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Quién diría que una mosca, tan incómoda y pequeña, tiene el poder de aportar a una investigación policial tanto como cualquier otra prueba; o que unas larvas, con ese diminuto tamaño, son capaces, incluso, de cambiar el rumbo de un proceso judicial y enviar a prisión a alguien.
Podrán ser insectos inofensivos, desapercibidos y hasta desagradables. Sin embargo, cuando aparecen en un cadáver se suman a una misión trascendental y que es de gran ayuda para las autoridades en un juicio.
Por ejemplo, en el 2007, los insectos fueron determinantes para resolver la muerte de Maureen Hidalgo Mora (cuyos restos fueron encontrados tras varios días desaparecida) a manos de su esposo, el defensor público Luis Fernando Burgos.
Aquel caso se recuerda por su impacto mediático pero poco se habló de las pruebas aportadas por las larvas y cómo ayudaron a esclarecer la investigación, que terminó con una condena a 35 años de cárcel por homicidio y tenencia de armas para Burgos (quien luego se quitó la vida en prisión).
Descifrar la información aportada por esos “bichos” es la labor que tiene la entomología forense, la rama de la ciencia que se encarga de la recolección y el estudio de los insectos en cadáveres en estado de putrefacción.
“Los entomólogos conocemos sobre el ciclo de vida de los insectos, sabemos cómo están distribuidos en una zona geográfica en particular, y a partir del conocimiento que tenemos de los insectos, extraemos información para las investigaciones judiciales”, afirma John Vargas, jefe de la sección de Biología Forense del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Con este estudio se pueden determinar diferentes variables, sin embargo, la más común en el país es precisar el tiempo transcurrido después de la muerte de la persona.
Cuando un cadáver queda expuesto en un lugar, los insectos pueden colonizar, ya que estos utilizan el cuerpo como sustrato de alimentación y de reproducción. Esto le permite a los expertos tomar datos relevantes.
“Una vez que la persona fallece va a ser invadida por esos organismos, entonces, lo que hacemos es tomar muestras del cuerpo y en función del desarrollo de las formas inmaduras de esos insectos (las larvas), podemos relacionar su tamaño con las horas que tienen de ‘edad’ y eso es lo que correlacionamos con las horas de muerte”, explica el entomólogo.
Esto significa que dependiendo del tamaño de la larva, se puede saber la cantidad de horas que tiene de fallecida una persona.
Otra de las funciones que tiene esta ciencia es determinar si el cadáver estuvo en otro lugar distinto a donde fue hallado.
Según detalla Vargas, los insectos son diferentes en cada región y por lo tanto, no es lo mismo una mosca del Gran Área Metropolitana (GAM) a una de las zonas costeras.
De esta forma, cuando el cuerpo de una persona fallecida es colonizado por los insectos en un sitio y posteriormente es trasladado a otro lugar “para tratar de ocultar el delito”, las autoridades lo saben gracias a las larvas, pues ya el cadáver lleva el indicio y los insectos que se encuentran en el cuerpo difieren de los que están reportados para la zona del hallazgo.
“Podemos detectar si la composición de insectos es diferente en el lugar en el que encontramos el cuerpo. Esto aplica cuando el movimiento se da violando ciertos pisos altitudinales. Por ejemplo, si un cuerpo aparece en la parte más alta de Coronado y analizamos las muestras que hay en el cuerpo y hay especies que no son de esa zona y los compañeros de investigación sugieren que la persona pudo haber sido asesinada en otro sitio diferente, ahí es donde la ciencia forense empieza a hacer calzar piezas”, afirma Vargas.
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Finalmente, existe una tercera aplicación, aunque esta prácticamente no se utiliza y tiene que ver con la toxicología y los cuerpos descompuestos o putrefactos que ya no tienen órganos sólidos y en los que no hay líquidos.
“Existe la posibilidad de que recuperemos de la larvas de los insectos que se están desarrollando sobre ese cuerpo, la ausencia o presencia de drogas, pero lo cierto es que la toxicología evoluciona y cada vez es menos necesario utilizar este tipo de análisis”, añade el entomólogo.
Caso trascendental
Dentro de una bolsa rota y tras varios días de desaparecida, en una pendiente de las Vueltas de Macho Chingo, en Atenas, el 16 de julio del 2006 fueron hallados los restos de Maureen Hidalgo Mora, esposa del reconocido abogado defensor Luis Fernando Burgos.
El cuerpo fue lanzado por un barranco y un alambre de púas rompió el plástico y dejó expuesta a la víctima, lo que permitió recolectar moscas y larvas del cadáver para que fueran analizadas por un experto. Como resultado, se determinó que la mosca había colonizado el cuerpo el 14 de julio.
De esta forma, los expertos concluyeron que Hidalgo había fallecido el 11 de julio, lo que significó que antes de ser lanzada en el barranco estuvo en otro sitio y siempre envuelta en plástico, impidiendo que los insectos tomaran el cuerpo.
La pericia coincidía con el relato cronológico que había hecho uno de los testigos durante el juicio, al igual que con la hipótesis que tenía la policía sobre cuándo había ido el homicida a deshacerse del cuerpo y por cuánto tiempo tuvo el cadáver envuelto en plástico en una habitación en particular.
“Pese a que se estaban dando los primeros pasos en el uso de la aplicación de la herramienta, la metodología que se estaba utilizando por parte de los compañeros de entomología de aquel momento, fue de mucha utilidad.
“Ahora es un insumo más que ayuda a confirmar o a descartar algunas otras áreas de la investigación, porque muchas veces uno tiene una línea y posiblemente este indicio le esté llevando hacia otro camino, entonces son elementos de mucho peso, tanto así que hoy por hoy los jueces les dan mucha credibilidad no sólo a esa área, sino a cualquier otra del laboratorio” detalla Javier Quesada, jefe de Investigación Policial del OIJ.
Además, de una u otra forma este tipo de hallazgo obliga a los investigadores a ser más minuciosos con los casos.
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Por ejemplo, años atrás los investigadores encontraron en las montañas de Coronado, el cuerpo de un taxista que estaba desaparecido desde días atrás.
Tras hacer los estudios, el patólogo determinó que el hombre tenía tres días de fallecido, mientras que el entomólogo aseguraba que eran cinco.
“Nos obliga a nosotros como investigadores de homicidios a esforzarnos más para obtener más información y tratar de dar un parte un poco más certero con el tiempo de muerte, como lo hacemos con entrevistas y otros detalles que se pueden obtener de la investigación criminalística: del último tiempo que fue visto, cómo se desapareció y algún seguimiento que puede servir para tratar de acercar un poco a eso”, añade.
Basado en el criterio que tuvo entomología forense, se logró una sentencia de aproximadamente 30 años a un sujeto que fue detenido tras la investigación.
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Eso sí, Quesada, quien cuenta con más de 25 años de trayectoria, es enfático en que si bien esos análisis son de muy efectivos, como investigadores no pueden enfocarse solamente en esos resultados.
“La investigación tiene que llevar otra serie de factores que se le suman y que de alguna manera deben de ser coincidentes con lo que se está encontrando. Entonces no puede ser una respuesta definitiva, pero sí le suma a los otros indicios o a las otras evidencias y sí tiene mucho peso, porque es un criterio científico que quizá nadie podría discutir. De hecho, hasta ahora no se ha encontrado a alguien que refute o que contrarie lo que ellos determinan”, afirma.
Minucioso proceso
Tras el hallazgo de un cuerpo, los especialistas en la escena del crimen proceden a recabar las muestras para trasladarlas hasta el laboratorio forense.
Para ello, utilizan un traje de protección especial blanco y que los cubre de pies a cabeza, para que no exista ninguna trazabilidad ajena en el lugar de los hechos y protegerse de cualquier eventual contaminación, pues se trata de cuerpos en estado de putrefacción y por lo tanto existe una alta gama de bacterias. También utilizan filtros, para mitigar el olor que el cuerpo puede producir.
Para recabar las muestras se utilizan pinzas plásticas para evitar aplastar las larvas, espátulas, recipientes, tubos cónicos para el embalaje y agentes químicos para preservar los insectos.
Las muestras de organismos deben ser grandes, con diversidad de especies y debe contener las larvas más grandes, pues son las que más han comido y las que más se van a usar para la determinación.
En el caso de las larvas, se recolectan en frascos y la manera de preservarlas es hirviéndolas durante un minuto en agua a 100° para detener el proceso de putrefacción y que cuando entren al agua caliente se estiren y queden de la longitud que tienen y eso facilite la medición.
Posteriormente se bota el agua y se ponen dentro de un frasco plástico de conservación en una disolución que mezcla agua, alcohol ácido acético y formalina y así llegan al laboratorio con toda la formalidad jurídica para proteger las muestras como evidencia legal.
Cuando se trata de las formas adultas, es decir, moscas, escarabajos y demás estas se conservan en alcohol de 95%.
“Todos los investigadores de este Organismo reciben una capacitación en el complejo forense de un entomólogo y cuyo propósito es que cuando nosotros estemos en el sitio realicemos el trabajo de un entomólogo. Es decir, todos están aptos para poder realizar esta recolección.
“Ahora, todo investigador ya como un proceso psicológico, podría decirse que es apto para tolerar este tipo de situaciones. Obviamente hay olores fuertes y sí ha pasado que en algún momento se necesita salir del lugar porque hay sitios muy encerrados y el olor no deja de ser contaminante”, explica Angienson Valverde, especialista en la escena del crimen.
Según el experto, allí se recolectan larvas, huevos o los insectos adultos, es decir, moscas, escarabajos e incluso en algún momento se han recolectado cucarachones.
Y pese a que a los investigadores se les pide que recolecten la mayor cantidad de especies posibles, para la investigación no funciona cualquier tipo de insecto que aparece en el cuerpo, ya que esta metodología se sustenta en moscas carroñeras de dos familias en particular: la calliphoridae y la sarcophagidae; también funcionan algunas especies de escarabajos.
Estos insectos tienden a agruparse en zonas particulares del cuerpo, como la nariz, el oído, la boca, el ano y la vagina. Y si eventualmente se trata de una persona que tiene una herida de arma blanca o de fuego, también es considerado un orificio para estos, por lo que allí también se pueden recabar muestras.
“Es una estrategia biológica para evitar que las masas de huevos se sequen por la intemperie o que otros depredadores se la lleve, entonces básicamente el insecto coloca los huevos en lo más profundo de los orificios y las larvas nacen y se empiezan a desarrollar en esa zona”, explica el biólogo John Vargas.
Ya en el laboratorio, arranca el proceso de estudio. Se realiza el análisis de ADN y las muestras se conservan en cámaras aclimatadoras, que son un tipo de refrigerador que tiene una computadora y permite realizar un programa de simulación de las condiciones ambientales donde aparecieron las larvas.
La duración para determinar el tiempo de muerte y los lugares en los que estuvo el cuerpo, es relativo. De acuerdo con Vargas, para ello se necesita desarrollar curva de crecimiento, es decir, conocer el ciclo de vida de las moscas a la temperatura o a las condiciones del lugar en las que el cuerpo aparecen.
En el laboratorio forense ya tienen hechas muchas de las curvas de la mayoría de especies del país, a las diferentes temperaturas a las que pueden estar expuestas. En esos casos, la investigación es más expedita y puede tomar poco más de un mes.
Sin embargo, esto depende de factores externos al laboratorio, pues en todos los casos se requiere saber la temperatura y la humedad del sitio en el que el cuerpo aparece para determinar cuál curva utilizar, dato que lo facilita el Instituto Meteorológico Nacional (IMN), cuyo tiempo de respuesta oscila entre una y cinco semanas.
“Teniendo todo el insumo, en realidad el análisis puede tomar menos de una o dos semanas, dependiendo de la cantidad de muestras que tengamos, porque el análisis, en términos prácticos, lo que consiste es en que tomamos las larvas y las medimos una a una y usualmente tratamos de tener unas 300 para darle solidez al análisis y poder dar respuesta a las conclusiones”, detalla Vargas.
El problema es cuando no existe esa curva de crecimiento; entonces se debe reproducir el hábitat natural de las especies en el laboratorio y en algunas ocasiones no se logra que las moscas pongan huevos, por lo tanto “estamos a la voluntad de las moscas”.
Gran parte de este análisis se facilita debido al trabajo que en algún momento realizó el INbio y que actualmente hace el Museo Nacional de Costa Rica, a partir de su departamento de Historia Natural, donde hay un archivo de insectos que permiten conocer qué tipo de mosca está en qué zona del país y en cuál época del año.
“Sin eso, esto sería ciencia-ficción para nosotros. De hecho, los colombianos o brasileños literalmente se ríen porque jamás van a tener el banco de información que Costa Rica tiene sobre su biodiversidad y que nos permite hacer estas determinaciones”, asegura Vargas.
Carrera empírica
En promedio mensual el departamento de Entomología Forense analiza entre 12 y 15 casos, ya que desde hace algunos años a todo cuerpo putrefacto o en estado avanzado de descomposición se le hace el análisis. Sin embargo, de esa cantidad, dos o tres son los que realmente requieren del estudio, pues hay una investigación en la que la determinación del tiempo de muerte es relevante.
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Es decir, el volumen de trabajo no es tan grande, y de allí que en ese departamento solamente haya un entomólogo forense: Roberto Morales. Además, hay una más en entrenamiento: Lilliana Valenciano.
Y es que en Costa Rica no existe una carrera en Entomología Forense, ya que quienes ejercen esto estudiaron Biología y se especializaron en Zoología, específicamente en insectos.
“Esto es normal y no pasa solo en Costa Rica, si no que en muchos otros países, porque es un área de especialización muy particular, con un volumen de casos que justifican una plaza o dos, entonces no hay manera de que usted pueda montar una carrera académica y formar 20 entomólogos por año, porque se van a quedar sin trabajo cuando salgan”, explica John Vargas, quien por más de 18 años fue el único entomólogo forense de Costa Rica.
Actualmente, Vargas es el jefe de la sección de Biología Forense del Departamento de Ciencias Forenses del OIJ y por ende ya no se desempeña como entomólogo.
Sin embargo, explica que a lo largo de todos los años que se encargó de hacer estos análisis sentía una enorme responsabilidad, pues todo el peso caía sobre él.
“Ningún servicio debe depender de una persona, porque si esa persona nos falta por una circunstancia x, el servicio se dejaría de ofrecer, entonces es una responsabilidad pero sobretodo una inconveniencia en la que trabajamos activamente”, asevera.
Lo cierto es que los tres han recibido formación forense y debido al sistema de gestión de calidad del departamento, y que incluye normas ISO, están obligados a tener un manual de entrenamiento que especifica puntualmente los módulos que la persona tiene que llevar y aprobar, junto con otra serie de pruebas, para demostrar la competencia para poder emitir dictámenes en materia pericial.
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Realidad vs ficción
Así como la Entomología Forense ha colaborado en resolver casos, también se ha utilizado para explotarse en televisión.
Sin embargo, no todo lo que se ve en las producciones televisivas, específicamente en las series de CSI, es realidad y, por el contrario, mucho de ello es ficción.
“Lo primero que no es cierto son los tiempos o la irresponsabilidad de la persona en el campo diciendo ‘esa es fulanita de tal y tiene tantas horas de desarrollo’, porque eso nos toma a nosotros mínimo una semana y media”, explica Vargas.
El biólogo, afirma que no consume este tipo de contenido, pero en más de una ocasión ha podido ver episodios relacionados a la entomología forense y con propiedad puede decir que “no todo lo que se ve forma parte de la rutina de los laboratorios forenses del mundo”.
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De hecho, tiene muy presente uno de los capítulos en el que los protagonistas llegan a un sitio en el que desapareció una persona y dentro de lo que recolectan con una red entomológica, hay zancudos.
“Nosotros no recolectamos zancudos de rutina, ninguno de oficio saca sangre de los zancudos para compararlo con los sospechosos. Aunque sí hay reportes de casos en los que se ha podido sacar de los tractos digestivos de los zancudos e incluso de larvas, ADN humano que potencialmente puede permitir identificar a alguien.
“Entonces técnicamente eso sí es posible pero no lo hace de rutina ningún laboratorio forense del mundo. Al menos no los que estamos acreditados bajo normas de calidad”, comenta.
Y a pesar de que muchas cosas están alejadas de la realidad, Vargas es enfático en que CSI La Vegas cuenta con un asesor técnico de CBS, productora de la afamada serie.
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Se trata de Madison Lee Goff, entomólogo forense de la Universidad de Hawái, quien colaboró con el desarrollo de la aplicación en Costa Rica y que se desempeña como consultor técnico del FBI para Estados Unidos.
“La lógica sí tiene sustento técnico cierto, al menos de lo que en entomología forense yo he llegado a ver, que son tres o cuatro capítulos y que además me los mandan porque tienen que ver con insectos”, asegura.
Sin embargo, más allá de que sea una ficción o una realidad, lo cierto es que un insecto, por más pequeño que sea, puede convertirse en un gran aliado para las autoridades a la hora de resolver crímenes.