cuatro condiciones para dar aquí segunda dosis a ticos que se vacunan en EE. UU.
Este es otro tema: Colón ofrece la vacuna que requiera el cliente, como la Johnson & Johson, por ejemplo, que es de una sola dosis. Pero si alguien (como yo) elige Pfizer por diversas recomendaciones médicas, esto implica otra erogación, pues hay que viajar de nuevo a colocarse el refuerzo, pero en ese caso las agencias también orientan y facilitan la segunda visita a Estados Unidos para acceder a la segunda dosis. Se puede elegir entre todas las vacunas que están vigentes en este momento en la ciudad.
Después de vacunarnos, a todos nos invade esa sensación extraña o mejor dicho, alerta, a la hora de detectar los efectos colaterales de la vacuna.
En nuestro caso, hubo quienes pasaron volcadillos como si fuera una gripe quiebrahuesos; otros sintieron un calor en el brazo en el que recibieron la vacuna (es lo primero que le preguntan a uno: ¿brazo izquierdo o derecho?).
Pero sí he de confesar que, tras recibir la vacuna uno experimenta una ligera tranquilidad pero, a la vez, una máxima responsabilidad. Porque la vacuna, como se ha dicho hasta la saciedad, no nos exime del contagio y si bien, supuestamente a uno ya vacunado el virus “le pasa por encima”, igual puede transmitirlo a sus seres más queridos. Ergo, la vacuna protege, pero no inmuniza: hay que seguir los protocolos como si no estuviéramos ya vacunados.
Ticos en Dallas
Tras salir del aeropuerto subo a la microbús que nos transportaría al hotel BonVoy, a solo 20 minutos del aeropuerto de Dallas. Era de noche en Costa Rica pero tipo 8:30 p. m. el sol apenas se estaba acostando en esta ciudad, tal como lo habíamos visto desde el avión antes de aterrizar.
Veníamos juntos con los demás ticos que integramos el vuelo de “Vamos a vacunarnos”, pero lógicamente con los barbijos puestos, era difícil identificar a los compañeros de aventura, hasta que nos juntamos en la buseta que está permanentemente entre el aeropuerto y el hotel, recogiendo a quienes llegan en busca de la primera dosis de la vacuna, y los que ya la recibieron y están listos para regresar a nuestro país.
Me correspondió sentarme junto a Édgar Omacell, ingeniero civil de 43 años. Tras cruzar unas cuantas frases y percibir su ride amigable pese a la mascarilla --no por nada se dice que los ojos son el reflejo del alma-- le hago la pregunta más retadora (por obvia y, si se quiere un tanto boba): “¿Por qué estás aquí, justo en Dallas?”.
Y bueno, así fuimos estableciendo vínculos durante los cuatro días que permanecimos en esa ciudad soñada que es Dallas, y la que jamás imaginé conocer en el contexto de una pandemia global.
Obviamente esa primera noche no estaba entrevistando a Édgar, solo estábamos charlando. Entre esa conversación y otra que tuvimos ya en San José, tras regresar de Dallas, me confió: “en marzo, mi hija Dana, de 14 años, aunque no fue por covid, estuvo algunos días a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) y a mí se me vino el mundo abajo, porque uno no tiene idea de cómo realmente es una UCI hasta que la ve con sus propios ojos y eso que me refiero a la del Hospital de Niños, que está decorado y pintado bonito y alegre... de donde guardo una imagen que me impactó y marcó, que fue verla conectada con un tubo a un respirador artificial”, narra con tono apesadumbrado, al rememorar lo vivido.
“Verla llena de cables, conectada a máquinas, por supuesto que me generó terror... (finalmente) salió con bien, pero ahí fue donde yo me pregunté: ¿Y qué pasa si aunque cumplo estrictamente los protocolos, llego a contagiar a mi hija?”.
Ese pensamiento le robó la paz día y noche. Por eso, cuando surgió la oportunidad de realizar el viaje de “turismo de vacunación” no lo dudó en absoluto.
“Solo el hecho de que por la razón que sea, y con todo lo que me cuido, me contagio y contagio a mi hija... eso no se puede ni pensar, entonces apenas se dio esta alternativa compré el paquete y en realidad, van más allá pues nos recogen y dejan en el aeropuerto, nos coordinan las citas de vacunación y nos guían si queremos aprovechar algo de tiempo en los dos días hábiles que estamos...”, narró Édgar, quien regresó al país mucho más tranquilo pero, como todos, deseando fervorosamente que las vacunas estén accesibles tan pronto como sea posible para todos en Costa Rica.
Por su parte Rafael Murillo, moraviano de 47 años, administrador de empresas y padre de un hijo de 22 y una muchacha de 16, le sacó un provecho muy particular al viaje a Dallas, por supuesto con la prioridad que íbamos todos, la vacuna primero. Aunque, como ya dije, todos andábamos en lo que llamaríamos “plan tranquilo”, sin mayor afán por ir de compras, sin prisas por ir a conocer algunos de los museos de la ciudad, mucho menos irse de fiesta.
Pero Rafael Murillo tenía muy claros sus propósitos: prepararse adecuadamente para recibir la vacuna y aprovechar para descansar y recargar energías en las cómodas instalaciones del hotel. Me sorprendió verlo a menudo en el restaurante que hay en la planta baja del BonVoy, siempre amigable y conversador, viendo cómo casi la mayoría salía y entraba a hacer alguna compra o diligencia.
“Yo apenas supe de la posibilidad hice la gestión para venir lo más rápido posible por la situación que se está dando en el país, por mi edad faltarían varios meses para que reciba la vacuna según el cronograma del Ministerio de Salud, y lógico, quiero tener la mejor salud posible por mí, mis hijos, mi pareja” contó Rafael, quien se tomó al pie de la letra las recomendaciones médicas de cara a la vacunación. El sábado por la mañana bebió dos litros de agua y luego siguió consumiendo el líquido, aprovechando que permanecía en el hotel, con los baños a pocos pasos. Luego me contó que tras todas las ansiedades, los temores, las preocupaciones y el ambiente tan incierto provocado por la covid dentro y fuera del país, él decidió que aprovecharía el viaje para hacer una especie de desconexión, de descanso, de relajamiento, por lo cual prefirió descansar plácidamente antes que salir a dar algún paseo. Solo salió a almorzar o cenar y a comprarle una laptop a su hija.
Este martes, vía telefónica, contó que había regresado a su rutina mucho más tranquilo pero insistió en que por ninguna razón va a bajar la guardia. “Creo que varios de los que estamos teniendo esta oportunidad tenemos claro, al menos en mi caso es así, de por nada del mundo dejarme llevar por un sentimiento de falsa seguridad. Voy a seguir con los protocolos al pie de la letra como si no me hubiera vacunado”, finalizó el simpático moraviano, quien desde hace años viene acopiando hábitos saludables, como su infaltable rutina de ejercicios diaria, de 6 a 7 de la mañana, en una clara y sostenible actitud en pro de la salud y que, por lo mismo, lo convirtió en uno de los pasajeros de “Vamos a vacunarnos”.
Tuvieron covid, y viajaron a vacunarse
El caso de Ana y María (nombres ficticios, pues ambas me concedieron una extensa entrevista pero prefirieron el anonimato) es definitivamente uno de los más particulares que encontré entre el grupo.
Se trata de dos hermosas jóvenes en sus 30 y tantos años, quienes son mejores amigas y pasaron un fin de año de terror cuando ambas se contagiaron de la covid-19 y, a su vez, contagiaron a sus familias.
María, la voz comandante de las dos, explica aún con un dejo de angustia por lo vivido y con un hálito de alivio por haber recibido finalmente la vacuna. “Fue terrible, imagínese que yo contagié a mis dos hijos --ambos en edad escolar--, a mis papás ¡y mi mamá tiene cáncer! Fue un drama terrible, un gran susto, a mis hijos les dio relativamente suave, nosotras sí tuvimos síntomas fuertes pero no llegamos a la hospitalización, igual fue una pesadilla, una incertidumbre, un sufrimiento”, narra la joven, quien practica ciclismo competitivo y piensa que esa condición posiblemente le ayudó tanto a ella como a su amiga, también deportista, a que no se complicaran.
Sin embargo, el trauma con el que quedaron fue tal que en cuanto supieron del tour de vacunación inmediatamente compraron el paquete y viajaron lo más pronto que pudieron. Les comento que mucha gente que ha tenido covid se considera con cierto grado de inmunidad, al menos durante los primeros meses después del contagio y su respuesta fue lapidaria: “Jamás. Imagínese que nosotras nos hicimos los exámenes de covid y de antígenos, y a ella (Ana), el de anticuerpos le salió como si nunca hubiera tenido covid, o sea, es un virus del que no se conoce mucho y después de lo que viví no solo me vine a vacunar, si no que seguiré guardando todos los protocolos. Es que ni lo pensamos para venir, nuestras vidas valen demasiado y apenas por $1000 podemos regresar con algo de tranquilidad a seguir con nuestras vidas, fue demasiado fuerte lo que vivimos”, agrega María.
Una sesuda reflexión
Otro que viajó a Dallas para vacunarse en ese mismo fin de semana, solo que por su cuenta, fue el abogado Raymundo Macís, también productor y conductor de la serie de entrevistas de personajes llamada Al alma, que se transmitió en Canal 7 a finales del 2019.
A sus 44 años y al igual que tantos otros ticos, Raymundo decidió aprovechar la oportunidad que ofrece Estados Unidos.
“Como dicen: ‘Me vacuno no solo por mis ganas de vivir, sino también por tus ganas de vivir’. La vacunación debería ser una obligación de todo ciudadano que vive en comunidad, más allá de las convicciones personales”, reflexionó.
“Primero sumamente agradecido con Dios, pero también con los Estados Unidos de América, que siendo yo un ciudadano de otro país, me da la oportunidad de vacunarme gratuitamente. Algunos dirán que el costo de la vacuna se compensa con la compra del tiquete de avión, hospedaje y alimentación que obtienen las empresas estadounidenses, pues es cierto, pero hay que agradecer estas cosas que ayudan a proteger la vida, que al fin y al cabo es el tesoro más valioso que tenemos los seres humanos.
“Por otro lado, como costarricense me dio mucha nostalgia que mi vacunación tenga que ser en otro país y no en Costa Rica, porque amo a mi país y creo fielmente que tenemos un enorme potencial, pero en este tema no estamos actuando de forma correcta. ¿Por qué no permitir que la empresa privada ponga vacunas como lo hacen en Estados Unidos? Que tendrían un costo, pues sí, pero estoy seguro de que muchos costarricenses harían un gran esfuerzo por vacunarse y otro tanto regalarían la vacuna para sus colaboradores cercanos estén inmunizados. La pandemia nos debe obligar a ser más solidarios, pero solidarios proactivos. Y si las autoridades de salud no pueden vacunar al ritmo que se requiere para garantizar supervivencia y evitar tanto dolor que ha causado este virus al ver morir a nuestros familiares, a nuestros vecinos, a nuestros alcaldes, a nuestros periodistas, etc., ¿por qué no permitirle a la empresa privada que ayude? Es algo que para mí es muy difícil de comprender. Además, esto ayudaría a reactivar la economía tan golpeada en estos días. Hay gente en extrema pobreza, sin trabajo, sin alimento en sus mesas, y entre más restricciones nos impongan las autoridades pero la vacunación no avance al ritmo que se debe, estaremos condenando a más costarricenses a una vida que no se merecen”.
Y puntualizó: “Ya lo dijo The Economist: “Hay 10 millones de razones para vacunar al mundo”, precisamente porque se calcula que ese será el número global de muertes. ¿Cuántos ticos formarán parte de esa triste realidad? Tenemos que actuar rápido”.
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Y bueno, finalizo esta crónica con un pequeño texto que escribí una vez que recibí la vacuna y que resume mi sentir desde entonces hasta el día de hoy:
Ya ahora sí, la primera dosis. Como dirían en esa maravillosa peli del 96, Jerry Maguire: estoy contenta, pero no feliz. No tras observar, azorada, cómo acá la vacunación es expedita, quienes la aplican tienen un protocolo sencillo, cálido, hasta amoroso, uno espera detrás de un biombo y en pocos minutos escucha su nombre y listo.
Me duele mucho mi adorado país, el pasado reciente --tan doloroso por la escalada en casos y muertes--, gente tan cercana sufriendo tanto... por eso les digo que estoy contenta, mas no feliz.
No se puede. No aún.