No es fácil dejar de pensar en esos 8.800 metros que implican la cima del Monte Everest y la razón es muy simple: no hay cómo comparar esa altura. No hay metáfora suficiente que sirva para imaginar lo que se siente estar ahí, donde muy pocos han llegado.
De nada vale decir que es imaginarse más del doble de la altura del Cerro Chirripó porque tal afirmación sería reduccionista; las condiciones inclementes y el mito del punto de la Tierra más cercano al cielo sobrepasa cualquier comparación.
Subir el Everest es, casi, una experiencia de astronauta. Solo unos pocos en la historia pueden decir que han estado allí arriba, sorteando el pico más alto, la escasez de oxígeno, el cansancio demoledor y el poner en jaque cuerpo y mente.
En otras palabras: el Everest supone una hazaña.
“Yo lo sé”, dice Ligia Madrigal, sentada en su casa junto a su esposo, Federico Escalante, y su hija, María Fernanda. En este mismo sillón se sentaron, hace poco más de tres años, a tener una conversación inusual: ella quiere convertirse en la primera mujer tica en tocar la cima del mundo.
De aquella plática hay un recuerdo claro; una pregunta importante que le hizo su hija.
“Mami, ¿y cómo se le vino a la mente subir el Everest?”.
Misión única
Acá va una perogrullada: es muy difícil subir el Monte Everest, pero no solo por la condición física. Lo mental es vital y lo económico es igual de importante, pues el costo del proyecto completo sobrepasa los $125 mil en el caso de Ligia.
Hablamos de la montaña más alta del mundo, ubicada en la frontera de Nepal con China, con una altitud de 8.848 metros sobre el nivel del mar. Además, el escalar el Everest es aún más peligroso debido a las condiciones climáticas extremas y al efecto de la altitud en el cuerpo humano.
Por todo esto es entendible que un número significativo de escaladores han perdido la vida mientras intentaban subir el Monte Everest. Según el sitio web del Departamento de Turismo de Nepal, aproximadamente 300 personas han muerto mientras intentaban llegar a la cima del Everest, un registro que se lleva desde que se iniciaron las expediciones comerciales en esa montaña, en 1990.
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1953 fue el año que el primer ser humano logró conquistar el monte. Se trató del alpinista neozelandés Edmund Hillary, y el sherpa nepalí Tenzing Norgay. Los sherpas, por cierto, son habitantes de las regiones montañosas de Nepal, en los Himalayas. La gran mayoría de ellos nació allí, por lo que su condición física los hace personas muy adaptadas a las grandes alturas y son vitales para cualquier expedición extrema.
Giro sorpresa
La idea de subir al Everest no es la que hizo conocida a Ligia. Ella, josefina, de 50 años y diseñadora gráfica de profesión, ha protagonizado titulares a partir de su brillo en las ultramaratones.
De hecho, fue en el ambiente deportivo que conoció a su pareja, Federico Escalante, arquitecto y atleta de 54 años. Lo suyo empezó a mediados de los 2000, montados en sus bicicletas.
Entre las habituales mareas de hombres ciclistas que había en las competencias de aquella época, era “sencillo” distinguir a Ligia, una de las pocas mujeres que participaba de esos encuentros. Eran otros tiempos.
“Yo siempre la veía y la saludaba, pero ella no me daba pelota”, recuerda entre risas Federico.
Ella, riendo, recuerda que eran demasiados hombres con casco, que jamás podía distinguirlo.
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Ambos recorrieron juntos infinidad de montañas, pistas y hasta mares, cuando el triatlón entraba en competencia. Tras años de fijarse en Ligia, Federico se animó a dar el primer paso: le preguntó si podían salir un día. Ella le dijo que el 21 de diciembre era su cumpleaños y que podía ir a su fiesta.
Ella aún se emociona al contar la historia y recordar que a Federico se le olvidó ir a la celebración y que, al día siguiente, le rogaba por una segunda oportunidad.
Así que fueron a pasar una noche en las fiestas de Zapote y el flechazo ocurrió.
En el 2007 empezaron su relación y al año siguiente, como muchos podrán recordar, explotó una crisis inmobiliaria en todo el mundo. Federico, como arquitecto, vio frustrados muchos de sus proyectos y se sentó a hablar con Ligia de su futuro.
“¿Y si nos dedicamos de lleno al deporte?”, le preguntó a ella, quien no hizo más que entusiasmarse ante la idea.
Así nació Costa Rica EcoGreen, una empresa que ha creado más de cien eventos deportivos en el país con espíritu ambientalista, fomentando una cultura de no suciedad en los sitios en que se desarrollan las carreras y con reducción de uso de plásticos y otros materiales no amigables con la naturaleza.
Para hacer crecer la oferta de la empresa, ambos empezaron a hacer scouting (explorar sitios que pudiesen servir para hacer carreras) y así la curiosidad del montañismo picó a Ligia. En esos años, además, tuvieron a su hija María Fernanda (hoy de 14 años), por lo que Madrigal aprovechó el período de embarazo para pensar todas las posibilidades que le ofrecía el deporte.
Tras recuperarse del parto, la atleta no perdió el tiempo para volver a la acción. Regresó a la bici, a los ejercicios aeróbicos y, cuando se dio cuenta, estaba consiguiendo toda la indumentaria para encaminarse al montañismo y a trepar cerros. Un nuevo camino de exploración se abría.
El momento disparador del viaje más importante de su vida se dio un día de bicicleta junto a un viejo amigo: Warner Rojas. Si el nombre le suena es por sobrados méritos: el 24 de mayo del 2012, Rojas se convirtió en el primer tico en alcanzar la cima del Everest (de hecho, a la espera de la hazaña de Ligia, por ahora es el único escalador nacido en suelo nacional que lo ha logrado).
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Desde antes de alcanzar la fama por ese hito, Warner y Ligia son grandes amigos. Ellos se hicieron compinches por su fascinación por el deporte y tomaron la costumbre de, cada cierto tiempo, acompañarse en sesiones de ciclismo de alta montaña.
Sobre ruedas y en una conversación de lo más coloquial, Warner le soltó una bomba. “Mirá, Ligia, yo creo que si hay alguien que podría subir el Everest podrías ser vos”, le dijo.
Ella se echó a reír y siguió dándole a la bici. “¿Vos creés?”, le contestó, como esperando una confirmación reveladora. “No lo dudo”, le dijo él.
Ese “no lo dudo” se le quedó dando vueltas. “Diay, en la de menos podía, me dije a mí misma”, cuenta hoy Ligia. “Yo me quedé pensando porque siempre he sido muy competitiva y le dije que lo iba a pensar. Yo apenas hacía montañismo, pero la idea sonaba como un sueño”, rememora.
Pero Warner tomó su respuesta como un sí definitivo. Unos días después, en una entrevista, Rojas dijo que habría una tica que repetiría su hazaña: “ella se llama Ligia Madrigal”.
La noticia explotó. Era el 2019 y Rojas aseguró que subiría con ella para el 2021, en la celebración del Bicentenario de la Independencia.
Cuando Ligia supo de la noticia, se puso pálida. “Mis papás me llamaron y me dijeron: ‘¡Ligia María, ¿qué es eso del Everest?!”, recuerda entre risas. “Warner me tiró al fuego y bueno, yo me dije que tenía que empezar a creérmela para lograrlo”.
Con la llegada de la pandemia, los planes se postergaron pero no archivaron. Ahora, el 2023 es el año que verá a la tica desafiar a la montaña más alta del orbe.
Los temores que hay que encarar
Subir el Everest requiere de varias etapas previas a alcanzar la cima: campamento base, campo 1, campo 2, campo 3 y campo 4.
Ligia tiene pactado llegar el próximo 9 de abril a Nepal y el 11, empezar la expedición de siete días para llegar al campamento base. De allí, son seis días para ascender del campo 1 hasta la cima.
Cada una de estas fases tiene un recorrido muy variado en cuanto a condiciones, siendo la más peligrosa el recorrido entre el campo 4 y la cima. Son “solo” 1,200 metros de distancia pero con las peores condiciones del recorrido. No por nada a esta ruta se le conoce como ‘la zona de la muerte’, en la que los aventureros tienen un tiempo límite para subir y bajar.
“La zona de la muerte” es como se le conoce al trayecto final del ascenso. En esta etapa el oxígeno escasea (dos tercios menos) y los vientos huracanados son de hasta 285 km/h. Subir por esta ruta sin oxígeno es un suicidio. Las temperaturas en enero pueden llegar hasta los -60 grados centígrados.
“Las condiciones físicas de los seres humanos hacen imposible la aclimatación en esta zona, debes subir rápido, pero a tu ritmo y bajar de la misma manera. El tiempo de ascenso y descenso es crucial para superar tales condiciones”, explica Federico.
“Cuando estás ahí, tu cuerpo empieza a morirse”, explica Federico, “porque el cuerpo humano no fue creado para soportar esas temperaturas”.
Suena alarmante, pero el esposo de Ligia lo dice para aclarar que está al tanto de las exigencias de esta expedición.
“Yo estoy notablemente emocionado, pero también hay espacio para preocuparme porque en un lugar así hay aspectos que Ligia puede controlar y otros que simplemente no”.
Warner Rojas, inclusive, contó sobre ese desafío final en un emotivo texto que publicó en La Nación en el 2019, al recordar su aventura en el Everest.
En ese texto, Rojas revivió lo que sintió al estar justo a esos 8.800 metros sobre el nivel del mar.
“Recuerdo que estoy a -35 grados celsius y con apenas un 30% de oxígeno. Debo comenzar a bajar cuanto antes y con mucho cuidado, porque el 80% de las personas que mueren lo hacen en el descenso, pues ya no tienen fuerza”, escribió.
Rojas ha sido un mentor para Ligia. De hecho, después de aquel anuncio, ambos emprendieron una subida de cima de alta dificultad.
Se trató del Pico de Orizaba, una de las cimas más altas de Norteamérica y que está ubicada en Veracruz, México. Warner, Ligia y Federico subieron juntos los 5.636 metros sobre el nivel del mar como la primera prueba de fuego.
De allí han emprendido otras rutas como las escaladas en Guatemala del Volcán de Agua, Volcán de Fuego y Acatenango; en Bolivia fueron a los Picos Austria, Tarija, Pequeño Alpamayo, Huayna Potosí e Illimani; en Perú conquistaron los Picos Mateo, Urus Ishinca y Tacgllaju; en Ecuador al Volcán Corazón, Illiniza Norte, Cotopaxi y Volcán Chimborazo, además del Monte Zermatt, en Suiza.
La preparación se la han tomado con felicidad aunque sí hubo un cambio significativo en los planes: Warner se separó del proyecto por el alto costo de financiamiento, pues si ya es complicado conseguir el dinero necesario para la aventura de una persona, para dos es una fortuna.
“Pero no fue que nos peleamos ni nada”, asegura Ligia. “Seguimos siendo los grandes amigos y él está enviando todas las mejores energías para que todo salga bien. Por supuesto, esos cambios asustan al inicio, pero yo cada día me la creo más”.
Federico, su esposo, ha tenido una clara consigna desde que el proyecto apareció: él se encarga de toda la parte logística y de financiamiento; ella se enfoca en preparar su mente y cuerpo para la tarea.
De arquitecto y atleta, Federico se ha convertido en un hombre de negocios. Le ha correspondido sentarse en mesas de negociación con patrocinadores, enviar correos para conseguir que Seven Summits sea la empresa que lidere la expedición (se trata de una compañía de prestigio con 100% de éxito en escaladas de mujeres en el Everest) y de lograr que el suizo-ecuatoriano Karl Egloff, una leyenda del montañismo, sea quien acompañe a Ligia en la tarea.
Por si no lo ubican, Egloff es uno de los grandes nombres de esta disciplina. Se trata de un montañista a velocidad, lo que significa que es un rompedor de cronómetros: sube y baja las cimas lo más rápido posible.
Como atleta tiene los récords de escalada en el Kilimanjaro, África (5.895 m) en el 2014; al año siguiente lo hizo en el Aconcagua (6.960 m), en América del Sur. En Europa subió monte Elbrus (5.642 m) en el 2017, y en el 2019 logró el récord en el Denali, en Alaska (6,190 m).
“Ella va con los mejores”, dice con seguridad Federico. “Va preparada, pero si las condiciones se ponen feas, yo sé que ella va a tomar la mejor decisión para salvaguardar su vida”.
Por supuesto, las circunstancias obligan a Federico en pensar en escenarios fatales. Por ejemplo, parte de los cálculos de presupuesto implica contemplar helicópteros de rescate en caso de que las cosas salgan mal, pero él lo ve como solo un requisito y no como una premonición.
“Yo no puedo mentir y no decir que me preocupo”, dice, “pero es que soy humano. El asunto es que lo de Ligia no es un optimismo infundado; ella se ha preparado”.
Un ejemplo de esa tranquilidad está en una anécdota de Ligia. Ella se enlistó, hace un par de años, para subir el Cerro Aconcagua, en Argentina, pues es una de las “paradas” recomendadas para prepararse para el Everest.
La tica tuvo la mala suerte de que el equipo especial para subir la montaña no le llegó a tiempo, por lo que tuvo que prepararse con su propia indumentaria, una no tan adecuada para soportar el terrible frío de la montaña, que puede alcanzar los -30 grados centígrados. “Tuve que tomar la decisión de irme así”, recuerda.
Ella se adaptó fácilmente a la altura —como suele ocurrirle— y los guías le dijeron que era de los más fuertes de la expedición, pero el día de emprender el camino final hacia la cumbre, una oleada de frío se vino sobre el Aconcagua.
Ella, que no portaba la mejor indumentaria, no logró calentarse lo suficiente y vio venir una hipotermia que podía atacarla fuertemente. Temió, por ejemplo, que el frío le congelara la nariz y perdiera un pedazo de su fosa nasal, algo no inusual ante las más bajas temperaturas.
Entonces tomó la decisión: le dijo al guía que se devolvería, aunque solo le faltaban trescientos metros para alcanzar la cima de 6,961 m.
“Pero usted no tiene mal de altura, usted es muy fuerte”, le decía el guía, quien no quería que se devolviera. Aún así, su decisión estaba tomada.
“Yo me conozco”, dice Ligia. “Fue duro haber bajado. Uno pudo haber pensado que fue un fracaso, pero para mí y mi familia fue un triunfo porque esa decisión demostró que en momentos críticos yo pongo la vida sobre la cumbre. Yo quiero tener una vida con mi familia, para mí eso siempre va a ser lo más importante”.
Aquella desventura con el atuendo de escalada es cosa del pasado. Para esta ocasión, ya todo está calculado. La reconocida marca The North Face, que se ofreció a patrocinarla, ha programado el envío de toda la indumentaria para estas semanas.
“Por supuesto, uno no puede ir a ninguna tienda y decir: ‘¿me da un traje para subir al Everest?’”, dice Ligia riendo y mostrando una parte del atuendo que le llegó. Se trata de un enterizo de tipo esquimal que parece sacado de una película de ciencia ficción. Está completamente inflado en brazos y piernas y aún falta más ropa para que sea colocada dentro del traje.
“Esta ropa me recuerda lo grande que es este reto. Por supuesto, hay una ansiedad grande, pero trato de controlarme y cada día me siento más segura”, acota.
Ligia, de hecho, tiene un sueño recurrente. Ella se ve en Nepal, encarando la aventura, rodeada de hielo y un blanco intenso.
Conforme pasan los meses, asegura avanzar en el sueño. Cada vez, ve la cima más de cerca. “Creo que es el cuerpo preparándome para esa emoción. Estoy segura que un día de estos me sueño con que ya estoy arriba”, dice Ligia.
Para Federico y su hija María Fernanda, la experiencia y los preparativos para esta expedición los dejan con la satisfacción de confiar absolutamente en su esposa y madre. De Centroamérica, solo dos mujeres guatemaltecas y una salvadoreña han alcanzado la cima. Ligia Madrigal procura anotar a Costa Rica en esa reducida lista.
“Yo tengo miedo, pero el miedo se me quita cuando recuerdo lo que ha hecho mi mamá”, dice María Fernanda, de 14.
Ella recuerda que, desde pequeña, las madrugadas y las salidas a la montaña han sido la constante en su casa.
Cuando entró a la escuela, dice, sus compañeritos se sorprendían cuando, en clase, hablaban sobre qué hacían sus papás. “Pero para mí siempre fue normal. Verlos siempre hacer deporte e ir con ellos y verlos embarrialarse no significaba un cambio porque siempre han sido así”, dice.
El deporte le ha dado memorias compartidas, como cuando su papá le regaló una bicicleta y, tras varios meses de no usarla, le dio un ultimátum. “Tiene un mes para aprender o si no vamos a venderla”, le advirtió. María Fernanda, por supuesto, se puso manos a la obra.
Pasó dándole durante semanas y seguía sufriendo caídas y frustraciones. En la última semana, su mamá tomó la mentoría y le giró un par de consejos. Cuando su papá llegó a casa, la vio recorrer el barrio en dos ruedas y se abrazaron juntos.
“Pensar en mi mamá siempre va de la mano con todo esto del deporte”, dice, y vuelca su mirada hacia los ojos de Ligia.
Ella le pregunta, directamente. “¿Cómo te sentís de todo esto?”.
“Yo sé que lo vas a lograr”, le dice y le extienda la mano para agarrarla con fuerza.
El apoyo que necesitan para cumplir el anhelo
Aunque son varias las marcas que han aportado a la causa de convertir a Ligia Madrigal en la primera tica en subir la cima del mundo, aún falta un último sprint de ayudas para alcanzar la meta.
La suma total para el financiamiento del proyecto de Ligia es de más de $125 mil. “Por ejemplo, un par de medias cuesta $65 dólares, pero son necesarias para que no se le congelen los pies”, explica Federico.
Aún faltan alrededor de $20 mil para ajustar el presupuesto, por lo que a partir del domingo 16 de enero, junto con el BAC Credomatic, se habilitará un compraclick en el sitio oficial de Facebook de Ligia Madrigal (https://www.facebook.com/LigiaMadrigalAtleta/).
Usted puede comprar, por $10, un simbólico metro de ascenso para Ligia. Esta donación le dará derecho de que el nombre suyo vaya inscrito en la bandera de Costa Rica que Madrigal colocará en la cima del mundo.
También, si desea comunicarse directamente, puede escribir al correo info@tnfecogreen.com.