A Natalia Vindas le brillaba el rostro. Tenía casi el mismo esplendor que los aros de su silla de ruedas, iluminados por el implacable sol del Puerto.
Era viernes e iba camino a conocer el velero que, dos días después, le demostraría que haber perdido la movilidad en las piernas no le impedía dar rienda suelta a su espíritu aventurero.
Ella y otros tres ticos habían sido seleccionados para viajar gratis a bordo del Tenacious D, una embarcación británica construida en el 2000 y que atraviesa los mares de forma incesante para marcar un antes y un después en las vidas de personas con alguna discapacidad.
A simple vista, el velero es impresionante. Tiene 65 metros de eslora y 10,6 metros de manga. Tiene escaleras en cada uno de sus rincones para subir y bajar entre sus cuatro pisos, sí; pero tiene también ascensores que permiten que quienes viajan sobre ruedas, como Natalia, puedan moverse sin limitaciones.
“Se me sale el corazón. ¡No puedo dormir en la noche! Los temblores (el vaivén del velero) yo los siento primero porque la silla se me mueve”, decía sobre la cubierta.
Jorge Livingston, también en silla de ruedas, no le otorga mayor importancia al comentario. Quizá, luego de 23 días de viaje, este panameño ya ni se percata del movimiento del barco.
De niño, sentía una enorme fascinación por los botes. Su tío trabajaba en el canal de Panamá y a los 11 años, abordó por primera vez un barco y quedó marcado por la imponencia de esas naves.
Ahora, 27 años después, Jorge volvió a subir a un barco, pero en condiciones totalmente distintas. Fue invitado a formar parte de la tripulación del Tenacious D porque perdió la movilidad de sus piernas a raíz de un accidente automovilístico sucedido ocho años atrás.
“El licor y manejar no se llevan”, dice. La mujer que conducía el carro aquella noche perdió la vida, y aunque Livingston sobrevivió, su existencia dio un giro radical.
Su deporte amado, el basquetbol, no desapareció; mas sí se transformó. Livingston fundó el equipo panameño de basquetbol en silla de ruedas, y fue justo esa iniciativa la que hizo que la organización Jubilee Sailing Trust le diera la oportunidad de recorrer desde su tierra hasta Puntarenas en el Tenacious D.
Cuando el velero tocaba las costas de Golfito, en suelo tico, Jorge estuvo a punto de abandonar la misión. Extrañaba a sus dos hijos, de 13 y 18 años, quienes le habían pedido encarecidamente que no aceptara la invitación.
“Pero ¿por qué no vivir esta experiencia tan absolutamente grata?”, pensó.
Se mantuvo a bordo, y no se arrepiente. Aprendió a escalar hasta los mástiles a punta de la fuerza de sus brazos, pese a que hay unas poleas para subir las sillas de ruedas. Indudablemente, era el miembro del crew más fuerte y por eso era el encargado de jalar las sogas que despliegan las velas, mientras otros de sus compañeros se ocupaban de las nada despreciables tareas de sostener los extremos de las cuerdas, mantener firme el timón, pelar vegetales para la cena o lavar los trastes.
“Aprendes a valorar a la persona que está al lado. Todos somos un equipo y nadie dice que no”, sostiene. “El carisma, la atención, el ‘buenos días, ¿cómo te levantas?’, eso es lo que me llevo”, rememora, en el Puerto, la parada final de su viaje.
La noche del jueves, antes de conocer a Natalia Vindas, él tampoco pudo dormir; la nostalgia había inundado su propia cubierta.
Ahora es viernes 19 de febrero y Jorge se despide de su último atardecer con el Tenacious D y sus tripulantes, mientras Natalia sueña con los cinco días que le esperarán a partir del domingo.
Ella fue seleccionada porque forma parte de Sin Límites, una asociación costarricense de deportes de aventu-ra adaptados para personas con discapacidad.
“Esto es más allá de un sueño”, asegura Natalia cuando se refiere a la oportunidad de tripular el enorme velero de madera.
Ya conoció el que será su cuarto y se cercioró de que la embarcación se ajuste a sus condiciones. “Es que nunca pensé que pudiera montarme en un barco de nuevo”, dice.
Vindas es ingeniera civil. Siete años atrás, iba a hacer una inspección de carreteras a Guanacaste, pero el carro en el que viajaba se volcó, y ella no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Su espalda sufrió una grave fractura. “Dicen que salí volando del carro, pero yo no me acuerdo mucho”
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Ahora, se dedica a brindar consultorías en temas de accesibilidad y, en los ratos libres, le inyecta adrenalina a su vida.
El Tenacious D abrió sus puertas el 18 de febrero para que ticos con discapacidad, como Karla Ballestero pudieran conocer las instalaciones del velero. | FOTO: GABRIELA TÉLLEZ“Es muy retador porque no se trata solamente de ir a pasear, sino de ayudar a navegar el barco. Hay todo un entrenamiento para izar las velas, manejarlo, ayudar a cocinar. Es un reto que demuestra que uno puede hacer todo eso y más, que te ayuda a salir de la zona de confort y demostrarse todas las posibilidades que uno tiene”, explica Vindas, de 31 años.
Junto con Natalia abordarían también los costarricenses con Juan Manuel Camacho, Bryan Ruiz y Rodolfo Medina, quien asistirá a Ruiz.
El primero de ellos, al igual que Natalia, abordará el velero en una silla de ruedas. Un disparo recibido hace 10 años en medio de un asalto lo dejó con una paraplejia, mas no mermó su pasión por el mar y los deportes acuáticos.
Pese a su nueva condición, Juan Manuel nunca abandonó el kayak , su tabla de surf y el traje de buzo.
Por eso, compartía con Bryan la emoción por aventurarse en un velero especialmente diseñado para permitirles cierto nivel de autonomía en altamar.
Bryan padece de una retinosis pigmentaria que, con los años, fue deteriorando su capacidad visual. Aún tiene un remanente que le permite ver durante el día para poder apreciar el paisaje desde la cubierta. Por las noches, sus otros sentidos lo guiarán a una experiencia totalmente nueva.
“El sonido, el movimiento del barco, el hecho de saber que usted está ahí, supongo que será una experiencia muy bonita”, explica.
El domingo 21 de febrero, cuando el Tenacious D levara sus anclas y extendiera la magnificencia de sus velas, cuatro ticos que perdieron dones muy preciados para cualquier ser humano recibirían el mayor regalo que alguien podría tener: el de vivir la vida a como venga, sin limitaciones ni barreras. Su destino no estaba trazado en ningún mapa; simplemente navegarían adonde quiera que el viento los llevara.