Amón permanece en el imaginario costarricense como el barrio cultural y artístico que, en pleno corazón de San José, ofrece un respiro a una ciudad acelerada y hasta caótica. Hoy, mientras se llevan a cabo exposiciones y recorridos guiados por sus calles, saltan las alarmas sobre lo que ocurre en lo profundo del barrio y que, a veces, sale a la luz.
Varios puntos en la zona se han transformado, a ojos de los vecinos y la policía, en focos de inseguridad. Decenas de edificios están cubiertos de invasivos rótulos que anuncian su alquiler o venta, mientras la violencia se expande y el narcotráfico acecha.
Si la inseguridad continúa en aumento, el barrio fundado a fines del siglo XIX pronto podría quedar a la deriva. Si se vacía, será aún más inseguro, lo cual dificultaría el regreso del turismo local o internacional. Si los residentes se sienten amenazados, ¿querrán quedarse?
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Para Omer Badilla, director general de la Dirección General de Migración y Extranjería, desde hace dos años Amón amerita monitoreo por parte de la institución, una de las entidades encargadas de atender situaciones de trata y tráfico de personas. Asegura que en la zona confluyen mafias y crimen organizado que propician las condiciones para el tráfico y la trata con fines de explotación sexual. Por el momento, dice, hay casos en investigación.
“Es una zona que nos genera conflicto”, indica Rodrigo Alfaro, director regional de la Fuerza Pública de San José. Para él, es el Hotel y Casino Taormina “el lugar donde más conflicto tenemos, por eso lo tenemos mapeado y constantemente estamos abordando”. Se trata de un hospedaje de 87 habitaciones ubicado al norte del barrio y frecuentado por extranjeros, usualmente retirados. Alfaro describe la zona circundante como el punto “más grande y peligroso” con el que debe lidiar la policía en San José.
Según Marcelo Solano, director de la Policía Municipal, en las afueras de este establecimiento es común encontrar el consumo, la venta de drogas y “gran cantidad de mujeres dedicadas a la actividad sexual”.
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Muchas noches, la calle enfrente se llena de mujeres en grupitos o solas, que algunas veces ingresan y otras se alejan en vehículos que pasan o se estacionan. Hombres van y vienen; bulla de pitos, música, plática. En el 2025, la Fuerza Pública ha decomisado cuatro armas de fuego sin permisos en sus inmediaciones y, en un operativo de ingreso al hotel, la policía halló al menos 200 mujeres adentro, de acuerdo con Alfaro, jerarca de la policía en la capital.
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A pocos metros del hotel ocurrieron dos homicidios recientes. Uno de ellos justo a sus pies, a escasos metros de la entrada al establecimiento, en marzo de 2024. Otro ocurrió hace menos de un mes; las balas incluso alcanzaron algunas de sus ventanas, confirmó William Jiménez, gerente de mercadeo del Taormina.
“Hemos tratado en la medida de lo posible de que dentro de las instalaciones se encuentre todo bien (...) La seguridad afecta a todos y estamos comprometidos con esa parte”, afirma Jiménez. “Hemos tenido coordinación con la Fuerza Pública, inclusive hasta con el OIJ para que en el momento que haya algún tipo de actividad, pues se coordine inmediatamente para poder tratar de de mitigar lo que haya que tratar de mitigar”, añade.
¿Qué pasa en Amón?
Desde finales del siglo XX, Amón forma parte del Gringo Gulch, un término utilizado por los extranjeros para referirse a la zona de comercio sexual en la capital que contemplaba varios barrios en el distrito de El Carmen. A inicios de la década de los 2000, en plataformas digitales, los extranjeros se referían a esta zona como “las Naciones Unidas del Sexo”, “el paraíso de los fornicadores” o la “Tailandia del patio trasero de los Estados Unidos”.
El principal foco de atención era el Hotel El Rey, un reconocido edificio esquinero sobre la avenida 1. Era famoso por la afluencia de trabajadoras sexuales, aunque la administración siempre se desligó de lo que ocurría tras sus puertas. Cerró durante la pandemia.
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Hace un par de años, el Taormina empezó a atraer la atención por razones similares. Desde antes, el hotel ha tenido casino, bares y un restaurante; siempre hay movimiento. Acudimos al sitio un lunes al mediodía. Se acercan al vestíbulo mujeres con tacones altos y vestidos cortos, algunas acompañadas de extranjeros mayores, quienes deben pagar un monto adicional si desean subir con alguna de ellas a una habitación (frente a quien escribe, un cliente registra a una chica joven como “second guest”). Otras están solas. Por la noche, se generan aglomeraciones y largas filas de mujeres, taxis, motos y otros vehículos en la entrada del establecimiento.
Una fuente del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) confirmó a la RD que este local está bajo investigación.
“Andrés” es vecino del barrio. Recuerda que antes del 2020 Amón era relativamente seguro, aunque con algunas situaciones de violencia propias de cualquier urbe. Si bien el trabajo sexual ha proliferado en la zona desde al menos los años 80, se trataba de algunas pocas trabajadoras sexuales en esquinas o locales de “masajes”.
Desde hace al menos cuatro años, el panorama de la inseguridad en Amón dio un salto sin precedentes.
Ahora, el sonido de las balas han despertado a “Andrés” en la madrugada. “Es horrible”, admite. Por las noches, le incomoda el sonido de la música en la calle y cuenta que las conversaciones con la policía se convirtieron en una constante. Entre los vecinos, conformaron un grupo de mensajería con miembros de la policía al que recurren cada vez que necesitan presencia y protección de las autoridades. Andrés prefirió no revelar su identidad por temor a represalias. “No se está haciendo lo suficiente para arreglar la situación”, dice.
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“Uno siente que es una fuerza más grande que cualquier otra, que cualquier reclamo vecinal y se siente mucha impotencia”, lamenta Natalia Salas, síndica por el distrito de El Carmen.
Para Daniel Chavarría, miembro de la Asociación de Vecinos de Amón y propietario de una antigua vivienda en el barrio, la preocupación radica en la descomposición de Amón a raíz de la infiltración del narcotráfico.
Por las noches, decenas de patrullas de la Fuerza Pública y la Policía Municipal transitan las calles y ejecutan operativos, con frecuencia en las inmediaciones del hotel. Detienen carros, utilizan perros para detectar droga y, en ocasiones, atrapan in fraganti a algún presunto delincuente. Algunos operativos se extienden incluso a plena luz del día.
De noche, “taxis piratas” y otros vehículos particulares se estacionan al lado de la calle en las inmediaciones del Taormina hasta bien entrada la madrugada. Abren la cajuela, sacan sillas de playa, las colocan junto al carro y ponen música a todo volumen. Vecinos y autoridades policiales afirman que algunos de ellos se dedican a la distribución de drogas.
El ruido que se genera en las afueras del hotel llega hasta la “rotonda oeste”, situada en la avenida 13, detrás del hotel. Esa calle sin salida es un remanso de día, callado y tranquilo; allí residen muchos adultos mayores y propietarios de antiguas casas del barrio.
“Estamos expuestos”, agrega Paula Piedra, coordinadora de programas en Teorética, la prominente fundación de arte contemporáneo que se instaló en Amón en 1998. “Hay muchas realidades que conviven y convergen, lo que hace que se sienta inseguro para las personas que trabajamos o vivimos aquí”, explica.
Paula caminó justo por el sitio donde mataron a un hombre hace menos de un mes. Esa noche, unas horas antes, recorrió esa misma acera para ir a cenar. A la mañana siguiente, se despertó con la noticia. Su preocupación: haber estado “mal puesta”, en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Marcelo Solano, director de la Policía Municipal, admite que la situación en barrio Amón se ha complicado y dice que desde su entidad se hace lo posible con los recursos disponibles.
El turismo sexual no es nuevo, pero la magnitud actual es inusitada. Abren nuevos sitios destinados al comercio sexual. Algunos se ubican a pocos pasos de capillas y centros educativos.
“Lo que tenemos es un problema de drogas en el sitio, o de trata y tráfico de personas, de legitimación de capitales o de legitimación de fondos a través del gota a gota. Es cualquiera de esos escenarios, pero todo dentro de una sombrilla de crimen organizado que ha convertido la actividad de prostitución, un punto de tráfico de drogas en una zona turística, una zona de violencia armada”, describe Solano.
Para Rodrigo Alfaro, director regional de Fuerza Pública, el trabajo sexual no es el causante de todos los problemas que se generan alrededor del hotel, sino que es necesario analizar la clientela. “Su mayoría son extranjeros; son personas con adicción y esto genera otro tipo de demanda, drogas como la cocaína, en menor medida el crack, el éxtasis, marihuana. Ya ahí hay un mercado de droga”, explica Alfaro.
Al haber un mercado, las organizaciones delictivas que se dedican al tráfico y al menudeo encuentran terreno fértil. Esta situación se refleja en que se genere conflicto con otras que también quieren posicionarse. Así se originan riñas, altercados y ajustes de cuentas.
Desde hace dos años, William Jiménez es el gerente de mercadeo de Taormina, hotel que solo recibe mayores de 18 años. Sus clientes provienen en su mayoría de Texas, California y Florida; “vienen buscando atención” y “alguien con quien conversar”, dice.
Jiménez reconoce que la actividad por la que apuesta el hotel puede generar aglomeraciones en la vía y dinamiza “de forma diferente” el barrio Amón, acostumbrado a un pasado “más tranquilo”. “Cualquier lugar que tiene una actividad nocturna donde haya un bar, haya una disco o haya vida nocturna, va a tener aglomeración. Un claro ejemplo es el barrio La California, donde están todas las discotecas. Es lo mismo”, dice.
Jiménez dice que el hotel no puede hacer nada frente a lo que sucede afuera y niega que la actividad que se genera en el establecimiento tenga que ver con el perfil de persona que genera conflicto en las afueras.
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También el Taormina sufre por la inseguridad, que como Jiménez recuerda, es un asunto nacional. Esta temporada alta, el hospedaje se redujo un “20% o 25%” en comparación con la misma época el año pasado. Lo atribuye al cambio político en Estados Unidos, al encarecimiento de los tiquetes aéreos y a la inseguridad en Costa Rica, que resuena ya en el país de sus clientes.
Jiménez explicó que no se permite el ingreso de drogas al hotel, que las mujeres solo pueden entrar si consumen o son huéspedes, y que han invertido en medidas de seguridad como vigilancia y cámaras, con el fin de prevenir afectación a su clientela.
“Nosotros hemos tratado de conversar con la comunidad, tratar de llegar a un acuerdo (...), ver de qué manera podemos los dos, pues, que haya como una armonía para que todo funcione”, dice el empleado del hotel.