“¡Llegó el sabor de Thompson! Hay con chile, sin chile, de pollo, de papa y patí pizza”. Con su particular sazón, una canasta de mimbre con patí tostadito y calientito y con una sonrisa de oreja a oreja, así es como muchos conocimos al famosísimo Thompson.
El reconocido pastelito con la receta secreta de este limonense es famoso en el estadio de Saprissa, de Herediano y Cartaginés, también en la Joya de La Sabana, lo fue muchos años en las corridas de toros de Zapote y en más de un bar de San José. Por ejemplo, en La Bohemia cada vez que llega Thompson es como si se apareciera un santo con boquitas para acompañar un trago.
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Que quede claro: quien no se haya comido un patí de Orlando Thompson Cooper no sabe de lo que se está perdiendo. La receta especial que este limonense de corazón le impregnó al bocadillo caribeño hace ya más de cinco décadas ha conquistado el paladar de miles de clientes, con una buena enchilada por el picantito del chile panameño que tiene la carne, pero también el de pollo es una sabrosura y ni qué se diga de su innovadora receta del pizza patí.
Y aún si no le gusta el patí, no importa, que igual charlar con Thompson y hasta sacarse una foto con él es parte también de la experiencia de este referente de la comida callejera. Este pequeño empresario gastronómico es además una figura representativa de nuestro folclor, un reflejo del el ser trabajador del costarricense y de la alegría y el sabor del Caribe.
¿Cómo y por qué empezó a vender patí? Detrás de su historia hay tantos ires y venieres que seguirle un único hilo no siempre es sencillo. Orlando Thompson fue jugador de baloncesto, de softball, oficinista en grandes empresas, es hijo de una culí y un negro, tiene dos hijas y dos nietos, sufrió de un infarto y desde hace más de 30 años convive con su pareja, doña Maribel Mena, quien se convirtió en su mano derecha en la negocio del patí.
Orgulloso hijo y deportista
Tal vez muchos habitantes del Valle Central tengan en su banco de imágenes a Thompson cargando una canasta de mimbre en los estadios de fútbol, pero su verdadera pasión deportiva han sido el baloncesto y el softball. Tal vez por eso es que tiene esa destreza tan impresionante para tirar la bolsita de patí desde abajo de la gradería hasta lo más alto de la tribuna y que le llegue a las manos al comensal correcto. Un buen lanzador nunca pierde su tino.
Un día me metí a un bar, le conté al dueño lo que me estaba pasando con la pasta. Él llamó a un panadero para que me diera consejos... la receta secreta me costó dos cuartitas de guaro.
Pero vamos por partes. Su madre, doña Ana Thompson, era una india culí de la zona de Westfalia de Limón y su padre, Jeremías Austin, fue un hombre negro muy estudiado y también músico de Guácimo. Cierto día, en un toque don Jeremías con todo su porte y elegancia le puso el ojo a doña Anita, se enamoró de ella y al rayo se fueron a vivir juntos a Matina.
De esa unión nacieron cuatro hijos; don Orlando es el mayor. “Mami era una india que no sabía ni leer ni escribir y mi papá era el cerebro. Al tiempo él conoció a otra mujer y nos abandonó”, contó Thompson.
Al recordar su infancia, este espigado hombre, que a sus casi 77 años luce un envidable porte y que aparenta muchísima menos edad de la que tiene, se quebró un momento. Su voz se entrecortó y sus ojos se llenaron de lágrimas al hablar con amor de su madre, mujer que lo sacó a él y a sus ocho hermanos (porque tuvo cinco hijos más) adelante.
Doña Anita falleció hace nueve años, pero su recuerdo sigue vivo en el corazón de Thompson. Por eso, al contar cómo se dedicó a ella en vida, las lágrimas lo sobrepasan.
Durante un tiempo, recordó, vivió con sus abuelitas en la costa limonense. Sabía que su mamá trabajó y batalló mucho por los hijos, así que cierto día Orlando se escapó del cuido de las abuelas para ir a buscar a su madre. “Tenía como 16 años, fui a buscarla y le dije: ‘mami, usted no vuelve a trabajar’. Y le cumplí”, narró.
Thompson reconoce que para ese tiempo fue uno de los pocos descendiente de los culíes que logró estudiar, pues la mayoría debían dedicarse por entero al trabajo. Sabían leer y escribir, pero poco. “Yo decidí avanzar. Estudié en la escuela General Tomás Guardia, fui al colegio nocturno y trabajaba en el día. Así saqué a mami de trabajar”, dijo orgulloso.
Resulta que por su estatura (mide 1.84 metros) y por su contextura física, el muchacho llamó la atención en el baloncesto. Rápidamente fue llamado a jugar “en el mejor equipo que ha tenido Limón”. Gracias a sus destrezas deportivas figuró en la posición de poste (el jugador de mayor altura y fortaleza), pero también se defendía en cualquier puesto que lo ubicaran.
Puristas e innovación
— La receta tradicional del patí que se cocina en Limón dicta que se debe de hacer horneado. Sin embargo, Thompson le dio a su propia receta un toque especial y lo prepara frito en aceite.
“Tenía habilidades para todo, pero más para lanzar. Por eso también jugué béisbol. Yo jugaba de todo, era utility. En ese equipo de Limón habíamos grandes jugadores, comenzamos en los años 60”, afirmó. Para ese tiempo, Thompson estaba en plena adolescencia y disfrutaba mucho de trabajar, estudiar y jugar; pero el amor pronto le llegó y lo conquistó.
Se casó a los 22 años, su esposa tenía 34. “Esas que llaman sátiras”, dijo en broma y soltó una carcajada.
Mientras combinaba su vida de esposo con el deporte y el trabajo, el joven seguía ayudando a su madre. Thompson tenía un muy buen trabajo, era el planillero de la Northern Railway Company (el que pagaba los salarios). Pero el baloncesto lo enrumbó hacia San José.
“Los campeones de cada provincia venían a jugar con el campeón de San José, entonces nos tocó venir a la capital a jugar y los equipos de aquí empezaron a jalar a los jugadores limonenses a sus filas”, recordó.
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Su habilidad para el deporte lo llevó a trabajar para grandes empresas e instituciones y jugar en sus combinados. Laboró en la Embotelladora Tica, en el Registro de la Propiedad, en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes y también en Alumi Plastic. “Me buscaban y yo iba donde me pagaran más. Pero sentía que algo me faltaba, que quería hacer algo diferente. Ahí fue donde apareció la idea y la oportunidad de vender patí”, afirmó.
Un par de cuarticas de guaro
Un amigo de Thompson, Milton Forbes, a quien conoció en Matina y quien también vendía patí, lo impulsó a que se animara a vender en San José ese característico pastelito limonense. Thompson tomó la recomendación y todos los días después de salir de su trabajo de oficina en el Registro de la Propiedad tomaba su canastita con el patí que le compraba a otro conocido y caminaba varias calles vendiéndolo.
“Esa persona a la que yo le compraba el patí lo sabía hacer pero le daba vergüenza venderlo, a mí no. Los compañeros me criticaban porque decían que si yo tenía un buen trabajo no tenía que andar en esas”, recordó.
Como Thompson siempre fue de armas tomar. Nada dejado, se propuso no volver a comprar los patí de su conocido y más bien se puso las pilas a aprender a hacerlos él mismo. Su mamá le dio los secretos para preparar una carne deliciosa, pero había un problema: Thompson no daba una con la pasta. “Si los tiraba al suelo, podían quebrar el piso”, dijo entre risas al recordar aquellos primeros intentos de patí que cocinaba.
Hay un montón de vendedores que andan en la calle diciendo que venden el patí de Thompson, pero no. Hay algunos que han trabajado conmigo y ahora dicen que están vendiendo mi receta, que es mía, pero no tiene comparación.
Pero, como toda buena historia, la de la receta especial de la pasta de su patí es muy curiosa. “Un día me metí a un bar y le conté al dueño lo que me estaba pasando con la pasta. Él llamó a un panadero para que me diera consejos... la receta secreta me costó dos cuartitas de guaro”, reveló.
¿Cómo llegó aquel incipiente comerciante a los estadios de fútbol? Su amigo Milton era un buen conocido en las lides futbolísticas heredianas. Thompson vendía el patí de Milton en Heredia y cuando terminaba con el producto de su amigo, ofrecía el propio. Así se fue haciendo un nombre que poco a poco alcanzó notoriedad, incluso más que el patí del propio Milton.
Con los contactos que fue construyendo llegó a vender en los partidos que Saprissa jugaba en el Estadio Nacional. Para esto hay que remontarse a hace más de 50 años, cuando el equipo tibaseño aún no tenía su propia casa.
A Thompson le fue tan bien en los estadios que pronto tuvo que ponerse en regla. Otro amigo, como muchos de los que él reconoce que han sido fundamentales en su carrera, le aconsejó que patentara no solo el nombre del patí, sino que también consiguiera los permisos sanitarios correspondientes.
En el camino del patí, Thompson se casó por segunda vez, pero años más tarde (hace ya casi 34) que convive con su compañera sentimental, otra pieza de suma importancia en el éxito del sabor de Thompson: Maribel Mena es la mujer que lo acompañó no solo en sus momentos más difíciles, sino también quien lo ha ayudado a mantener la calidad del patí y a darle una presentación muy especial.
Sello personal
Patís hay muchos, pero como los de Thompson ninguno.
Desde el grito de “¡Llegó el sabor de Thompson!” hasta la presentación de las bolsitas que traen dos pastelitos, todo tiene un sentido, una imagen y el sello personal de don Orlando.
Con la patente ya firmada, Thompson ideó usar solamente bolsas de papel de color blanco y en cada una de ellas viene una postal con la información con el número del permiso de salud, los ingredientes con los que se prepara la receta y, por supuesto, el nombre del creador.
“La verdad hay que decirla: Maribel llegó para ponerle todavía más sazón al secreto. Ella es ahora la que prepara la carne con su toque especial”, explicó. Maribel también es la mente creadora de la receta del patí pizza que está relleno con queso, tomate, carne y hasta champiñones. ¡Toda una sensación!
La carne la compran desde hace muchos años en una carnicería cercana a su casa, en Desamparados. Los demás ingredientes los adquieren también con un proveedor con el que tienen mucho tiempo de trabajar, y eso les asegura la calidad de cada chile, apio, curry o cebolla que utilizan.
La preparación la hacen Maribel y Thompson, solitos en su casa. Cada vez que hay un partido, ambos ponen manos a la obra en un pequeño espacio que tienen destinado para cocinar los patís. Estiran la pasta en una máquina manual y tienen unas freidoras especiales para preparar los pastelitos.
Otro detalle muy especial son las canastas de mimbre que utiliza Thompson para cargar su producto. Están barnizadas y dentro de ellas se coloca un papel especial (tipo cartulina) que permite mantener los pasteles calientitos, aún horas después de su preparación. “Hay días que le sobran pasteles después de una jornada y llegan a la casa todavía calientes”, contó Maribel.
“Tengo que decir algo, hacerlo público. Hay un montón de vendedores que andan en la calle diciendo que venden el patí de Thompson, pero no. Hay algunos que han trabajado conmigo y ahora dicen que están vendiendo mi receta, que es mía, pero no tiene comparación. Yo solo tengo dos vendedores que trabajan conmigo en el estadio. Si salgo a la calle voy yo en un carro con un amigo”, sentenció don Orlando.
Otro detalle especial -que ha sido señalado por otras personas que hacen patí- es que Thompson cocina el pastelito frito, no horneado como tradicionalmente se hace en Limón, y justo eso es parte de la firma de su recetas. Igualmente, no ha faltado quien le critique por hacer patí de pollo, pues la preparación original del platillo es solo con carne. Sin embargo, a la larga esta variación de Thompson terminó por ganar terreno y hoy no son pocas las panaderías del Valle Central que confeccionan patí relleno de pollo.
Cuando Thompson sale en carro a vender en la calle lo hace específicamente a casas donde lo llaman para hacer pedidos. También se da la vuelta por algunos bares donde ya sabe que cuando llega de fijo los clientes se llevan más de una bolsita, por ejemplo, en el legendario La Bohemia, en San José centro.
Patí y fútbol
Un buen partido en el estadio no sería lo mismo sin escuchar el grito de Thompson. Nada como disfrutar en el medio tiempo de un bocadillo, algunos tal vez para celebrar y otros para bajar el colerón. Cualquier excusa es buena.
Dice él que la relación del patí y el fútbol es muy curiosa. En su cocina, todo influye.
“Hay que calcular cómo llega el equipo casa, en qué posición de la tabla está. Eso se va aprendiendo con los años, con la experiencia. En Cartago, por ejemplo, que ahorita no va muy bien (la entrevista se realizó a la tercera semana de setiembre) para el domingo que viene va a estar muy caliente el ambiente y a partir de eso calculo cuántos patís puedo llevar”, expresó.
Thompson dejó muy en claro que le tiene un gran respeto a todas las aficiones del país, además de un cariño y agradecimiento muy profundo, pero remarca que no conoce una fanaticada más fiel que la brumosa.
Al preguntarle a cuál equipo es aficionado, Thompson responde diplomático: “Siempre seré limonense, pero más que eso soy basquetbolista”.
Sobre los saprissistas, Thompson contó que son muy buenos clientes. Para un partido de los morados prepara al menos dos canastas con 100 bolsitas de patí (cada una contiene dos unidades). La bolsa se vende a ¢2.000. “A veces llevo un piquillo más y al final del partido las remato”, agregó.
¿Cuál afición es la que más le compra?
— Que nadie se me enoje, en realidad todas, pero en Saprissa es mucho más bravo.
¿Influye el resultado en la venta?
— ¡Claro! Si Saprissa pierde hay que tener más cuidado porque todo el mundo sale como ‘trompada de loco’ y compran menos.
Para cocinar los patís para un partido hay que calcular cómo llega el equipo casa, en qué posición de la tabla está. Eso se va aprendiendo con los años, con la experiencia
Otro factor que influye es la lluvia. Si hay aguacero, el estadio no se llena y Thompson regresa a casa con mucho producto. Lo bueno es que nada se pierde porque los patís se calientan luego en el horno.
¿Alguna vez ha tenido un problema en un estadio?
— Una vez contra Limón iba perdiendo Saprissa, 0 a 2. Alguien me dijo: ‘¿por qué no celebra los goles?’ Yo lo ignoré, pero el hombre insistió. Yo solo le dije que no celebraba porque soy canastista. Yo no me pongo a pelear con nadie.
Thompson asegura que nunca en ningún estadio le han hecho un daño. Más bien cuenta que la misma afición lo protege, aun cuando muchas veces está metido en la barra equivocada, en el momento menos oportuno. “Me ha pasado que me piden que me corra porque estoy tapando una jugada”, contó entre risas.
Aunque la mayoría del tiempo todo es bueno, no falta una que otra anécdota no tan positiva, pero de esas que después dan gracia al recordarlas. “Una vez una señora me pidió unos patís. Yo se los pasé y me puse a tirar otros más arriba. Cuando volví la mirada para buscarla, se pasó de campo, se me perdió”.
Pese a esa experiencia, Thompson destaca que nunca nadie le ha quitado un cinco. “Es muy vacilón porque yo tiro un patí largo y le digo al cliente: ‘pase la plata que aquí nadie roba’ y de mano en mano me llega el billete o las monedas”.
Como su patí es tan apetecido, Thompson cuenta con el apoyo de Luis Enrique Campbell y Carlos Fernández, quienes son sus vendedores estrella en las graderías, dado que él no daría abasto con un estadio lleno.
El corazón
Los últimos años han sido muy difíciles para Thompson, no solo porque por causa de la pandemia y del cierre de estadios y bares sufrió una baja total de sus ventas, sino también porque hace dos años y tres meses sufrió de un infarto.
“Tuve una discusión con uno de los vendedores que tenía. Él se iba a ir, todo bien, pero en vez de renunciar lo que hizo es que vino a mi casa y me ofendió mucho. A mí eso me molestó y me afectó”, contó.
Mientras el popular personaje contaba qué le pasó, Maribel le interrumpió para aclarar que el estrés y la cantidad de trabajo, así como una alimentación poco adecuada, también sumaron al malestar de don Orlando.
“En ese tiempo además era muy buenillo para los ‘wiskitos’. El día antes de eso me tomé unos traguillos y vieras qué raro, uno ya no me entró más, entonces lo dejé. Era como un aviso que al día siguiente me iba a dar el infarto”, recordó.
El día del infarto, Thompson se levantó como siempre a trabajar, pero sentía un dolor fuerte al lado derecho del pecho. “Fui a la pulpería y le conté al señor. Ahí estaba el carnicero y me dijo que me fuera a ver porque podía ser peligroso”, recordó.
Sin embargo, Thompson no le dio mayor importancia y siguió con su jornada. Durante el día el dolor se intensificó y tuvo que ir de emergencia a la clínica Marcial Fallas, en Desamparados. “Sudaba mucho, no aguantaba el dolor. Recuerdo que cuando llegué a la clínica decían: ‘viene muy mal, déjenlo pasar’. Me inyectaron, me dieron dos pastillas y me pegaron unos monitores. Inmediatamente me mandaron al hospital en ambulancia. En 11 minutos ya estaba en el San Juan de Dios”.
De su llegada al centro médico solo recuerda ver muchos doctores vestidos de blanco esperándolo y el momento en que le quitaron las tenis. Ese mismo día le realizaron un cateterismo. “Es de lo peor, duró dos horas y 47 minutos y uno se da cuenta de todo lo que le están haciendo porque no lo duermen”, contó.
Después de esa intervención, otra cirugía le colocaron un marcapasos. Estuvo 11 días internado, pero regresó bien a casa.
“Estuve siete meses sin trabajar porque necesitaba la recuperación y en eso entró la covid-19”, contó. Thompson, al igual que decenas de miles de ticos, también se contagió con el coronavirus.
“Aunque cerraron todo por la pandemia y antes no pude trabajar, la verdad es que tengo que decir que gracias a Dios tenemos hijos maravillosos que nos apoyaron. Además la familia de Maribel también estuvo al pie del cañón”, aclaró.
Thompson tiene dos hijas: Elizabeth y Melissa. Maribel es madre de Carlos. Todos se criaron en armonía y son una familia muy unida.
Tras el ataque al corazón, Thompson hoy está muy bien de salud. Está de más decir que apenas se levantaron las restricciones de la pandemia, él y Maribel volvieron a sus quehaceres con el patí.
Nada más hubo una anécdota algo extraña y curiosa con el tema de su salud y es que mientras estaba en recuperación surgió la noticia de que Thompson había muerto. “Llamaban a la casa para preguntar qué me había pasado. Una muchacha de un bar me llamó llorando y yo le decía: ‘pero tranquila, no ve que está hablando conmigo’”, contó entre risas.
Un patí, una vida
Si hay algo de lo que Thompson está muy agradecido es que “a punta de patí” sacó adelante a sus hijas, les dio estudios y son profesionales. También se compró la casa donde vive en compañía de Maribel.
“Ver a mis hijas profesionales y la retribución que me han dado, ahí sí puedo rajar. Carlos (su nieto) también, ahora vive en Estados Unidos, pero antes de irse se ponía a envolver patí. La verdad es que en torno a ese pedacito de harina frita es que hemos formado nuestro hogar y me ha dado muchas satisfacciones”, dijo.
“Mi vida es normal. Estoy agradecido con Dios por todo lo recibido y más por el cariño que la gente me demuestra en la calle. Tengo mi teléfono lleno de fotos que la gente se toma conmigo, eso me demuestra ese cariño que recibo con canasta o sin canasta”, agregó.
Thompson dedicó su vida a preparar el patí de una manera única y así de única es su personalidad. Siempre se le ve con una sonrisa en el rostro y con un buen mensaje para darle a quien lo quiera recibir.
“Empiezo todos los días leyendo la Biblia, me siento a la mesa a rezar y a agradecerle a Dios”, afirmó.
Y es que, como dicen, el que bien empieza, bien termina. “Esto me da vida: hacer patí, salir a venderlo, ver el amor. Soy inmensamente feliz”, concluyó.
Por eso, recuerde, cuando escuche el famoso: “¡Llegó el sabor de Thompson!” no dude que el sabor está asegurado y, por supuesto, que el cariño de este limonense también.