Unos días antes de entrar a la universidad –hace siglos– me explicaron que para llegar a clases debía agarrar los buses de la Coca Cola.
Aquello fue una conversación seria. "Es peligroso", me advirtieron.
Pero hice caso omiso a la advertencia, y esa noche imaginé aquel ("es que ya no era como antes") lugar con calles de concreto, aceras uniformes, pequeños osos polares manejando carros de golf, una parada con techo y en algún lugar, una entrada para los camiones rojos y sus felices choferes.
Pero a la mañana siguiente, cuando llegué a la parada para mi primer y único emocionante día de clases, todo era distinto. Justo en la esquina donde estacionaba mi bus, unos tres indigentes se peleaban una bolsa con pan.
Al frente, sentados en la acera y dándole la espalda a un parqueo, otros dos sacaban 'la piedra' para fumar.
Así entendí las infinitas sugerencias que me dio la abuela, cuando supo que debía agarrar ese bus todos los días y a horas oscuras.
Sobreviví; pero lo que siempre me pregunté y nadie supo explicarme, era dónde estaba aquella inmensa fábrica que yo imaginaba.
Los indigentes, el pan y los drogadictos no eran un paisaje ajeno, así se ve un poco San José.
Me incomodó más no saber dónde estaban los osos y el grandioso edificio de la Coca Cola.
* * *
El escritor francés, Georges Perec publicó en 1974 Especies de espacios. En se texto, Perec discute sobre su amor por las escaleras, y la constante mutación de lugares, todo esto a través de un detallado proceso de observación.
"Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados, lugares que fueran referencias, puntos de partida, principios...", escribió el autor.
Cuarenta años después, las notas y formas de ver del único hijo de una pareja de judíos polacos, tienen más sentido que nunca.
Esos lugares fantasma de los que habla Perec son –en nuestro día a día– constantes referentes para ubicarnos. Esta es una de esas cualidades muy ticas. Muy de nosotros. Muy pura vida.
Pero el problema es que la mayoría de esos puntos ya no existen, y estamos aferrados a edificios, árboles, casas, números y pulperías, que desaparecieron. Entonces ¿cómo nos ubicamos con imágenes que ya no están?.
La antigua Paco. Antigua pulpería La luz. Antiguo Deja Vú. Antiguo Paso de la vaca. Antigua Ladrillera. La antigua Embajada Americana. Antiguo Salón La Pista. Antigua Gallito. Antigua Radio Monumental. Dónde estaba Burger King. Antiguo Banco Anglo. La antigua Cartaginesa. Antiguo ITAN. Antigua Subarú. Antigua Esmeralda. Antigua Bomba La Primavera. Donde estaba el palo de mango.
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No había forma de que yo adivinara dónde estaba la fábrica de la Coca Cola. Ya no hay rótulos ni rastros de los años en que operó en ese lugar. Tampoco lo supo la mayoría de personas con las que hablé esta semana y a quienes les pregunté si sabían dónde está el edificio.
Nadie lo pudo identificar y, aun así, todos estaban completamente seguros de dónde se encontraban.
De acuerdo con el arquitecto y cronista urbano, Andrés Fernández, la antigua fábrica se encuentra en "La esquina sureste de la avenida 1, y calle 16. A las 100 varas exactas del pabellón de lo que hoy es la entrada principal del hospital San Juan de Dios para consulta externa".
"Es un edificio sencillo, racional, de dos pisos, con un tercero que es el tanque de agua. Es un edificio racionalista, con toque de art déco. Su simpleza denota que ya estaba encima la crisis de la II Guerra Mundial, entonces no tiene mayores detalles, a diferencia de la fábrica de Canada Dry, que es elegantísima".
Entonces, al estar ahí la Coca Cola y no haber nada alrededor, empezaron a llegar los buses de todo el sector suroeste de San José: todo lo que venía de Villa Colón, Santa Ana y Escazú.
"Así surgió la parada de la Coca Cola. Conforme esos cuadrantes se fueron llenando, a eso se le denominó el barrio de la Coca Cola, y ese es el nombre oficial, así esta en la nomenclatura de la Municipalidad de San José. Son como 8 o 9 manzanas".
Fernández recuerda que en ese sector estaba el bar El barco del amor, donde ponían en una pizarra: "maes 3 cañas y hembras gratis".
También estaba la pejibayera más grande de San José. "Pasabas y estaban los meros estañones, con los quemadores de gas abajo, hirviendo y salían las pezuñas de todos los chanchos".
Nostalgia como un norte
Perec escribió –en su mayoría– desde la ausencia. Analizando los espacios que habitaba en su querida París.
"Me gusta mi ciudad, pero no sabría decir exactamente lo que me gusta de ella. No creo que sea el olor. Estoy demasiado acostumbrado a los monumentos como para tener ganas de mirarlos. Me gustan ciertas luces, algunos puentes, terrazas de café. Me gusta mucho pasar por un sitio que no he visto mucho tiempo".
Algo así, como lo que nos sucede a nosotros. Añoramos tanto lo que ya no está, que tuvimos la capacidad de establecer el espectro de un árbol, como una dirección.
Conocí el "antiguo" Higuerón –en San Pedro– cuando un amigo descubrió que justo ahí, en el centro comercial donde estaba "el antiguo Higuerón", hay un restaurante de que vende carne de cerdo ahumada, con papas fritas, y salsa barbacoa.
Ahí, donde estaba el higuerón viejo, ahora hay otro árbol. Pero se siguen refiriendo a él como "donde estaba el antiguo Higuerón".
Susana Artavia tiene toda una vida pasando por la acera donde se encontraba el viejo árbol. Pero Artavia tiene 21 años y ninguna idea de cómo solía verse la famosa planta; sin embargo, desde que tiene noción y cédula, la dirección que da para llegar a su casa la dice así: "pasando por el antiguo Higuerón".
Lo que sucede es que la historia apunta a que ese –ahora– invisible punto de referencia, fue todo un sobreviviente. En la zona, por muchos años existieron otros árboles.
“Posiblemente, ese fue uno de los últimos árboles de este tipo que rodeaban los cafetales. Uno de los últimos, viendo hacia el este”, aseguró Fernández.
El rey
Fue el amor de la vida de Andrés. Fue encantado desde el primer momento que entró en contacto con aquel lugar. Ahí se sentía inspirado, rodeado por una de las cosas que más ama: las historias. Tenía a su disposición mundos de fantasía y confites que el resto de San José no ofrecía. "Ahí encontrabas los Life Savers de todos los colores".
El cine Rex, fundado en 1953, y que cerró aproximadamente en el 200, ahora es un restaurante de comida rápida que vende hamburguesas y nuggets de pollo.
El rey ha muerto. Se encuentra en la esquina suroeste de avenida 4 y calle central.
"En los baños, los orinales llegaban hasta el suelo. Todo tenía mármol. Entrabas a otro mundo. La luz, las pantallas. La calidad del sonido. Era pura fantasía".
Pero ahora, la magia de ese lugar desapareció, y a cambio prevalece el olor a grasa.
Sin embargo, Ronny Arce, un taxista que tiene más de 30 años de merodear por el Parque Central, reconoce que nunca ha escuchado "por la McDonald's, pero si por al antiguo cine Rex".
Pura paja
Esto, más allá de ser un fenómeno curioso, evidencia que la imprecisión es una cualidad muy tica.
Muy pura vida todo.
Al tratar de descifrar el por qué todavía utilizamos esas señas invisibles, encontré una hipótesis que talvez explique por qué somos así, tan 'pura paja'.
Al parecer, el acto de siempre llegar tarde o quedar de verse con alguien pero nunca llegar, tiene que ver con el ímpetu de seguir llamando las cosas no por su nombre, sino por lo que eran.
Fernández lleva años investigando este fenómeno sustentado en bases conceptuales y filosóficas.
"Esto es una cuestión sociológica y antropológica a la vez. Prefiero llamar a esa hipótesis de índole socio antropológica, o socio etnológica porque tiene que ver no con el antropo hombres, sino con el etnos tico", explicó el arquitecto.
Para sostener sus estudios, Fernández recurre a Edmund Husserl (1859-1938), un filósofo alemán.
"La premisa fundamental de la fenomenología, particularmente lo que planteó Husserl es ir a las cosas mismas. No hay fuentes. Entonces a quién le pregunto. A las cosas mismas. Al edifico viejo, al árbol que ya no está".
Pero además, Andrés reconoce que nuestro método para dar direcciones proviene de un tiempo lejano.
Durante el siglo XVIII (1701-1800), en Costa Rica existían dos aldeas "mísera". "Teníamos a Cartago , y la aldea Espíritu Santo de Esparza, hacía la costa Pacífica, con unos 40 habitantes. La mayoría de costarricenses vivían, como solía decir el pensador tico Constantino Láscaris, 'enmontañados'. Nuestros ancestros siguieron creciendo en el campo. Entonces se comprende que sin los adelantos de la revolución industrial – entiéndase el tiempo medido– ¿cómo sabemos cuándo vamos a llegar?".
Fernández opina que es necesario implementar los puntos cardinales cuanto antes, pero esto no debe anular el patrimonio intangible que la memoria ha creado con estos lugares.
Nos seguimos refiriendo a ellos porque así somos, viene en nuestra sangre.
"Hablamos con esa imprecisión desde hace muchas generaciones. Es fácil. Las esquinas no existen en la naturaleza. Existe el higuerón".