Sus maletas las llenaron de sueños que pesaban más que sus vidas en Costa Rica. Les tocó marcharse siendo todavía adolescentes y aunque la nostalgia de dejar a sus familias y a sus amigos era muy grande, sabían que aquella era la decisión correcta.
Camila Pino, Luciana Morales, Wendy Jiménez y Victoria Arrea hoy están en diferentes lugares del mundo escribiendo un nuevo capítulo en su vidas, esas que incluyen tutús y zapatillas, disciplina y sacrificio.
Ellas soncuatro bailarinas de ballet costarricenses que buscan hacer su camino en el extranjero. Sabían que era necesario profesionalizarse fuera del país para poder llegar a los escenarios más grandes del mundo, algún día.
Las cuatro, cuyas van de los 16 a los 38 años, coinciden en que si bien en Costa Rica están los lugares correctos para dar los primeros pasos en ballet, afuera es otro el nivel y la exigencia es mucho mayor.
Sus estudios los terminaron con becas y en algunos casos, sus padres hicieron muchos sacrificios por ellas. A pesar de las lesiones, han aprendido de la excelencia y de las grandes oportunidades.
Una es estudiante. La otra es parte del Washington Ballet. Una sufrió una lesión al final de sus estudios que cambió la vida que había planeado y a otra la pandemia la dejó sin trabajo.
Estas son las historias de cuatro belletistas ticas que buscan dejar huella en el ballet internacional.
Victoria
En el 2012, Victoria Arrea Peralta puso a sus padres en una situación compleja: con 14 años quería irse a Estados Unidos a estudiar ballet, una disciplina que no era precisamente la suya (ella se especializaba en baile contemporáneo como hip-hop y jazz). Sin embargo, en ese momento tenía la oportunidad por delante y no la podía rechazar.
Todo comenzó luego de una destacada participación suya en una competencia de baile a la que fue a Estados Unidos. Allí conoció a la reconocida bailarina Molly Molloy, quien le dijo que quería llevarla a Nueva York a estudiar ballet.
Sus papás en un inicio lo dudaron, pero terminaron accediendo a que su hija se fuera, pues consiguió una beca de cuatro meses en la escuela Manhattan Youth Ballet y luego fue aceptada en la prestigiosa escuela del American Ballet Theatre Jacqueline Kennedy Onassis, de la que se graduó cuando ya tenía 19 años.
Su talento es nato y Julie Kent, una de las bailarinas que más admira, la invitó a formar parte de la prestigiosa compañía The Washington Ballet, en la que primero fue aprendiz, en el 2016; y desde el 2017 es parte de sus bailarines.
“El ballet era mi hobbie, después se convirtió en mi pasión y me enamoré del arte. Cada día me hace querer, mejorar y aprender más y pues me siento muy afortunada porque cualquier persona quisiera que su amor se vuelva su trabajo. Y creo que una de las cosas que más amo del ballet es poder comunicarme con el público sin tener que decir ni una palabra, demostrar emociones y sentimientos y después ver a la audiencia aplaudiendo... es increíble, un sentimiento que quisiera que todo el mundo pudiera sentir porque es increíble”, cuenta.
Eso sí, Victoria, quien es de Escazú, aclara que no es un camino sencillo, aunque sobre el escenario eso es lo que parece. El ballet es una carrera a la que hay que dedicarle tiempo y que requiere sacrificio, porque “es una disciplina tan técnica y tan específica que hay que trabajarla todos los días para lograr lo que uno quiere “.
“Me ha enseñado de disciplina y seguir los sueños y y dar todo lo que uno puede por hacer lo que uno ama, Que para mí es una de las cosas más importantes como ser humano, porque solo tenemos una vida. Me ha enseñado la paciencia, determinación y hasta valentía porque uno madura muy rápido, al tener que lidiar con el mundo de adulto más rápido”, detalla.
La bailarina, de 25 años, confiesa que dejar Costa Rica para iniciar una nueva vida en Estados Unidos fue muy sencillo y aunque “quisiera decir que fue difícil” no puede mentir.
Quizá fue la misma ilusión, que combinada con su personalidad le ayudaron a desenvolverse de una manera menos compleja en territorio norteamericano. Eso sí, revela que en algún momento se cuestionó dejar el ballet.
“Creo que me lo cuestioné como adolescente, pero no desde que bailo profesionalmente. A los 14 años yo me fui porque estaba enamorada del baile y como a los 16 en la escuela nos evaluaban dos veces y lo pasaban a uno por un filtro enorme en el que uno tenía que acostumbrarse a estar bajo audición todo el tiempo. Entonces pues sí, llega un momento en el que uno dice: ‘Ok, ya tengo 16 ¿qué rumbo quiero tomar o qué quiero hacer?’. O sea, uno se cuestiona si es algo que quiere hacer para siempre”, cuenta.
Y en su caso, eligió el ballet como su camino de vida... y no se arrepiente, pues como bailarina en el Washington Ballet ha tenido muchas oportunidades que le han permitido crecer como persona y como profesional.
Ahora no tiene dudas de que su carrera en el ballet es tal y como lo soñó.
“Por dicha he cumplido muchos de mis sueños, me siento contenta con todo lo que he logrado. He hecho un montón de roles principales estando en esta compañía y yo creo que que si uno se lo propone uno lo logra”, detalla.
Wendy
Brillar en los escenarios de Francia y mostrar su talento ante miles de personas era el sueño de Wendy Jiménez Villegas, hace unos 20 años. Su meta estaba tan clara que siendo una adolescente comenzó a estudiar francés en la Universidad de Costa Rica (UCR).
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Para aquel entonces ya tenía un conocimiento básico del ballet, pues desde los 11 años se preparaba como bailarina, primero en la academia de Flor del Carmen Montalbán y posteriormente en la Escuela Superior de Ballet Clásico de Costa Rica.
De pronto la suerte tocó a su puerta y una oportunidad para estudiar profesionalmente este arte en la Canada’s National Ballet School la acercaba cada vez más a su anhelo. Se trataba de una beca completa, que hasta la fecha no sabe quién se la dio, pero que la obligó a empacar maletas para iniciar una nueva vida en territorio norteamericano.
“Yo audicioné como con 100 estudiantes y de ahí aceptaron como a 13 y entre ellas estaba yo. A ellos les gustó mucho mi arte y yo lo que quería era conocer más a fondo cómo se forma un bailarín, porque en mis años como estudiante en Costa Rica no había realmente un buen nivel técnico y como mi sueño siempre fue salir a bailar afuera, entonces me fui para Canadá y estuve ahí por tres años”, cuenta.
Sin embargo, la vida le tenía preparado otro camino. Cuando tenía 23 años y estaba terminando su carrera profesional, se rompió un ligamento lumbar, lo que la obligó a estar un año en terapia física.
Eso significaba que no podía bailar, ni terminar su carrera: simplemente no la dejaban.
“Eso fue muy duro para mí, porque tuve que hacer una transición muy joven al decidir que ya no iba a bailar profesionalmente. Pero eso fue también una bendición porque entonces decidí ser profesora de ballet. Me dejé de preocupar por ser bailarina, en mis pensamientos no estaba volver al escenario, porque sé el nivel que se tiene que tener y prefería ayudar a otras niñas o jóvenes a que fueran mejores que yo”, explica.
Han pasado 15 años desde aquella decisión y Wendy no se arrepiente. Practica ballet para ella misma y tiene una consolidada carrera como profesora que la ha llevado a descubrir el mundo de una manera que no había planeado.
El primer destino de Wendy fue Japón, país al que fue con la intención de quedarse un año, pero que la atrapó por más de una década. Dio clases en varias escuelas e incluso formó estudiantes que compitieron internacionalmente y que hoy trabajan en prestigiosas compañías de ballet en diferentes partes del mundo.
Luego la bailarina, hoy de 38 años, pasó a Inglaterra, donde además se certificó como coach (entrenadora) para profesores. Actualmente reside en Singapur, donde da clases a profesoras, bailarinas o aspirantes de todo el mundo, incluidas algunas de Costa Rica.
“El ballet me abrió las puertas del mundo, he viajado por muchos países, he conocido mucha gente y es gente buena. Yo siento que tengo mucho que agradecer y no se me olvida que aunque hace muchos años no vivo en el país, soy tica y soy muy orgullosa de eso y trato de representar de la mejor manera Costa Rica con lo que yo hago y gracias a Dios me va muy bien y tengo claro que uno escoge su ruta y la mía era así”, afirma.
La oriunda de Barva de Heredia ahora tiene como objetivo hacer crecer su carrera como profesora independiente y preparar estudiantes para competencias de ballet, cursos de verano y solicitudes de audición para escuelas de ballet profesionales en todo el mundo.
Luciana
Luciana Morales Camacho tuvo que separarse de la persona más importante de su vida para poder ingresar al Sarasota Cuban Ballet School, en Florida, Estados Unidos. Fue una decisión difícil, pero tenía claro que si quería comenzar a ver el ballet como una profesión tenía que vivir a miles de kilómetros de su mamá, Dyala Morales.
De hecho, aunque para ambas fue complicado separarse, juntas tomaron la decisión de que la adolescente, de 16 años, se fuera a estudiar a territorio norteamericano, al que llegó a mediados de setiembre del 2022, después de haber audicionado en varias escuelas internacionales.
“A mami y a mí se nos ocurrió la idea de buscar opciones entre las que mencionaban mis compañeras en la escuela de ballet en la que yo estaba en Costa Rica. Empezamos con procesos de audición, mandamos por correo algunas audiciones en video y a otras fui presencialmente. Hasta que me aceptaron aquí”, relata la joven vecina de Tres Ríos.
Han pasado siete meses desde entonces y no se arrepiente de haber dejado a su familia, sus amigos y el colegio en el que estudiaba, pues se ha logrado acomodar a su nueva realidad: clases diarias de ballet por aproximadamente cinco horas al día y estudios de secundaria en línea, mientras convive en una casa que tiene la escuela para sus estudiantes, en la que comparte su habitación con una compañera.
Para Luciana este es un sueño, pues considera que en Costa Rica no tenía todo lo que necesitaba para poder dedicarse al ballet como tal.
“Siento que en Costa Rica todavía no está tan consolidado. Es decir, sí hay muchas academias y escuelas que dan ballet, pero para convertirte en alguien profesional las posibilidades son limitadas; sentía que yo ya estaba llegando a un tope. Llevaba varios años estando en el Cascanueces de Costa Rica y ahí llegan bailarines de otros países y uno los admira y eso como que a uno le abre los ojos”, relata.
Cuando cumplió 15 años, su mamá le regaló un curso de verano en Estados Unidos y fue allí donde se terminó de despertar su interés por prepararse afuera de Costa Rica. Simplemente sabía que era lo correcto.
Luciana comenzó a estudiar ballet en el país a los 12 años, en la escuela Danilova Ballet School, la cual considera que fue lo suficientemente buena para aprender mucho de lo que sabe ahora.
Sin embargo, es enfática en que “cuando ya se trata de llegar a tener un trabajo, pues no se puede porque no hay compañías en Costa Rica donde a uno le paguen por bailar a tiempo completo. Lo que uno podría hacer es abrirse una escuela, pero no hay posibilidades para seguir bailando”.
Eso sí, reconoce que el ballet es una carrera complicada no solo porque quien quiera dedicarse a eso debe hacerlo fuera de Costa Rica, sino por lo pesado que son los ensayos y el desgaste físico que conlleva. No obstante, asegura que sigue reglas y eso le ha facilitado su aprendizaje y le ayudará en el momento que termine sus estudios.
“A mí me gustaría bailar demasiado, ser una bailarina profesional, pero todavía me faltan dos años Las audiciones son difíciles y uno se tiene que preparar muy bien, entonces primero tengo que terminar esto para graduarme y ya después tendría que adicionar para compañías de ballet”, explica.
Además, la adolescente, quien en mayo cumplirá 17 años, también piensa en que apenas finalice la secundaria buscará estudiar alguna profesión en línea “porque la carrera de un bailarín es corta. Mucha gente llega a bailar como hasta los 40 años, entonces pienso que uno tiene que tener algo, un as bajo la manga, para trabajar también”, detalla.
Pero, por ahora, Luciana prefiere concentrarse en lo que está viviendo, pues es uno de sus sueños cumplidos.
Camila
Hace unas semanas, Camila Pino Céspedes se quebró el pie izquierdo mientras se preparaba para dar un show en el festival josefino Transitarte, que se efectuó entre el 16 y el 19 de marzo.
La joven, de 24 años, detalla que estaba ensayando cuando dio un salto y cayó en una mala posición, provocando que se le quebrara el metatarso.
“Las lesiones son parte de bailar y había tenido lesiones antes... muchísimas, pero nada que me imposibilitara bailar así y que me obligara a descansar al 100% y es duro tener que frenar tu carrera; y es duro porque yo tenía muchas expectativas y muchas ganas de participar en los proyectos que tenía planeados, pero no se pudo y es muy triste tener que parar así, de golpe”, detalla.
La quebradura ocurrió tan solo días antes de que tuviera que regresar a Estados Unidos para integrarse al Connecticut Ballet, compañía a la que pertenece y en la que no tiene un salario mensual, sino que le pagan por cada montaje en el que participa.
Después de la pandemia, Camila ha enfrentado varios altibajos profesionales, que también son parte de la carrera de los balletistas.
Hasta el 2021 la joven pertenecía al Universal Ballet, de Corea, sin embargo vinieron los recortes de bailarines y ella fue una de las que se vi afectada.
“Yo estuve ahí el primer año de pandemia y después ya para el segundo año la compañía estaba mal económicamente, entonces despidió como a la mitad (del talento). Desde entonces he estado buscando una posición estable en una compañía, pero ha sido difícil porque hasta este año las compañías volvieron a abrir muchas posiciones. Durante el 2021 y 2022 las ofertas eran muy limitadas”, comenta.
Desde entonces, he estado brincando de trabajo en trabajo. Por ejemplo, estuvo en el The Ajkun Ballet, en Nueva York; en el Ballet Nacional de Cataluña, en España; además, de setiembre a diciembre del año pasado hizo una gira con la compañía rusa World Ballet Series en Estados Unidos.
Ahora lo que Camila anhela es encontrar una oportunidad que le devuelva la estabilidad.
“Por ahora mi sueño es conseguir una posición estable en cualquier compañía. Una posición que me da un salario, porque si no estoy en la temporada (del Connecticut Ballet) tengo que buscar qué hacer. Generalmente los salarios no son altos, pero por lo menos uno tiene una seguridad de que puede pagar ciertos gastos; pero si uno está trabajando en trabajo, hay meses que uno no tiene ningún ingreso”, relata.
Camila comenzó a estudiar ballet de manera profesional en el 2016, cuando hizo maletas rumbo a Estados Unidos, específicamente a la Kirov Academy of Ballet, en la que se graduó en el 2018.
Si bien desde su infancia la joven, vecina de Curridabat, aprendió ballet en Costa Rica, consideró, junto a su familia, que lo mejor era terminar de prepararse en el extranjero.
“Yo diría yo que para formación definitivamente hay que salir, porque en este momento, Yo creo que Costa Rica no está a nivel de poder formar bailarines competentes profesionalmente. Y para ser profesional aquí hay opciones, pero son como un evento por aquí y otro para allá, y son como dos veces al año, entonces no se puede vivir de eso, uno necesita otra cosa”, asegura.
Y aunque ella hace una que otra presentación Costa Rica, no pierde la fe de volver a integrarse a una compañía internacional a tiempo completo.
“Mi sueño a largo plazo yo diría que es que algún director de alguna compañía, o alguna persona que sepa, tenga confianza en mí para ponerme en posiciones de solista”, finaliza.