–Como a los cinco años de edad. Mis papás eran educadores en la zona de Los Santos y no había nada a nivel cultural, ellos empezaron a montar coreografías y me metían a mí.
–No, mi mamá no me dejaba ir a
–Una vez le dije a mamá que iba al salón de patines y terminé en Doble Cero discoteque, que quedaba por el Morazán. Pero ni lo pude disfrutar; estaba toda “acongojada”.
–La verdad no. Me casé muy joven, a los 19 años; tuve un hijo a los 20, trabajaba como secretaria en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y pasé toda esa etapa criando a mis hijos. Tuve cuatro; el menor tiene ahora 21 años.
–Un hermano me llevó a La Caribeña, yo tenía como 34 años y quedé impactada. Luego, para un 31 de diciembre, fui a Salsa 54. Por ese tiempo, aún sin estar acostumbrada a ir a salones de baile, hice una audición para ser maestra en una academia de baile y la gané.
– A los 17 años fue la primera vez que lo vi. No era gente profesional y lo bailaban como mofa. Fue un muchacho,
–Por la naturalidad y la expresión del tico , por la necesidad de hacer arte. Es un baile totalmente diferente, muy pueblerino. Es una manera de refrescar la vida. Para una madre de cuatro hijos fue un escape. La mayor parte del tiempo, fui madre soltera: pasaba cuidando a mis hijos y sacándolos adelante. Pero yo sabía que estaba muy cargada de arte en todo mi cuerpo y que me estaba perdiendo de algo importante, hasta que finalmente nos encontramos de frente.
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–El
–No me di cuenta, ese no era mi negocio. Lo mío era bailar, no buscar novio. Pero he de decir que el que es buen bailarín siempre va a tener suerte en la conquista, ya sea bonito, gordo, feo o flaco. Dicen que billetera mata galán, pero bailarín mata billetera.
–Si un bailarín y una bailarina se entienden bien en el salón de baile, tendrán un matrimonio que durará. Ahí en la pista se nota la comunicación y la comunión de pareja.
–En los salones hay de todo, pero esos estereotipos han ido desapareciendo . A los salones llega gente de toda clase social.
–Creo que sí, porque no tiene tanta cosa metida en la cabeza. Tienen menos inhibiciones y prejuicios.
–Sí, eso hacen las academias. Como alumnos he tenido desde exdiputados hasta señoras que a duras penas reúnen el dinero para pagar las clases.