Va llena de expectativa y emoción esta pequeña barca que navega en busca del paraíso de cetáceos, ubicado cerca de los lindes costarricenses.
Los ojos se programan incesantemente para recorrer el horizonte de un lado a otro, atentos a cualquier movimiento no anunciado sobre la marea que dé señales de vida marítima.
Conforme la orilla se aleja, el azul infinito se acerca, cada vez más próximo y más extenso. Es un color infinito que levanta una pregunta apropiada para la ocasión: ¿cuántos animales gigantes de larga cola y prominente cuerpo se pasean bajo esta superficie?
Se cree que son más de 200 las ballenas que bailan en las profundidades del azul del Pacífico que baña la costa de Osa, precisamente en la bahía Ballena. Sobra decir a qué responde el nombre de este destino maravilloso.
La lancha nunca se precipita, solo avanza a una velocidad considerable para no perderse una oportunidad de oro. Cada avistamiento, por más que no sea exclusivo, resulta excepcional.
Las ballenas no salen a la superficie como si hubieran sido accionadas con un botón. Se asoman cuando les place, cuando están listas, cuando lo necesitan, cuando se quitan de encima la timidez para que veamos lo hermosas e imponentes que son.
Para no ahuyentarlas, los botes deben buscar el silencio y luego respetarlo. Solo así, las ballenas se sentirán con la confianza suficiente para asomarse una y otra vez, mientras avanzan en un rumbo azaroso, quizá atraídas más por el juego que por un destino que persigan.
Costa Rica es una zona de apareamiento ballenero exclusivo y caliente. Por algo les gusta.
En las cercanías del país, las ballenas encuentran un punto único, inigualable si se quisiera. Las ballenas jorobadas llegan a bahía Ballena provenientes de Suramérica y la Antártida. Se acercan en julio y durante unos cinco meses más, abandonando la región cerca de octubre. En diciembre regresan desde el norte (especialmente un grupo que viaja desde Baja California), y se quedan hasta abril.
beneficioso
Los avistamientos –como ya se dijo– no están programados, pero los guías turísticos saben por dónde y cuándo moverse, serpenteando sobre la marea.
Las sorpresas tienden a ser positivas. A veces, no solo se ve una ballena sino todo un tropel. Otras veces no solo se ven muchas ballenas, sino también delfines y tortuga. El mar está lleno de misterios y pasiones, también de animales sorprendentes.
Con un mar de posibilidades, la gran mayoría de los turistas regresa a tierra firme con una firme sonrisa.
Debe ser por eso que la votación de las 7 maravillas de Costa Rica, entre las tres opciones del Pacífico Sur, le dio el reconocimiento a esta zona de la que hoy hablamos, superando con amplitud a las ancestrales esferas del delta del Diquís y al frondoso parque Corcovado.
No cuesta entender tampoco por qué los recorridos por Bahía Ballena son tan cotizados. Tanto es así que el 90% de los ingresos económicos de esta zona se deben a los viajes guiados.
En el año 2013, la cantidad de visitantes al Parque Nacional Marino Ballena alcanzó los 143.861, lo que ubicó a este parque como el cuarto más frecuentado durante el año anterior.
La extensión de arena que se despliega en forma de cola de ballena parece un recordatorio visible desde las alturas de que ahí abundan los cetáceos. Sin embargo, esta cola también le da casa a muchas especies que celebran la prevalencia de este tesoro natural marino.
En un espacio de 5.300 hectáreas marinas y 100 terrestres, se ofrecen otras opciones divertidas, educativas y atractivas. Los guías turísticos también ofrecen cabalgatas y caminatas a las cataratas cercanas, así como snorkeling o tardes para remar sobre un kayak o retar a las olas haciendo surf.
Ballena abre las aletas para abrazar a los visitantes en una zona donde el recurso natural se protege cada vez en mayor abundancia.
Pasarán cuatro horas desde abandonar la capital hasta llegar a este paraíso donde un coro de ballenas ofrece un concierto que, definitivamente, vale el recorrido de cabo a rabo.